La vocación aeronáutica de una playa: la Malvarrosa

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En alguna parte leí que el periodista Vicente Vidal Corella capturó esta imagen, cuyos protagonistas —el avión, el automóvil y el cinematógrafo— simbolizan el advenimiento de una nueva época. En el periódico valenciano Las Provincias se la conoció, durante mucho tiempo, como la fotografía del siglo y muchos pensaron que se tomó en la Malvarrosa. En realidad las cosas no ocurrieron exactamente así, aunque sobran motivos para la confusión.

Fue en el año 1911, cuando el Ayuntamiento de Valencia organizó, durante la Feria de Julio, una carrera de aviones entre Valencia y Alicante. Los participantes despegaron de la valenciana playa de la Malvarrosa, el día 29. Al amanecer, miles de personas acudieron a presenciar el inicio de la competición y en vez de ocupar las tribunas que se levantaron para el público, se acomodaron en los alrededores. El precio, una peseta por día, era muy elevado para contemplar, desde las gradas, un espectáculo que podía verse fuera de ellas. Un espacio de unos 200 metros, custodiado por soldados, se reservó para los organizadores y los militares cuidaron de que la pista estuviera completamente libre antes de dar la salida a las aeronaves.

A las 8:00 horas tenía previsto despegar Le Lasseur, pero se retrasó 17 minutos por culpa de la magneto de su aparato. Se elevó a unos 500 metros acompañado del furioso aplauso del público y se perdió en el horizonte, rumbo hacia Alicante. Nada más despegar Gregorio Campaña, su avión fue arrastrado por una racha de viento hacia el mar; cayó sobre el agua cerca de la orilla y el público le ayudó a sacar del Mediterráneo el motor, la hélice y el entresijo de maderos, telas y cables de su aeroplano. Pablo Weis, el tercer y último contendiente, despegó y ascendió unos 300 metros. Se perdió en la neblina y volvió al improvisado aeródromo.

Gilbert Le Lasseur de Ranzay consiguió llegar a Alicante, tras un viaje que duró poco menos de dos horas. Allí tomó tierra para recibir los parabienes del alcalde rodeado de miles de alicantinos que lo ovacionaron entusiasmados. Al día siguiente, 30 de julio, hizo el vuelo de regreso a Valencia, sin contratiempos. El 31 de julio, Le Lasseur lo dedicó a efectuar una exhibición aeronáutica en Valencia ante una multitud que la contemplaría enloquecida.

El año anterior, 1910, la playa de la Malvarrosa también había sido testigo de otro evento aeronáutico en el que sus organizadores no escatimaron tribunas repletas de “sillas de pago”. Fue entonces cuando la mayor parte de los espectadores, miles de personas, descubrieron la posibilidad de contemplar los vuelos desde azoteas, promontorios, terrazas, balcones y tejados. Hasta en la terraza de la torre del Miguelete se apiñaron docenas de curiosos dispuestos a no perderse el espectáculo. El piloto francés Julien Mamet voló el 22, 27 y 29 de mayo, sobre la huerta y sobre el mar, y arrojó claveles desde su aparato a la muchedumbre. Sin embargo, el 29, el aeroplano capotó y Mamet quedó debajo de la máquina. El público dio un gran respiro cuando lo vio salir ileso de entre los restos de la aeronave.

El Bleriot XI terminó en los talleres de Baltasar Vilanova e hijos, que estaban en la Avenida del Puerto de Valencia, en el barrio de El Grao. Fueron muchas las reparaciones que se tuvieron que hacer en estos talleres y el empresario del evento aéreo de 1910, por falta de liquidez, pagó las mismas con la entrega de un Blériot XI al señor Vilanova, propietario de la empresa reparadora. Esta sociedad, con la ayuda de un ingeniero industrial, Luis Acedo, introdujo cambios en la aeronave y la nueva versión se designó con el nombre de Vilanova-Acedo.

También fue en la playa de la Malvarrosa donde se realizaron vuelos de prueba y exhibiciones con la aeronave Vilanova-Acedo que, siguiendo la costumbre de la época, en 1912 capotó y quedó inservible. Se reparó en el taller de los Vilanova, pero el patrón decidió abandonar la aventura aeronáutica y dejar a la Vilanova-Acedo colgada del techo, a modo de recuerdo. Allí permaneció muchos años, cubierta de polvo, hasta que, al parecer ya en la década de 1960, un anticuario se la quedó por 30 000 pesetas para revendérsela al Museo del Aire por 250 000. Hoy se exhibe en este museo, en Cuatro Vientos, y es el avión más antiguo y el primero fabricado en España de su colección de aeronaves.

A mediados del siglo XIX nació la playa valenciana de la Malvarrosa cuando la recuperó de las marismas Jean Felix Robillard Closier; el botánico francés sembró variedades como la planta que lleva su nombre; poco podría imaginar el ilustre fabricante de perfumes que la playa llegaría a ser escenario de numerosos festivales aéreos. Y menos de la confusión que desbarató la extraordinario fotografía que se hizo, con motivo de uno de los primeros. Y es que la foto del siglo la tomó José Luis Demaría López, más conocido con el sobrenombre de Campúa, el año 1912, en Alicante. Don José Luis fue fotógrafo de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, a quienes siguió en muchos de sus viajes, entre ellos a las Hurdes y a este por la zona de Alicante. Allí, sus majestades, durante la Fiesta de Invierno, acompañados del presidente Canalejas, asistieron a regatas, recepciones, combates de esgrima y a una demostración aérea en la playa que protagonizó el aviador francés Garnier. La magnífica foto la tomó Campúa el 15 de marzo de 1912, en un vuelo en el que al piloto le acompañaba su esposa.

Así es como, la foto del siglo nada tiene que ver con la Malvarrosa, por mucho que esta playa tenga que ver con los aviones.

 

 

De François Alabrune al misionero Nate Saint y los indios huaorani

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François Alabrune patentó en el año 1942 una ingeniosa modalidad de transportar carga entre dos aeronaves. La ventaja es que podrían despacharla en un punto, como si se tratara de un helicóptero, aunque la maniobra no es sencilla. A partir de esta idea, un misionero se las ingenió para entregar (y recoger) mercancías a los indios huaorani, en la década de 1950, en la Amazonía de Ecuador. De algún modo todo esto ha influido para que en su magnífico blog Great bustard’s flight Manolo publicara un post, El despegue eléctrico y los misioneros aviadores, y yo dedicara unas cuantas horas a enterarme de la vida de los indios que terminaron con la vida del pastor Nate Saint. Trataré de regresar a la primera frase en unos cuantos párrafos.

Los huaorani viven en el Yasuní. Es una zona protegida, en la que conviven los aborígenes con madereros, colonos y explotaciones petrolíferas. Desde hace ya tiempo, hay varios grupos de huaorani que decidieron mantenerse en contacto con el mundo exterior; sin embargo, unos 300 individuos que se denominan Tagaeri-Taromenane, viven voluntariamente aislados en la selva amazónica. Hoy, los que coexisten con los invasores de la selva, se agrupan en chozas a orilla de las carreteras que comunican las instalaciones petroleras, o pueblan pequeños núcleos, más apartados, en la selva tropical. Los huaorani son guerreros, cazadores, que no saben conservar la carne fresca y necesitan vastos espacios para capturar animales y recoger frutos silvestres. Los grupos contactados «quieren seguir viviendo su cultura en libertad, en sus tierras ancestrales y dejar ese territorio y su historia para sus hijos y sus nietos». Al menos, así es como lo expresan, cuando se quejan del progresivo achicamiento y deterioro de su espacio vital, el Yasuní, por culpa de las explotaciones petrolíferas, los madereros y los colonos. Sin embargo, nadie sabe mucho de los no contactados, los taromenane, que viven aislados y con quienes, los huaorani contactados han protagonizado algunos incidentes muy violentos durante los últimos años. En marzo de 2013 dos ancianos huaorani fueron asesinados por los taromenane y la represalia se saldó con una matanza en la que perdieron la vida unos 15 individuos de este último grupo.

En septiembre de 1955, el misionero evangélico Nate Saint y su esposa Marjorie, sobrevolando la selva tropical, descubrieron un poblado huaorani. Con el apoyo de otros hermanos, decidieron mantener en secreto el hallazgo y poner en marcha un plan para establecer contacto con los indígenas. Contaban con la ayuda de una muchacha huaorani, que se había escapado de su poblado después de que asesinaran a sus padres; hablaba el idioma de su pueblo y vivía con la hermana de Nate. Para ganarse la confianza de los huaorani Nate decidió volar sobre el poblado todos los jueves y lanzarles algunos regalos. Inventó una técnica que consistía en volar en círculos muy cerrados al tiempo que desde el avión hacía bajar un cubo sujeto a una cuerda que procuraba mantener en el mismo lugar. Era una maniobra difícil, para la que se requería una gran habilidad, pero Nate aprendió a ejecutarla con precisión. Durante tres meses les hicieron llegar, machetes y otros utensilios, y también recibieron regalos, que los huaorani dejaban en el cubo tras recoger los suyos: piezas de madera talladas, loros vivos, rabos de mono cocidos… El martes 3 de enero de 1956, lo misioneros decidieron aterrizar en una franja de arena, que orillaba el río, cercana al campamento huaorani para instalarse allí y contactar con los indígenas. Al parecer, consiguieron que una mujer, un hombre y una adolescente visitaran su campamento. Al domingo siguiente los huaorani mataron a los cinco misioneros de la expedición que fueron atacados por sorpresa. Más tarde, uno de los guerreros justificó el ataque porque en todas sus relaciones con los hombres blancos se habían producido muertes y lo lógico era que aquellos individuos pretendiesen engañarlos con sus regalos.

Dos años después de la muerte de los misioneros, la hermana de Nate, Rachel, y la viuda de otro misionero, Elisabeth Elliot, consiguieron autorización de los huaorani para irse a vivir con ellos. Los indios comprendieron que la matanza había sido un error al darse cuenta de que su ataque no fue repelido con violencia con las armas de fuego que portaban sus enemigos. Steve Saint, hijo de Nate, creció en contacto con las personas que acabaron con la vida de su padre. Misionero, como su progenitor, Steve, pasó en el Amazonas varios meses con su mujer y sus hijos y escuchó de la boca del jefe huaorani, en 1995, el relato de lo que había ocurrido en enero de 1956.

La habilidad de Nate Saint para manejar su aeronave y dejar un cubo sobre el suelo, en la selva amazónica, se inspira en la maniobra de François Alabrune. El francés la diseñó para que la ejecutaran dos aeronaves. En el gráfico puede verse una descripción de la misma y quizá se entienda mejor si observamos la secuencia al revés, empezando por la última figura (Fig. 8). Dos aviones llevan una carga sujeta con dos cabos, entran en una maniobra espiral y la bajan hasta situarla sobre un punto, inmóvil, mientras las aeronaves continúan girando; después, mediante otra maniobra espiral se sitúan, otra vez, una tras otra. Tampoco parece algo sencillo. Hay quién sugiere que podría efectuarse con aeronaves no tripuladas. Es muy posible que Nate Saint nunca hubiese oído hablar de los drones ni de Alabrune; a él le interesaba llevar a los hombres el mensaje de su Dios, algo aún más complicado que la peligrosa maniobra aérea que le permitiría entregarles regalos a los huaorani.

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de Francisco Escarti Publicado en Aviadores

La gran carrera hacia la Luna

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La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)

La gran carrera hacia la Luna:

El 25 de mayo de 1961 el presidente de Estados Unidos, Kennedy, anunció que su país enviaría un hombre a la Luna antes de que finalizara la década de los años 1960. Entonces, la Unión Soviética ostentaba el liderazgo de la recién inaugurada carrera espacial; su presidente, Khrushchev, utilizaba los logros espaciales soviéticos para demostrar la superioridad del sistema comunista. La rapidez con la que los soviéticos lograron desarrollar las bombas nucleares de fisión y de fusión, la alianza de la URSS con el régimen chino, la presión militar comunista sobre Vietnam del Sur y el fracaso de la invasión organizada, el mes anterior por la CIA en Bahía de Cochinos, configuraban un entorno político en el que la aparente supremacía espacial soviética resultaba insoportable para Kennedy. Al menos, todas aquellas razones impulsaron al joven presidente norteamericano a embarcar a su país en un proyecto que dejara a la URSS en segundo lugar en la carrera espacial, aunque el coste fuese desproporcionado y el riesgo igual de grande. La magnitud del esfuerzo, comparada con la probabilidad de un fracaso que convirtiese la aventura en el ‘funeral más caro de la historia de la humanidad’, hacía casi impensable que un político poseyera el temple necesario para asumir la responsabilidad de poner en marcha semejante iniciativa. John Kennedy era un presidente muy singular.

El balance de la carrera espacial soviético-estadounidense, en aquel momento, era muy desfavorable a los norteamericanos. El primer satélite artificial (Sputnik1) lo había lanzado la URSS cuatro años antes, el 4 de octubre de 1957; pesaba 83,6 kilogramos. Estados Unidos consiguió poner en órbita su primer satélite (Explorer 1), cinco meses después, aunque su peso no llegaba a 14 kilogramos. El último gran logro espacial soviético había tenido lugar el 12 de abril de 1961, poco antes de la invasión montada por la CIA en Cuba, al colocar en órbita al primer astronauta de la historia: Yuri Gagarin. Cuando Kennedy anunció la decisión de su Gobierno de enviar una nave tripulada a la Luna, hacía tres semanas que la NASA también había conseguido enviar un hombre al espacio. Lo más relevante fue que se produjera inmediatamente después del vuelo de Gagarin. La gran diferencia estaba en que, mientras el soviético completó una órbita elíptica alrededor de la Tierra con el apogeo a 327 kilómetros de altura, el estadounidense Alan Shepard se limitó a ascender a 187 kilómetros y regresar a la superficie terrestre. La nave Vostok pesaba 4725 kilogramos y la Mercury, norteamericana, 1800 kilogramos. Nadie pudo negarle a la NASA que su astronauta viajara al espacio, pero fue una corta visita, en un vuelo suborbital, que siguió una trayectoria parabólica, similar a la que efectúa el proyectil disparado por un cañón.

Tras aquel estado de cosas se hallaban dos personajes que, hasta ese momento, habían desempeñado un papel clave en el desarrollo de la industria espacial de los dos países: el ruso Serguéi Korolev y el que ya era ciudadano estadounidense, de origen alemán, Wernher von Braun.

Para transportar un artefacto al espacio se necesita un vehículo que lo impulse: un cohete. La industria del espacio necesitaba, en primer lugar, potentes cohetes. El desarrollo práctico de estos ingenios había alcanzado una gran madurez en la Alemania nazi de Hitler, bajo la dirección técnica de von Braun. La complejidad inherente al diseño y fabricación de los V-2 de Hitler, un misil capaz de transportar una tonelada de material explosivo, a más de 300 kilómetros de distancia, propulsado por un cohete, hizo que su desarrollo avanzara con lentitud. Los primeros V-2 no estallaron en Londres hasta el mes de noviembre de 1944. En marzo del año siguiente, la II Guerra Mundial ya estaba perdida definitivamente para Alemania; fue el mes en el que los V-2 causaron sus últimas víctimas. Al final de la contienda, soviéticos, británicos y estadounidenses se afanaron por apresar a von Braun y su equipo para apoderarse de la tecnología de misiles y cohetes nazi, o evitar que lo hiciera otro país aliado. Wernher von Braun y algunos de sus colaboradores más próximos se entregaron a los norteamericanos; sin embargo, otros expertos alemanes optaron por el bando soviético.

Después de la II Guerra Mundial, los soviéticos deportaron a Rusia al grupo de técnicos alemanes que trabajaba para ellos en el desarrollo de misiles y trasladaron, a Moscú, todo el material de las V-2 que pudieron recopilar en Alemania. Allí, los técnicos soviéticos, bajo la dirección de Serguéi Korolev, procuraron obtener tanta información como les fue posible de los alemanes, sin hacerlos partícipes de sus proyectos. Conforme los deportados dejaron de serles útiles, como asesores, los fueron liberando y en 1951 dieron por finalizado el proceso de transferencia tecnológica. Desde entonces, Korolev había contado con el máximo apoyo de los políticos de su país, para desarrollar misiles balísticos de largo recorrido, capaces de transportar una cabeza termonuclear. Los militares soviéticos confiaban en que los misiles les otorgasen la supremacía militar sobre Estados Unidos.

Sin embargo, lo que ocurrió en Estados Unidos inmediatamente después de la II Guerra Mundial —en lo relacionado con los misiles— no se parecería en nada a los acontecimientos que tuvieron lugar en la URSS. Ni los políticos ni los militares, estaban dispuestos a gastar mucho dinero en el desarrollo de la tecnología de misiles. Aunque el Ejército ofreció cobijo y protección a Von Braun y un grupo de colaboradores suyo, casi parecía que fuese mayor el interés de las autoridades estadounidenses por evitar que cayeran en manos de otra potencia aliada, que por la utilización de sus conocimientos. Estados Unidos había desarrollado la tecnología nuclear y disponía de aviones bombarderos capaces de hacer explotar su mortífera carga en cualquier objetivo que se propusiera. No se plantearon la urgencia de montar las nuevas bombas en la cabeza de un misil. Además, la tarea no era sencilla. En Estados Unidos, la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército, cada uno de ellos por separado, contaba con su propio grupo de desarrollo de misiles. Von Braun y sus colegas, que habían emigrado a Estados Unidos, trabajaban para el Ejército. Sus proyectos estaban dotados con escasos fondos, y su misión se limitaba a mejorar la tecnología de los V-2.

En julio de 1955, el presidente Eisenhower anunció que Estados Unidos lanzaría un satélite en 1957, para darle mayor brillo a la celebración de la Convención Internacional de Geofísica. Cuando los soviéticos tuvieron noticia de las intenciones de Eisenhower, a los pocos días, el Comité Central del Partido Comunista de la URSS aprobó la puesta en órbita terrestre de un satélite soviético. La misma orden la recibieron los expertos de ambos países en dos escenarios completamente distintos. En la URSS, Korolev llevaba años trabajando en el desarrollo de un misil balístico de largo alcance, con la mayor parte de los recursos disponibles en su país bajo su mando y un generoso presupuesto; en Estados Unidos, el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, tenían equipos y proyectos de desarrollo de misiles distintos, descoordinados y dotados de presupuestos escasos. Ni los militares ni los políticos norteamericanos habían concedido una importancia excesiva al desarrollo de esta tecnología. Para Korolev, que siempre había soñado con la navegación espacial, el mandato de poner en órbita un satélite le pareció la gran oportunidad de su vida. Para von Braun también, la única diferencia es que, a diferencia del soviético, él no era el responsable del aparato de fabricar cohetes de Estados Unidos.

Las autoridades norteamericanas decidieron organizar un concurso para ver qué organización se hacía responsable de enviar el satélite al espacio. Compitieron la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército. Von Braun y su equipo prestaba sus servicios en el equipo del Ejército y desde el primer momento supuso que serían los ganadores, pero se equivocó. El encargo lo recibió la Marina. Von Braun advirtió a las autoridades de que la solución elegida no llegaría a tiempo y fracasaría. Y así fue. Pero, antes de fracasar, Korolev ya tenía el Sputnik 1 en el aire. Eisenhower se apuntó el éxito de hacer que los soviéticos enviaran un satélite al espacio; quizá no lo hubiesen hecho de no ser por su anuncio, aunque en el trasfondo de aquella iniciativa científica y civilizada latía el interés, de ambas potencias, de lanzar un satélite espía. Con el Sputnik 1 ya en órbita terrestre, la Marina fracasó con el lanzamiento de su cohete Vanguard; el fiasco levantó un escándalo entre la opinión pública y, obligado por las circunstancias, el Gobierno, se vio forzado a otorgarle al Ejército una oportunidad. El cohete del Ejército, diseñado por von Braun, logró situar en órbita al primer satélite estadounidense: el Explorer 1.

La historia volvió a repetirse con el vuelo del primer astronauta. Tras la lección aprendida con el satélite, Eisenhower decidió crear la NASA para aglutinar, en una organización, los esfuerzos públicos en materia de investigación y desarrollo de tecnología espacial. El presidente pensó que la insolencia con que Khrushchev presumía de sus éxitos espaciales únicamente podría contrarrestarla de aquel modo. La NASA, en un principio, ignoró al Ejército y al equipo de Wernher von Braun; para enviar al espacio a un astronauta seleccionó el cohete de la Fuerza Aérea: Atlas. En un primer intento el Atlas fracasó. La NASA rectificó y cambió el Atlas por el Redstone, que era el cohete del Ejército, diseñado por von Braun. Los cambios de rumbo de la agencia estadounidense introdujeron retrasos en el proyecto y, por segunda vez, Korolev se anticipó. El soviético Yuri Gagarin se convertiría en el primer astronauta de la historia que viajó al espacio.

Esa era la situación de la industria espacial, a finales de mayo de 1961, cuando Kennedy anunció el viaje a la Luna. Korolev, en Rusia, controlaba la mayor parte del sistema de producción de misiles de largo alcance balísticos y el programa espacial, mientras que en Estados Unidos von Braun todavía no llevaba un año como director del Marshall Space Flight Center de la NASA, responsable del desarrollo y diseño de los cohetes espaciales. Si Korolev ocupaba una posición de máxima responsabilidad en el programa espacial soviético, von Braun compartía las decisiones con un grupo de altos funcionarios gubernamentales norteamericanos. La URSS había desarrollado una familia de cohetes, los R-7, mucho más potentes que los del Ejército estadounidenses: los Redstone del equipo de von Braun. Los soviéticos ya contaban con misiles balísticos de largo alcance, capaces de transportar cargas de pago de más de 5 toneladas de peso a 12 000 kilómetros de distancia. La URSS partía, en aquella carrera hacia la Luna, desde una posición mucho más ventajosa que la de Estados Unidos.

En el vértice del entramado espacial soviético se encontraba Serguéi Korolev, un personaje desconocido por la opinión pública, con una gran capacidad organizativa y de liderazgo, intuición técnica, voluntad férrea, capaz de transmitir a su equipo su desmedido entusiasmo e inmune al desaliento. Un hombre, cuyo interés por el espacio fue, al mismo tiempo, el mejor aliado de sus éxitos y la principal razón de sus dificultades. Sus grandes cohetes R-7 quemaban una mezcla de oxígeno líquido criogénico y queroseno. La carga del oxígeno a baja temperatura llevaba, al menos, una jornada completa de trabajo; demasiado tiempo para los militares que, muy pronto, le pedirían que ensayara el empleo de comburentes almacenables, en vez de oxígeno criogénico. Korolev, a quien le interesaba, por encima de todo, el espacio, se mostró muy reticente a iniciar aquella vía de investigación, que consumiría muchos de sus recursos sin aportar ventajas al programa espacial. Otros investigadores soviéticos, como Chelomei y Yangel, aprovecharon la actitud de Korolev, hasta cierto punto displicente con los militares y políticos, para iniciar proyectos de misiles balísticos propulsados con mezclas almacenables, lo cual sería del agrado de las autoridades en la URSS. La apertura de líneas alternativas de investigación, el progresivo deterioro de la relación personal de Korolev con Glushko y la falta de un planteamiento político de carácter estratégico del programa espacial soviético, contribuirían a mermar de forma gradual la ventaja que le llevaba la URSS a Estados Unidos en el desarrollo de cohetes de largo alcance. Las diferencias entre Korolev y Glushko tenían su origen en el encarcelamiento que ambos sufrieron, a finales de la década de 1930, durante las purgas de Stalin; los dos se acusaban de haberse delatado. Valentín Glushko era el ingeniero jefe de desarrollo de motores cohete en la URSS, un hombre de gran prestigio, que ocupaba una posición clave para Korolev.

A todo lo anterior habría que añadir el precario estado de salud de un Korolev sometido a un estrés insoportable durante mucho tiempo. Las fisuras del sólido y aventajado sistema de producción de misiles soviético se transformaron en grietas que lo debilitarían con el tiempo, mientras que en Estados Unidos la organización espacial acrecentaba su impulso en la medida en que sus esfuerzos se reconducían en una dirección única. Si bien, el punto de partida en el momento del desafío espacial que lanzó Kennedy era favorable a los soviéticos, se daban circunstancias que apuntaban a que la situación podía cambiar.

Von Braun fue consciente, desde el primer momento, de que la decisión del presidente Kennedy planteaba un reto colosal, incomparable con el último logro de la tecnología espacial norteamericana. Alan Shepard apenas se había asomado al espacio, en un vuelo de 15 minutos en el que recorrió 487 kilómetros; la cápsula espacial, Mercury, pesaba menos de 2 toneladas y su cohete, Redstone, generaba un empuje de unas 75 toneladas. La expedición lunar duraría más de una semana para recorrer dos veces los 384 400 kilómetros que separan la Luna de la Tierra; en la nave espacial viajarían dos o tres astronautas; el cohete tendría que ser capaz de elevar una carga útil que podía rondar las 100 toneladas y su empuje, en la primera etapa, debería ser del orden de unas 3000 toneladas. Unas cifras capaces de convertir el sueño en un imposible. Von Braun comprendió mejor que nadie la magnitud de la complejidad asociada a un proyecto que él mismo se había atrevido a recomendar al presidente Kennedy. La nave y el cohete necesarios para emprender el viaje tripulado a la Luna, en nada se parecerían a los que la NASA había construido hasta entonces; incluso, para formular sus especificaciones con detalle era necesario resolver algunas cuestiones básicas sobre las que no existían aún suficientes conocimientos o consenso. Nadie sabía cómo era la superficie lunar, si estaba cubierta de polvo inconsistente o de formaciones rocosas ¿cómo tenía que ser una nave capaz de posarse sobre un terreno desconocido? En cuanto al viaje, von Braun siempre había planteado la conveniencia de montar una estación en órbita, alrededor de la Tierra, desde la que se iniciaran los viajes espaciales. Construirla llevaría quizá demasiado tiempo. Montar la nave lunar en una órbita terrestre, a la que se podían enviar las partes para ensamblarlas, era otra solución, aunque no exenta de dificultades. El acoplamiento de naves en el espacio y trasvase de astronautas y piezas no se había hecho nunca.

Para los técnicos de la NASA, la idea de la estación y el montaje de la nave espacial en órbita fueron perdiendo sentido. Todo el equipamiento de la expedición tendría que ser puesto en órbita desde la Tierra. Von Braun se vio obligado a enfrentarse al gran reto de su vida profesional: diseñar y construir un cohete gigantesco, el Saturn 5. No tardó mucho en dibujar en su mente las características generales del gran cohete. Mediría 105 metros de altura, estaría equipado con tres etapas, la primera impulsada por 5 motores de 680 toneladas de empuje, cada uno. Los motores consumirían 57 000 litros de queroseno y 90 000 litros de oxígeno líquido por minuto. En la cámara de combustión la temperatura sobrepasaría los 2700 grados centígrados. Hubo momentos en los que pensó que jamás lograría resolver el problema.

En la primavera de 1962, los directivos de la NASA, incluido von Braun, llegaron a un acuerdo en cuanto al modo de desarrollar la misión. Aceptaron la propuesta de Max Hubolt, del Langley Research Center, según la cual la nave espacial llevaría un módulo que se desacoplaría, una vez situada en órbita alrededor de la Luna, para descender a la superficie del satélite terrestre y regresar después a la nave principal. No fue fácil consensuar el perfil de la misión, pero al final todos se convencieron de que la idea de Hubolt era la menos mala de cuántas se les ocurrieron. A partir de aquel momento, el programa empezó a tomar su forma definitiva y los esfuerzos del amplio equipo se centraron en un objetivo común.

En la Unión Soviética, el panorama espacial seguía por otros derroteros. Mientras los norteamericanos centraban sus esfuerzos con la idea de llegar a la Luna antes del final de la década, Korolev no contaba con la aprobación de un proyecto a tan largo plazo. En 1961, Khrushchev le urgió para que antes del 13 de agosto, el astronauta Titov llevase a cabo un importante vuelo espacial. Aparentemente fue un éxito, porque con una semana de antelación a la fecha establecida por el mandatario, la nave soviética con Titov a bordo, completó 12 órbitas a la Tierra. La realidad fue que el vuelo tuvo que interrumpirse porque el astronauta se sintió indispuesto, pero ante la opinión pública 12 órbitas terrestres fueron muchas. El 13 de agosto, con la noticia espacial en la prensa de tapadera, Khrushchev levantó el muro de Berlín. Para el presidente soviético, los logros espaciales de Korolev servían exclusivamente para evidenciar las bondades del régimen comunista y desviar la atención del público.

Los grandes proyectos que Korolev tenía en mente para vencer a los norteamericanos en su carrera hacia la Luna, no contaban con el necesario apoyo de la cúpula del poder en la URSS, cuya prioridad era militar. Desde hacía algunos años, Korolev había esbozado una nueva nave espacial para sustituir a la Vostok: la Soyuz, con capacidad para acoplarse a otra nave. Y también tenía en mente un cohete de gran empuje y carga de pago, el N-1. Estos dos elementos constituían su respuesta al cohete que había empezado a desarrollar von Braun, el Saturn 5, y las nuevas naves espaciales norteamericanas, Gemini y Apollo, que sustituirían a las Mercury.

A Korolev le habían surgido dos competidores en su propio país: Mikhail Yangel y Vladimir Chelomei. Korolev era muy reacio a utilizar en sus cohetes comburentes almacenables (sustancias capaces de reemplazar el oxígeno criogénico), lo que parecía ser una prioridad desde el punto de vista castrense para evitar que una orden de lanzamiento de un misil balístico intercontinental, con una cabeza termonuclear, tardase un día en ejecutarse; ese era el tiempo que llevaba la carga del oxígeno líquido. Yangel, Chelomei e incluso el experto en motores cohete de la URSS, Valentín Glushko, eran también partidarios de los comburentes almacenables, y en febrero de 1962 se reunieron todos con Khrushchev en su dacha para revisar los proyectos en curso. Cuando Korolev planteó su nuevo desarrollo, el N-1, Glushko ya se había negado a construir los motores de sus cohetes, propulsados con oxígeno líquido, tal y como deseaba Korolev. Serguéi tuvo que explicarle a Khrushchev que, un ingeniero de menor prestigio, Nikolai Dimitrievich Kuznetsov, se encargaría de la motorización de los cohetes N-1. Nada satisfecho, Khrushchev y su plana mayor marginaron la propuesta de Korolev. De la reunión surgió un victorioso Chelomei y su proyecto, UR-500.

Sin apenas medios económicos, Korolev logró mantener a su equipo y trató de convencer a militares y políticos de la necesidad que tenía la Unión Soviética de construir un cohete como el N-1, incluso para transportar cabezas termonucleares. Por fin, a finales de 1962 logró la aprobación para empezar el desarrollo de su cohete, que tendría que ser capaz de levantar 75 toneladas de carga de pago. A Kuznetsov le encargó el desarrollo de los motores. El cohete N-1 era similar, en cuanto a sus prestaciones, al Saturn 5, aunque generaría más empuje en sus tres etapas. En la primera dispondría de 30 motores de 153,4 toneladas de empuje. La mayor diferencia estribaba en que el Saturn V, utilizaría hidrógeno líquido en la segunda y tercera etapa como combustible, en vez de queroseno.

Para Khrushchev, el espacio era el teatro en el que se representaba la farsa de la grandeza comunista soviética y por eso nunca se atrevió a prescindir de Korolev. En 1963 le pidió que enviara una mujer al espacio. El 15 de junio, Valentina Tereshkova, se convirtió en la primera mujer astronauta. Fue otro extraordinario golpe publicitario para la causa del primer mandatario soviético.

Valentina se casó con otro astronauta, Andrian Nikolayev, el 3 de noviembre en Moscú. La boda fue un acontecimiento extraordinario en el que coincidieron como invitados von Braun y Korolev. Mientras que al primero lo conocía todo el mundo, Korolev no tenía rostro para la opinión pública y el estadounidense no tuvo la oportunidad de saludar a su anónimo competidor. Días después de la famosa boda, el asesinato del presidente John Kennedy en Dallas conmocionó al mundo. Su desaparición hizo que muchos se cuestionaran el futuro del proyecto espacial que tanto dinero costaba al país, en un momento en el que la guerra de Vietnam preocupaba seriamente a la opinión pública norteamericana.

A principios de 1964, Khrushchev quiso aderezar el desconcierto espacial en Estados Unidos con otra iniciativa propia; ordenó a Korolev que pusiera en órbita a tres astronautas. Los norteamericanos tenían previsto sustituir la cápsula Mercury por una nave espacial capaz de llevar a dos astronautas: la Gemini, que estaría terminada en 1964. Khrushchev quería anticiparse. Korolev, cuyos desarrollos marchaban más despacio, no dispondría de su nueva nave, la Soyuz, hasta 1965. Para contentar a Khrushchev tendría que modificar una nave existente, la Vostok, y empaquetar como pudiera a los tres cosmonautas. La idea le pareció desastrosa porque le obligaba a desviar recursos del desarrollo del cohete N-1 y nave Soyuz, para hacer arreglos en una nave Vostok —que recibió el nombre de Voskhod— sin que el esfuerzo sirviera para acelerar el desarrollo de su proyecto espacial.

Korolev era consciente de que los norteamericanos tenían en marcha un programa que los llevaría a la Luna y que los soviéticos andaban claramente rezagados en aquella empresa. Su programa, con el que intentaba equipararse al de la NASA, carecía del apoyo explícito de las autoridades soviéticas y además de carecer de los fondos necesarios, estaba sometido a las ocurrencias de los políticos. Sin embargo, eran aquellas ocurrencias las que mantenían la afluencia de dinero a su equipo. Durante los primeros meses de 1964, aprovechando el interés de Khrushchev, trató de que le aprobaran un plan con el objetivo de poner un astronauta soviético en la superficie de la Luna, pero no lo consiguió. El estrés terminó pasándole factura; exhausto, aquejado de problemas cardíacos y hemorragias intestinales, su salud se resintió hasta el punto de que, a principios del verano, tuvo que recluirse durante tres semanas en un balneario en Checoslovaquia con su mujer, Nina.

En agosto estaba de nuevo al frente de su equipo, en Baikonur, para ultimar los detalles del lanzamiento de la nave Voskhod con los tres astronautas a bordo. En septiembre, Khrushchev, Brezhnev y Ustinov visitaron Baikonur para revisar el estado de la tecnología soviética espacial. Chelomei criticó con dureza las ideas de Korolev que apenas se defendió. Su defensa, sin palabras, la expresó al mes siguiente, el 12 de octubre de 1964, cuando tres astronautas soviéticos, Vladimir Komarov, Boris Yegorov y Konstantin Feoktistov, fueron lanzados al espacio a bordo de la nave Voskhod. El vuelo tuvo una gran repercusión internacional. En Estados Unidos muchos creyeron que los soviéticos les llevaban una gran ventaja y que quizá en 1966 podían estar en condiciones de viajar a la Luna. Fue la última gran representación teatral en el espacio organizada por Khrushchev que, aquel día, no pudo asistir al lanzamiento de la nave en Baikonur, ni lo siguió desde Moscú: Khrushchev había sido arrestado por Leonid Brezhnev y Alexei Kosygin.

Aún quedaba otra importante escena por representar en las alturas del encargo que el depuesto Khrushchev había encomendado a Korolev. El 18 de marzo de 1965, la nave espacial Voskhod 2, transportó dos astronautas al espacio: Belyayev y Leonov. Alexey Leonov salió de la nave para flotar en el vacío durante 12 minutos. Fue el primer paseo espacial de un astronauta. Otra gesta que Estados Unidos recibió con preocupación.

En 1965, el cambio político en Moscú favoreció que la suerte de Korolev mudara de sino y Chelomei perdió su condición de hombre favorecido en el negocio espacial. Los políticos volvieron a confiar en Korolev, que asumió el liderazgo, aunque el programa de su adversario no se cancelara. Korolev ya había advertido a Brezhnev que quizá, para amargarles el cincuenta aniversario de la Revolución Bolchevique, los norteamericanos podrían mandar sus astronautas a la Luna en 1967. Recibió una dotación de 500 millones de rublos y la promesa de que se le adjudicarían más para que su proyecto de enviar astronautas soviéticos a la Luna en una nave Soyuz, L-3, impulsada por un gran cohete N-1, se hiciera realidad en 1968. Comprendieron que para 1967 ya no podría ser. Los militares y políticos soviéticos volvieron su rostro a Korolev para decirle: «No le des la Luna a los americanos».

Sin embargo, los estadounidenses reducían poco a poco la ventaja espacial soviética y ese mismo año, en primavera, la primera nave Gemini de la NASA consiguió transportar dos astronautas al espacio. A este primer lanzamiento seguirían otros, hasta que en diciembre los norteamericanos lograron permanecer en el espacio durante dos semanas. Las naves Gemini, con un lanzamiento cada dos meses, daban la sensación de haber colocado a los norteamericanos a la cabeza de la carrera hacia la Luna.

El principal responsable soviético del programa espacial contemplaba con angustia, e impotente, cómo su país perdía el liderazgo. La Soyuz se retrasaba y a finales de 1965 tan solo disponía de un modelo a escala natural. De otra parte, el estrés había causado verdaderos estragos en la salud de Korolev. Los médicos le recomendaron que se sometiera a lo que tenía que ser una sencilla intervención quirúrgica, para extirparle un pólipo en el colon. El 12 de enero de 1966 pasó el día de su cumpleaños en el hospital del Kremlin y el 14, el ministro de Salud, doctor Boris Petrovsky, lo operó. La cirugía se complicó, con la aparición de un tumor que no le habían diagnosticado y una fuerte hemorragia. Korolev murió ese mismo día, tras una larga operación. Las autoridades soviéticas decidieron desvelar la figura del gran ingeniero y Serguéi Korolev fue enterrado en Moscú, con todos los honores de los grandes servidores de la patria. Desde entonces, la popularidad, que jamás tuvo en vida, acompañaría siempre su recuerdo.

Las noticias de la muerte del ingeniero soviético y su funeral de Estado llegaron a Estados Unidos. Von Braun supo, por primera vez en su vida, quién era el artífice principal de los muchos éxitos espaciales soviéticos.

Días después de la muerte de Korolev, el 31 de enero, un robot soviético, Luna 9, consiguió posarse sobre la superficie lunar. Por fin, los técnicos se enteraron de que el satélite natural de la Tierra no estaba recubierto de polvo sin consistencia, sino de una superficie sólida sobre la que podía apoyarse una nave construida por el hombre. Quizá fuese el único éxito espacial del equipo soviético durante aquel aciago año de 1966, marcado por la pérdida de Korolev.

Al frente del programa espacial soviético quedó un estrecho colaborador de Korolev desde la época de su estancia en Alemania: Vasily Mishin. Durante su mandato aflorarían todos los problemas que aquejaban al programa espacial soviético desde hacía ya varios años, heredados de la época de Khrushchev. La decisión política de viajar a la Luna y la organización formal de un programa para llevarla a cabo, en la Unión Soviética, databa del año 1965, cuatro años después de que los estadounidenses lanzasen su programa lunar. Aunque Korolev había concebido los elementos fundamentales para dar respuesta al desafío norteamericano (la nave Soyuz y el cohete N-1), su desarrollo estaba muy retrasado por falta de recursos. A las deficiencias estructurales del programa lunar soviético habría que añadir, en 1966, que la personalidad y el carisma de Mishin distaban mucho de los de Korolev, lo que supuso un cambio fundamental en la gestión de los recursos humanos del proyecto.

En mayo comenzaron las pruebas de la primera nave Soyuz, pero los fallos se sucedieron uno tras otro y ninguno de los vuelos no tripulados pudo considerarse exitoso.

A von Braun las cosas le iban un poco mejor. Los problemas de las cámaras de combustión del motor F-1 del cohete Saturn 5 fueron resolviéndose poco a poco, gracias a muchas pequeñas modificaciones. En marzo de 1966, la NASA envió al espacio la nave Gemini VIII, con Neil Armstrong y David Scott a bordo para que realizasen una misión de acoplamiento con el satélite Agena. El acoplamiento no les planteó problemas, pero el sistema de control de actitud de la Gemini falló en pleno vuelo y Neil Armstrong tuvo que estabilizar la nave con el sistema de control de reentrada. El vuelo estuvo a punto de terminar muy mal, pero la actuación de Armstrong salvó la vida de los astronautas. En agosto, la NASA recibió la primera cápsula Apollo y empezó a probarla. Miles de pequeños fallos acompañarían la los primeros ensayos, al igual que les ocurría a los soviéticos con su nave Soyuz.

El año 1967 comenzó muy mal para los norteamericanos. Los astronautas Grissom, Chaffee y White habían sido seleccionados para realizar el primer vuelo a bordo de la nave Apollo, con el cohete Saturn V. El 27 de enero efectuaban en Cabo Kennedy el primer ensayo en tierra, con un cohete, sin combustible, en la nave Apollo 1. Se trataba de una comprobación de todos los sistemas. Los astronautas estaban encerrados en la cápsula cuando a Grissom se le escuchó gritar por la radio: « ¡Tenemos fuego en la cabina!». Chaffee también tuvo tiempo para comunicar al personal que trabajaba en la prueba que había fuego y que los sacaran de allí porque se estaban abrasando. Grissom trató de abrir la escotilla de la cápsula desde el interior, mientras otros lo intentaban desde fuera. Dentro del Apollo 1 se había desencadenado un espantoso incendio que produjo una explosión que originó un boquete en la pared de la nave, antes de que transcurrieran los 6 minutos que tardaron en abrir la escotilla. Los astronautas ya habían fallecido cuando extinguieron el fuego y pudieron sacar sus cuerpos de los restos de la nave. El fuego lo provocó una pequeña chispa —que pudo saltar en cualquier parte de los mazos de cables dispersos por el suelo de la nave— al entrar en contacto con el gas que llenaba la cápsula: oxígeno puro.

El accidente del Apollo 1 paralizó el programa espacial de la NASA.

Leonid Brezhnev urgió a Mishin para que aprovechara aquella pausa norteamericana, y conmemorase el 50 aniversario de la Revolución Bolchevique con algún acontecimiento espacial. Hacía ya casi dos años, que los soviéticos no efectuaban vuelos tripulados y a Brezhnev le había puesto muy nervioso los éxitos americanos con las naves Gemini. Sin embargo, la Soyuz continuaba dando muchos problemas en todos los ensayos. A pesar de todo, Mishin preparó un vuelo que finalmente se lanzó el 23 de abril de 1967, en vísperas de la fiesta del 1 de mayo. Vladimir Komarov, el astronauta seleccionado para la misión, debería de efectuar una maniobra de acoplamiento en el espacio con la Soyuz 1. Desde el inicio del vuelo se produjeron múltiples fallos. En un momento determinado se perdió el control de la nave, desde tierra. Mishin ordenó que se preparase la reentrada para la órbita número 17. Los sistemas de control automáticos fallaron. Entonces se le ordenó a Komarov que tratara de alinear la nave, manualmente, para reentrar en la atmósfera en la vuelta número 18. Los técnicos tenían poca fe en que la operación tuviese éxito y a Komarov le permitieron que se pusiera en contacto con su esposa vía radio; quizá fuera la última vez que tenía la oportunidad de hablar con ella. Vladimir hizo un excelente trabajo y la Soyuz entró en la atmósfera con un ángulo adecuado, pero los paracaídas de frenada no se abrieron y tampoco se activaron los retrocohetes a tiempo. La Soyuz 1 se estrelló contra la superficie terrestre a más de 600 kilómetros por hora. El estrepitoso fracaso del primer vuelo con la primera Soyuz soviética, igual que había ocurrido en Estados Unidos, conmocionó a la opinión pública. Muchos expertos de su círculo más próximo criticaron a Mishin por no haber abortado la misión antes, cuando se produjeron los primeros fallos.

El 8 de noviembre de 1967 el Saturn 5 despegó, por primera vez, de Cabo Kennedy. El gigantesco cohete de von Braun y su equipo medía más de un centenar de metros y los cinco motores de su primera etapa generaban un empuje de 3400 toneladas. La zona de seguridad durante el lanzamiento, alrededor del cohete, se extendía en un radio de 10 kilómetros. La parte superior del cohete la ocupaba la nave Apollo 4, sin tripulantes, en la que la NASA había incluido un exhaustivo repertorio de modificaciones, tras el accidente de la Apollo 1. Once minutos después del lanzamiento, la Apollo 4 estaba en órbita. Von Braun y sus colaboradores celebraron un éxito del que durante algún tiempo habían llegado a dudar que pudiese ocurrir.

Pocos meses después, el 4 Abril de 1968, el segundo cohete Saturn 5, con la cápsula Apollo 6, también sin tripulación a bordo, despegó de Cabo Kennedy sin que su vuelo resultara tan exitoso como el primero, debido a pequeños problemas de estabilidad en la cámara de combustión de los motores F-1. El equipo de von Braun introdujo modificaciones para paliar las deficiencias y la NASA decidió que era suficiente y no se necesitaba otro vuelo de pruebas antes de lanzar un Saturn 5 con tripulación a bordo.

En mayo, el gran cohete de Mishin, el N-1, no pudo lanzarse debido a que en Baikonur los técnicos detectaron fisuras en los recubrimientos metálicos. Muchas de las dificultades de construcción que les estaba planteando a los soviéticos el N-1 se debían a cuestiones logísticas relacionadas con la ubicación de la plataforma de lanzamiento en una zona de tan difícil acceso. Hasta que el cohete N-1 no pudiera lanzarse con una nave Soyuz a bordo, la Luna estaría fuera del alcance de los soviéticos.

El 25 de octubre de 1968, Mishin lanzó una nave Soyuz 2 sin tripular y al día siguiente otra tripulada (Soyuz 3), con el astronauta Georgy Beregovoy a bordo. Su misión consistió en guiar la Soyuz 3 hasta las proximidades de la Soyuz 2 y posteriormente permanecer en el espacio hasta completar 81 órbitas, durante más de 3 jornadas completas.

Esta vez, la NASA había preparado una misión mucho más complicada y llamativa para efectuar su primer vuelo con la nave Apollo y el cohete Saturn V. El 21 diciembre de 1968 partió de Cabo Kennedy, la nave Apollo 8 con 3 astronautas a bordo: Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders. El tercer cohete Saturn V —que por primera vez transportaba una nave tripulada— la puso en órbita terrestre, a 185 kilómetros de altura y 7,79 kilómetros por segundo de velocidad. El plan de vuelo preveía un viaje a una órbita terrestre y de allí a otra lunar, donde permanecería un tiempo, para regresar directamente a nuestro planeta. Jamás los seres humanos se habían alejado tanto de su lugar de origen. A las 2:56 horas de vuelo, los cohetes de la nave Apollo 8 aceleraron la cápsula para alcanzar una velocidad de 10,8 kilómetros por segundo y colocar a la nave en otra órbita terrestre elíptica cuya trayectoria pasara cerca de la Luna. Con este impulso, el Apolo 8 inició su largo viaje hacia la Luna que lo llevaría hasta un lugar del espacio alejado 377 349 kilómetros de la Tierra. Durante la excursión hacia la Luna, el Apolo 8 tuvo que efectuar dos veces pequeños ajustes de su trayectoria. Tardó 2 días y 21 horas en alcanzar el punto en el que fue necesario activar los cohetes para que la nave quedara atrapada, en una órbita lunar, a unos 110 kilómetros de la superficie del satélite natural terrestre. Durante casi 24 horas completó 10 órbitas alrededor de la Luna y cuando llevaba 3 días y 17 horas de viaje volvió a encender sus cohetes para abandonar la Luna y regresar a la Tierra. Antes de la reentrada, a la atmósfera terrestre, el módulo de servicio se separó del módulo de mando de la cápsula espacial. Habían transcurrido 6 días y 3 horas cuando el Apollo 8 y sus tres astronautas, sanos y salvos, amerizaron en el océano Pacífico, al sur de las islas Hawai. El vuelo del Apollo 8 fue uno de los acontecimientos más importantes de aquel año 1968. La estancia de los astronautas en el espacio, durante las fiestas navideñas, les permitió enviar felicitaciones a la Tierra desde la Luna, lo cual tuvo un gran efecto publicitario. El mensaje también llegó al corazón de los ciudadanos de la Unión Soviética, temerosos de que su país hubiese perdido la iniciativa en la exploración espacial.

A pesar de la presión de los políticos, en Baikonur, Mishin seguía sin disponer del cohete N-1. Para lanzar sus naves espaciales utilizaba los cohetes R-7, sin empuje suficiente para la misión lunar. El 14 de enero de 1969, del cosmódromo soviético partió la Soyuz 4, con un astronauta a bordo, y al día siguiente la Soyuz 5 con tres tripulantes. Las dos naves se acoplaron en el espacio y dos astronautas se pasaron a la Soyuz 4 que a continuación reentró en la atmósfera terrestre, sin ningún problema. El astronauta de la Soyuz 5 también logró hacerlo aunque su viaje de vuelta no estuvo exento de dificultades. Los soviéticos publicitaron aquel logro con videos que distribuyeron a las cadenas de televisión de todo el mundo.

Por fin, el 21 de febrero de 1969, el gran cohete N-1 se encontraba en la plataforma de Baikonur listo para efectuar su vuelo inaugural. Nunca se habían probado los 30 cohetes de la primera etapa trabajando a la vez. Su diseñador Kuznetsov se encontraba en la base de lanzamiento, ansioso por comprobar el funcionamiento del extraordinario cohete. Algo falló durante la prueba y poco después de que el cohete se elevara envuelto en una nube de polvo, llamas y ruido, se incendió. Continuó ascendiendo y voló unos 25 kilómetros antes de caer en el desierto helado que rodeaba Baikonur. Fue una suerte que no se desplomara en la plataforma, porque la hubiera destruido por completo.

Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Mike Collins fueron los elegidos por la NASA para viajar a la Luna en el Apolo 11. Neil sería el comandante de la expedición; el astronauta había demostrado una pericia extraordinaria en el manejo del simulador del Módulo Lunar. Mientras Collins los aguardaba en la nave, en órbita alrededor de la Luna, Neil y Buzz, alunizarían, caminarían sobre la superficie del satélite terrestre y regresarían con el Módulo Lunar para reunirse otra vez con su compañero. Armstrong sería el primero en pisar la Luna.

Antes de viajar a la Luna, la NASA debía probar el funcionamiento de la nave Apollo con todos sus módulos y verificar que la trayectoria y los procedimientos eran correctos. En total se programaron dos vuelos, previos a la expedición lunar.

En marzo de 1969, la misión Apollo 9, llevó al espacio, por primera vez, una cápsula con los tres módulos —de Mando, Servicio y Lunar—, y tres astronautas: McDivitt, Scott y Schweickart. La misión consistía en efectuar, en una órbita terrestre, todas las maniobras previstas durante la misión lunar con el Módulo Lunar (ML). En primer lugar, el Módulo de Mando y Servicio se acopló al ML, después del lanzamiento. Una vez realizada esta operación dos astronautas pasaron al ML y se separaron del Módulo de Mando y Servicio mientras el tercero permanecía en este último módulo. El ML simuló una trayectoria de descenso a la Luna, apartándose del Módulo de Mando y Servicio unos 179 kilómetros propulsados con los motores que se utilizarían durante el descenso a la superficie lunar. Realizada esta operación hicieron que el ML se desprendiese de estos motores, ligados a la estructura de alunizaje, para regresar al Módulo de Mando y Servicio con los motores que emplearía en el ascenso desde la Luna. Volvieron a efectuar el acoplamiento para entrar en el Módulo de Mando y Servicio, donde los esperaba su compañero, y se desprendieron del LM. Otra prueba consistió en salir al espacio exterior con el nuevo traje espacial, autónomo, que no necesitaba estar unido a la cápsula espacial por ninguna especie de cordón umbilical. Estos trajes permitirían a los astronautas efectuar el transbordo del LM al Módulo de Mando y Servicio en una situación de emergencia, sin necesidad de efectuar el acoplamiento. Todas las operaciones se realizaron con éxito, en órbita terrestre, en una misión de poco más de 10 días.

El 18 de mayo de 1969 se lanzó el Apollo 10. Un ejercicio casi tan complicado como la propia expedición lunar, en la que los astronautas, Stafford, Young y Cernan, debían realizar todas las operaciones de la misión que constituía el último objetivo del programa, siguiendo una trayectoria muy parecida, con la única diferencia de que el ML se quedaría a 15,6 kilómetros de la superficie lunar. Tras el lanzamiento y el inicio del viaje hacia la Luna, el Módulo de Mando y de Servicio se acopló al ML. Una vez situado en la órbita lunar, Young se quedó solo y Stafford y Cernan partieron a bordo del ML para describir una órbita cuya trayectoria pasaba cerca del sitio en el Mar de la Tranquilidad donde estaba previsto el alunizaje en la próxima misión. Durante la maniobra de activación de los cohetes para iniciar el ascenso, la tripulación cometió un error que generó un movimiento indeseado de la nave, que estuvo a punto de desestabilizarla y hacer que cayese sobre la Luna. El 26 de mayo los astronautas del Apollo 10 regresaron a la Tierra.

Por fin, la NASA estaba en condiciones de asegurar que el satélite terrestre quedaba al alcance de su mano. La fecha elegida para el lanzamiento del Apolo 11, cuya misión era la de posarse sobre la Luna, fue el 16 de julio de 1969.

Mishin, aún trató de realizar un desesperado y absurdo esfuerzo por ganar la baza a los norteamericanos. El 3 de julio, otro N-1 intentó despegar de Baikonur, pero esta vez, a unos 180 metros del suelo, los motores de la primera etapa del cohete fallaron y el gigantesco artefacto se desplomó sobre la plataforma de lanzamiento. El mismo fallo volvió a repetirse, pero esta vez con peores consecuencias. Un espantoso hongo se alzó sobre el desierto y miles de pájaros murieron en un breve instante, alcanzados por la mortífera onda expansiva. Años después, Mishin escribiría en sus memorias: «No quiero que mis lectores entiendan que trato de evitar la responsabilidad como jefe de diseño por algunos errores, que se hicieron (incluidos los míos) a lo largo del programa lunar. Quien no hace nada no se equivoca. Nosotros, los sucesores de Korolev, hicimos cuanto pudimos, pero no fue suficiente».

El 16 de julio, von Braun pudo contemplar en su pantalla cómo el poderoso Saturn V iniciaba majestuosamente su viaje a la Luna. Era la culminación de sus sueños, un gran hito en su azarosa vida dedicada a la construcción de cohetes.

La nave Apolo 11 ejecutó con impecable seguridad su misión durante los días que siguieron, hasta el 20 de julio. Los soviéticos, en un intento desesperado por llevar la delantera a los norteamericanos en alguna faceta de aquella carrera que veían perdida, habían enviado a la Luna un robot: el Luna 15. A la NASA le preocupaba la posible interferencia de la nave soviética con su Apolo 11. El 20 de julio el ML se separó del Módulo de Mando. Neil y Buzz se encontraban a unos 1800 metros de su objetivo cuando el ordenador de a bordo empezó a dar códigos de error ‘1202’ y ‘1201’. De la estación de control terrestre recibieron la indicación de que siguieran adelante e ignorasen el aviso. La computadora de a bordo indicaba que tenía sobrecarga de trabajo; todo se debía a un interruptor del radar colocado en una posición errónea. Armstrong vio que el ordenador los llevaba a un lugar indeseable y decidió realizar el alunizaje en modo semiautomático. Era un maestro en la conducción de aquel artefacto. Cuando se posó sobre la Luna aún le sobraron 25 segundos de combustible. Tras la verificación de la lista de chequeo posterior al aterrizaje Aldrin comunicó al centro de control: «Houston, aquí base Tranquilidad. El Eagle (Águila) ha aterrizado». Cambiar su nombre de Eagle a base Tranquilidad era un código acordado para dar a entender que todo iba bien.

El mundo entero pudo contemplar en directo, gracias a la televisión, lo que ocurrió aquella histórica jornada del 21 de julio en la superficie de nuestro satélite natural. Se estima que unos 600 millones de personas siguieron la transmisión. Durante su paseo lunar, los astronautas recogieron rocas y polvo del suelo, sacaron fotos del Módulo Lunar y del entorno, movieron la cámara de televisión, hablaron con el presidente Nixon, dejaron un módulo con instrumentos científicos y plantaron una bandera de Estados Unidos. Armstrong pronunció su famosa frase («un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad») y Aldrin definió el paisaje como «una magnífica desolación». Los astronautas mantuvieron bien el equilibrio, les resultó sencillo caminar, aunque tenían que planificar sus movimientos con antelación.

El viaje de regreso se produjo sin grandes alteraciones sobre lo previsto y el 24 de julio, el Módulo de Mando del Apolo 11 fue recogido en el océano Pacífico junto a sus tres gloriosos astronautas. En las muestras que trajeron a la Tierra se descubrieron tres minerales nuevos.

Cuando el Luna 15 soviético inició su descenso hacia la superficie de la Luna, el 21 de julio de 1969, los astronautas norteamericanos ya estaban allí. El robot se estrelló en la ladera de una montaña selenita, muy lejos del lugar en el que se hallaba el Eagle. ¿Cuál fue su misión?, es algo que nunca se ha llegado a saber, pero la gran carrera hacia la Luna ya se había terminado.

Sexo a bordo y el Mile High Club

Dorothy_Rice_Sims_in_1916

Quizá fue Dorothy Rice Sims, neoyorquina, liberada, rica y famosa, quién experimentó por primera vez el placer sexual en un vuelo, a bordo de un pequeño hidroavión. Su pareja, Lawrence Sperry, era el inventor del autopiloto y pensó que —mientras su ingenio controlaba el aparato— ambos podían dar rienda suelta a sus pasiones. Tuvieron que realizar un amerizaje de emergencia, aunque Sperry le restó importancia al asunto. A Dorothy le gustaba la aviación y aprendió a pilotar aviones el mismo año de 1916, cuando se supone que tuvo su famosa aventura aérea con el inventor. Sea cierto o falso este episodio, Dorothy se divorció de su marido, Waldo Peirce, al año siguiente del frustrado vuelo, y con el tiempo se ha llegado a considerar que, ella y Lawrence, inauguraron la nómina del famoso Hi-Mile Club (HMC). Un club, que en español se conoce como Club de las Alturas, y del que son titulares de pleno derecho quienes hayan practicado sexo a bordo de un aeroplano a más de 5280 pies de altura, es decir: una milla o 1609,34 metros; aunque, este requisito de elevación no lo comparten todos los expertos que tratan del asunto.

La idea de fornicar en un ingenio volador es casi tan antigua como los globos, ya que dos años después de que se inventaran, en 1785, en el libro de apuestas del club londinense Brooks’s, hay una entrada en la que se ofrece un premio de 500 guineas al lord que practique sexo con una mujer en un aeróstato, a más de 1000 yardas (914 metros) del suelo. De lo que ya no se tiene noticia, es si alguna de sus señorías lo hizo.

Personajes famosos como los actores Johnny Depp, Paul Bettany, Ralph Fiennes y Gwyneth Paltrow o el hombre de negocios Richard Branson, han admitido su pertenencia al HMC. De las veces que estas prácticas se han llevado a bordo de aeronaves comerciales entre pasajeros, tripulantes o mezcla de ambos, no creo que exista ninguna estadística, pero no han sido pocas. En la mayoría de los casos, si se han descubierto, las consecuencias para los protagonistas han sido bastante negativas. Hay casos de fornicaciones, en primera clase, que les ha costado la pérdida del puesto de trabajo a sus actores y de azafatas que fueron despedidas por practicar el sexo, con pasajeros, en los lavabos. Por lo general, la tripulación a bordo, trata de impedir que los clientes se entretengan con este tipo de actividades, aunque se dan excepciones. Hace apenas unos meses, una azafata noruega informó a los pasajeros de un vuelo entre París y Estocolmo, a través de la megafonía del avión: «Nos gustaría ofrecerle nuestros mejores deseos de feliz reproducción a la pareja que se aventuró en los servicios hace ya un rato…». La empleada de la línea aérea no descubrió a los practicantes. Aunque, por lo general, la política de las compañías aéreas es la de mantener el decoro y recato a bordo. Incluso Singapore Airlines, que cuenta con 12 habitaciones de lujo en sus modernos Airbus A-380, recomienda a sus ocupantes que practiquen la abstinencia, dado que el aislamiento de las cabinas no está calculado para filtrar la sonoridad que acompaña a la práctica.

Para facilitar el ejercicio sexual aéreo, sin temor a perder el empleo, la empresa Flamingo Air, comercializa vuelos románticos; en los que, por 425 dólares, la pareja dispone de 60 minutos en el aire con champán, chocolate y “un piloto muy discreto”. Love Cloud, en Las Vegas, Mile High Flights en Inglaterra y Erotic Airways en Australia, ofrecen o han ofrecido, servicios similares a los de Flamingo Air.

Pero quizá el episodio más llamativo, relacionado con estas actividades a bordo, lo ha protagonizado una azafata de una compañía aérea del Oriente Próximo. Según publicó el Daily Mail, el pasado mes de septiembre, la mujer cobraba unos dos mil euros por prestar servicios sexuales a los pasajeros, en los lavabos. En algo así como un par de años la prostituta aérea ingresó más de 800 000 euros, se supone que libres de impuestos; pero, la sorprendieron cuando ejercía el meretricio y la línea aérea la despidió. La noticia que publica el periódico no parece haber sido confirmada, por lo que es posible que el suceso solo haya ocurrido en la mente del informador.

De este enredo lo más atractivo es la personalidad de la primera dama en la supuesta nómina del Mile-High Club: Dorothy Rice Sims. Fue una extraordinaria mujer de principios del siglo pasado. A los 22 años, en 1911, ganó el campeonato femenino de carreras en motocicleta de su país, a los 27 obtuvo una licencia de vuelo, practicó la escultura, la pintura y es muy conocida por sus libros sobre el juego de bridge; en uno de ellos, Psychic Bidding, trata de las apuestas psicológicas, en las que el jugador simula un juego que no tiene; una apuesta que en español se conoce como farol. Farolero es el que presume sin motivos y echarse un farol: atribuirse falsas proezas para suscitar admiración. Y hasta es posible que en la nómina del Mile-High Club abunde el faroleo.

de Francisco Escarti Publicado en Aviadores

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)

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La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte):

El 7 de noviembre de 1957 se conmemoraba el 40 aniversario de la Revolución de Octubre en la URSS. Khrushchev le preguntó a Korolev si era posible celebrar la fiesta con algún gran evento. Serguei, sabía que el siguiente paso importante en la aventura espacial consistía en colocar a un hombre en una órbita terrestre. Antes de hacerlo con un ser humano tendría que probar con animales. La respuesta al jefe del Gobierno fue que lo podrían celebrar enviando al espacio a un perro. En realidad sería una perra que recogieron en las calles de Moscú: Laika. Korolev tuvo que reunir otra vez a sus colaboradores, a toda prisa, para que preparasen un cohete R-7 y una cápsula espacial que esta vez llevaría a bordo un ser vivo. El 3 de noviembre Laika viajó al espacio, aunque apenas sobrevivió unas horas debido a un fallo en el sistema de regulación de temperatura en la nave espacial. En cualquier caso hubiera muerto en el espacio porque la cápsula no podía devolverla con vida a la Tierra.

Después de este segundo esfuerzo, la salud de Korolev se resintió seriamente y su corazón acusó el terrible estrés a que había estado sometido durante los últimos meses. Korolev tuvo que recluirse durante un tiempo en un sanatorio.

Dada la crisis que produjo en Estados Unidos el lanzamiento del Sputnik 1 y, casi a continuación, el del Sputnik 2 con Laika a bordo, von Braun consiguió autorización para preparar uno de sus cohetes para un eventual lanzamiento, aunque el Vanguard de la Marina lo intentaría en primer lugar. El 6 de diciembre de 1957, con las televisiones de todo el mundo en Cabo Cañaveral, el cohete de Milton Rosen fracasó en su intento por colocar en órbita un pequeño satélite. Fue una página que muchos políticos de aquel país nunca quisieran haber leído; aunque el Huntsville los hombres de von Braun no pudiesen ocultar su alegría al leer en la prensa el título con que bautizaron al cohete de la Marina: Kaputnik.

Por fin, el 31 de enero de 1958, el Explorer 1—el primer satélite artificial estadounidense, de 13,97 kilogramos de peso, lanzado por la Army Ballistic Missile Agency (ABMA) — consiguió orbitar alrededor de la Tierra a 2550 kilómetros de altura. Von Braun siguió el lanzamiento en Cabo Cañaveral desde Washington, debido a que la extraordinaria expectación del evento hizo que los políticos requiriesen su presencia allí para atender a los medios. Durante algunos minutos, Wernher creyó que la misión había fracasado porque las estaciones de escucha terrestres no detectaron las señales del satélite. El Explorer 1 se situó en una órbita más alta de lo previsto. El cohete que lo impulsó, Juno 1, era una versión del Jupiter-C al que se le incorporó una cuarta etapa, sin sistema de guiado; era la solución más sencilla, aunque tenía un grave inconveniente: la órbita no podía determinarse con exactitud.

Estados Unidos celebró el éxito de von Braun con un júbilo hasta cierto punto desmedido. El peso de la carga útil del Sputnik 2 (508 kilogramos) casi multiplicaba por 50 la del Explorer 1; los cohetes de Korolev le llevaban una ventaja muy considerable a los de Wernher von Braun. Sin embargo, el Explorer 1, con un contador de Geiger a bordo, detectó la existencia de los cinturones de radiación que se denominarían de Van Allen, en honor al científico que los había estudiado, mediante globos, y que ideó el experimento en el satélite.

El 15 de mayo de 1958, Korolev puso en órbita el Sputnik 3, que llevó a bordo el Objeto D, con tonelada y media de instrumental científico. Serguei ya se había entregado por completo, en estrecha colaboración con Tikhonravov, al diseño de un programa espacial de gran alcance para la URSS. En aquel espléndido proyecto figuraba la puesta en órbita de una nave tripulada, el viaje a la Luna, la construcción de una estación espacial y la exploración de Marte. El primer problema a resolver con las naves tripuladas era el del regreso a la Tierra. La cápsula espacial debía contar con unos retrocohetes que la frenaran hasta el punto de que, al perder velocidad, se precipitara sobre la Tierra. Sin embargo, la reentrada debía hacerse con un ángulo, dentro de una estrecha ventana, porque si era pequeño al entrar en la atmósfera rebotaría para regresar a una órbita superior, y si era demasiado grande descendería a gran velocidad y el calentamiento la destruiría. En cualquier caso, el problema del exceso de temperatura debido a la fricción con el aire de la atmósfera, también habría que resolverlo. Tikhonravov diseñó una cápsula con el frontal semiesférico, que ofreciera resistencia al avance, para frenar la nave, y sobre todo para que se formara una onda de choque frontal que la mantuviera, hasta cierto punto, aislada del aire que incidía a gran velocidad. El tiempo de encendido de los retrocohetes era crítico para lograr un ángulo correcto de reentrada. Por tanto, para que la cápsula regresara a la Tierra después de un viaje espacial habría que tener en cuenta su forma, el control del tiempo de actuación de los retrocohetes y el material de que estuviera hecha.

El principal problema del proyecto espacial soviético, era que los planes de Korolev y Tikhonravov no coincidían, en sus prioridades, con los del estamento militar ni con los de muchos políticos de su país. Del espacio, lo urgente para ellos, era la estación espía de observación. Y con respecto a los misiles balísticos de muy largo recorrido, les preocupaba: en primer lugar, que las estaciones de lanzamiento eran muy voluminosas, fácilmente detectables por la inteligencia enemiga, y, en segundo lugar que, con anterioridad al lanzamiento del misil, debía efectuarse la carga del comburente líquido, oxígeno criogénico, en la que se tardaba, al menos, un día entero.

Khrushchev mantuvo una reunión con Korolev para tratar de las cuestiones que le preocupaban con respecto a sus misiles balísticos y le preguntó qué pensaba sobre la utilización de otros comburentes y combustibles, de los que, el propio jefe de Estado ya había sido informado por los que apoyaban las ideas de otro ingeniero, Mikhail Kuzmich Yangel, que trabajaba en el desarrollo de misiles de corto y medio recorrido, que empleaban combinaciones combustible-comburente, hipergólicas. Estas mezclas tienen la propiedad de que arden cuando los dos elementos (combustible y comburente) se ponen en contacto. El combustible de los misiles de Korolev era queroseno, y el comburente, oxígeno líquido. La mezcla había que encenderla para que se produjera la combustión. En sus diseños y experimentos, Yangel utilizaba como combustible dimetilhidracina asimétrica y como comburente tetróxido de nitrógeno; son líquidos extremadamente corrosivos y de muy difícil manejo. Korolev estaba al corriente de estos desarrollos, pero consideraba que aportaban poco a su proyecto de misiles de gran empuje que pudieran transportar naves espaciales, al margen de la disponibilidad inmediata para la acción y la posibilidad de almacenarlos en silos, asunto que no le preocupaba demasiado. Khrushchev le pidió que estudiara el problema. En una segunda reunión fue más directo y le dijo que el camarada Yangel se haría cargo de otra línea de trabajo en la que emplearía los nuevos combustibles para desarrollar misiles balísticos de largo recorrido. Korolev protestó, sin que sirviera de nada. Conocía a Yangel, que había trabajado para su organización durante algún tiempo y también era consciente de que su antiguo subordinado había buscado apoyos en Ustinov y otros generales para llevar adelante sus proyectos. Hasta Glushko y el hijo de Khrushchev, que trabajaba en su grupo, habían contribuido a que los ambiciosos proyectos de Yangel prosperasen. El general Ustinov, que ocupaba el cargo de responsable del Comité Central sobre aquellos asuntos, asumió la responsabilidad de apoyar a Yangel. Desgraciadamente, aquel apoyo le costaría muy caro, pero la promoción de otra línea de desarrollo de misiles, que competía con Korolev, no favorecería el desarrollo de sus proyectos.

Korolev tomó buena nota de que «el satélite de reconocimiento es más importante para la madre patria» y en noviembre de 1958 consiguió que le aprobaran la cápsula espacial Vostok para el satélite espía, aunque él tuviera en mente darle otros usos complementarios.

La parte más positiva, desde el punto de vista político, de las actividades espaciales de Korolev era que a Khrushchev le proporcionaban siempre magníficas oportunidades para hacer publicidad del régimen comunista soviético, en su propio país y en los foros internacionales.

A principios de 1959, Korolev intentó enviar, por cuarta vez, un cohete a la Luna. Transportaba una caja con 72 piezas en las que se había grabado la hoz y el martillo junto con la fecha del lanzamiento. Para observar el punto en que alcanzaba la Luna, también llevaba a bordo un kilogramo de sodio que al incendiarse producía una gran nube amarilla. El cohete erró la trayectoria, la inmensa nube amarilla pudo verse donde no estaba (y se suponía que debía encontrarse) la Luna, y la sonda se perdió en el espacio para convertirse en otro pequeño objeto en la órbita del Sol. Fue un hito involuntario que Khrushchev convertiría en un gran acontecimiento: el primer objeto humano en órbita solar.

A lo largo de 1959 el mandatario soviético aún tuvo más motivos para presumir de la tecnología espacial comunista. El Luna 2, lanzado el 12 de septiembre, llegó a la parte este del Mare Imbrium en la Luna. El radio telescopio Jodrell Bank del Reino Unido siguió el vuelo de la nave soviética y confirmó la noticia. Khrushchev no dejó pasar por alto a Einsenhower que su Pioner 4, la sonda estadounidense que más se había acercado a la Luna hasta la fecha, pasó a unos 60 000 kilómetros de distancia. Pero quizá, uno de las noticias espaciales que  más captó la atención del público aquel año, fue la que distribuyó las imágenes de la cara oculta de la Luna que fotografió el Luna 3 soviético, lanzado el 4 de octubre. Von Braun tomó nota de que aquel lanzamiento exigía un cohete con un empuje de más de 250 toneladas.

Con habilidad, Korolev iba desarrollando su programa espacial aprovechando el espontáneo y no programado interés de Khrushchev por utilizar los logros espaciales con fines publicitarios. En reconocimiento a su labor, Serguei y Nina recibieron una magnífica vivienda en Podlipki, con un jardín en el que Korolev disfrutaría en verano de la sombra de un viejo roble y durante casi todo el año de la magnífica chimenea con la embocadura de mármol, la biblioteca y algunos cuadros.

Las noticias de América también ayudaron a que los políticos soviéticos tuvieran que mirar la exploración espacial con mayor preocupación. Estados Unidos había creado una nueva agencia para encargarse de esta actividad y buscaba hombres para enviarlos al espacio. Los soviéticos también pusieron en marcha un programa para escoger a sus astronautas. Un programa tan secreto que los aspirantes participaron en un ejercicio de selección en el que no sabían para qué misión se les pretendía elegir.

En Estados Unidos la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército, tenían en marcha proyectos distintos de desarrollo de misiles y exploración espacial. Dado el carácter civil que el Gobierno quería otorgar a este último asunto, Einsenhower decidió crear la National Aeronautics and Space Administration (NASA), el 29 de julio de 1958. Su misión era la de mantener el liderazgo de Estados Unidos en lo relativo a las ciencias espaciales. Keith Glennan fue nombrado administrador de la nueva organización. Los gestores del recién creado organismo espacial tardaron muy poco tiempo en lanzar el proyecto Mercury que consistía en poner un hombre en el espacio. Muy pronto se dieron cuenta que quizá el problema más urgente que tenían que resolver eral la reentrada de la cápsula espacial en la atmósfera terrestre. En Moscú, Tikhonravov llevaba ya meses trabajando sobre el mismo asunto. Otra de las prioridades de la NASA fue la de identificar y absorber las instituciones del Gobierno que en aquel momento se ocupaban de asuntos relacionados directamente con el espacio, como el grupo de la Marina del cohete Vanguard y el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, en California.

Aquel verano de 1958, un proyecto combinado entre la Armada y la Fuerza Aérea, trató de lanzar un cohete a la Luna. El 17 de agosto, el cohete Thor explotó 77 segundos después de ser lanzado con rumbo al satélite natural terrestre. El fracaso, televisado, sirvió para aumentar el descrédito de las actividades espaciales estadounidenses que no gozaban de una prensa demasiado buena. Un mes más tarde, un cohete Atlas volvió a fallar en otro segundo intento por alcanzar el mismo objetivo. Korolev, en Rusia, también había errado en dos lanzamientos con destino a la Luna, pero los malos resultados soviéticos no se publicaban nunca.

En un principio, Von Braun y su equipo siguió trabajando para el Ejército, en Huntsville, al margen de la NASA. Había recibido el encargo de desarrollar un cohete balístico de largo alcance, inspirado en el Jupiter-C, para transportar una cabeza termonuclear. El nuevo desarrollo se planteó con un cohete central y un anillo de cohetes, tipo Redstone. El equipo decidió denominar aquel nuevo invento con el planeta del sistema solar que seguía a Júpiter: Saturno.

En abril de 1959 la NASA presentó oficialmente a sus siete astronautas del proyecto Mercury. Eran las personas elegidas para hacer realidad uno de los grandes sueños americanos. Encarnaban todas las virtudes que habían distinguido a los mejores hombres de la patria. Sus familias formaban parte de la excelencia que los agraciaba. Sus esposas los adoraban. Cierto o falso, el estereotipo que fabricó la NASA para sus astronautas se confundía con el ideal humano de la sociedad estadounidense de la época. Y para engrandecerlo lo elevó a la categoría de héroe.

En mayo de 1959 los astronautas visitaron las instalaciones de la fábrica McDonnell, donde se construía la cápsula Mercury, en St Louis. La nave espacial no disponía de controles ni ventanas. Los héroes se sintieron relegados a simples conejos de indias y solicitaron con vehemencia que se les otorgara a bordo cierta capacidad de control y que se abriera una ventanilla en las paredes de la Mercury. Aquél mes también tuvieron la oportunidad de presenciar el lanzamiento de un cohete Atlas igual al que estaba previsto que los transportase al espacio. En Cabo Cañaveral, desde el bunker, vieron con sus propios ojos como el cohete explotaba en el aire. Uno de los astronautas, Shepard, comentó: «Bien, me alegro de que se lo hayan quitado de encima…espero que arreglen el problema».

Al mes siguiente, en junio, comenzó el ensamblaje en Cabo Cañaveral, de un cohete Atlas, con la cápsula Mercury. El 9 de septiembre se lanzó. El cohete subió demasiado rápido y la cápsula se separó tarde. No logró alcanzar la posición correcta de reentrada y la prueba falló.

La NASA decidió descartar el Atlas y utilizar el Redstone de von Braun. Con este cohete tendría que limitar el experimento a un vuelo suborbital, en el que se alcanzaría una altura de más de 200 kilómetros; se supone que el espacio empieza a partir de las 60 millas (96 kilómetros), con lo que el viaje de la nave podría considerarse como espacial.

Wernher von Braun y sus colaboradores regresaban otra vez a las actividades espaciales. Su incorporación al proyecto supuso un cambio en el modo de hacer las cosas. Sometió a revisión cada sistema y dispuso que se implantaran controles sobre algunos elementos críticos como el exceso de aceleración y vibraciones; también decidió incorporar un mecanismo de escape para que la cápsula pudiera liberarse del cohete en situaciones de emergencia. Además como en el proyecto intervenían muchos subcontratistas —los principales eran Boeing, que fabricaba el cohete, y McDonnell que producía la cápsula Mercury—, von Braun decidió realizar pruebas del sistema completo. Von Braun desencadenó una tormenta en la NASA. El jefe del proyecto, Gilruth, había encargado a Chris Kraft el montaje de un centro de control de misión. Von Braun era partidario de que los tripulantes tuvieran mayor capacidad de control. En las discusiones afloraron sentimientos de aversión hacia los alemanes y resquemor por el papel, siempre estelar, de su líder: von Braun. La propia esposa de Wernher tuvo que intervenir en algunas fiestas en las que los ánimos se caldearon excesivamente.

Von Braun trabajaba para el Ejército, porque su centro de desarrollo de misiles balísticos no se había incorporado todavía a la NASA. En materia de cohetes, Estados Unidos disponía de una amplia colección de grupos de inventores en la nómina de diferentes organismos relacionados con la defensa del país. Von Braun recibió el encargo de presidir un comité que hiciera un informe al respecto y propusiera guías de actuación a largo plazo. El comité expuso las cinco líneas de desarrollo más significativas y von Braun sugirió que en el futuro se abordasen con una planificación conjunta. Estas líneas de trabajo empezaban en el Vanguard y pasaban por el Juno, los Atlas y el Titan, para terminar en los desarrollos de grupos de cohetes como el Saturno y el F-1 capaz de generar hasta tres mil toneladas de empuje.

Von Braun era un visionario y entendió que los futuros cohetes espaciales requerirían empujes muy superiores a los de los existentes y que, de algún modo, se produciría un claro divorcio entre los misiles balísticos nucleares y los cohetes espaciales. Estas ideas también calaron en el estamento militar y el Ejército puso en cuarentena el desarrollo del proyecto Saturno. Al igual que habían hecho los militares soviéticos, en Estados Unidos se cuestionó la oportunidad de seguir gastando dinero en cohetes como el Saturno, que requerían el uso de oxígeno líquido, con todos los inconvenientes asociados al proceso de carga, y desarrollaban empujes quizá innecesarios para transportar unas cabezas termonucleares cuyo peso podría reducirse de forma significativa. Con el proyecto Saturno a punto de cancelarse, Einsenhower anunció, en noviembre de 1959, su intención de transferirlo a la NASA. El 15 de marzo de 1960 se creó el George C. Marshall Space Flight Center en Huntsville, Alabama, dependiendo de la NASA, al que se incorporó personal del Army Ballistic Missile Agency (ABMA), bajo la dirección de Wernher von Braun. Por fin, el ingeniero de origen alemán conseguía un puesto de trabajo en la recién nacida industria espacial, que tanto había contribuido a inventar.

La primera prueba de lanzamiento de la cápsula Mercury con el cohete Redstone se hizo en Cabo Cañaveral, el 21 de noviembre de 1960. El ejercicio se convirtió en un espectáculo circense. El cohete principal se encendió y cuando se había levantado unos 10 centímetros de altura los motores se apagaron y el cohete con su cápsula Mercury en la cabeza se desplomó sobre la base, sin que de momento ocurriese nada. Entonces se activaron los cohetes de emergencia de la cápsula que salió disparada, dejando al cohete en tierra y se elevó 1200 metros, se abrieron los paracaídas y descendió suavemente para aterrizar a unos 370 metros de la plataforma donde el cohete Redstone seguía erguido, milagrosamente, sin que los técnicos supiesen que hacer.

El 19 de diciembre se efectuó otro lanzamiento con una cápsula Mercury vacía. El vuelo suborbital alcanzó 220 kilómetros de altura y la cápsula se recuperó en el océano Atlántico.

El 19 de enero de 1961, el jefe del proyecto Mercury, Bob Gilruth, anunció que Alan Shepard sería el primer astronauta en volar, Gus Grissom el segundo y John Glenn asumiría el papel de reserva para los dos.

Antes de enviar un hombre al espacio, la NASA decidió hacer una prueba con un chimpancé. Había varios entrenados para este menester y escogieron al número 65. El 31 de enero de 1961, el chimpancé partió de Cabo Cañaveral a bordo de una nave espacial Mercury. El sistema de control de empuje no funcionó bien y la cápsula alcanzó 252 kilómetros de altura en vez de los 185 previstos. A pesar de todo el chimpancé sobrevivió a la experiencia.

Gilruth y Kraft de la NASA y el propio Shepard no veían ninguna razón para aplazar el vuelo del astronauta, previsto para el 21 de marzo de 1961. Sin embargo, von Braun se opuso. Quería hacer más pruebas antes de aventurarse a enviar un hombre al espacio. Nadie, en la NASA se atrevió a ir en contra de su opinión, cuando se trataba de algo que tuviera que ver con los cohetes.

Von Braun se había convertido en la imagen pública de la investigación espacial en Estados Unidos. El éxito del Explorer 1 lo anunció la revista Time con un número en el que la fotografía de su rostro ocupaba la primera página. Sus artículos, series televisivas y entrevistas le otorgaron una gran publicidad. El 19 de agosto de 1960, se estrenó la película I aim at the stars (Yo, apunto a las estrellas), en Munich, sobre la historia de su azarosa vida. En la obra, protagonizada por el alemán Curt Jürgens, un periodista norteamericano apostilla el título con la frase «pero a veces le doy a Londres». Durante el estreno en el Reino Unido dos hombres abrieron una gran pancarta: «Los V-2 nazis de von Braun mataron y lisiaron a 9000 londinenses». En Estados Unidos la crítica fue más favorable al alemán, pero sirvió para remover otra vez su pasado en la Alemania nazi de Hitler. Al propio von Braun no le gustó la película. A pesar de la controversia que le acompañaría a lo largo de toda la vida, su talante abierto, su profunda inteligencia, el encanto personal de su porte distinguido y aristocrático, sus dotes de liderazgo y la pasión que era capaz de transmitir cuando hablaba del espacio, lo convirtieron en el icono de la aventura espacial en lo que entonces se llamaba mundo libre.

Korolev no existía para el público. Obsesionados por los secretos; temerosos de que la inteligencia capitalista asesinara al máximo responsable del programa de desarrollo de misiles soviético; las autoridades de la URSS mantuvieron su identidad en la más oscura de las penumbras. Korolev no tenía rostro, era un mito sin cuerpo; se había convertido en el espíritu que movía el complejo entramado de ciencia e ingeniería de una de las naciones más poderosas del mundo para fabricar las gestas que le exigían los políticos.

Sin embargo, junto a la falta de simetría entre la popularidad de von Braun y la de Korolev, coexistía otra realidad igualmente asimétrica: mientras Korolev era el auténtico vértice del entramado espacial de su país, von Braun desempeñaba en el del suyo un papel importante, pero coral. Por eso Korolev sentía sobre su conciencia el peso de la decisión que habían tomado. Yuri Gagarin viajaría al espacio, cuando él diese la orden, cuando él decidiera que todo estaba en condiciones para que lo hiciera.

El 12 de abril de 1961, en la base de lanzamiento de Baikonur, los astronautas Yuri Gagarin y Gherman Titov desayunaron con Serguei Korolev. El jefe de diseño de la ingeniería soviética no había dormido muy bien. A las dos de la madrugada le sirvieron un té con galletas y a las cinco había hablado por teléfono con su esposa Nina. Su rostro reflejaba un profundo cansancio. El médico le había recomendado que descansara porque su corazón daba signos de agotamiento. Pero, aquel era el día señalado por el Comité Central del Partido Comunista para que desde la base de Baikonur se enviara un cohete con un astronauta a bordo, orbitase alrededor de la Tierra y regresara, sano y salvo a la madre patria. Y Korolev fue quien propuso la misión, porque creyó que había llegado el momento.

Desde el mes de mayo de 1960, en que se llevó a cabo la primera prueba de vuelo con el cohete R-7 y la cápsula espacial Vostok acoplados, hasta el 12 de abril de 1961, su equipo había trabajado sin descanso. Había transcurrido casi un año desde que el jefe de la Comisión del Estado, general Nedelin estuvo en Baikonur, para comprobar cómo fallaron los retrocohetes que controlaban la reentrada en la atmósfera. La cápsula rebotó y en vez de regresar a la Tierra, saltó a una órbita superior. Dos meses después, dos perras, Chaika y Lisichka perdieron la vida en otro cohete cuando explotó a los 30 segundos del despegue. En agosto de 1960, tuvieron un éxito al colocar a Belka y Strelka, una pareja de perras, en órbita y traerlas vivas a la Tierra. Un eufórico Khrushchev en una reunión de Naciones Unidas, en Nueva York, prometió regalarle a Einsenhower un cachorro de Strelka para la Casa Blanca. Nedelin lo festejó y quizá aquella fue una de sus últimas celebraciones. El 23 de octubre de 1960, también allí, en Baikonur estaba previsto el lanzamiento del R-16 propulsado mediante una combinación de líquidos hipergólicos y Nedelin acudió para presenciar el lanzamiento del cohete diseñado por Yangel. Una terrible explosión, imprevista, acabó con la vida del general y la de unas 150 personas más. De Nedelin recogerían sus medallas y lo identificaron por la estrella de oro de Héroe de la Unión Soviética. Yangel se salvó porque en ese momento estaba fumando en el bunker. El desgraciado accidente paralizó temporalmente sus lanzamientos hasta el 1 de diciembre. Ese día, otras dos perras, Pchelka y Mushka, completaron 17 órbitas a la Tierra, en una cápsula Vostok; durante la maniobra de reentrada los retrocohetes funcionaron menos tiempo del necesario y la cápsula inició un descenso que la llevaba a caer fuera de la URSS; hicieron que la nave explotara en pleno vuelo. Antes de que finalizara 1960, el 22 de diciembre, en otro lanzamiento con dos perros a bordo, la tercera etapa del cohete falló; aunque la cápsula se separó y pudieron recogerla, con los animales vivos, en Siberia.

En todos aquellos vuelos, Korolev había estado pendiente hasta del último detalle y, después de cada fallo, había sometido a su equipo un profundo análisis para estudiar las causas y diseñar remedios.

A lo largo de 1961 hubo dos vuelos más, el 9 y el 24 de marzo, en los que todo funcionó bien. En ambos, además de un perro, ratones y reptiles, voló un curioso personaje: Iván Ivanovich, un muñeco que representaba la figura de un astronauta, a escala natural. Con estos dos éxitos, Korolev pensó que había llegado el momento de solicitar permiso para lanzar un astronauta soviético al espacio. El Comité Central le otorgó la correspondiente autorización y la fecha del lanzamiento se había fijado para el día 12 de abril.

Gagarin y Titov sentían un profundo respeto por Korolev. El aspecto que tenía el jefe de diseño aquella mañana del 12 de abril, los impresionó. Hacía poco tiempo que ellos le habían pedido una entrevista para decirle que muchos de los fallos en los lanzamientos, podrían evitarse si a bordo de la cápsula espacial los astronautas podían tomar el mando de la nave. Sin embargo, para hacerlo, era preciso que se les enviara un código secreto desde el centro de control, en tierra. Korolev le había pasado la contraseña a Gagarin, contraviniendo el procedimiento; nadie sabía hasta qué punto el entorno a bordo de una cápsula espacial podía alterar el juicio de una persona. Pero Korolev sentía que sobre él recaía todo el peso de aquella responsabilidad y no podía quitarse de la cabeza que de los últimos 17 lanzamientos del cohete R-7, con los mismos motores, 8 habían fracasado. Él asumía las responsabilidades, él tomaba las decisiones.

El día anterior, por la tarde, había estado un largo rato a solas con Yuri Gagarin en la cápsula Vostok explicándole con detalle el proceso del lanzamiento hasta que se sintió tan mal que no tuvo más remedio que interrumpir la sesión para retirarse a su habitación. El médico le recomendó que descansara. Sin embargo, aquella mañana, se sintió con fuerzas para retomar el trabajo.

Tras el desayuno, Gagarin subió a la cápsula espacial y Korolev se refugió en el bunker. Los dos se mantuvieron en contacto por radio durante las comprobaciones previas al despegue. A ratos Yuri Gagarin canturreaba canciones folklóricas rusas. Hijo de campesinos, hacía poco más de un mes que había cumplido 27 años; a pesar de su buen carácter y aspecto sonriente, el astronauta había tenido una vida dura. A Korolev le caía muy bien aquel muchacho y no podía evitar la preocupación de que podía estar enviándolo a la muerte. Lo que más le preocupaba era un fallo de los motores de las etapas superiores.

A las 09:07 Korolev apretó el botón de encendido y el cohete inició el despegue. El corazón de Gagarin latía 157 veces por minuto. Korolev pensaba, angustiado, en todas las posibles complicaciones. Las que más le agobiaban tenían que ver con fallos en los motores de las etapas superiores. Si no funcionaban los retrocohetes podría regresar después de 11 o 12 días de permanecer en órbita, para los que disponía de recursos vitales en la cápsula Vostok. Korolev mantuvo el contacto con Gagarin durante unos 7 minutos; a partir de ese momento la cápsula pasó a comunicarse con otra estación de seguimiento. Korolev habló por teléfono con Khrushchev y pasaron la noticia a la agencia TASS.

Gagarin, desde la Vostok, empezó a describir el horizonte curvado, el color de la Tierra, la negrura del cielo y el brillo de las estrellas.

En el centro de Baikonur estaban pendientes de las noticias de la radio. Al cabo de 50 minutos las emisoras distribuyeron la nota de la agencia: «El primer satélite Vostok con un ser humano ha sido puesto en órbita alrededor de la Tierra desde la Unión Soviética. El piloto astronauta de la nave espacial satélite Vostok es un ciudadano de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mayor de aviación: Yuri Alexeyevich Gagarin».

Cuando la Vostok iba a completar una vuelta completa a la Tierra para sobrevolar otra vez la URSS, a las 10:25 horas, desde tierra activaron los retrocohetes. Entonces la cápsula, de forma inesperada empezó a girar sobre sí misma, a una velocidad de unos 30 grados por segundo. El problema, que el centro de control no pudo advertir, se debió a que el módulo de instrumentos, unido a la Vostok, no se había separado de la cápsula. Sin embargo, el incremento de temperatura de la reentrada quemó los cables y el módulo se desligó de la Vostok. Yuri tuvo que soportar una aceleración de 8 g. El paracaídas se abrió a 6000 metros de altura, saltó la escotilla y Gagarin fue lanzado al espacio sujeto a la silla de vuelo que se desprendió para liberarlo y permitir que iniciase el descenso final con su paracaídas. A sus pies pudo contemplar la grandeza del Volga y una vez en tierra a unos sorprendidos campesinos que no daban crédito a lo que veían con sus ojos hasta que alguien exclamó: «lo están diciendo en la radio».

Korolev no tenía palabras cuando se encontró con él otra vez, en el campo, y el muchacho lo saludó para comentarle que todo había ido bien.

El 14 de abril fue declarado día de fiesta en la URSS; miles de personas acudieron a la Plaza Roja para celebrar el gran acontecimiento. La gente que se arremolinaba en la gran explanada contempló a un sonriente Yuri Gagarin acompañado del exultante Khrushchev y de Brezhnev. Korolev no ocupó ningún lugar de honor en la ceremonia que celebraba el triunfo. Ni siquiera pudo asistir al acto multitudinario en la Plaza Roja, porque se le rompió la correa del ventilador del coche cuando se dirigía al centro de Moscú. No llegó a tiempo.

Era la segunda vez que la Unión Soviética, con su pequeño David, ganaba otra etapa en la carrera espacial al país que lideraba el llamado mundo libre, gracias a que un hombre invisible, solitario y exhausto, continuaba moviendo los hilos del teatro espacial de su país. Mientras tanto, en la poderosa América, a von Braun siempre lo habían llamado a última hora, para abordar acciones capaces de mitigar el efecto desmoralizador sobre el país de los éxitos soviéticos. Pero, en 1960 habría llegado para quedarse en el negocio espacial y escribir uno de los capítulos más importantes de la historia de los cohetes.

La gran carrera hacia la Luna

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

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La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

La conquista del espacio :Korolev contra von Braun (Segunda parte):

A lo largo de 1945, incluso antes de que finalizara la guerra, llegaron a Alemania varios grupos de especialistas soviéticos interesados en la tecnología de los V-2. Tan pronto Peenemünde, Nordhausen y Lehesten cayeron en manos de la URSS los militares destacaron expertos para inspeccionar las instalaciones y hacerse cargo de ellas; a Bleicherode, el último reducto donde se refugió von Braun, también llegaron algunos de los técnicos soviéticos. Korolev aterrizó en Berlín en septiembre de 1945 y el mayor especialista de motores cohete de la URSS, Valentín Glushko, se había incorporado al centro alemán de Lehesten el mes anterior.

La mayor parte de los técnicos del entorno de von Braun quedaron en poder de los americanos, pero miles de expertos seguían en territorios pertenecientes a la zona controlada por la URSS. Los soviéticos trataron de captar a todos los especialistas que pudieron para que se incorporasen a los centros de investigación, desarrollo y producción de misiles A-4, bajo su control. Muchos de los que se presentaron no habían trabajado nunca en el programa de misiles alemán, pero eran excelentes profesionales.

Helmut Gröttrup, un ingeniero de primer nivel, que había trabajado codo a codo con von Braun, decidió quedarse en Alemania y colaborar con los soviéticos. En realidad fue su esposa, Inmgardt, quien negoció, en septiembre de 1945, las condiciones para que su esposo aceptara la oferta de los soviéticos. Dos vacas para que no les faltara leche a los niños, caballos, un chófer, servicio doméstico, una buena casa y alimentos de la despensa del Ejército Rojo, fueron algunas de las exigencias que los nuevos patrones de Gröttrup tuvieron que admitir para contar con sus servicios. A cambio, Helmut no escatimó esfuerzos por lo que no tardaría mucho en ser promocionado: un año después, de él dependían unos 500 empleados en la planta de fabricación de prototipos y había conseguido montar algunos misiles A-4.

Al cabo de algunos meses, las actividades que dirigían los soviéticos relacionadas con la tecnología de misiles, en Alemania, se convertiría en un pequeño caos al que las autoridades trataron de poner remedio. En febrero de 1946 el general Mickhailovich Gaidukov asumió la responsabilidad de coordinar todos los esfuerzos de la Unión Soviética en Alemania para absorber la tecnología de los A-4. La nueva organización se denominó Instituto Nordhausen. El general necesitaba un hombre con el empuje y liderazgo de Korolev para reorganizar los trabajos de investigación y fabricación, en una Alemania que estaba en ruinas, recién terminada la guerra. La mayoría de los científicos e ingenieros de primer nivel, que habían trabajado en los V-2, ya estaban en Estados Unidos, pero los soviéticos habían conseguido reunir a millares de técnicos y obreros especializados alemanes en distintos centros operativos. De Gaidukov pasaron a depender la planta de motores en Lehesten, que dirigía Glushko, y la de lanzamiento, guiado, balística, diseño técnico y fabricación. Gaidukov designó a Korolev como jefe de ingeniería con autoridad sobre toda su organización. Este nombramiento le produjo cierta intranquilidad a Glushko, ya que los dos ingenieros se acusaban mutuamente de traición y haber efectuado falsas declaraciones cuyas consecuencias los llevaron a la cárcel, pero no tuvo más remedio que aceptarlo. A Serguei le había llamado la atención un joven ingeniero, imaginativo y apasionado, recién salido de la universidad que se llamaba Vasili Pavlovich Mishin y lo convenció para que se convirtiese en su ayudante.

El plan del entramado de laboratorios y centros alemanes que trabajaba bajo la supervisión de Serguei Korolev tenía como objetivo fabricar y lanzar, primero, un V-2 y posteriormente construir una versión mejorada de este misil: el R-1. Korolev había descubierto en el V-2 de von Braun bastantes elementos que podían mejorarse. A veces pensaba que el diseño tenía muchas deficiencias y que estaba obsoleto. Una de las mejoras que se le ocurrió fue la de utilizar la superficie externa del misil como parte de los depósitos de combustible, en vez de colocar en el interior un tanque. De este modo se podía reducir el peso y aumentar el alcance.

Winston Churchill fue el primero en acuñar el término “telón de acero”. Finalizada la guerra, las relaciones entre la Unión Soviética y las potencias occidentales empezarían a deteriorarse. A Estados Unidos y Gran Bretaña les preocupaba el control que Stalin ejercía sobre todos los países del bloque comunista, así como la expansión de este sistema político cuyos principios y valores eran incompatibles con el mundo capitalista. Preocupados por las actividades que los soviéticos ejercían en Alemania, los aliados acordaron prohibir los desarrollos de misiles en el territorio alemán. Gaidukov continuó con sus trabajos, aunque con mayor discreción, pero era imposible ocultar a sus aliados, tan próximos, una industria que movilizaba a miles de personas.

El 13 de mayo de 1946 Stalin creó la industria de misiles soviética y sus oficinas principales se establecieron en Podlipki, en las afueras de Moscú. Al mismo tiempo se instituyó el NII-88, el laboratorio nacional responsable del desarrollo de estas tecnologías.

Aquél verano de 1946, en agosto, Serguei envió a su colaborador Mishin a Moscú para que fuese preparando las instalaciones de Podlipki en previsión de los acontecimientos que sabía que no tardarían en ocurrir. A nivel personal, trató de recomponer, al menos por segunda vez, su vida familiar con su esposa Ksenia y su hija Natasha. Pasó con ellas las vacaciones de verano en Alemania, pero en septiembre, cuando Natasha tuvo que regresar al colegio en Moscú, su esposa y él comprendieron que su matrimonio tenía difícil arreglo.

Gröttrup trabajaba con sus paisanos alemanes en la línea de fabricación de los A-4. En verano le solicitaron una lista de posibles mejoras del misil y, tras el análisis del asunto con sus técnicos, elaboró una respuesta con 150 puntos. Después de presentarla, en septiembre, le pidieron que esbozara cómo debía construirse un misil más avanzado. En pocos días formuló una respuesta inspirada en los diseños alemanes que el equipo de von Braun había concebido para los cohetes A-9 y A-10, que nunca llegaron a salir del tablero de dibujo.

Iván Serov, el delegado de Beria en Alemania y jefe de la policía secreta, vigilaba todos los movimientos de Gaidukov y sus hombres. Tal y como era su costumbre informaba puntualmente de los fracasos y elaboraba listas de sospechosos. Pero, quizá el mayor de todos los despropósitos que protagonizó durante aquellos años fue la deportación masiva de millares de alemanes al corazón de Rusia. El 21 de octubre de 1946 Gaidukov organizó una convención a la que invitó a unos 200 ingenieros alemanes. Después de la jornada de trabajo, en la que se discutieron los asuntos técnicos, invitó a todos sus huéspedes a un espléndido banquete. Junto con manjares que, en la Alemania de la posguerra la gente pensaba que habían desaparecido para siempre de la faz de la tierra, hizo que los platos se regaran con magníficos vinos y después de la cena corrió el champán y el vodka. Gaidukov alzó su copa para brindar en numerosas ocasiones y los alemanes le respondieron con otros brindis, hasta bien entrada la noche. Sin embargo, los soviéticos que participaron del banquete apenas probaron el alcohol; habían recibido instrucciones de mantenerse especialmente sobrios. Mientras Gaidukov alzaba una y otra vez su copa, el Ejército Rojo, dirigido por los hombres de Iván Serov, entró en las viviendas de las familias de los ingenieros alemanes, para conminarles a que reunieran sus pertenencias e hiciesen las maletas porque en una hora saldrían de viaje a Moscú, en donde estaba previsto que permanecerían durante cinco años. En la calle les esperaban coches y furgonetas que los transportaron a la estación de Klein Bodungen. Allí les aguardaba un tren con sesenta vagones. Tardaron tres semanas en llegar a su destino. A la deportación de los ingenieros y mandos alemanes siguió el de centenares de técnicos, con lo que en total unas seis o siete mil personas fueron desplazadas a la fuerza desde Alemania a Rusia. Si bien los más cualificados se alojaron en Moscú, en viviendas poco lujosas, el hospedaje de los técnicos en Gorodomlya, una isla en el lago Seliger, a unos 200 kilómetros de Moscú, dejaba bastante que desear. Inmgardt Gröttrup organizó una inútil escandalera antes de viajar a la capital rusa que no sirvió para mucho. También serviría de poco la carta de protesta que Gröttrup escribió en el tren, mientras viajaban a Moscú. A principio de diciembre recibió una respuesta de las autoridades soviéticas en las que se esgrimía el derecho legal de su país a la reconstrucción después de la guerra y que, en el supuesto de que se negara a cooperar, podrían enviarlo a los Urales. Cuando Inmgardt llegó a Moscú, pudo constatar que las condiciones laborales que pactó para emplear a su marido, su patrono las había degradado considerablemente.

En Moscú Helmut Gröttrup se encontró con más problemas de los que esperaba. Acostumbrarse a la vida en aquella ciudad en la que los inviernos eran largos y fríos, con temperaturas de -30 grados centígrados, y en la que existía carencia de casi todo y la gente hacía múltiples colas para conseguir un poco de comida, no le resultó nada fácil. Pero lo peor ocurría en el trabajo, porque las instalaciones eran deficientes, muchos materiales y documentos se extraviaron en el largo viaje, desde Alemania, y resultaba muy difícil contar con herramientas e instrumental adecuado.

La deportación masiva de unos 2000 trabajadores alemanes a Rusia, aunque los soviéticos trataron de llevarla a cabo con celeridad para evitar fugas, tuvo que paralizar durante varios meses todas las actividades relacionadas con el desarrollo de misiles en la Unión Soviética.

En febrero de 1947 Korolev se instaló de nuevo en Moscú y al mes siguiente se cerró el Instituto Nordhausen. A Serguei se le nombró responsable de la división de diseño de misiles balísticos de largo alcance (SKB-3) del NII-88. Glushko asumió el mando de otra división, la encargada de desarrollar los motores cohete. Los dos estaban al mismo nivel.

Gröttrup permaneció en la URSS durante cinco años, hasta el 28 de noviembre de 1953. Su estancia fue la historia de una frustración.

Nada más llegar, los soviéticos pidieron a los técnicos alemanes que presentaran el diseño de un nuevo misil, basado en el A-4, pero que lo superase ampliamente, al que bautizarían con el nombre de G-1. El diseño preliminar de este misil se aprobó por el NII-88 a finales de septiembre de 1947, aunque antes de empezar la construcción el equipo de Gröttrup tendría que aportar información más detallada. Poco después, durante los meses de octubre y noviembre se efectuaron lanzamientos de misiles A-4, algunos construidos en Alemania y otros ensamblados en la URSS, en la plataforma de lanzamiento de Kapustin Yar. Durante el primer lanzamiento, en la cuenta atrás, cuando descontaban el número cinco (siete, seis, cinco…), el cohete cayó a un lado. Interrumpieron la cuenta, lo levantaron y prosiguieron (cuatro, tres, dos, cero…), salió de la plataforma, pero cayó a 20 millas del blanco. El ministro de Armamento. Dimitri Ustinov y el adjunto de Beria, Iván Serov, seguían los acontecimientos en la base. Serov no desaprovechó la ocasión para informar negativamente a sus superiores. Por fin, los A-4 empezaron a volar bien y la campaña se cerró con éxito. Tras los lanzamientos en Kapustin Yar muchos técnicos alemanes fueron transferidos de Moscú a la isla Gorodomlya y  Gröttrup, enseguida, se unió a ellos. Allí, en 1948, se formó un grupo de técnicos alemanes liderado por Gröttrup, dotado de instrumentación y laboratorios, aislado del resto de los equipos del NII-88, que durante ese primer año siguió trabajando en el diseño del G-1.

Korolev había recibido el encargo de producir un misil similar al A-4, el R-1, y otro que lo superase ampliamente, al que le pondrían el nombre de R-2. Serguei hubiera preferido ignorar el primer encargo, para concentrarse en el segundo, pero sus jefes querían ir paso a paso. En otoño de 1948 comenzaron las pruebas del R-1, también en Kapustin Yar. Sin embargo, los alemanes no fueron invitados a los ensayos. Tras un par de fracasos, el R-1 consiguió volar el 10 de octubre de 1948, aunque el sistema de control de guiado no funcionó satisfactoriamente. Serov sí estuvo allí y tomó buena nota de lo ocurrido.

El R-1 fue un triunfo porque se había construido por completo en la URSS, con materiales propios, lo que demostraba que la nación podía abordar con garantías de éxito el programa de misiles. Paso a paso, esa era la consigna. El alcance de 190 millas y el buen comportamiento del motor, RD-100, desarrollado por Glushko, resultaron muy alentadores. Sin embargo, Korolev recibió un severo castigo emocional en el que el papel de verdugo lo asumiría Iván Serov. En Moscú tuvo que presentarse ante Beria, que lo recibió con estudiada displicencia y le preguntó por qué los del “otro equipo” obtenían mejores resultados que él. No había “otro equipo” y Korolev lo sabía, pero al gran policía del Estado le entusiasmaban aquellas extrañas intimidaciones. La historia no terminó con la zafia bronca de Beria, sino que durante un tiempo recibió numerosas llamadas telefónicas nocturnas y una voz, que se parecía a la de Beria, le siguió haciendo las mismas preguntas.

A finales de 1948 Korolev se preguntaba que por qué los alemanes de Gröttrup tenían el encargo de sacar adelante un misil, el G-1, que era igual que su R-2. No tardó en comprender cuál era la respuesta.

También, a finales de 1948 el equipo de Gorodomlya fue llamado a la segunda revisión de diseño del G-1. Después de felicitaciones, aplausos y otros comentarios, los técnicos de Gröttrup no conseguirían que el NII-88 les aprobase el proyecto. Ellos sabían que Korolev disponía de luz verde para seguir adelante con el R-2, del que no poseían casi ningún detalle, y sin embargo el líder soviético conocía a la perfección el diseño del G-1. Para el desarrollo del motor cohete RD-100, que equipó el misil R-1, Glushko contó con el apoyo de algunos técnicos alemanes; cuando inició el diseño del RD-101, que impulsaría al R-2, todos los colaboradores alemanes de Glushko fueron recluidos en Gorodomlya. La isla se había convertido en un lugar en el que los asesores aportaban conocimiento a los soviéticos, mientras que estos no los hacían partícipes de sus planes ni de sus desarrollos. Estaban allí para aportar su ciencia al equipo de Korolev. Serguei, que se había opuesto al plan de deportación de Beria, comprendió que aquel forzoso exilio había sido el primer acto de un plan de mayor alcance. Gröttrup también empezó a darse cuenta de que el aislamiento y la reclusión de sus actividades, al campo de la especulación y el asesoramiento, se debía a que de ellos tan solo se esperaba que transfiriesen sus conocimientos.

A partir de 1949 el equipo de Gröttrup empezó a sentir los efectos de la frustración. El 9 de abril, el ministro de Armamento, Dimitri Ustinov, hizo una visita al grupo alemán, en la isla, que tuvo la oportunidad de exponerle sus preocupaciones. En la entrevista, que se alargó hasta la noche, el ministro les ofreció la oportunidad de trabajar en el diseño de un nuevo misil, distinto a los que se habían fabricado hasta entonces, capaz de transportar tres toneladas de carga de pago a tres mil kilómetros de distancia. La historia volvió a repetirse y, al igual que el G-1, el G-4 fue objeto de tres revisiones durante un año, sin que sus diseñadores obtuvieran permiso para iniciar los trabajos de construcción. A Gröttrup no se le otorgó autorización para participar en Moscú en ninguna de las reuniones que hubo para analizar las propuestas de sus ingenieros. A los alemanes jamás les permitirían fabricar su diseño, ni el del G-4 ni los de los proyectos que le siguieron. A partir de 1950 a su grupo se incorporarían jóvenes ingenieros soviéticos recién titulados, que después de permanecer con ellos algún tiempo eran transferidos a otras unidades del NII-88. El desánimo hundió la moral de Gröttrup y la de muchos de sus colaboradores alemanes, cada vez más desinteresados por el trabajo. Helmut pasó temporadas enfermo, alejado de sus ocupaciones, y otras en las que buscó alivio en el alcohol. Las autoridades soviéticas se mostraron comprensivas con su actitud y no tomaron represalias, aunque se le redujo el salario y tuvo que abandonar su cómoda residencia para irse a vivir a un apartamento. El ministro Ustinov había tomado la decisión de repatriar de forma progresiva a todos los colaboradores alemanes. A partir de junio de 1951 empezaron las devoluciones a su país de origen, en pequeños grupos. Helmut Gröttrup y su familia cruzaron la frontera polaca a finales de noviembre de 1953. Con su marcha, la URSS dio por concluido el proceso de extracción de conocimientos de la tecnología de los V-2 alemanes.

Con sus propias ideas y todas las que pudo extraer del equipo alemán, Korolev fabricó el misil R-2. El principal apoyo al desarrollo de misiles de largo recorrido tenía su origen en el mismo Stalin, cuyas ambiciones militares pasaban por disponer, lo antes posible, de bombas atómicas y misiles capaces de transportarlas hasta cualquier lugar del mundo. Un mes antes de que Igor Kurchatov hiciera explotar la primera bomba atómica de la URSS, en agosto de 1949, Stalin convocó a los responsables de los programas, nuclear y de misiles, para efectuar una revisión en profundidad del estado de ambos desarrollos. Durante la reunión, a la que asistió la plana mayor del dictador soviético, un militar de alta graduación se extendió en una serie de comentarios poco favorables a Korolev: ¿qué valor militar tenían misiles incapaces de acertar un blanco con un error inferior a tres millas? ¿por qué gastar tanto dinero en semejantes armas? Ustinov soportó las críticas en posición de firmes. Tras la perorata del detractor de los misiles, Stalin preguntó si alguien quería añadir algo. Korolev no pudo contenerse y con firmeza y contundencia defendió sus actividades de desarrollo que exigían asumir riesgos y se comprometió a resolver los problemas, en no mucho tiempo. Stalin concluyó la disputa ofreciéndole a Korolev un margen de confianza para que continuara trabajando en sus misiles. Las palabras del máximo dirigente soviético le otorgarían a Serguei Korolev el aval que necesitaba para seguir adelante. Sin embargo, con toda seguridad, el dictador comprendió que los misiles no podían ser una solución, a corto plazo, para el transporte de cabezas nucleares a lugares remotos.

Las pruebas del R-2, en 1949 y 1950, demostraron que el misil tenía un alcance de unos 600 kilómetros, podía transportar 1,5 toneladas de carga de pago y su motor (RD-101), desarrollado por Glushko, daba un empuje de 32 toneladas. El misil se había construido íntegramente sin la colaboración directa de los alemanes y, aunque mejoraba las prestaciones del R-1, estaba aún muy lejos de cumplir los requisitos exigibles a un misil balístico intercontinental. Ustinov le había pasado a los alemanes, en la reunión que tuvo con ellos en abril de 1949, en la isla Gorodomlya, las mismas especificaciones que ya obraban en poder de Korolev para el desarrollo del R-3. Los militares soviéticos querían un misil cuyo alcance fuera del orden de miles de kilómetros, capaz de transportar una carga de pago de no menos de tres toneladas. Las prestaciones del R-2 se encontraban muy lejos de satisfacer aquellos requerimientos y el R-3, suponía por tanto, un salto hacia adelante extraordinario.

A pesar de todos los peligros que encerraba la heterodoxa idea de la navegación espacial en la URSS de la posguerra, Korolev mantenía su amistad y relaciones con Mikhail Klavdilevich Tikhonravov a quién conocía de su época del Grupo de Investigación del Movimiento a Reacción, anterior al tiempo que estuvo encarcelado. El científico ruso, que trabajaba en el NII-4, era un defensor a ultranza de la exploración espacial y consideraba que la URSS debía poner en órbita un satélite artificial. Sin embargo, las ideas de Tikhonravov no tenían una acogida muy entusiasta por parte de los militares soviéticos que consideraban aquellos devaneos espaciales un desperdicio de tiempo y dinero que desviaría a sus científicos y técnicos de la labor principal: fabricar un misil de largo alcance capaz de transportar una bomba atómica. Aun así y todo, Korolev se presentó en la reunión con Stalin, previa al lanzamiento de la primera bomba atómica rusa, con la idea de plantearle al jefe del Estado la idea hacer que la URSS fuese la primera nación que pusiese en órbita un satélite. Dado el cariz que tomó dicha reunión en la que se vio forzado a defender su propio trabajo frente a las críticas de algunos militares, Korolev no planteó el asunto; sin embargo, a la salida de la reunión con Stalin en el Kremlin, se aproximó al general Nedelin, que era el jefe de la Dirección de Artillería, para preguntarle su parecer sobre el lanzamiento de un satélite. El militar le respondió que no hiciera mucho caso a Tikhonravov porque era un «soñador peligroso». Con discreción, Korolev no dejó de relacionarse con Tikhonravov y meditar sobre sus ideas de cómo deberían ser los cohetes para transportar satélites y naves espaciales.

A Serguei le interesaba conocer qué ocurría fuera de la URSS en todo lo que estuviera relacionado con los misiles y coleccionaba artículos de revistas extranjeras. Sus conocimientos de inglés no eran muy buenos y decidió contratar un traductor para leerlos en ruso. Nina Ivanovna Kotenkova, que trabajaba en el NII-88, con la ayuda de un ingeniero, se encargó de aquella labor. Korolev se enamoró de la muchacha y muy pronto descubrieron que se alojaban en el mismo bloque de apartamentos. Decidieron vivir juntos. Cuando se quisieron casar, Ksenia, la esposa de Korolev, muy dolida, se opuso al divorcio. Las tensiones entre ambos cónyuges las sufriría inútilmente la hija de los dos, Natasha, que durante muchos años se negó a ver a su padre haciendo causa común con su progenitora en contra del ingeniero. Korolev logró vencer la resistencia de Ksenia y el 1 de septiembre de 1949 se casó con su traductora.

A finales de diciembre de 1949 el comité científico del RII-88 aprobó el diseño del misil R-3, casi a la vez que se realizaban los primeros lanzamientos del R-2 en Kapustin Yar. El equipo alemán en Gorodomlya no participó en las pruebas del R-2 ni tuvo acceso al diseño del R-3, aunque los soviéticos trataron de aprovechar sus ideas a través del ejercicio que les impusieron con el diseño del G-4. El futuro R-3 precisaba un motor con una única tobera y 120-140 toneladas de empuje, lo que excedía en mucho las 32 toneladas del motor RD-101 que propulsaba, con éxito, al R-2. Al incrementarse el tamaño de la cámara de combustión se creaban bolsas en las que el combustible no ardía de forma uniforme, lo que inducía explosiones y ondas de choque que alteraban el flujo de gases en la tobera. Los expertos de Glushko se enfrentaban a un problema realmente complicado de resolver. Para simplificar el desarrollo, se planteó la posibilidad de un misil de menor alcance, como etapa previa, al que se designó R-3A. El R-3A se modificó y los técnicos desarrollaron otro concepto similar al que denominaron R-5.

A lo largo de 1950 y 1951 el R-3 no logró encontrar ninguna forma definitiva en el tablero de dibujo y, en 1952, Korolev empezó a plantearse seriamente cancelar el programa, para introducir otro diseño, radicalmente distinto. Justo en aquel año, su traductora y esposa le haría entrega de la serie de ocho artículos sobre el espacio, de von Braun, publicados en la revista Collier’s. Fue un éxito de divulgación científica ya que se vendieron tres millones de copias con las que, el ingeniero alemán, logró popularizar la idea de la exploración espacial. Korolev y Nina leyeron con interés las cavilaciones de Braun, según las cuales un «despiadado enemigo», a bordo de una nave espacial que orbitase alrededor de la tierra a una velocidad de 24 000 kilómetros por hora, a 1700 kilómetros de altura, «podría someter al mundo». En sus artículos, describía las estaciones espaciales, las lanzaderas, la vida en un mundo sin gravedad, los trajes espaciales y la forma de recorrer los 384 000 kilómetros, en cinco días, que nos separaban de la Luna, a bordo de un cohete con tres etapas; Wernher von Braun, predijo que aquel épico viaje ocurriría en 1977.

En 1952, Korolev estaba convencido de que el alemán había conseguido en Estados Unidos, los fondos necesarios para llevar a la práctica el cúmulo de sueños que desvelaba en sus escritos. Impulsado por el deseo de encaminar su nuevo cohete hacia el espacio y por la necesidad de resolver el cálculo de trayectorias balísticas para alcances de miles de kilómetros, Korolev pidió ayuda a su amigo Tikhonravov. Necesitaba conocer la trayectoria exacta del cohete, en función de la carga de pago, el impulso específico, la masa, y la velocidad de reentrada en la atmósfera, para un misil cuyo motor proporcionase un empuje de 120 toneladas.

En mayo de 1952 Korolev se llevó una gran desilusión cuando un subordinado suyo fue promocionado para dirigir el NII-88; quizá las autoridades soviéticas no habían olvidado su pasado en el Gulag y Beria no le había quitado el ojo de encima. Fue un año que también finalizó con malas noticias para la URSS. En la carrera por el armamento nuclear, los estadounidenses borraron del mapa una pequeña isla (Elugelab) en un atolón del Pacífico, el 1 de noviembre de 1952, al hacer estallar la primera bomba atómica de fusión de hidrógeno. Sin embargo, a Korolev las dificultades jamás lo amedrantaron y en 1953 lograría desquitarse y renacer de sus propias cenizas como un auténtico ave Fénix.

A pesar de las suposiciones de Korolev, von Braun se hallaba aún muy lejos de abordar en la práctica sus proyectos espaciales. Sus artículos sobre el espacio en la revista Collier’s, de 1952, lo convirtieron en un personaje muy popular en Estados Unidos, pero aquellos sueños no contaban con el apoyo del Gobierno.

El gobierno estadounidense ofreció un contrato de trabajo inicial de seis meses a Wernher von Braun y 120 de sus colaboradores. Tras algunos interrogatorios fueron trasladados a las instalaciones del ejército del Ejército en Fort Bliss, al norte de El Paso, en Texas, cuando llegaron a Estados Unidos en otoño de 1945. No disponían de pasaportes. Se alojaban en barracones, con pocas comodidades y aunque las instalaciones no estaban valladas tenían prohibido salir del campamento. Una vez al mes, en pequeños grupos, visitaban la ciudad de El Paso.

La posición de las autoridades estadounidenses con respecto a los técnicos alemanes recluidos en Fort Bliss estaba llena de contradicciones. En primer lugar, no querían que cayeran en manos de los soviéticos, quizá este era el punto en el que existía un acuerdo absoluto. De otra parte, el desarrollo de la tecnología de misiles no figuraba entre las prioridades de la cúpula militar. El país contaba con bombas atómicas y aviones para transportarlas, lo que le proporcionaba una gran ventaja con respecto a cualquier enemigo potencial. Y por último, la posible implicación de los técnicos alemanes con las atrocidades cometidas por los nazis, preocupaba a los políticos.

El primer trabajo que se les asignó fue que participasen activamente en el lanzamiento de los misiles A-4 (V-2) que el capitán Staver había enviado desde Nordhausen. A partir de abril de 1946 se empezaron a efectuar pruebas en White Sands con los A-4. Estos misiles se utilizaron para explorar la atmósfera. En vez de cabezas explosivas se equiparon con instrumentos para tomar medidas por encima de los 56 kilómetros y hasta los 120 kilómetros que solían alcanzar los misiles durante estos vuelos. Uno de los primeros lanzamientos estuvo a punto de causar un importante incidente diplomático porque el misil cayó cerca de Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua.

Además de los lanzamientos de las sondas atmosféricas, el coronel Toftoy del Ejército había puesto en marcha otro proyecto (Bumper) en el que se utilizaba un A-4 que transportaba una segunda etapa, con varios cohetes, que se encendían poco después de que el motor del A-4 dejara de funcionar. En febrero de 1949 este cohete se elevó 393 kilómetros. Los estadounidenses efectuaron 8 ensayos con los Bumper, los dos últimos lanzamientos desde Cabo Cañaveral, a finales de julio de 1950, en disparos con poco ángulo y volando a través de la atmósfera, alcanzaron 320 kilómetros.

Von Braun interrumpió sus actividades en White Sands para regresar a Alemania en marzo de 1947; allí contrajo matrimonio con su prima de 18 años, María von Quistorp. De algún modo se habían comprometido antes de que el ingeniero abandonara Alemania; desde Estados Unidos, Wernher encargó a su padre que le preguntase a María si quería casarse con él. El ingeniero ya había tenido que abortar un primer matrimonio al no contar con la aprobación materna y aquella vez no quería volver a equivocarse. A pesar de que Wernher había mantenido relaciones con otras novias y tenía mucho éxito con las mujeres, en lo relacionado con su boda se ajustó a la tradición más conservadora de la aristocracia alemana. La muchacha contestó que «nunca había pensado en casarse con otra persona» y la boda se organizó discretamente, bajo la estrecha vigilancia del personal de seguridad estadounidense, temeroso de que los soviéticos secuestraran al novio. Cuando regresaron de Alemania, los recién casados se instalaron en White Sands.

Las autoridades estadounidenses recomendaron al grupo de alemanes, refugiado en su país, que pasaran lo más desapercibidos que pudieran mientras en Núremberg la opinión pública estaba pendiente de los juicios de los nazis. En junio de 1947, una delegación de militares que juzgaba en Dachau a prisioneros nazis acusados de haber cometido crímenes de guerra, se trasladó a White Sands. Georg Rickhey y Arthur Rudolph habían desempeñado en Mittlewerk el cargo de director de producción y ayudante al director, respectivamente. Unos sesenta mil prisioneros trabajaron en la construcción y en la operación de la fábrica, en Nordhausen, y más de veinte mil perdieron la vida. Georg y Rudolph afirmaron que desconocían las ejecuciones y condiciones deplorables que padecieron los esclavos de Mittlewerk. Rudolph llegó a declarar que las «condiciones de trabajo eran buenas». Los militares estadounidenses no consintieron en que von Braun se desplazara a Alemania para declarar. A cambio, escribió una declaración en la que afirmó que nunca había trabajado en Mittlewerk y que las 15 o 20 veces que lo había visitado lo hizo para atender a reuniones de trabajo. Fue consciente de que en un principio las condiciones laborales allí fueron malas, pero después mejoraron. Según Von Braun el máximo y único responsable de la gestión de los obreros en Mittlewerk fue Albin Sawatzki, un hombre rudo y cruel, que actuaba directamente bajos las órdenes del general Hammler. Von Braun no mencionó a Rickhey, ni a Rudolph, que llegó a Nordhausen con 60 000 esclavos de Buchenwald para construir la fábrica, ni a su hermano Magnus, a quien él mismo envió a Mittlewerk, desde Peenemünde, para dirigir la producción de giróscopos.

Von Braun justificó su pertenencia al partido nazi y a las SS, por las presiones que había recibido de las autoridades alemanas y, en particular, del propio Himmler que llegó a ordenar su detención.

Georg Rickhey fue absuelto y von Braun y el resto de sus colegas que permanecían en Estados Unidos, no llegarían a ser investigados. En un informe de la Oficina Militar del Gobierno, de septiembre de 1947, se afirmaba que von Braun no era un criminal de guerra y que, aunque perteneció al partido y a las SS, nunca fue un «ardiente nazi».

Wernher y sus compatriotas alemanes deseaban, por encima de todo, continuar con sus investigaciones sobre cohetes, misiles de largo recorrido y exploración espacial. Los lanzamientos de A-4 distaban mucho de satisfacer el deseo que los devoraba por reemprender algo más parecido al trabajo que habían realizado en Alemania. Las actividades relacionadas con el espacio que pudo realizar von Braun, durante aquellos primeros años, se limitarían a la elaboración de un libro, Proyecto Marte, cuya edición rechazaron diecisiete editoriales.

La explosión, en agosto de 1949, de la primera bomba atómica soviética, hizo sonar todas las alarmas en los círculos militares estadounidenses y británicos. La sospecha de que el espionaje soviético, en el Reino Unido, había contribuido de una forma decisiva al desarrollo del armamento nuclear en la URSS, provocó un auténtico terremoto en los servicios de inteligencia occidentales. La victoria comunista en China, a finales del mismo año, y el inicio de la guerra de Corea, en 1950, contribuyeron a calentar el escenario de lo que se conoció como guerra fría. Estos acontecimientos influyeron en la decisión del ejército estadounidense de enviar a los técnicos alemanes al Redstone Arsenal, en Huntsville, Alabama, con el encargo de que desarrollaran un nuevo misil, inspirado en los A-4. Para Wernher von Braun y sus colaboradores, se trataba de un modesto ejercicio.

También, por aquellas fechas, el senador Joseph McCarthy impulsó su famosa caza de brujas cuyo principal objetivo fue el desenmascarar a todos los empleados del Gobierno que tuvieran algún tipo de exposición a la inteligencia soviética, o que simpatizaran con el comunismo. Von Braun y sus colegas alemanes no se libraron de ser interrogados. En concreto, Wernher tuvo que declarar sobre sus relaciones con el padre de su esposa, Alexander von Quistorp. Su suegro, un banquero, había sido secuestrado por los soviéticos en una conferencia sobre finanzas que se celebró en Berlín. Durante un par de años lo mantuvieron en paradero desconocido y después reapareció en Waldheim, un campo de Alemania del Este. De otra parte, muchos de los técnicos de Peenemünde y Nordhausen que fueron deportados a Rusia, empezaron a regresar a la Alemania del Oeste y establecieron contacto con sus antiguos colegas. Todo ello constituía motivo de extrema preocupación para la inteligencia estadounidense, obsesionada con el comunismo.

En Hunstville, von Braun y sus colaboradores desarrollaron un misil que se inspiraba en el A-4 y que se asemejaba al R-2 de Korolev. El misil recibió el nombre de Redstone y, los primeros, medían 19,2 metros de longitud, con un diámetro de 1,78 metros. Su motor, A-7, le suministraba un empuje de 34 toneladas y empleaba como combustible una mezcla de etanol y agua y como oxidante oxígeno líquido. Lo controlaba un sistema de guiado inercial, con giróscopos, y disponía de vanos móviles de grafito para cambiar la dirección de los gases de la tobera, y timones en los bordes de salida de las cuatro aletas estabilizadoras colocadas en la base del cohete. En la cabeza podía transportar una carga explosiva de 3,1 toneladas a 240 kilómetros de distancia con una precisión de 140 metros. En el primer vuelo de prueba, que tuvo lugar el 20 de agosto de 1953 en Cabo Cañaveral, falló y el misil cayó en el océano a ocho kilómetros de la plataforma de lanzamiento; aún quedaban por depurar bastantes detalles. A final de año, el misil realizó un vuelo aceptable. Tuvieron que transcurrir cinco años más para que el Ejército dispusiera de los primeros misiles de serie, operativos, pero mucho antes, los prototipos y sus derivados prestarían valiosos servicios a Estados Unidos en su carrera contra la URSS por la conquista del espacio.

Para von Braun, el Redstone estaba muy lejos de satisfacer sus ambiciones y deseaba embarcarse en proyectos más avanzados y complejos. Quizá, para llamar la atención del público y ganarlo a favor de aquella causa imposible de la conquista del espacio, se puso a escribir los ocho artículos que publicó Collier’s en la serie El hombre conquistará el espacio pronto y que captaron la atención de Korolev.

En 1953 hacía ya cuatro años que el equipo de Korolev había probado con éxito una versión muy avanzada del misil alemán A-4: el R-2; ese año salían las primeras unidades del R-2 de las fábricas de armamento soviéticas, para equipar al Ejército Rojo con misiles balísticos. Los estadounidenses, con la ayuda de Wernher von Braun y su equipo, disponían de un misil de características algo más avanzadas, también era una copia mejorada del A-4, pero se encontraba en una fase de desarrollo todavía preliminar. El sistema de guiado del R-2 era bastante más impreciso que el del Redstone. A pesar de todo, en 1953 los soviéticos llevaban cinco años de ventaja a los estadounidenses, en el desarrollo práctico de misiles balísticos de uso militar.

En 1953 Korolev dio un giro definitivo al programa de desarrollo de misiles balísticos soviético. Una serie de acontecimientos políticos le permitieron realizar aquel cambio radical que, desde hacía ya algún tiempo, consideraba imprescindible para que sus misiles fueran capaces de lograr las prestaciones que los militares deseaban. Ese año, en marzo, murió Stalin. La lucha por la sucesión, entre Malenkov, Beria, Bulgarin y Khrushchev se decantaría al final a favor de este último, pero durante un corto periodo de tiempo Malenkov estuvo al frente del Gobierno. El 12 de agosto Andrei Sajárov consiguió hacer explotar la primera bomba atómica de fusión soviética, en el polígono de Semipalátinsk, en Kazajistán. En aquellos momentos de lucha por el poder y bajo el mandato de Malenkov, Vyacheslav Malyshev, uno de sus ministros, desempeñaba un papel importante en la industria armamentística de la URSS. El ministro fue a ver a Sajárov para preguntarle cuál sería el peso exacto de una cabeza termonuclear de la siguiente generación. El científico no lo sabía exactamente, pero aventuró una cifra: cinco toneladas. En octubre, Malyshev se presentó en el despacho de Korolev. Quería que los nuevos misiles balísticos fueran capaces de transportar una carga de pago de cinco toneladas, a miles de kilómetros de distancia.

El estado del arte de los misiles de la URSS, en aquel momento, permitía mover una carga de pago de una tonelada; Korolev y sus colaboradores aún no sabían cómo levantar tres toneladas; y Malyshev pretendía que fueran cinco. Korolev llegó a la conclusión de que el único modo de lograrlo sería mediante un cohete de varias etapas, tal y como había sugerido Tikhonravov para los vuelos espaciales. Para conseguir el empuje necesario, que podría alcanzar las 390 toneladas, Korolev pensó que sería necesario colocar varios cohetes en la base. Estos cohetes, que serían cinco, en vez de contar con una única tobera de salida de gases, para disminuir el tamaño, llevarían cuatro toberas cada uno. Controlar la dirección de salida de los gases con vanos de grafito, tal y como se hacía en los R-2, le pareció algo imposible y decidió incorporar otros pequeños cohetes, vernier, de control. Glushko aceptó el nuevo diseño, con la salvedad de los vernier. Dijo que aquello no funcionaría y que no podía responsabilizarse de un desarrollo en el que no tenía ninguna fe. Korolev encargó a Mishin que se hiciera cargo del diseño de estos cohetes de control. A este nuevo misil le llamaron R-7. Korolev consiguió que le aprobaran la idea y el proyecto R-3 se canceló.

Con el R-7 en marcha, Korolev intentó convencer al Partido y a los militares de que había llegado el momento de lanzar un programa para situar en órbita, alrededor de la Tierra, un satélite artificial. Sin embargo, su idea no contó con el apoyo de las autoridades obcecadas exclusivamente en la carrera armamentística.

En 1954 el equipo alemán de von Braun se había empezado a disgregar. Su hermano Magnum trabajaba para la Chrysler y el propio Wernher había pedido, en secreto, la dimisión al Ejército. La falta de ambiciosos proyectos que motivaran a los ingenieros alemanes era la causa principal de su desánimo. Sin embargo, aquel año la situación cambiaría por completo. Von Braun recibió una llamada de la Marina. El responsable de la unidad de cohetes, Milton Rosen, había criticado a von Braun abiertamente porque en sus artículos sobre el espacio simplificaba los problemas. A pesar de todo, su jefe, el responsable la Oficina de Investigación Naval, George Hoover, se entrevistó con von Braun en Washington para conocer su opinión sobre el posible lanzamiento de un satélite. En 1957 se celebraba el Año Internacional Geofísico y la Marina acariciaba la idea de celebrarlo con el lanzamiento de un satélite con instrumental científico, de carácter civil, para conmemorar el evento. Von Braun dijo que el misil Redstone, al que se le podían añadir algunas etapas con cohetes de combustible sólido, sería capaz de poner en órbita un satélite de unos 5 kilogramos de peso; era una configuración que ya se había probado con anterioridad y no ofrecía demasiado riesgo. A Hoover le pareció bien la posibilidad de que el Ejército y la Marina trabajaran juntos en el proyecto. El programa de investigación científica lo lideraría el profesor James van Allen de la universidad de Iowa y von Braun desarrollaría el cohete en Huntsville.

Los planes de Hoover se truncaron cuando intervino Einsenhower. El presidente había sido advertido por la CIA de que los soviéticos tenían planes para lanzar un satélite espía. No parece que fuera cierto, pero Einsenhower decidió que EEUU tendría que adelantarse. Sin embargo, antes de construir un satélite militar parecía razonable estrenarse con otro civil. El Gobierno decidió seguir aquella estrategia y designó una comisión, liderada por el doctor Homer, del Instituto de California, para que la pusiera en práctica. La Comisión decidió que la competencia entre distintas unidades daría mejores resultados que la colaboración exclusiva entre la Marina y el Ejército, tal y como había planeado Hoover. Así fue como la Comisión solicitó propuestas independientes a la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea. Milton Rosen, de la Marina, propuso una solución (con el cohete Vanguard), que se apoyaba en el misil Viking al que habría que añadir dos etapas. La Fuerza Aérea propuso otro proyecto, el Atlas, también en fase de desarrollo. El Ejército presentó la solución del Redstone auxiliado con cohetes de impulso (boosters) que actuarían en tres etapas adicionales. El único concepto probado, con garantías plenas de éxito, era el Redstone del Ejército, que lideraba von Braun. Pero el Comité se dejó influenciar por otras cuestiones. El Ejército había adquirido una posición de supremacía en materia de misiles y la excesiva participación alemana, en aquellos proyectos, no era del agrado de muchos nacionalistas. La decisión fue muy política y se inclinó a favor de la propuesta de Milton Rosen. De nada sirvieron las protestas de von Braun y las advertencias de que hacer funcionar las etapas y el cohete Vanguard, en dos años, era una tarea muy poco viable. El alemán ofreció ponerse a trabajar y permanecer en la sombra, para que dispusieran de la opción del Ejército, en caso necesario, de repuesto. Al Departamento de Defensa le pareció inaceptable la oferta de von Braun.

A fin de paliar la terrible frustración del equipo que hasta hacía muy poco conservaba la nacionalidad alemana —pero que había solicitado, en bloque, la ciudadanía de Estados Unidos mientras se decidía la opción ganadora— el Ejército les encargó el diseño de un nuevo misil que pudiera desarrollar una velocidad de 25 750 kilómetros por hora y su alcance fuese de 2400 kilómetros; quizá pretendía así mantener el interés de von Braun y lo que restaba de su equipo por la tecnología de los cohetes. El nuevo misil se llamó Jupiter C y consistía en una versión alargada del Redstone, con dos etapas adicionales. La segunda llevaba once pequeños cohetes de aceleración (boosters) y la tercera tres cohetes iguales a los anteriores. Estos pequeños cohetes empleaban combustible de estado sólido y eran un modelo reducido del cohete Sergeant. En realidad se trataba del cohete que von Braun había propuesto para el lanzamiento del satélite en el proyecto conjunto entre la Marina y el Ejército. Ahora, la autorización la recibían, principalmente, para efectuar pruebas de reentrada de una cápsula en la atmósfera.

Del Júpiter C se efectuarían tres pruebas, la primera el 20 de septiembre de 1956. En este vuelo la carga de pago era un falso satélite de 14 kilogramos. Von Braun, el Ejército y el Departamento de Defensa sabían que si montaban una cuarta etapa con el satélite, el Jupiter C podía ponerlo en órbita. A Wernher y su equipo se le advirtió, desde el Departamento de Defensa, que bajo ningún concepto estaban dispuestos a tolerar que esto ocurriera. Antes del lanzamiento se realizaron inspecciones para verificar que nadie había tenido la ocurrencia de montar una cuarta etapa de forma casual. En la prueba, la carga que simulaba el satélite ascendió hasta 1100 kilómetros y alcanzó una velocidad de 25 750 kilómetros hora. En mayo de 1957, otro Jupiter C levantó una cápsula de forma cónica a una altura de 560 kilómetros y efectuó una reentrada en la atmósfera, con éxito. El sistema de protección térmico diseñado por von Braun y sus colaboradores funcionó perfectamente. El último lanzamiento del Jupiter C, se efectuó el 8 de agosto de 1957 y el misil demostró ser capaz de alcanzar los 2140 kilómetros.

En septiembre de 1957, Milton Rosen, aún no había logrado efectuar ningún vuelo con el misil Vanguard de la Marina, del que se esperaba que fuera capaz de poner en órbita alrededor de la Tierra el primer satélite artificial de la historia. Dada la situación del programa el Ejército solicitó permiso para lanzar un Jupiter C con otra etapa más y el satélite, pero el Departamento de Defensa negó la autorización.

El equipo de Korolev, en la URSS, estaba ya muy cerca de conseguir lo que a Milton Rosen le resultaba imposible y a von Braun le habían prohibido.

La noticia de que Estados Unidos estaba preparando el lanzamiento de un satélite artificial la hizo pública el presidente Einsenhower en julio de 1955. Para Korolev, la navegación espacial seguía siendo el reto de su vida y aquella era su gran oportunidad. En enero de 1956 el Comité Central de la URSS aprobó el lanzamiento de un Objeto D de 1300 kilos de peso; fue el extraño nombre que le dieron al satélite para enmascarar la decisión. Todo cuanto se relacionara con el programa de misiles, el espacio y el armamento nuclear, en la URSS se protegía con un histérico secretismo. La nueva base de lanzamiento de los R-7, Baikonur, se encontraba en realidad a más de 200 kilómetros de distancia de aquella ciudad; el nombre simplemente pretendía desorientar al público.

Khrushchev visitó las instalaciones del NII-88 donde le mostraron una maqueta, a escala real, del R-7. Los más de 30 metros de altura del cohete, impresionaron al mandatario y sus acompañantes. El gobernante le preguntó directamente a Korolev si el lanzamiento del satélite entorpecería el desarrollo principal, que era el del misil. Serguei le contestó que de ninguna manera y Khrushchev le dijo que entonces podía seguir con el proyecto. La bendición del primer ministro lo protegería.

En 1956 Korolev contaba con el máximo apoyo para convertir en realidad las ilusiones que lo habían motivado desde la década de los años 1930. Tikhonravov y su equipo trabajaban con él en el complejo cálculo de las trayectorias del cohete. Seguía muy de cerca lo que ocurría fuera de la URSS, en las revistas especializadas y la prensa en general. En septiembre, cuando von Braun lanzó el primer Jupiter C desde Cabo Cañaveral, Korolev lo interpretó como un intento fracasado de poner un satélite en órbita, por parte de los americanos. Nunca pudo imaginar que aquél vuelo se hizo con otra intención y que hasta se tomaron medidas para evitar que llevase un satélite artificial al espacio.

Las pruebas del R-7 que se habían programado para principios de 1957 se pospusieron al mes de marzo. Glushko tenía que resolver algunos problemas con los motores. Otro asunto que se había convertido en un auténtico dolor de cabeza para Korolev era el Objeto D. Los científicos soviéticos habían diseñado un paquete instrumental que equiparía el satélite para analizar la radiación cósmica y ultravioleta, la atmósfera y el campo electromagnético terrestre. Sin embargo los distintos organismos e institutos que trabajaban en el satélite no estaban bien coordinados y el conjunto no terminaba de encajar unas veces por peso, otras por volumen. Tikhonravov recomendó simplificar el problema y prescindir de todas las complejidades en aquel primer satélite. Sugirió que una carcasa esférica plateada (hecha con una aleación de aluminio), de unos 83 kilogramos, con antenas y un transmisor en su interior, que emitiera señales de radio, serviría para anunciar al mundo la presencia del primer satélite artificial; no pasaría desapercibido, y sería suficiente. La idea contó con el beneplácito del Gobierno.

Las pruebas del R-7 se demoraron hasta mayo, justo un mes después de que Korolev recibiera la buena noticia de su rehabilitación plena. Los jueces reconocieron que los crímenes que lo habían llevado al Gulag, jamás existieron y que Serguei siempre fue inocente.

En mayo, en la plataforma de Baikonur, el R-7 se había ensamblado por completo, en posición horizontal, y después se levantó para fijarlo con un dispositivo ingeniado por Mishin: cuatro sujeciones en forma de pétalos de tulipán que se abrían en el momento en que despegaba el cohete.

El 15 de mayo el lanzamiento fracasó. El cohete se incendió poco después de abandonar la plataforma. Las pruebas se suspendieron hasta el mes de junio. Otros tres fracasos consecutivos, el 9,10 y 11 de junio pusieron a prueba los nervios de Korolev y consiguieron desquiciar a Glushko y al general Nedelin que amenazó seriamente a Korolev con ordenar su regreso a Moscú para que revisara el proyecto entero. Serguei había anticipado a Nina, en una carta, que los lanzamientos podrían ir mal: «Probablemente no será un éxito…la verdad es que nuestro objetivo nunca se ha alcanzado antes en toda la historia de la tecnología». El 11 de julio lo volvieron a intentar. El cohete despegó bien, pero empezó a moverse de forma errática y explotó. Después de aquella colección de fracasos quizá lo más prudente hubiera sido estudiar con más detalle las causas y buscar remedios poderosos; las causas eran siempre pequeños fallos. Si regresaban a Moscú el proyecto se retrasaría demasiado y eso lo sabían todos, incluyendo a los más furiosos como Nedelin y Glushko. En la plataforma tan solo quedaba un cohete y decidieron lanzarlo el 21 de agosto. Esa vez, el vuelo fue un éxito.

La agencia soviética TASS dio la noticia del lanzamiento del R-7; un cohete que marcó un hito muy singular en la carrera espacial.

En aquel momento von Braun tuvo la seguridad de que los soviéticos estaban ya muy cerca de colocar un satélite en el espacio. Hubo un último intento desesperado del Ejército para que el Departamento de Defensa autorizase el lanzamiento de un satélite a bordo del cohete Jupiter C que von Braun tenía listo en Cabo Cañaveral. La respuesta fue la misma de siempre: no.

El 3 de octubre Korolev y los mandos que se habían congregado en la plataforma de Baikonur para el lanzamiento del  Objeto D simplificado, acompañaron, como era costumbre, al R-7 desde el hangar al lugar en que lo levantaban para sujetarlo con los pétalos de Mishin. El cohete había pasado todas las pruebas y en su cabeza llevaba la bola de plata con el transmisor, ideados por Tikhonravov. Korolev avisó a su equipo de que el lanzamiento se produciría a las 22:28 horas. Serguei había visto con sus ojos cómo casi todos los anteriores ensayos habían fracasado. Ahora el R-7 transportaba un satélite y el fallo sería mucho más doloroso para todos.

A la hora prevista, en punto, el cohete se encendió y una persistente luz, acompañada de un ruido ensordecedor y una nube de humo, rasgaron el silencio de la fría noche en la base de Baikonur. Desde su refugio, Korolev, su equipo y las autoridades que habían acudido a presenciar el lanzamiento, contemplaron atónitos el espectáculo. El cohete remontó el vuelo y se perdió de vista. Al cabo de unas dos horas, todos estaban pendientes de lo que sucedía en una pequeña estación de radio. Cuando escucharon una débil señal, beep- beep, supieron que el Sputnik 1, o bola de plata de Tikhonravov, se encontraba sobre sus cabezas después de haber dado una vuelta al mundo.

Al día siguiente, satisfecho, Serguéi Korolev tomó un avión de vuelta a casa, en Moscú, mientras el mundo entero hablaba del Sputnik 1. Ese mismo día, 4 de octubre, von Braun, en Huntsville se hallaba de casualidad con el nuevo secretario de Estado de Defensa, Neil McElroy, en una reunión en la que celebraban su nombramiento, cuando se enteraron de que sobre Estados Unidos, cada dos horas, volaba un satélite de la URSS. Furioso, von Braun le advirtió al mandatario: «Todo el mundo cuenta con el Vanguard. Yo le digo a usted ahora, que el Vanguard nunca lo conseguirá».

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

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En 1936, el joven aristócrata Wernher von Braun asumió la dirección técnica del centro de investigación de cohetes que el gobierno alemán acababa de instalar en Peenemünde. Hijo del barón Magnus von Braun y su esposa Emmy, que poseían una gran extensión de tierra en Silesia, el pequeño Wernher quería ser músico, pero después de leer los libros de Hermann Oberth, sobre viajes espaciales, cambió de opinión y se aficionó a la cohetería. A los doce años, él y su hermano Magnus, lanzaron un carro impulsado por cohetes por la calle Tiergarten, en el centro de Berlín, ante los despavoridos ojos de los viandantes. El ingenio recorrió la vía siguiendo una quebrada que terminó abruptamente en la fachada del ultramarinos. Sus padres les regalaron un telescopio, con la intención de que los chicos cambiaran de hábitos, pero la contemplación de las estrellas serviría para acrecentar la pasión de Wernher por el espacio. Con 19 años ingresó en la Sociedad para Viajar al Espacio y un año después, en 1932, hizo una demostración a los militares lanzando un cohete que ascendió unos 30 metros. El capitán Walter Dornberger, que dirigía el grupo castrense encargado del desarrollo de cohetes, se fijó en el joven científico y le ofreció que trabajara en su equipo. Entonces, Von Braun estudiaba en el Instituto Tecnológico de Berlín ingeniería aeronáutica y colaboraba en el laboratorio de Hermann Oberth que realizaba experimentos con motores para cohetes. Werner demostró poseer, además de conocimientos técnicos, un entusiasmo desmedido, capacidad para contagiarlo a sus colaboradores y dotes de liderazgo. Su primer cohete militar, el A-1 explotó en vuelo, pero el A-2 voló 1,5 millas. El 27 de julio de 1934 se doctoró en la universidad berlinesa con una tesis sobre el uso de combustibles líquidos en motores cohete, cuyo contenido no pudo hacer público en su totalidad al considerarse material clasificado. Cuando accedió a la dirección técnica del centro de investigaciones alemán, en Peenemünde, Von Braun tenía 24 años.

El joven ingeniero había puesto sus ilusiones en los viajes espaciales, pero el Ejército quería un cohete capaz de transportar una cabeza explosiva de una tonelada de peso a 160 millas de distancia. Ese era el mandato que su jefe, Walter Dornberger, había recibido de sus superiores. El diseño del cohete A-4 del equipo de Wernher se había hecho teniendo en consideración estos requerimientos. El motor daba un empuje de 25 400 kilos, contaba con aletas estabilizadores, timones de control, vanos para desviar la salida de gases, cuerpo con formas que ofrecían la mínima resistencia aerodinámica, un mecanismo giroscópico de guiado y comunicación de datos vía radio entre el cohete y la base en tierra. Los hombres de von Braun trabajaban día y noche, pero las dificultades que planteaba el ambicioso proyecto eran grandes. Se contrataron a miles de técnicos, científicos e ingenieros. Bajo el mando del joven y brillante director técnico, los trabajos progresaban con lentigud en Peenemünde. Sin embargo, los militares tenían una fe ciega en von Braun, hasta el punto de que —según relataría más tarde el propio científico— fueron los políticos del círculo más próximo a Hitler quienes insistieron en que se afiliase al Partido Nazi, en 1937.

A partir de 1939, tras la invasión de Polonia, el gobierno alemán impulsó los trabajos de desarrollo en Peenemünde, aportando más fondos. Aún tardaría tres años más el equipo de von Braun en lograr que un cohete, el A-4, volase. El 3 de octubre de 1942, un prototipo del A-4 recorrió 193 kilómetros a 5632 kilómetros por hora y se elevó más de 80 kilómetros. Dornberger anunció el advenimiento de «una nueva era de transporte espacial», sin saber que los problemas del A-4 reaparecerían y el Ejército tardaría en disponer de aquel artefacto casi un par de años más.

La presión, los nervios y la prisa, en la cúpula del poder nazi, por disponer de un arma que ya habían rebautizado con el pomposo nombre de Vergeltungswaffe 2  (Arma de la venganza 2) V-2, hicieron que el jefe de la Gestapo y de las SS, Heinrich Himmler, asumiera la máxima responsabilidad del proyecto. El general Hans Kammler reemplazó a Dornberger, amigo personal de von Braun, en la dirección del programa V-2. El nuevo líder, un experto en la construcción de campos de concentración y el empleo de esclavos en instalaciones industriales, era un hombre despiadado que, bajo la apariencia de una persona cultivada, ocultaba un temperamento ególatra y megalómano.

Las instalaciones de Peenemünde, aunque estaban bien protegidas, fueron bombardeadas por los aliados y estos creían haberlas destruido. La realidad era muy diferente, porque el bombardeo apenas causó daños a la factoría. En busca de una mayor protección, el mando alemán decidió construir una gran fábrica subterránea para producir los V-2, en el centro de Alemania, cerca de Nordhausen bajo las montañas Harz. El nuevo complejo industrial se diseñó con dos túneles de unas dos millas de largo, uno para ubicar la línea de fabricación y el otro para albergar el material, unidos por otros túneles perpendiculares a los principales, que los comunicaban. Para horadar las montañas se llevaron prisioneros del campo de Buchenwald a los que se les alimentaba con una dieta de 1000 calorías diarias. La desnutrición hacía que tardasen unos seis meses en morir, exhaustos. Cada jornada perecían unos 160 esclavos, víctimas de la gangrena, la disentería y la desnutrición o cualquiera de las muchas enfermedades que fustigaban a los internos del campo de concentración Dora, donde se alojaban los trabajadores que construían la nueva fábrica. Para mantener la disciplina, cada día, los vigilantes colgaban a unos cuantos desgraciados, en público. No importaban los cargos, ni siquiera que los tuvieran, y sus cuerpos sin vida quedaban expuestos durante varios días. El ignominioso y cruel modo con que se levantó y operó aquella fábrica, a la que se le puso el nombre de Mittelwerk (Trabajos Centrales), es una de las sombras que siempre ha planeado sobre la figura de Wernher von Braun, pues nunca se llegó a clarificar hasta qué punto estuvo al corriente de aquellos actos criminales.

En agosto de 1944, Hans Kammler, pudo informar a sus jefes que ya disponía de un millar de misiles V-2 y el 8 de septiembre ordenó que se lanzara el primero sobre Londres. A las 18:44 horas, once casas volaban por los aires en Chiswick, un barrio situado al oeste de la city. El V-2 llegó sin hacer ruido, ya que viajaba a una velocidad superior a la del sonido. La explosión causó 27 heridos, 3 de los cuales fallecieron poco después. La onda expansiva que siguió al desastre fue ensordecedora. El misil tardó siete minutos en recorrer la distancia que lo separaba desde su plataforma de lanzamiento cerca de La Haya, en Holanda, hasta el corazón de Chiswick. Fue la obertura del fatídico concierto originado por un total de 517 misiles que cayeron sobre la capital del Reino Unido, a lo largo de poco más de seis meses. Quizá, el que mayor alarma causó a la población fue el que impactó en los grandes almacenes Woolworths, en New Cross, el 25 de noviembre y en el que perdieron la vida 160 personas. En total, los V-2 mataron a 2754 londinenses durante toda la guerra.

La explosión del primer V-2 en Londres reavivó en las potencias aliadas su interés por la tecnología de los cohetes. Tanto en la Unión Soviética como en Estados Unidos los respectivos gobiernos no habían prestado demasiada atención a este asunto. En América, el científico estadounidense Robert Goddard disponía de un modesto laboratorio especializado en el desarrollo de cohetes, en Annapolis, que trabajaba para la Marina desde 1942. Sus prototipos de cohete distaban mucho del nivel alcanzado por los V-2. En la Unión Soviética el propio Stalin había descabezado al grupo de científicos que trabajaba en este asunto durante las purgas de la década de los años 1930. Aun así y todo, el Comisariado Popular de Asuntos Internos (NKVD), precursor de la KGB, seguía muy de cerca los movimientos de Wernher von Braun en Alemania. Uno de sus espías, Breitenbach, informó al NKVD periódicamente sobre las actuaciones del científico alemán hasta el año 1942, cuando fue descubierto y aniquilado, cruelmente, por la Gestapo. La noticia de que los misiles alemanes habían llegado al Reino Unido impresionó profundamente a Stalin, que presionó a sus técnicos y científicos para que acelerasen el desarrollo de la industria de cohetes soviética.

En agosto de 1944, Serguei Pavlovich Korolev salió de la cárcel de Kazán, aunque las autoridades no le dejaban abandonar la ciudad sin un permiso especial. Para el científico ruso se cerraba un angustioso periodo que había durado más de seis años. El 27 de junio de 1938, en Moscú, tres oficiales del NKVD entraron en su casa para registrarla. Horas después se lo llevaron detenido, acusado de «ser miembro de una organización contrarrevolucionaria y de haber cometido actos de sabotaje». Stalin dispuso que en 10 días se resolvieran los juicios de los ‘enemigos del pueblo’ y a continuación se los deportaba al Gulag si no eran fusilados. Korolev había sido delatado por sus colegas de oficio — Kleimenov, Langemak y Glushko— en confesiones bajo los efectos de la tortura. Tuvo suerte y lo condenaron a 10 años en el Gulag. Al abandonar Moscú, rumbo a su destino Korolev temió por la suerte que pudieran correr su esposa Ksenia y su hija Natasha. Al jefe máximo del Instituto de Investigación Científica de Reacción (RNII), Mikhail Tukhachevsky, lo habían fusilado junto con ocho de sus colaboradores más cercanos y poco después la madre del científico y sus hermanos corrieron la misma suerte. Korolev trabajaba en el RNII, con Glushko, desde la fundación del Instituto, en 1933. En muy poco tiempo, el efecto de las purgas de Stalin sobre la capacidad para el desarrollo de la tecnología de los cohetes en Rusia fue devastador.

Sin embargo, Ksenia y Natasha se libraron del NKVD. Korolev fue internado en el campo de concentración de Maldyak, al este de Siberia. Trabajaba de las cuatro de la madrugada hasta las ocho de la noche. Comía sopa de col y algo de pan. Muy pronto cayó en un estado de absoluta desesperación; víctima del escorbuto, le sangraban las encías y perdió los dientes. Sin embargo, aún le quedaron fuerzas para escribir al Fiscal General del Estado y al propio Stalin, reivindicando su inocencia. Nadie le hizo caso. El brillante y joven científico que había sido Serguei Korolev se hundió en un estado de profunda depresión. Su vida, llena de luz y energía, se truncó de un modo imprevisible. Nada en su existencia hacía prever que aquello pudiese ocurrir. Korolev había nacido en Kiev un 12 de enero de 1907. A los 6 años, sus abuelos lo llevaron a una exhibición aeronáutica local. Desde que contempló a Serguei Utochkin surcando el cielo a bordo de su rudo aeroplano ya no se pudo quitar a los aviones y la exploración del espacio de su cabeza. Estudió ingeniería aeronáutica en la Politécnica de Kiev y después en Moscú. Cuando se graduó lo contrataron en el Instituto Central de Aero-hidrodinámica de Moscú. En 1931 se casó con Ksenia, a quien conocía desde que tenía 18 años. Su pasión por el espacio y los cohetes empezó entonces. Entusiasmado con la idea de viajar al espacio, ingresó en una sociedad creada por los aficionados a los cohetes, en Moscú: el Grupo de Investigación del Movimiento a Reacción (GIRD), que dirigía Fridikh Tsander. Alrededor del GIRD se congregó un grupo de intelectuales, todos ellos interesados en el espacio y en las teorías de Tsiolkovsky, el precursor ruso de la ciencia de los cohetes. La mente despierta y lúcida de Korolev, su entusiasmo y capacidad de liderazgo lo llevaron a la dirección del GIRD cuando, inesperadamente, Tsander falleció enfermo de tifus en 1933. Poco después el GIRD lanzó al espacio un cohete con un motor de combustible líquido que se elevó unos 400 metros. El grupo atrajo la atención de Valentín Glushko, que dirigía un grupo militar especializado también en el desarrollo de motores de combustible líquido. Fue Mikhail Tukhachevsky, un militar visionario, quien tuvo la idea de unir a los dos equipos, el de Glushko y el de Korolev en el RNII. Todo aquel esfuerzo se vendría abajo cuando los hombres de Stalin, llevados de un celo incomprensible, fusilaron o encarcelaron al núcleo más valioso de científicos soviéticos que trabajaban en el desarrollo de los cohetes. Muchos desaparecieron y otros, como Korolev, quedarían sepultados en el frío glaciar del Gulag, a -50 grados centígrados.

De un modo inexplicable para Korolev, aunque no tanto para quienes observaban lo que estaba ocurriendo en Alemania, cuando apenas llevaba un año en el Gulag recibió la orden de presentarse en Moscú, donde su caso sería revisado. Tras un viaje repleto de aventuras, porque el Ejército no sufragó el transporte, Korolev llegó a Moscú, en 1940, un año después de recibir la orden de traslado. Allí, el tribunal redujo su pena a 8 años y en vez de devolverlo a Siberia lo mandaron a una prisión especial para trabajadores técnicos en Moscú. Privado de libertad, al menos Korolev empezó a disfrutar de una alimentación más sana y de jornadas laborales en centros de investigación, junto con otros colegas, lo que le ayudaría a recuperar el ánimo. De Moscú fue destinado a Omsk y finalmente a Kazán.

En verano de 1944 Korolev obtuvo permiso para salir de la prisión de Kazán, aunque no podía abandonar la ciudad. Ese mismo año, los soviéticos crearon un grupo de técnicos para el estudio de los cohetes, dirigido por el general Mikhailovich Galdukov. Mientras los alemanes hacían estallar sus V-2 en Londres, Korolev tenía otra preocupación. Quería viajar a Moscú para rencontrarse con su mujer Ksenia y su hija Natasha. Incluso pensaba que podía rehacer la vida familiar. Sabía que había otras cuestiones que podrían impedirlo. Fue en noviembre —justo el mismo mes en que un V-2 causó un pánico atroz en Londres al explotar en Woolworths— cuando Korolev mantuvo un frío encuentro con Ksenia en Moscú, tras conseguir el permiso para viajar a la capital desde Kazán. La pareja no rehízo su vida en común, quizá porque Korolev mantenía relaciones con una mujer que se llamaba Ivanovna, cuñada de Glushko. A finales de 1944 regresó a Kazán para enfrentarse a una nueva vida.

A principios de 1945, en tanto que Serguei Korolev recomponía las hechuras de su existencia de cara a un futuro, en el que las oscuras sombras del pasado se desvanecían, Wernher von Braun se enfrentaba a las incertidumbres de un futuro, en el que sus pretéritas glorias se emborronaban. Sin saberlo, compartían un destino que los llevaría a luchar por la supremacía en la conquista del espacio.

En medio de la confusión que reinaba en Alemania, a principios de 1945, von Braun recibió dos órdenes contradictorias a finales del mes de enero. Los soviéticos invadían Alemania y Peenemünde ya no era un lugar seguro. Las SS regionales le urgían a defender hasta el último bastión y destruir cualquier elemento valioso antes de que cayera en manos del enemigo. Hans Kammler, el general que mandaba en el proyecto V-2, quería que los hombres de von Braun y su equipamiento se trasladaran a la fábrica de Mittlewerk en Nordhausen. El convoy que hizo el viaje de 400 kilómetros hacia el sur, desde Peenemünde a Nordhausen, que encabezaba von Braun y Dornberger, consiguió llegar a su destino con muchas dificultades.

Los soviéticos, británicos y estadounidenses, estaban muy interesados en cuanto tuviera que ver con el diseño y la producción de misiles V-2, lo que incluía al personal técnico y sobre todo al principal cerebro del grupo: Wernher von Braun. Stalin puso a Malenkov al frente de un comité especial cuyo objetivo era el de extraer de Alemania todo el conocimiento que fuera posible, relacionado con los V-2. El juego entre los aliados con respecto a esta materia no era excesivamente limpio. Cuando los británicos solicitaron a los soviéticos permiso para visitar las bases de lanzamiento de los V-2 que habían tomado en Blizna (Polonia), Stalin se las ingenió para retrasar la inspección lo indecible. Mientras tanto vació las plataformas y se llevó a Moscú un motor de V-2. Los estadounidenses destacaron a un ingenioso capitán, Robert Staver, que después de recabar información sobre los V-2 de la inteligencia británica y francesa, recibió la orden de sustraer de Alemania toda el material que pudiera, que tuviera que ver con los V-2, y trasladarlo a un centro en Estados Unidos en White Sands, Nuevo México. Los americanos tenían la convicción de que los nazis les llevaban 20 años de ventaja en el desarrollo de misiles. Para Robert Staver, von Braun, encabezaría muy pronto la lista del personal más buscado por su país en lo concerniente a aquel asunto. Su nombre figuraba en la lista de la operación que se conocería con el nombre de Paperclip cuyo objetivo consistía en trasladar, después de la guerra, a Estados Unidos a los científicos y técnicos más relevantes de Alemania. Al tiempo que sus tropas invadían el territorio alemán, los aliados se preparaban para apoderarse, por separado, de la tecnología de misiles nazi.

En Nordhausen von Braun sufrió un accidente de tráfico en el que se rompió un brazo. Se acomodó en una lujosa mansión, Villa Frank, que había pertenecido a un judío deportado por los nazis y allí, después de discutirlo con algunos de sus más allegados llegó a la conclusión de que las 14 toneladas de documentación, planos e informes de los V-2, que habían traído con ellos desde Peenemünde, corrían un serio peligro de ser destruidas por los soldados de las SS para que no cayeran en manos enemigas. Esas eran las instrucciones que habían recibido del propio Hitler. Incluso ellos también serían aniquilados por aquellos fieros cumplidores de los mandatos del Fürher, para que los enemigos de la madre patria no se aprovecharan de sus conocimientos. En la mente de von Braun, y de muchos de sus colaboradores, se había instalado la convicción de que su futuro estaba en América. Allí podrían reemprender la tarea de construir cohetes capaces de hacer realidad su sueño: viajar al espacio. La destrucción de los documentos supondría años de retraso y decidieron esconderlos. Von Braun encomendó a Dieter Huzel y Bernhard Tess buscar un lugar seguro en el que ocultar aquella montaña de papeles y guardarlos allí. Los americanos ya estaban en las proximidades de Nordhausen cuando los dos colaboradores de von Braun lograron llevar a una mina abandonada, cuya entrada cegaron después con unas cuantas toneladas de rocas y tierra, los papeles que contenían valiosísima información sobre los programas de desarrollo de los A-4, A-9 y A-10.

Dornberger y von Braun creían que con un poco de suerte caerían en manos de los soldados estadounidenses en cuestión de días, si es que los hombres de las SS de Kammler no los mataban antes. Sin embargo, el 1 de abril, el general nazi ordenó a von Braun, Dornberger y los 500 científicos y técnicos de mayor relevancia del grupo, que se desplazaran a los Alpes Bávaros, un lugar más seguro, en el que muchos pensaban que se escondía el Fürher protegido por numerosas y bien armadas unidades de las SS. El viaje en tren hasta su destino, Oberammergau, un plácido lugar en las montañas, les llevó algunos días debido a la escasa velocidad con que avanzaba el convoy. Una vez allí, von Braun y su hermano, Magnus, se albergaron en el pueblo de Weilheim, al sur de Oberammergau.

Entre tanto, los americanos entraron en Nordhausen y cuando su posición estuvo asegurada, el capitán Robert Staver se desplazó para inspeccionar la fábrica de los V-2. Fue el primero en recorrer sus instalaciones y pudo contemplar, horrorizado, los cadáveres de esclavos que se apilaban en las inmediaciones de la fábrica. Staver empezó a embalar las piezas y el material que encontró en Mittlewerk con la intención de enviarlos en camión a Amberes y de allí en barco a White Sands, Nuevo México. Sus colegas esperaban recibir un centenar de V-2. Al capitán no le resultó difícil juntarlos.

El 20 de abril Hitler celebró su 56 cumpleaños en el bunker y el 1 de mayo se quitó la vida. La radio alemana dio la noticia fingiendo que el Fürher había caído en el frente luchando contra los bolcheviques y que el almirante Karl Doenitz lo revelaba en el mando. Sin embargo, la guerra había terminado.

Dornberger le ofreció al comandante de las SS, que vigilaba a los 500 técnicos de los V-2, que quemaran los uniformes y pasaran a engrosar las filas de sus soldados regulares. De esa forma les evitaba la molestia de que, tuvieran que cumplir las órdenes del desaparecido, como por ensalmo, general Kammler —matar a todos los científicos antes de que cayeran en poder de los aliados— lo que les podría acarrear serios problemas cuando los apresaran los americanos: seguramente los fusilarían. El comandante pactó con Dornberger aquella salida para él y sus soldados.

Los hombres de von Braun acordaron enviar a Magnus en bicicleta, con un pañuelo blanco, en busca de las fuerzas americanas que se encontraban ya en las proximidades. El 2 de mayo, al amanecer, el hermano de Wernher se topó con una unidad del Séptimo Ejército de Estados Unidos que después de tomar Munich se dirigió hacia el sur. Ese mismo día von Braun, Dornberger y los líderes alemanes del programa V-2 se entregaron a las fuerzas estadounidenses.

Robert Staver sabía que el tiempo jugaba en su contra. En febrero de 1945 los aliados ya se habían repartido la Alemania que quedase una vez acabada la guerra. Nordhausen quedaba en zona soviética. El 1 de junio era la fecha prevista para que se hiciera el cambio de mando y además del material y un centenar de V-2, Staver quería enviar a Estados Unidos el alijo documental que mandó esconder von Braun y que había descubierto por casualidad. Aún más, también había recibido órdenes de sacar en un tren de aquel lugar, y trasladarlos a la zona americana, tantos científicos y técnicos relacionados con los V-2 como pudiese. Cuando supo que von Braun estaba en manos de su Ejército fue a por él y lo escoltó hasta Nordhausen. Como Wernher tenía intención de trasladarse a trabajar a Estados Unidos, no le fue difícil que lo ayudara a convencer a muchos técnicos para que salieran de Nordhausen en el tren de Staver y se moviesen a la zona de influencia americana. Todos querían saber qué les ofrecían los americanos para compararlo con lo que prometían los soviéticos. Malenkov había enviado un grupo de expertos soviéticos a Alemania para que se hiciera cargo de las instalaciones de los V2 y ofreciera trabajo, un buen salario y la seguridad de que continuarían desarrollando su labor de investigación en el campo de los cohetes a todos los técnicos y científicos alemanes que hubieran trabajado en aquel programa. La oferta soviética la publicitaban en la radio.

Material de la fábrica de Nordhausen, cien V-2 y un tren con mil expertos del equipo de von Braun, abandonaron Nordhausen antes de que los soviéticos asumieran el mando en la zona. El capitán Robert Staver cumplió las órdenes recibidas, gracias a su astucia y atrevimiento burló a los servicios secretos aliados y cuando los soviéticos entraron en Mittlewerk, se encontraron con una fábrica vacía. El capitán tuvo suerte, porque al final la fecha del cambio de mando de Estados Unidos a la Unión Soviética, en aquel territorio, se pospuso del 1 al 21 de junio.

El Ejército de Estados Unidos envió al representante de General Electric en Paris para que interrogase a los expertos alemanes, que apenas eran capaces de entender las preguntas de sus interlocutores. El 15 de mayo, von Braun escribió un documento de ocho páginas en el que expuso su particular visión sobre el futuro de la exploración espacial: aviones cohete, telescopios espaciales, espejos gigantes capaces de alargar la duración del día en algunos puntos de la tierra, satélites y viajes interplanetarios.

Los estadounidenses tenían algunas dudas con respecto a la conveniencia de que von Braun se trasladase a su país y en el Gobierno coexistían las dos opiniones contrarias. Los soviéticos le ofrecieron 5000 marcos de recompensa si se pasaba a su bando. Stalin estaba furioso porque los americanos le habían vaciado Nordhausen, Peenemünde lo destruyeron los alemanes y muchos trabajadores de los V-2 se habían pasado a las zonas de influencia estadounidense. La explosión de las bombas atómicas en Hirosima y Nagasaki, a principios de agosto, pusieron de manifiesto la trascendencia bélica que tendría en el futuro el dominio de las tecnologías nuclear y de misiles de forma simultánea. El asunto de adquirir la tecnología de los V2 se convirtió en algo apremiante para el dictador soviético.

Y en medio de aquella algarabía y confusión, en septiembre de 1945, Serguei Pavlovich Korolev recibió la orden de trasladarse desde Moscú a Viena y de allí a Berlín. Con el grado de teniente coronel, rehabilitado tras una penosa estancia en el Gulag, el joven ingeniero portaba la orden de adquirir todo el conocimiento desarrollado por los hombres de von Braun. Su misión consistía en hacer que la Unión Soviética se posicionara a la cabeza del desarrollo tecnológico en aquella materia. Ese mismo día, von Braun salía de Alemania hacia Estados Unidos.

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

Tío Daniel, el secuestrador y otras historias del aire

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El mundo de la aviación y el vuelo son una fuente inagotable de historias; en este libro he recogido siete muy diferentes. De las siete, en una me he ajustado en todo lo posible a la realidad, en cinco he novelado lo que ocurrió y en la última, que quizá sea la más verosímil de todas, he dado mayor libertad a mi imaginación.

La historia verídica se corresponde con la vida de Santiago de Cárdenas ─un peruano de quien muchos han escrito, sin saber que sus ideas son desde el punto de vista aeronáutico tan originales como revolucionarias. Todos los interesados por la ciencia del vuelo de su época trataron de emular a los pájaros con máquinas que batían las alas, algo que don Santiago obvió. El gran descubrimiento del ilustre inventor fue que las aves como los cóndores, que él llamaba legítimas, «se bastaban con guardar la tensión y extensión de las alas». La idea de que para construir un artefacto volador más pesado que el aire, bastaba con un par de alas fijas, no tenía gran predicamento. Fue un aristócrata inglés quien, en 1799, grabó en un disco de plata este concepto de máquina de volar de alas fijas que, sin saberlo, compartía con Santiago de Cárdenas; su concepción sobre el modo en que deberían construirse las máquinas de volar le valió el título de inventor del aeroplano moderno; se llamaba: sir George Cayley. Nadie cayó en la cuenta de que un limeño desconocido se había anticipado en algunos años al baronet inglés. Sin desmerecer al aristócrata, a quién no le han faltado reconocimientos, no estaría de más apuntar algunos en la memoria del peruano desfavorecido por la suerte y los poderosos. En el relato de Santiago Cárdenas he procurado ajustarme a la realidad en todo lo posible; es una narración que he reconstruido a partir de la escasa documentación que ha sobrevivido al personaje.

Las líneas aéreas son responsables de transportar pasajeros que lleven consigo la documentación exigible para acceder a los países donde viajan. Es inevitable que, en algunas ocasiones, los pasajeros sean rechazados en su destino, porque la documentación que les acompaña no es correcta, o por otros motivos; y desgraciadamente, también ocurre que a estos pasajeros, de regreso al país de origen, se les niegue la entrada. Hoy, este problema tiene mejor solución en muchos países ya que de alguna forma se hacen cargo de la situación, pero hace algunos años la compañía aérea era la única responsable de estos individuos. Resolver estas situaciones desencadenaba sucesos tan rocambolescos como los que describo en Dos cajas de güisqui. Se trata de una historia basada en hechos reales que he deformado, cambiando nombres, personajes y partes de la trama, que viví muy de cerca.

Hasta que uno de los dos muera es una historia cuyo desarrollo gira en torno a una terrible confusión de los gestores de una aerolínea, que afecta gravemente a una pasajera y sus familiares. El error ocurrió tal y como lo describo, aunque los acontecimientos relacionados con el personaje central y sus familiares son pura invención. Esta es la otra historia, de la cual también tuve conocimiento directo.

Tío Daniel, el secuestrador es un relato basado en un hecho verídico que ocurrió fuera de España. Las motivaciones y la vida del protagonista así como las de su sobrina, las he novelado; sin embargo, casi todo lo relativo al secuestro se fundamenta en un episodio real. Para quién desee enlazar esta narración con el mundo de los hechos ciertos le sugiero que se fije en el nombre del protagonista: una clave que lo transportará a la realidad y sus incertidumbres. Esta es la narración más larga de todas, por eso la he utilizado para titular el libro.

En la historia de Lola García, la astronauta, todo es real menos Lola y su entorno próximo. A los demás personajes, protagonistas del inicio de la exploración espacial en Estados Unidos, no les he cambiado el nombre, ni a los acontecimientos las fechas, ni a las organizaciones las siglas. Es una historia breve, que cuenta las peripecias y la lucha de las mujeres que no se resistieron a la discriminación sexual con que la NASA inauguró la conquista tripulada del espacio.

De Rebelión en las nubes, poco tengo que decir porque el lector descubrirá con facilidad los hechos que la inspiran.

La última de las historias es una concesión a la fantasía, en la que he tratado de adecuar con precisión mis descripciones al método que siguen sus protagonistas para vencer la gravedad. Quiero decir que he procurado ajustar mis explicaciones al vuelo real de los pájaros. En Águila Perdicera el protagonista es un volador que, para que podamos entenderlo, se expresa como si fuera un ser humano instruido; no he encontrado otro modo de interpretar el mundo, visto a través de los ojos de un águila. Es una técnica que también utilizó Santiago de Cárdenas —el limeño que inventó el aeroplano— que hizo hablar a los cóndores para que explicaran con mayor propiedad lo que él no sabría decir mejor.

Tío Daniel el secuestrador y otras historias del aire

 

 

 

 

El miedo a volar y la incomodidad

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Isaac Asimov, Stanley Kubick y John Reagan compartieron la misma fobia que padece, o ha sufrido alguna vez, algo así como la mitad de las personas que utilizamos el avión. A pesar de que volar es 29 veces más seguro que conducir un automóvil, según las estadísticas del Departamento de Transporte de Estados Unidos, mucha gente sufre ansiedad a bordo de los aviones.

El miedo es una reacción natural del organismo para facilitar el que nos apartemos del peligro. Se produce ante una amenaza real y por tanto no suele durar mucho. La ansiedad no es miedo al peligro sino a que se produzca una situación de peligro; es un estado que perdura en el tiempo. Cuando aparece una rata y alguien siente miedo, esa persona no experimenta la misma sensación que el individuo que tiene miedo, permanentemente, por si aparece una rata. La ansiedad desgasta y tiene un efecto devastador sobre el organismo.

Los expertos nos explican que el vuelo no es un modo natural de transporte para el hombre y que, en esa situación, puede sentir fragilidad y vulnerabilidad. Esto es la causa del miedo a volar, que definen los estudiosos como una fobia específica, es decir, un estado de ansiedad que se produce por algo en particular, como la agorafobia o la claustrofobia.

Las expresiones fisiológicas del miedo a volar suelen traducirse en tensión muscular, temblores, respiración acelerada, palpitaciones, dolor en el pecho, trastornos abdominales, sudoración, picores, mareos, boca seca o palidez; afortunadamente no suelen presentarse todas juntas. Los trastornos psicológicos de esta fobia pueden inducir pérdidas de memoria, juicio perturbado, sensaciones muy negativas y pensamientos obsesivos.

Algunos expertos opinan que absolutamente todas las personas padecemos esta fobia, en algún grado, aunque sea mínimo.

Sobre este asunto se han escrito muchos libros. Yo he contado más de un centenar en Amazon, en inglés, y quizá la mitad en español, lo que nos da una idea de la popularidad que tiene. Sin embargo, lo que a mí más me ha llamado la atención siempre, son los elementos primarios que podrían alimentan la aviofobia: espacios cerrados, altura, aglomeraciones, falta de control de la situación, aire demasiado cargado, posibilidad de ataque terrorista que se le recuerda permanentemente al pasajero a lo largo de todo el vuelo de forma directa o indirecta, turbulencias, aceleraciones, imposibilidad de ir al servicio durante largos periodos de tiempo imprevisibles y otros muchos. El problema es que el número de elementos primarios que pueden inducir la aviofobia está creciendo debido a que a la lista se incorporan otros que, hasta la fecha, o no existían o no se han tenido en cuenta. Desde hace ya varios años la gente considera, cada vez más, la experiencia del vuelo como algo bastante indeseable: todo el proceso es harto incómodo.

El acceso a los aeropuertos, lejos del centro de la ciudad, nos obliga muchas veces a levantarnos a horas inhumanas. En las colas de los filtros nos faltan manos para llevar los bultos y la documentación. Nunca sabemos si hay que quitarse los zapatos o no, qué hacer con el iPad, si la hebilla del cinturón pitará o no pitará al pasar el arco y si las cremas o los líquidos que llevamos superan el aleatorio criterio de los guardianes. Después del trauma que siempre ocasiona el paso por un filtro, nos espera, con un poco de mala suerte, un camino zigzagueante por la terminal —para que no nos perdamos ninguna tienda— hasta llegar a la puerta de embarque. Para los creyentes es un buen momento de rezar y pedirle a su dios que no se retrase el vuelo (o no se retrase más) y, con un poco de suerte sentarse, entre maletas y equipajes de mano, antes de incorporarse a la tercera o cuarta cola del día que le permitirá subir al avión. El incómodo acceso —en fila india a través de una pasarela, o tras un viaje en un congestionado autobús bien cogido a una asidera para no estamparse contra los vecinos, por culpa de las aceleraciones que el conductor es incapaz de ahorrar a sus pasajeros—, es el preludio de la gran batalla que se libra en el interior del avión por el espacio de los maleteros que alojan el equipaje de mano. Una vez sentados, hemos llegado al núcleo del proceso. Y aquí las cosas varían mucho en función del precio del billete. En las llamadas clases de negocios es posible que recuperemos la sensación de pertenecer al género humano. Sin embargo, en lo que muchos ya denominan clase del ganado, disfrutaremos del ingenio y las nuevas tecnologías que las líneas aéreas y los fabricantes de aviones han aplicado al proceso de empaquetamiento de pasajeros. Este asunto se merece un punto y aparte.

Se denomina pitch a la distancia entre dos puntos iguales de dos asientos consecutivos, situados uno detrás (o delante) del otro. No hace muchos años, en los vuelos de corto y medio recorrido el pitch de la clase turística era de 31 o 32 pulgadas. Hoy por lo general es de 30 y en las cabinas de muchos operadores, casi todos los de bajo coste, no pasa de 28. Suele decirse que los nuevos materiales permiten construir asientos más delgados y que las reducciones del pitch no merman siempre el espacio útil para los pasajeros. Que cada vez los asientos son menos mullidos y cómodos eso parece cierto; la cuestión del espacio es discutible. En cuanto a la anchura de los asientos de clase turística, las aerolíneas argumentan que en los aviones de los años 1960 era de 14 pulgadas y hoy, el promedio es de 15. Puede ser, pero la tendencia de los últimos años es que la anchura merme. Los dos aviones de corto y medio recorrido del futuro son el B 737 MAX (2017) de Boeing y el A320neo (2016) de Airbus. El fabricante europeo recibió autorización de la European Aviation Safety Agency (EASA), el pasado mes de marzo, para incoporar 15 asientos más en su nuevo modelo que pasará de 180 a 195 asientos. El Boeing 737 MAX que ha comprado Ryanair contará con una versión de 200 asientos, a partir del 2019, aunque las primeras unidades llevarán 189. El pitch del A320neo podría bajar a 27 pulgadas y el del MAX a 29. Todo apunta a que la industria pretende en el futuro reducir el espacio para almacenamiento de equipajes y ubicar más asientos en las cabinas de pasajeros de la clase económica. Ya se han levantado voces de alarma para decir que, dentro de poco, nuestras maletas de cabina ya no servirán, serán demasiado grandes. Esta tendencia contrasta con dos hechos ciertos: el incremento de la obesidad en las personas mayores y de la altura en los jóvenes. Hoy, los pasajeros luchan por el espacio a bordo en las cabinas de la clase económica. Estas peleas han dado origen a inventos como el defensor de rodillas (knee defender) que es un artilugio que bloquea el mecanismo de reclinación del asiento delantero. Durante el pasado año, el uso de este aparato ha protagonizado importantes trifulcas a bordo, que en ocasiones forzaron aterrizajes no programados. Lo cierto es que, con el espacio que las aerolíneas dejan a los pasajeros de clase turista, los viajeros que miden más de 1,85 metros de altura empiezan a no saber qué hacer con sus piernas. La Federal Aviation Administration (FAA) de Estados Unidos también ha mostrado su preocupación por el efecto que tiene en la seguridad de las operaciones el incremento de la densidad de pasajeros en las aeronaves. La FAA efectúa ensayos periódicos para evaluar el tiempo que los pasajeros tardan en evacuar una aeronave. Estas pruebas se realizan en cabinas con un pitch de 31 pulgadas; un valor que excede el que ofrecen la mayoría de los transportistas en su clase económica.

En definitiva, el núcleo de la experiencia del vuelo, a bordo, suele consistir en soportar con el mejor humor posible, la proximidad del asiento delantero y sus movimientos que merman nuestro espacio, la pelea por el uso de los antebrazos que compartamos con un extraño y alguna pequeña cola en los servicios, si es que el vuelo está libre de percances. A la llegada, si hemos facturado el equipaje, aún nos espera la quinta o la sexta cola del proceso y vivir con cierta ansiedad la espera de las maletas. Si las recuperamos, emprenderemos, felices, el último tramo del viaje que va desde el aeropuerto a nuestro lugar de destino.

Como decía al principio el vuelo se ha convertido en un proceso, harto incómodo, que la gente tratará de evitar en lo sucesivo siempre que pueda. El cúmulo de inconveniencias es de tal magnitud, que la lista de elementos básicos que alimentan el miedo a volar, cada día se incrementa y, de seguir así, es posible que en un futuro no muy lejano, absolutamente todos padezcamos esa fobia, por una u otra razón. Sin duda, este es un peligro para el desarrollo de una aviación en la que parece urgente que las autoridades, los gestores aeroportuarios y las líneas aéreas empiecen a poner remedio para preservar el negocio. Yo creo que soluciones las hay, aunque no lo parezca, pero eso sería motivo de otra reflexión. Mientras tanto, todos los usuarios del transporte aéreo llevamos camino de engrosar la lista de los afectados por el miedo a volar.

Los análisis del impacto de un avión comercial en una central nuclear

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Han transcurrido 14 años desde que este mundo contempló asombrado, en la televisión, como dos aeronaves comerciales, llenas de pasajeros, se estrellaban contra las inmensas Torres Gemelas de Nueva York.

A partir de aquel momento los expertos se plantearon qué es lo que podía ocurrir si el impacto de una gran aeronave comercial, en vez de alcanzar un rascacielos, se produjera contra el edificio principal de un reactor nuclear. De hecho, aparentemente, la inteligencia de Estados Unidos tuvo noticia de que los terroristas habían barajado la posibilidad de lanzar uno de los aviones que secuestraron contra una central nuclear.

En el año 2002 había 130 reactores nucleares produciendo electricidad en Estados Unidos. En el mes de diciembre de aquel año, el Electric Power Research Institute (EPRI) junto con el Nuclear Energy Institute (NEI) publicaron un estudio con el siguiente título: «Disuadiendo al terrorismo: Los análisis de impacto de aeronaves demuestran la solidez estructural de las plantas de potencia nucleares». El estudio lo hicieron las referidas entidades en colaboración con dos empresas consultoras: ABS Consulting y ANATECH. El documento analizaba el impacto de aviones comerciales en los edificios de contención, depósitos de combustible usado, almacenamiento de combustible y contenedores de transporte de combustible nuclear. En Estados Unidos los reactores nucleares eran, básicamente de dos tipos: de agua a presión (PWR) y de agua en ebullición (BWR). En ambos, los muros de protección de hormigón armado del reactor tienen un espesor entre 1 y 1,35 metros, aproximadamente. Como avión de referencia, para el análisis, se empleó el Boeing 767 400, que por entonces cubría el 88% de los vuelos, en Estados Unidos, realizados con aeronaves con un peso máximo de despegue similar al suyo. Se estimó que la velocidad del impacto rondaría las 350 millas por hora, como máximo, ya que de ser mayor la aeronave sería poco controlable durante la maniobra de aproximación final al objetivo. Y también se supuso que los impactos se producían en las zonas más sensibles de los edificios, que en el momento del choque la masa del avión se correspondía con su peso máximo de despegue y que los depósitos de combustible estaban llenos; hipótesis tan desfavorables como imposibles. Aun así, el informe finalizaba con una conclusión escueta y sencilla: «El estudio determinó que las estructuras que alojan el combustible del reactor son robustas y protegen al combustible del impacto de grandes aviones comerciales.»

Aquel análisis de diciembre de 2002 serviría para tranquilizar a la mayoría de la opinión pública estadounidense, pero la realidad se ajustaba, tan solo en parte, a la categórica aseveración final del estudio. Casi todas las centrales nucleares del país se habían diseñado durante la década de los años 1960. Entonces, el mundo era distinto. En el diseño de los edificios de contención no se consideró la posibilidad de que un avión comercial chocara contra sus muros de hormigón. La hipótesis era tan improbable que pertenecía al mundo de lo imposible. Por el contrario, sí se tuvo en cuenta la eventualidad de que un avión militar (tipo Phantom) o un avión pequeño de la Aviación General, pudiera colisionar contra las instalaciones de la central. El impacto de un avión militar de caza o de una pequeña aeronave era altamente improbable, pero posible. Al parecer, los resultados de los primeros análisis, que se hicieron en 2002, del comportamiento de los contenedores nucleares frente al impacto de una aeronave de mayor tamaño, pareció demostrar que los márgenes de seguridad que se habían dado a los diseños originales fueron capaces de absorber el incremento de las cargas previsibles. Pero, muchos empezaron a cuestionar la metodología empleada para determinar las cargas sobre las estructuras. El método más generalizado con el que se calculaba, a final de los años 1960, la carga generada por el impacto de una aeronave contra los muros de contención de las centrales, fue el que propuso el doctor Jorge Riera (1968). Según dicho método, el avión se considera con forma cilíndrica con una distribución de masa y resistencia determinadas (medidas a lo largo de su eje longitudinal, a partir del morro); el muro de hormigón se supone que es rígido. La fórmula de Riera proporciona una carga, en función del tiempo a lo largo del impacto, que es la que se aplica a la estructura de hormigón armado para determinar cuál será su comportamiento. El método tiene la ventaja de su sencillez y por tanto permite efectuar muchos cálculos en distintas partes de la estructura, con diferentes velocidades y ángulos de incidencia de la aeronave. Sin embargo, a partir de los años 2001 y 2002, muchos expertos cuestionaron la validez del método de Riera cuando se trataba de evaluar las cargas que podía inducir el impacto de un gran avión comercial sobre la estructura del contendor de una central nuclear. Los técnicos empezaron a sugerir otros modelos para determinar estas cargas y estos nuevos modelos arrojaban valores bastante más altos.

El accidente de la central de Fukushima Daiichi, en marzo de 2011, volvió a conmocionar a la opinión pública y los políticos se vieron obligados a replantearse el asunto relativo a la seguridad de los más de 400 reactores nucleares que operaban en todo el mundo.

En Europa, el 25 de mayo de ese mismo año, la Unión Europea anunció que la Comisión y el Grupo Europeo de Reguladores de Seguridad Nuclear (ENSREG) habían llegado a un acuerdo sobre los criterios aplicables y el modo en que se efectuarían los stress test a que se someterían todos los reactores que operaban en su territorio. El acuerdo resultó mucho más complicado de lo que, en primer lugar podía suponerse, debido a los aspectos relacionados con el terrorismo. Para resolver estas disputas se convino en tratar por separado estos asuntos, con el objetivo de garantizar la confidencialidad. El objetivo principal de los test fue evaluar la seguridad y robustez de las plantas nucleares en caso de eventos naturales extremos (como en Fukushima). Según la Comisión el asunto de los efectos del impacto de grandes aeronaves comerciales también se trató, aunque de forma indirecta. La realidad es que, al constituir los actos de terrorismo un asunto de seguridad que concierne a la soberanía de los distintos estados, los stress test no se ocuparon de ellos y se creó un grupo especial para abordar todo lo relacionado con los mismos. Dicho grupo elaboró un conjunto de recomendaciones de carácter bastante general. En octubre de 2012, la Unión Europea evacuó una comunicación sobre los resultados de los stress test que se habían llevado a cabo en los 145 reactores de los 15 estados miembro. El documento incluía las recomendaciones a tener en cuenta en el diseño de nuevas centrales nucleares, sobre todo en lo relativo a su resistencia frente a terremotos e inundaciones, la necesidad de disponer de instrumentos para detección de seísmos en las centrales, equipo para combatir accidentes graves, procedimientos de emergencia, centro de control de emergencia adicional, medidas pasivas y líneas de actuación en caso de accidente grave.

El ejercicio europeo dejaba muchas lagunas, ante la opinión pública, de la capacidad de las centrales nucleares europeas para soportar ataques terroristas, que consistieran en estrellar grandes aviones comerciales contra los edificios de contención de los reactores. Todo lo relacionado con este asunto quedaba, por razones de seguridad, en la penumbra.

De otra parte, las investigaciones y los estudios de los expertos, cada vez apuntaban con mayor claridad a que la determinación de las cargas que el impacto de una gran aeronave produce sobre la estructura, debe efectuarse por métodos más sofisticados que los que se emplearon para el diseño de la mayoría de las centrales nucleares que operan en el mundo. Los dos métodos que se consideran más adecuados utilizan modelos mucho más complejos de las aeronaves, que se representan mediante un conjunto de superficies, o elementos finitos. Dichos elementos configuran el fuselaje, las alas, el tren, los motores, los depósitos de combustible y los planos de la cola. El choque contra un muro rígido se resuelve analizando la deformación y rotura del cuerpo de la aeronave, su descomposición en fragmentos, así como la existencia de masas discretas, como los motores que se convierten en proyectiles. Si en vez de considerar un muro rígido, se modela también la deformación de la estructura de hormigón armado y el efecto que dicha deformación tiene sobre el cuerpo del avión que se estrella, entonces tenemos un modelo de impacto conocido con el nombre de misil-blanco: el más preciso y elaborado que conocemos. Y, para aeronaves grandes, los resultados de las cargas que se estiman con este modelo misil-blanco difiere bastante de los que se obtendrían utilizando el antiguo método de Riera.

Después de que la Unión Europea hiciera públicos sus stress test, en los que tan poco se decía sobre el asunto de los posibles impactos de grandes aviones comerciales en las centrales nucleares, la organización internacional Greenpeace encargó otros estudios para evaluar el efecto de dichos impactos.

Con 58 centrales nucleares, Francia es el campeón nuclear europeo, con diferencia, al que le sigue el Reino Unido, con 19 centrales. Bajo el título de Vulnerabilidad de las plantas de potencia nucleares francesas al impacto de una aeronave, el 27 de febrero de 2012, Greenpeace publicó un informe que había encargado a una empresa consultora londinense. Los autores del documento pusieron un gran énfasis en que los eventos reales de aeronaves que han impactado contra edificios (WTC y Pentágono el 11 de septiembre de 2001 y el B747 que se estrelló en Lockerbie, Escocia, en 1988) muestran un escenario mucho más complejo que el que se empleó para diseñar las centrales nucleares francesas. La carga del impacto genera ondas de choque en la estructura que induce daños en la propia estructura o en otras partes distantes; algunos restos del avión que se desintegra actúan como proyectiles; la masa de escombros, en que se convierte la aeronave, al proyectarse contra la estructura puede desequilibrarla y el combustible ardiendo tiene efectos devastadores al sobrecalentar la estructura. Al final, el extenso estudio aporta una conclusión relativamente ambigua: «los muros de contención primarios de las 58 plantas nucleares operativas en Francia están sometidos al riesgo de fallo en el supuesto de recibir el impacto de un avión del tamaño que operan las aerolíneas».

En diciembre de 2012, Greenpeace, en colaboración con Eda Becker, también hizo público otro informe: Consecuencias en las centrales nucleares españolas tras la colisión de un avión de pasajeros. Las conclusiones apuntaban a que las centrales más antiguas son las más vulnerables, mientras que la de Cofrentes, Vandellós 2 y Trillo probablemente soportarían el impacto de un avión de pasajeros.

El pasado mes de Agosto se celebró en Manchester la conferencia sobre Mecánica Estructural de la Tecnología de Reactores (SMIRT 23). De las intervenciones y comunicaciones que se presentaron cabe deducir que la metodología para determinar el posible impacto de una aeronave sobre una central nuclear sigue siendo un asunto que preocupa a los expertos. En un estudio de Alexander Siefert y Fritz-Otto Henkel se utilizaron modelos muy detallados de dos aeronaves: A320-200 y B747-400; para analizar las consecuencias del impacto se empleó una simulación integral desacoplada, del tipo misil-blanco, haciendo que los aviones se estrellaran contra el muro de contención del reactor, de hormigón armado, a una velocidad de 576 kilómetros por hora. Del estudio se deduce que para, que no se produzcan daños relevantes, el espesor del muro debería ser de 1,8 metros, con un 747, aunque para el A320 bastaría con 1,2 metros.

De todo este largo y penoso proceso está claro que la mayoría de las centrales nucleares, que hoy funcionan en el mundo, se diseñaron sin tener en consideración el posible impacto de un gran avión comercial. No podemos afirmar que sean capaces de soportar dicho impacto sin sufrir daños serios, pero tampoco está claro que cualquier accidente de esta naturaleza los vaya a generar. En cualquier caso, parece que únicamente para aviones realmente muy pesados, como el Boeing 747 o el Airbus 380, los impactos podrían comprometer la estructura del reactor en algunas instalaciones. Las nuevas centrales sí se han diseñado y se construyen teniendo en cuenta este tipo de eventos. La protección de las nucleares frente a ataques terroristas es una cuestión que afecta a la seguridad de cada nación y muchas de las medidas que se adoptan al respecto, son confidenciales.

No podemos asegurar que gozamos de una protección absoluta en caso de que se produzca un impacto de una aeronave contra cualquier central nuclear. Sin embargo, la probabilidad de que dicho evento origine daño grave a la población es extraordinariamente pequeña. Incluso, en el caso de un avión de gran tamaño, las condiciones del impacto deberían reunir un conjunto de características, tan peculiares, que difícilmente pueden concurrir en la práctica.