La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)

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La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte):

El 7 de noviembre de 1957 se conmemoraba el 40 aniversario de la Revolución de Octubre en la URSS. Khrushchev le preguntó a Korolev si era posible celebrar la fiesta con algún gran evento. Serguei, sabía que el siguiente paso importante en la aventura espacial consistía en colocar a un hombre en una órbita terrestre. Antes de hacerlo con un ser humano tendría que probar con animales. La respuesta al jefe del Gobierno fue que lo podrían celebrar enviando al espacio a un perro. En realidad sería una perra que recogieron en las calles de Moscú: Laika. Korolev tuvo que reunir otra vez a sus colaboradores, a toda prisa, para que preparasen un cohete R-7 y una cápsula espacial que esta vez llevaría a bordo un ser vivo. El 3 de noviembre Laika viajó al espacio, aunque apenas sobrevivió unas horas debido a un fallo en el sistema de regulación de temperatura en la nave espacial. En cualquier caso hubiera muerto en el espacio porque la cápsula no podía devolverla con vida a la Tierra.

Después de este segundo esfuerzo, la salud de Korolev se resintió seriamente y su corazón acusó el terrible estrés a que había estado sometido durante los últimos meses. Korolev tuvo que recluirse durante un tiempo en un sanatorio.

Dada la crisis que produjo en Estados Unidos el lanzamiento del Sputnik 1 y, casi a continuación, el del Sputnik 2 con Laika a bordo, von Braun consiguió autorización para preparar uno de sus cohetes para un eventual lanzamiento, aunque el Vanguard de la Marina lo intentaría en primer lugar. El 6 de diciembre de 1957, con las televisiones de todo el mundo en Cabo Cañaveral, el cohete de Milton Rosen fracasó en su intento por colocar en órbita un pequeño satélite. Fue una página que muchos políticos de aquel país nunca quisieran haber leído; aunque el Huntsville los hombres de von Braun no pudiesen ocultar su alegría al leer en la prensa el título con que bautizaron al cohete de la Marina: Kaputnik.

Por fin, el 31 de enero de 1958, el Explorer 1—el primer satélite artificial estadounidense, de 13,97 kilogramos de peso, lanzado por la Army Ballistic Missile Agency (ABMA) — consiguió orbitar alrededor de la Tierra a 2550 kilómetros de altura. Von Braun siguió el lanzamiento en Cabo Cañaveral desde Washington, debido a que la extraordinaria expectación del evento hizo que los políticos requiriesen su presencia allí para atender a los medios. Durante algunos minutos, Wernher creyó que la misión había fracasado porque las estaciones de escucha terrestres no detectaron las señales del satélite. El Explorer 1 se situó en una órbita más alta de lo previsto. El cohete que lo impulsó, Juno 1, era una versión del Jupiter-C al que se le incorporó una cuarta etapa, sin sistema de guiado; era la solución más sencilla, aunque tenía un grave inconveniente: la órbita no podía determinarse con exactitud.

Estados Unidos celebró el éxito de von Braun con un júbilo hasta cierto punto desmedido. El peso de la carga útil del Sputnik 2 (508 kilogramos) casi multiplicaba por 50 la del Explorer 1; los cohetes de Korolev le llevaban una ventaja muy considerable a los de Wernher von Braun. Sin embargo, el Explorer 1, con un contador de Geiger a bordo, detectó la existencia de los cinturones de radiación que se denominarían de Van Allen, en honor al científico que los había estudiado, mediante globos, y que ideó el experimento en el satélite.

El 15 de mayo de 1958, Korolev puso en órbita el Sputnik 3, que llevó a bordo el Objeto D, con tonelada y media de instrumental científico. Serguei ya se había entregado por completo, en estrecha colaboración con Tikhonravov, al diseño de un programa espacial de gran alcance para la URSS. En aquel espléndido proyecto figuraba la puesta en órbita de una nave tripulada, el viaje a la Luna, la construcción de una estación espacial y la exploración de Marte. El primer problema a resolver con las naves tripuladas era el del regreso a la Tierra. La cápsula espacial debía contar con unos retrocohetes que la frenaran hasta el punto de que, al perder velocidad, se precipitara sobre la Tierra. Sin embargo, la reentrada debía hacerse con un ángulo, dentro de una estrecha ventana, porque si era pequeño al entrar en la atmósfera rebotaría para regresar a una órbita superior, y si era demasiado grande descendería a gran velocidad y el calentamiento la destruiría. En cualquier caso, el problema del exceso de temperatura debido a la fricción con el aire de la atmósfera, también habría que resolverlo. Tikhonravov diseñó una cápsula con el frontal semiesférico, que ofreciera resistencia al avance, para frenar la nave, y sobre todo para que se formara una onda de choque frontal que la mantuviera, hasta cierto punto, aislada del aire que incidía a gran velocidad. El tiempo de encendido de los retrocohetes era crítico para lograr un ángulo correcto de reentrada. Por tanto, para que la cápsula regresara a la Tierra después de un viaje espacial habría que tener en cuenta su forma, el control del tiempo de actuación de los retrocohetes y el material de que estuviera hecha.

El principal problema del proyecto espacial soviético, era que los planes de Korolev y Tikhonravov no coincidían, en sus prioridades, con los del estamento militar ni con los de muchos políticos de su país. Del espacio, lo urgente para ellos, era la estación espía de observación. Y con respecto a los misiles balísticos de muy largo recorrido, les preocupaba: en primer lugar, que las estaciones de lanzamiento eran muy voluminosas, fácilmente detectables por la inteligencia enemiga, y, en segundo lugar que, con anterioridad al lanzamiento del misil, debía efectuarse la carga del comburente líquido, oxígeno criogénico, en la que se tardaba, al menos, un día entero.

Khrushchev mantuvo una reunión con Korolev para tratar de las cuestiones que le preocupaban con respecto a sus misiles balísticos y le preguntó qué pensaba sobre la utilización de otros comburentes y combustibles, de los que, el propio jefe de Estado ya había sido informado por los que apoyaban las ideas de otro ingeniero, Mikhail Kuzmich Yangel, que trabajaba en el desarrollo de misiles de corto y medio recorrido, que empleaban combinaciones combustible-comburente, hipergólicas. Estas mezclas tienen la propiedad de que arden cuando los dos elementos (combustible y comburente) se ponen en contacto. El combustible de los misiles de Korolev era queroseno, y el comburente, oxígeno líquido. La mezcla había que encenderla para que se produjera la combustión. En sus diseños y experimentos, Yangel utilizaba como combustible dimetilhidracina asimétrica y como comburente tetróxido de nitrógeno; son líquidos extremadamente corrosivos y de muy difícil manejo. Korolev estaba al corriente de estos desarrollos, pero consideraba que aportaban poco a su proyecto de misiles de gran empuje que pudieran transportar naves espaciales, al margen de la disponibilidad inmediata para la acción y la posibilidad de almacenarlos en silos, asunto que no le preocupaba demasiado. Khrushchev le pidió que estudiara el problema. En una segunda reunión fue más directo y le dijo que el camarada Yangel se haría cargo de otra línea de trabajo en la que emplearía los nuevos combustibles para desarrollar misiles balísticos de largo recorrido. Korolev protestó, sin que sirviera de nada. Conocía a Yangel, que había trabajado para su organización durante algún tiempo y también era consciente de que su antiguo subordinado había buscado apoyos en Ustinov y otros generales para llevar adelante sus proyectos. Hasta Glushko y el hijo de Khrushchev, que trabajaba en su grupo, habían contribuido a que los ambiciosos proyectos de Yangel prosperasen. El general Ustinov, que ocupaba el cargo de responsable del Comité Central sobre aquellos asuntos, asumió la responsabilidad de apoyar a Yangel. Desgraciadamente, aquel apoyo le costaría muy caro, pero la promoción de otra línea de desarrollo de misiles, que competía con Korolev, no favorecería el desarrollo de sus proyectos.

Korolev tomó buena nota de que «el satélite de reconocimiento es más importante para la madre patria» y en noviembre de 1958 consiguió que le aprobaran la cápsula espacial Vostok para el satélite espía, aunque él tuviera en mente darle otros usos complementarios.

La parte más positiva, desde el punto de vista político, de las actividades espaciales de Korolev era que a Khrushchev le proporcionaban siempre magníficas oportunidades para hacer publicidad del régimen comunista soviético, en su propio país y en los foros internacionales.

A principios de 1959, Korolev intentó enviar, por cuarta vez, un cohete a la Luna. Transportaba una caja con 72 piezas en las que se había grabado la hoz y el martillo junto con la fecha del lanzamiento. Para observar el punto en que alcanzaba la Luna, también llevaba a bordo un kilogramo de sodio que al incendiarse producía una gran nube amarilla. El cohete erró la trayectoria, la inmensa nube amarilla pudo verse donde no estaba (y se suponía que debía encontrarse) la Luna, y la sonda se perdió en el espacio para convertirse en otro pequeño objeto en la órbita del Sol. Fue un hito involuntario que Khrushchev convertiría en un gran acontecimiento: el primer objeto humano en órbita solar.

A lo largo de 1959 el mandatario soviético aún tuvo más motivos para presumir de la tecnología espacial comunista. El Luna 2, lanzado el 12 de septiembre, llegó a la parte este del Mare Imbrium en la Luna. El radio telescopio Jodrell Bank del Reino Unido siguió el vuelo de la nave soviética y confirmó la noticia. Khrushchev no dejó pasar por alto a Einsenhower que su Pioner 4, la sonda estadounidense que más se había acercado a la Luna hasta la fecha, pasó a unos 60 000 kilómetros de distancia. Pero quizá, uno de las noticias espaciales que  más captó la atención del público aquel año, fue la que distribuyó las imágenes de la cara oculta de la Luna que fotografió el Luna 3 soviético, lanzado el 4 de octubre. Von Braun tomó nota de que aquel lanzamiento exigía un cohete con un empuje de más de 250 toneladas.

Con habilidad, Korolev iba desarrollando su programa espacial aprovechando el espontáneo y no programado interés de Khrushchev por utilizar los logros espaciales con fines publicitarios. En reconocimiento a su labor, Serguei y Nina recibieron una magnífica vivienda en Podlipki, con un jardín en el que Korolev disfrutaría en verano de la sombra de un viejo roble y durante casi todo el año de la magnífica chimenea con la embocadura de mármol, la biblioteca y algunos cuadros.

Las noticias de América también ayudaron a que los políticos soviéticos tuvieran que mirar la exploración espacial con mayor preocupación. Estados Unidos había creado una nueva agencia para encargarse de esta actividad y buscaba hombres para enviarlos al espacio. Los soviéticos también pusieron en marcha un programa para escoger a sus astronautas. Un programa tan secreto que los aspirantes participaron en un ejercicio de selección en el que no sabían para qué misión se les pretendía elegir.

En Estados Unidos la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército, tenían en marcha proyectos distintos de desarrollo de misiles y exploración espacial. Dado el carácter civil que el Gobierno quería otorgar a este último asunto, Einsenhower decidió crear la National Aeronautics and Space Administration (NASA), el 29 de julio de 1958. Su misión era la de mantener el liderazgo de Estados Unidos en lo relativo a las ciencias espaciales. Keith Glennan fue nombrado administrador de la nueva organización. Los gestores del recién creado organismo espacial tardaron muy poco tiempo en lanzar el proyecto Mercury que consistía en poner un hombre en el espacio. Muy pronto se dieron cuenta que quizá el problema más urgente que tenían que resolver eral la reentrada de la cápsula espacial en la atmósfera terrestre. En Moscú, Tikhonravov llevaba ya meses trabajando sobre el mismo asunto. Otra de las prioridades de la NASA fue la de identificar y absorber las instituciones del Gobierno que en aquel momento se ocupaban de asuntos relacionados directamente con el espacio, como el grupo de la Marina del cohete Vanguard y el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, en California.

Aquel verano de 1958, un proyecto combinado entre la Armada y la Fuerza Aérea, trató de lanzar un cohete a la Luna. El 17 de agosto, el cohete Thor explotó 77 segundos después de ser lanzado con rumbo al satélite natural terrestre. El fracaso, televisado, sirvió para aumentar el descrédito de las actividades espaciales estadounidenses que no gozaban de una prensa demasiado buena. Un mes más tarde, un cohete Atlas volvió a fallar en otro segundo intento por alcanzar el mismo objetivo. Korolev, en Rusia, también había errado en dos lanzamientos con destino a la Luna, pero los malos resultados soviéticos no se publicaban nunca.

En un principio, Von Braun y su equipo siguió trabajando para el Ejército, en Huntsville, al margen de la NASA. Había recibido el encargo de desarrollar un cohete balístico de largo alcance, inspirado en el Jupiter-C, para transportar una cabeza termonuclear. El nuevo desarrollo se planteó con un cohete central y un anillo de cohetes, tipo Redstone. El equipo decidió denominar aquel nuevo invento con el planeta del sistema solar que seguía a Júpiter: Saturno.

En abril de 1959 la NASA presentó oficialmente a sus siete astronautas del proyecto Mercury. Eran las personas elegidas para hacer realidad uno de los grandes sueños americanos. Encarnaban todas las virtudes que habían distinguido a los mejores hombres de la patria. Sus familias formaban parte de la excelencia que los agraciaba. Sus esposas los adoraban. Cierto o falso, el estereotipo que fabricó la NASA para sus astronautas se confundía con el ideal humano de la sociedad estadounidense de la época. Y para engrandecerlo lo elevó a la categoría de héroe.

En mayo de 1959 los astronautas visitaron las instalaciones de la fábrica McDonnell, donde se construía la cápsula Mercury, en St Louis. La nave espacial no disponía de controles ni ventanas. Los héroes se sintieron relegados a simples conejos de indias y solicitaron con vehemencia que se les otorgara a bordo cierta capacidad de control y que se abriera una ventanilla en las paredes de la Mercury. Aquél mes también tuvieron la oportunidad de presenciar el lanzamiento de un cohete Atlas igual al que estaba previsto que los transportase al espacio. En Cabo Cañaveral, desde el bunker, vieron con sus propios ojos como el cohete explotaba en el aire. Uno de los astronautas, Shepard, comentó: «Bien, me alegro de que se lo hayan quitado de encima…espero que arreglen el problema».

Al mes siguiente, en junio, comenzó el ensamblaje en Cabo Cañaveral, de un cohete Atlas, con la cápsula Mercury. El 9 de septiembre se lanzó. El cohete subió demasiado rápido y la cápsula se separó tarde. No logró alcanzar la posición correcta de reentrada y la prueba falló.

La NASA decidió descartar el Atlas y utilizar el Redstone de von Braun. Con este cohete tendría que limitar el experimento a un vuelo suborbital, en el que se alcanzaría una altura de más de 200 kilómetros; se supone que el espacio empieza a partir de las 60 millas (96 kilómetros), con lo que el viaje de la nave podría considerarse como espacial.

Wernher von Braun y sus colaboradores regresaban otra vez a las actividades espaciales. Su incorporación al proyecto supuso un cambio en el modo de hacer las cosas. Sometió a revisión cada sistema y dispuso que se implantaran controles sobre algunos elementos críticos como el exceso de aceleración y vibraciones; también decidió incorporar un mecanismo de escape para que la cápsula pudiera liberarse del cohete en situaciones de emergencia. Además como en el proyecto intervenían muchos subcontratistas —los principales eran Boeing, que fabricaba el cohete, y McDonnell que producía la cápsula Mercury—, von Braun decidió realizar pruebas del sistema completo. Von Braun desencadenó una tormenta en la NASA. El jefe del proyecto, Gilruth, había encargado a Chris Kraft el montaje de un centro de control de misión. Von Braun era partidario de que los tripulantes tuvieran mayor capacidad de control. En las discusiones afloraron sentimientos de aversión hacia los alemanes y resquemor por el papel, siempre estelar, de su líder: von Braun. La propia esposa de Wernher tuvo que intervenir en algunas fiestas en las que los ánimos se caldearon excesivamente.

Von Braun trabajaba para el Ejército, porque su centro de desarrollo de misiles balísticos no se había incorporado todavía a la NASA. En materia de cohetes, Estados Unidos disponía de una amplia colección de grupos de inventores en la nómina de diferentes organismos relacionados con la defensa del país. Von Braun recibió el encargo de presidir un comité que hiciera un informe al respecto y propusiera guías de actuación a largo plazo. El comité expuso las cinco líneas de desarrollo más significativas y von Braun sugirió que en el futuro se abordasen con una planificación conjunta. Estas líneas de trabajo empezaban en el Vanguard y pasaban por el Juno, los Atlas y el Titan, para terminar en los desarrollos de grupos de cohetes como el Saturno y el F-1 capaz de generar hasta tres mil toneladas de empuje.

Von Braun era un visionario y entendió que los futuros cohetes espaciales requerirían empujes muy superiores a los de los existentes y que, de algún modo, se produciría un claro divorcio entre los misiles balísticos nucleares y los cohetes espaciales. Estas ideas también calaron en el estamento militar y el Ejército puso en cuarentena el desarrollo del proyecto Saturno. Al igual que habían hecho los militares soviéticos, en Estados Unidos se cuestionó la oportunidad de seguir gastando dinero en cohetes como el Saturno, que requerían el uso de oxígeno líquido, con todos los inconvenientes asociados al proceso de carga, y desarrollaban empujes quizá innecesarios para transportar unas cabezas termonucleares cuyo peso podría reducirse de forma significativa. Con el proyecto Saturno a punto de cancelarse, Einsenhower anunció, en noviembre de 1959, su intención de transferirlo a la NASA. El 15 de marzo de 1960 se creó el George C. Marshall Space Flight Center en Huntsville, Alabama, dependiendo de la NASA, al que se incorporó personal del Army Ballistic Missile Agency (ABMA), bajo la dirección de Wernher von Braun. Por fin, el ingeniero de origen alemán conseguía un puesto de trabajo en la recién nacida industria espacial, que tanto había contribuido a inventar.

La primera prueba de lanzamiento de la cápsula Mercury con el cohete Redstone se hizo en Cabo Cañaveral, el 21 de noviembre de 1960. El ejercicio se convirtió en un espectáculo circense. El cohete principal se encendió y cuando se había levantado unos 10 centímetros de altura los motores se apagaron y el cohete con su cápsula Mercury en la cabeza se desplomó sobre la base, sin que de momento ocurriese nada. Entonces se activaron los cohetes de emergencia de la cápsula que salió disparada, dejando al cohete en tierra y se elevó 1200 metros, se abrieron los paracaídas y descendió suavemente para aterrizar a unos 370 metros de la plataforma donde el cohete Redstone seguía erguido, milagrosamente, sin que los técnicos supiesen que hacer.

El 19 de diciembre se efectuó otro lanzamiento con una cápsula Mercury vacía. El vuelo suborbital alcanzó 220 kilómetros de altura y la cápsula se recuperó en el océano Atlántico.

El 19 de enero de 1961, el jefe del proyecto Mercury, Bob Gilruth, anunció que Alan Shepard sería el primer astronauta en volar, Gus Grissom el segundo y John Glenn asumiría el papel de reserva para los dos.

Antes de enviar un hombre al espacio, la NASA decidió hacer una prueba con un chimpancé. Había varios entrenados para este menester y escogieron al número 65. El 31 de enero de 1961, el chimpancé partió de Cabo Cañaveral a bordo de una nave espacial Mercury. El sistema de control de empuje no funcionó bien y la cápsula alcanzó 252 kilómetros de altura en vez de los 185 previstos. A pesar de todo el chimpancé sobrevivió a la experiencia.

Gilruth y Kraft de la NASA y el propio Shepard no veían ninguna razón para aplazar el vuelo del astronauta, previsto para el 21 de marzo de 1961. Sin embargo, von Braun se opuso. Quería hacer más pruebas antes de aventurarse a enviar un hombre al espacio. Nadie, en la NASA se atrevió a ir en contra de su opinión, cuando se trataba de algo que tuviera que ver con los cohetes.

Von Braun se había convertido en la imagen pública de la investigación espacial en Estados Unidos. El éxito del Explorer 1 lo anunció la revista Time con un número en el que la fotografía de su rostro ocupaba la primera página. Sus artículos, series televisivas y entrevistas le otorgaron una gran publicidad. El 19 de agosto de 1960, se estrenó la película I aim at the stars (Yo, apunto a las estrellas), en Munich, sobre la historia de su azarosa vida. En la obra, protagonizada por el alemán Curt Jürgens, un periodista norteamericano apostilla el título con la frase «pero a veces le doy a Londres». Durante el estreno en el Reino Unido dos hombres abrieron una gran pancarta: «Los V-2 nazis de von Braun mataron y lisiaron a 9000 londinenses». En Estados Unidos la crítica fue más favorable al alemán, pero sirvió para remover otra vez su pasado en la Alemania nazi de Hitler. Al propio von Braun no le gustó la película. A pesar de la controversia que le acompañaría a lo largo de toda la vida, su talante abierto, su profunda inteligencia, el encanto personal de su porte distinguido y aristocrático, sus dotes de liderazgo y la pasión que era capaz de transmitir cuando hablaba del espacio, lo convirtieron en el icono de la aventura espacial en lo que entonces se llamaba mundo libre.

Korolev no existía para el público. Obsesionados por los secretos; temerosos de que la inteligencia capitalista asesinara al máximo responsable del programa de desarrollo de misiles soviético; las autoridades de la URSS mantuvieron su identidad en la más oscura de las penumbras. Korolev no tenía rostro, era un mito sin cuerpo; se había convertido en el espíritu que movía el complejo entramado de ciencia e ingeniería de una de las naciones más poderosas del mundo para fabricar las gestas que le exigían los políticos.

Sin embargo, junto a la falta de simetría entre la popularidad de von Braun y la de Korolev, coexistía otra realidad igualmente asimétrica: mientras Korolev era el auténtico vértice del entramado espacial de su país, von Braun desempeñaba en el del suyo un papel importante, pero coral. Por eso Korolev sentía sobre su conciencia el peso de la decisión que habían tomado. Yuri Gagarin viajaría al espacio, cuando él diese la orden, cuando él decidiera que todo estaba en condiciones para que lo hiciera.

El 12 de abril de 1961, en la base de lanzamiento de Baikonur, los astronautas Yuri Gagarin y Gherman Titov desayunaron con Serguei Korolev. El jefe de diseño de la ingeniería soviética no había dormido muy bien. A las dos de la madrugada le sirvieron un té con galletas y a las cinco había hablado por teléfono con su esposa Nina. Su rostro reflejaba un profundo cansancio. El médico le había recomendado que descansara porque su corazón daba signos de agotamiento. Pero, aquel era el día señalado por el Comité Central del Partido Comunista para que desde la base de Baikonur se enviara un cohete con un astronauta a bordo, orbitase alrededor de la Tierra y regresara, sano y salvo a la madre patria. Y Korolev fue quien propuso la misión, porque creyó que había llegado el momento.

Desde el mes de mayo de 1960, en que se llevó a cabo la primera prueba de vuelo con el cohete R-7 y la cápsula espacial Vostok acoplados, hasta el 12 de abril de 1961, su equipo había trabajado sin descanso. Había transcurrido casi un año desde que el jefe de la Comisión del Estado, general Nedelin estuvo en Baikonur, para comprobar cómo fallaron los retrocohetes que controlaban la reentrada en la atmósfera. La cápsula rebotó y en vez de regresar a la Tierra, saltó a una órbita superior. Dos meses después, dos perras, Chaika y Lisichka perdieron la vida en otro cohete cuando explotó a los 30 segundos del despegue. En agosto de 1960, tuvieron un éxito al colocar a Belka y Strelka, una pareja de perras, en órbita y traerlas vivas a la Tierra. Un eufórico Khrushchev en una reunión de Naciones Unidas, en Nueva York, prometió regalarle a Einsenhower un cachorro de Strelka para la Casa Blanca. Nedelin lo festejó y quizá aquella fue una de sus últimas celebraciones. El 23 de octubre de 1960, también allí, en Baikonur estaba previsto el lanzamiento del R-16 propulsado mediante una combinación de líquidos hipergólicos y Nedelin acudió para presenciar el lanzamiento del cohete diseñado por Yangel. Una terrible explosión, imprevista, acabó con la vida del general y la de unas 150 personas más. De Nedelin recogerían sus medallas y lo identificaron por la estrella de oro de Héroe de la Unión Soviética. Yangel se salvó porque en ese momento estaba fumando en el bunker. El desgraciado accidente paralizó temporalmente sus lanzamientos hasta el 1 de diciembre. Ese día, otras dos perras, Pchelka y Mushka, completaron 17 órbitas a la Tierra, en una cápsula Vostok; durante la maniobra de reentrada los retrocohetes funcionaron menos tiempo del necesario y la cápsula inició un descenso que la llevaba a caer fuera de la URSS; hicieron que la nave explotara en pleno vuelo. Antes de que finalizara 1960, el 22 de diciembre, en otro lanzamiento con dos perros a bordo, la tercera etapa del cohete falló; aunque la cápsula se separó y pudieron recogerla, con los animales vivos, en Siberia.

En todos aquellos vuelos, Korolev había estado pendiente hasta del último detalle y, después de cada fallo, había sometido a su equipo un profundo análisis para estudiar las causas y diseñar remedios.

A lo largo de 1961 hubo dos vuelos más, el 9 y el 24 de marzo, en los que todo funcionó bien. En ambos, además de un perro, ratones y reptiles, voló un curioso personaje: Iván Ivanovich, un muñeco que representaba la figura de un astronauta, a escala natural. Con estos dos éxitos, Korolev pensó que había llegado el momento de solicitar permiso para lanzar un astronauta soviético al espacio. El Comité Central le otorgó la correspondiente autorización y la fecha del lanzamiento se había fijado para el día 12 de abril.

Gagarin y Titov sentían un profundo respeto por Korolev. El aspecto que tenía el jefe de diseño aquella mañana del 12 de abril, los impresionó. Hacía poco tiempo que ellos le habían pedido una entrevista para decirle que muchos de los fallos en los lanzamientos, podrían evitarse si a bordo de la cápsula espacial los astronautas podían tomar el mando de la nave. Sin embargo, para hacerlo, era preciso que se les enviara un código secreto desde el centro de control, en tierra. Korolev le había pasado la contraseña a Gagarin, contraviniendo el procedimiento; nadie sabía hasta qué punto el entorno a bordo de una cápsula espacial podía alterar el juicio de una persona. Pero Korolev sentía que sobre él recaía todo el peso de aquella responsabilidad y no podía quitarse de la cabeza que de los últimos 17 lanzamientos del cohete R-7, con los mismos motores, 8 habían fracasado. Él asumía las responsabilidades, él tomaba las decisiones.

El día anterior, por la tarde, había estado un largo rato a solas con Yuri Gagarin en la cápsula Vostok explicándole con detalle el proceso del lanzamiento hasta que se sintió tan mal que no tuvo más remedio que interrumpir la sesión para retirarse a su habitación. El médico le recomendó que descansara. Sin embargo, aquella mañana, se sintió con fuerzas para retomar el trabajo.

Tras el desayuno, Gagarin subió a la cápsula espacial y Korolev se refugió en el bunker. Los dos se mantuvieron en contacto por radio durante las comprobaciones previas al despegue. A ratos Yuri Gagarin canturreaba canciones folklóricas rusas. Hijo de campesinos, hacía poco más de un mes que había cumplido 27 años; a pesar de su buen carácter y aspecto sonriente, el astronauta había tenido una vida dura. A Korolev le caía muy bien aquel muchacho y no podía evitar la preocupación de que podía estar enviándolo a la muerte. Lo que más le preocupaba era un fallo de los motores de las etapas superiores.

A las 09:07 Korolev apretó el botón de encendido y el cohete inició el despegue. El corazón de Gagarin latía 157 veces por minuto. Korolev pensaba, angustiado, en todas las posibles complicaciones. Las que más le agobiaban tenían que ver con fallos en los motores de las etapas superiores. Si no funcionaban los retrocohetes podría regresar después de 11 o 12 días de permanecer en órbita, para los que disponía de recursos vitales en la cápsula Vostok. Korolev mantuvo el contacto con Gagarin durante unos 7 minutos; a partir de ese momento la cápsula pasó a comunicarse con otra estación de seguimiento. Korolev habló por teléfono con Khrushchev y pasaron la noticia a la agencia TASS.

Gagarin, desde la Vostok, empezó a describir el horizonte curvado, el color de la Tierra, la negrura del cielo y el brillo de las estrellas.

En el centro de Baikonur estaban pendientes de las noticias de la radio. Al cabo de 50 minutos las emisoras distribuyeron la nota de la agencia: «El primer satélite Vostok con un ser humano ha sido puesto en órbita alrededor de la Tierra desde la Unión Soviética. El piloto astronauta de la nave espacial satélite Vostok es un ciudadano de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mayor de aviación: Yuri Alexeyevich Gagarin».

Cuando la Vostok iba a completar una vuelta completa a la Tierra para sobrevolar otra vez la URSS, a las 10:25 horas, desde tierra activaron los retrocohetes. Entonces la cápsula, de forma inesperada empezó a girar sobre sí misma, a una velocidad de unos 30 grados por segundo. El problema, que el centro de control no pudo advertir, se debió a que el módulo de instrumentos, unido a la Vostok, no se había separado de la cápsula. Sin embargo, el incremento de temperatura de la reentrada quemó los cables y el módulo se desligó de la Vostok. Yuri tuvo que soportar una aceleración de 8 g. El paracaídas se abrió a 6000 metros de altura, saltó la escotilla y Gagarin fue lanzado al espacio sujeto a la silla de vuelo que se desprendió para liberarlo y permitir que iniciase el descenso final con su paracaídas. A sus pies pudo contemplar la grandeza del Volga y una vez en tierra a unos sorprendidos campesinos que no daban crédito a lo que veían con sus ojos hasta que alguien exclamó: «lo están diciendo en la radio».

Korolev no tenía palabras cuando se encontró con él otra vez, en el campo, y el muchacho lo saludó para comentarle que todo había ido bien.

El 14 de abril fue declarado día de fiesta en la URSS; miles de personas acudieron a la Plaza Roja para celebrar el gran acontecimiento. La gente que se arremolinaba en la gran explanada contempló a un sonriente Yuri Gagarin acompañado del exultante Khrushchev y de Brezhnev. Korolev no ocupó ningún lugar de honor en la ceremonia que celebraba el triunfo. Ni siquiera pudo asistir al acto multitudinario en la Plaza Roja, porque se le rompió la correa del ventilador del coche cuando se dirigía al centro de Moscú. No llegó a tiempo.

Era la segunda vez que la Unión Soviética, con su pequeño David, ganaba otra etapa en la carrera espacial al país que lideraba el llamado mundo libre, gracias a que un hombre invisible, solitario y exhausto, continuaba moviendo los hilos del teatro espacial de su país. Mientras tanto, en la poderosa América, a von Braun siempre lo habían llamado a última hora, para abordar acciones capaces de mitigar el efecto desmoralizador sobre el país de los éxitos soviéticos. Pero, en 1960 habría llegado para quedarse en el negocio espacial y escribir uno de los capítulos más importantes de la historia de los cohetes.

La gran carrera hacia la Luna

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