La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)
La conquista del espacio :Korolev contra von Braun (Segunda parte):
A lo largo de 1945, incluso antes de que finalizara la guerra, llegaron a Alemania varios grupos de especialistas soviéticos interesados en la tecnología de los V-2. Tan pronto Peenemünde, Nordhausen y Lehesten cayeron en manos de la URSS los militares destacaron expertos para inspeccionar las instalaciones y hacerse cargo de ellas; a Bleicherode, el último reducto donde se refugió von Braun, también llegaron algunos de los técnicos soviéticos. Korolev aterrizó en Berlín en septiembre de 1945 y el mayor especialista de motores cohete de la URSS, Valentín Glushko, se había incorporado al centro alemán de Lehesten el mes anterior.
La mayor parte de los técnicos del entorno de von Braun quedaron en poder de los americanos, pero miles de expertos seguían en territorios pertenecientes a la zona controlada por la URSS. Los soviéticos trataron de captar a todos los especialistas que pudieron para que se incorporasen a los centros de investigación, desarrollo y producción de misiles A-4, bajo su control. Muchos de los que se presentaron no habían trabajado nunca en el programa de misiles alemán, pero eran excelentes profesionales.
Helmut Gröttrup, un ingeniero de primer nivel, que había trabajado codo a codo con von Braun, decidió quedarse en Alemania y colaborar con los soviéticos. En realidad fue su esposa, Inmgardt, quien negoció, en septiembre de 1945, las condiciones para que su esposo aceptara la oferta de los soviéticos. Dos vacas para que no les faltara leche a los niños, caballos, un chófer, servicio doméstico, una buena casa y alimentos de la despensa del Ejército Rojo, fueron algunas de las exigencias que los nuevos patrones de Gröttrup tuvieron que admitir para contar con sus servicios. A cambio, Helmut no escatimó esfuerzos por lo que no tardaría mucho en ser promocionado: un año después, de él dependían unos 500 empleados en la planta de fabricación de prototipos y había conseguido montar algunos misiles A-4.
Al cabo de algunos meses, las actividades que dirigían los soviéticos relacionadas con la tecnología de misiles, en Alemania, se convertiría en un pequeño caos al que las autoridades trataron de poner remedio. En febrero de 1946 el general Mickhailovich Gaidukov asumió la responsabilidad de coordinar todos los esfuerzos de la Unión Soviética en Alemania para absorber la tecnología de los A-4. La nueva organización se denominó Instituto Nordhausen. El general necesitaba un hombre con el empuje y liderazgo de Korolev para reorganizar los trabajos de investigación y fabricación, en una Alemania que estaba en ruinas, recién terminada la guerra. La mayoría de los científicos e ingenieros de primer nivel, que habían trabajado en los V-2, ya estaban en Estados Unidos, pero los soviéticos habían conseguido reunir a millares de técnicos y obreros especializados alemanes en distintos centros operativos. De Gaidukov pasaron a depender la planta de motores en Lehesten, que dirigía Glushko, y la de lanzamiento, guiado, balística, diseño técnico y fabricación. Gaidukov designó a Korolev como jefe de ingeniería con autoridad sobre toda su organización. Este nombramiento le produjo cierta intranquilidad a Glushko, ya que los dos ingenieros se acusaban mutuamente de traición y haber efectuado falsas declaraciones cuyas consecuencias los llevaron a la cárcel, pero no tuvo más remedio que aceptarlo. A Serguei le había llamado la atención un joven ingeniero, imaginativo y apasionado, recién salido de la universidad que se llamaba Vasili Pavlovich Mishin y lo convenció para que se convirtiese en su ayudante.
El plan del entramado de laboratorios y centros alemanes que trabajaba bajo la supervisión de Serguei Korolev tenía como objetivo fabricar y lanzar, primero, un V-2 y posteriormente construir una versión mejorada de este misil: el R-1. Korolev había descubierto en el V-2 de von Braun bastantes elementos que podían mejorarse. A veces pensaba que el diseño tenía muchas deficiencias y que estaba obsoleto. Una de las mejoras que se le ocurrió fue la de utilizar la superficie externa del misil como parte de los depósitos de combustible, en vez de colocar en el interior un tanque. De este modo se podía reducir el peso y aumentar el alcance.
Winston Churchill fue el primero en acuñar el término “telón de acero”. Finalizada la guerra, las relaciones entre la Unión Soviética y las potencias occidentales empezarían a deteriorarse. A Estados Unidos y Gran Bretaña les preocupaba el control que Stalin ejercía sobre todos los países del bloque comunista, así como la expansión de este sistema político cuyos principios y valores eran incompatibles con el mundo capitalista. Preocupados por las actividades que los soviéticos ejercían en Alemania, los aliados acordaron prohibir los desarrollos de misiles en el territorio alemán. Gaidukov continuó con sus trabajos, aunque con mayor discreción, pero era imposible ocultar a sus aliados, tan próximos, una industria que movilizaba a miles de personas.
El 13 de mayo de 1946 Stalin creó la industria de misiles soviética y sus oficinas principales se establecieron en Podlipki, en las afueras de Moscú. Al mismo tiempo se instituyó el NII-88, el laboratorio nacional responsable del desarrollo de estas tecnologías.
Aquél verano de 1946, en agosto, Serguei envió a su colaborador Mishin a Moscú para que fuese preparando las instalaciones de Podlipki en previsión de los acontecimientos que sabía que no tardarían en ocurrir. A nivel personal, trató de recomponer, al menos por segunda vez, su vida familiar con su esposa Ksenia y su hija Natasha. Pasó con ellas las vacaciones de verano en Alemania, pero en septiembre, cuando Natasha tuvo que regresar al colegio en Moscú, su esposa y él comprendieron que su matrimonio tenía difícil arreglo.
Gröttrup trabajaba con sus paisanos alemanes en la línea de fabricación de los A-4. En verano le solicitaron una lista de posibles mejoras del misil y, tras el análisis del asunto con sus técnicos, elaboró una respuesta con 150 puntos. Después de presentarla, en septiembre, le pidieron que esbozara cómo debía construirse un misil más avanzado. En pocos días formuló una respuesta inspirada en los diseños alemanes que el equipo de von Braun había concebido para los cohetes A-9 y A-10, que nunca llegaron a salir del tablero de dibujo.
Iván Serov, el delegado de Beria en Alemania y jefe de la policía secreta, vigilaba todos los movimientos de Gaidukov y sus hombres. Tal y como era su costumbre informaba puntualmente de los fracasos y elaboraba listas de sospechosos. Pero, quizá el mayor de todos los despropósitos que protagonizó durante aquellos años fue la deportación masiva de millares de alemanes al corazón de Rusia. El 21 de octubre de 1946 Gaidukov organizó una convención a la que invitó a unos 200 ingenieros alemanes. Después de la jornada de trabajo, en la que se discutieron los asuntos técnicos, invitó a todos sus huéspedes a un espléndido banquete. Junto con manjares que, en la Alemania de la posguerra la gente pensaba que habían desaparecido para siempre de la faz de la tierra, hizo que los platos se regaran con magníficos vinos y después de la cena corrió el champán y el vodka. Gaidukov alzó su copa para brindar en numerosas ocasiones y los alemanes le respondieron con otros brindis, hasta bien entrada la noche. Sin embargo, los soviéticos que participaron del banquete apenas probaron el alcohol; habían recibido instrucciones de mantenerse especialmente sobrios. Mientras Gaidukov alzaba una y otra vez su copa, el Ejército Rojo, dirigido por los hombres de Iván Serov, entró en las viviendas de las familias de los ingenieros alemanes, para conminarles a que reunieran sus pertenencias e hiciesen las maletas porque en una hora saldrían de viaje a Moscú, en donde estaba previsto que permanecerían durante cinco años. En la calle les esperaban coches y furgonetas que los transportaron a la estación de Klein Bodungen. Allí les aguardaba un tren con sesenta vagones. Tardaron tres semanas en llegar a su destino. A la deportación de los ingenieros y mandos alemanes siguió el de centenares de técnicos, con lo que en total unas seis o siete mil personas fueron desplazadas a la fuerza desde Alemania a Rusia. Si bien los más cualificados se alojaron en Moscú, en viviendas poco lujosas, el hospedaje de los técnicos en Gorodomlya, una isla en el lago Seliger, a unos 200 kilómetros de Moscú, dejaba bastante que desear. Inmgardt Gröttrup organizó una inútil escandalera antes de viajar a la capital rusa que no sirvió para mucho. También serviría de poco la carta de protesta que Gröttrup escribió en el tren, mientras viajaban a Moscú. A principio de diciembre recibió una respuesta de las autoridades soviéticas en las que se esgrimía el derecho legal de su país a la reconstrucción después de la guerra y que, en el supuesto de que se negara a cooperar, podrían enviarlo a los Urales. Cuando Inmgardt llegó a Moscú, pudo constatar que las condiciones laborales que pactó para emplear a su marido, su patrono las había degradado considerablemente.
En Moscú Helmut Gröttrup se encontró con más problemas de los que esperaba. Acostumbrarse a la vida en aquella ciudad en la que los inviernos eran largos y fríos, con temperaturas de -30 grados centígrados, y en la que existía carencia de casi todo y la gente hacía múltiples colas para conseguir un poco de comida, no le resultó nada fácil. Pero lo peor ocurría en el trabajo, porque las instalaciones eran deficientes, muchos materiales y documentos se extraviaron en el largo viaje, desde Alemania, y resultaba muy difícil contar con herramientas e instrumental adecuado.
La deportación masiva de unos 2000 trabajadores alemanes a Rusia, aunque los soviéticos trataron de llevarla a cabo con celeridad para evitar fugas, tuvo que paralizar durante varios meses todas las actividades relacionadas con el desarrollo de misiles en la Unión Soviética.
En febrero de 1947 Korolev se instaló de nuevo en Moscú y al mes siguiente se cerró el Instituto Nordhausen. A Serguei se le nombró responsable de la división de diseño de misiles balísticos de largo alcance (SKB-3) del NII-88. Glushko asumió el mando de otra división, la encargada de desarrollar los motores cohete. Los dos estaban al mismo nivel.
Gröttrup permaneció en la URSS durante cinco años, hasta el 28 de noviembre de 1953. Su estancia fue la historia de una frustración.
Nada más llegar, los soviéticos pidieron a los técnicos alemanes que presentaran el diseño de un nuevo misil, basado en el A-4, pero que lo superase ampliamente, al que bautizarían con el nombre de G-1. El diseño preliminar de este misil se aprobó por el NII-88 a finales de septiembre de 1947, aunque antes de empezar la construcción el equipo de Gröttrup tendría que aportar información más detallada. Poco después, durante los meses de octubre y noviembre se efectuaron lanzamientos de misiles A-4, algunos construidos en Alemania y otros ensamblados en la URSS, en la plataforma de lanzamiento de Kapustin Yar. Durante el primer lanzamiento, en la cuenta atrás, cuando descontaban el número cinco (siete, seis, cinco…), el cohete cayó a un lado. Interrumpieron la cuenta, lo levantaron y prosiguieron (cuatro, tres, dos, cero…), salió de la plataforma, pero cayó a 20 millas del blanco. El ministro de Armamento. Dimitri Ustinov y el adjunto de Beria, Iván Serov, seguían los acontecimientos en la base. Serov no desaprovechó la ocasión para informar negativamente a sus superiores. Por fin, los A-4 empezaron a volar bien y la campaña se cerró con éxito. Tras los lanzamientos en Kapustin Yar muchos técnicos alemanes fueron transferidos de Moscú a la isla Gorodomlya y Gröttrup, enseguida, se unió a ellos. Allí, en 1948, se formó un grupo de técnicos alemanes liderado por Gröttrup, dotado de instrumentación y laboratorios, aislado del resto de los equipos del NII-88, que durante ese primer año siguió trabajando en el diseño del G-1.
Korolev había recibido el encargo de producir un misil similar al A-4, el R-1, y otro que lo superase ampliamente, al que le pondrían el nombre de R-2. Serguei hubiera preferido ignorar el primer encargo, para concentrarse en el segundo, pero sus jefes querían ir paso a paso. En otoño de 1948 comenzaron las pruebas del R-1, también en Kapustin Yar. Sin embargo, los alemanes no fueron invitados a los ensayos. Tras un par de fracasos, el R-1 consiguió volar el 10 de octubre de 1948, aunque el sistema de control de guiado no funcionó satisfactoriamente. Serov sí estuvo allí y tomó buena nota de lo ocurrido.
El R-1 fue un triunfo porque se había construido por completo en la URSS, con materiales propios, lo que demostraba que la nación podía abordar con garantías de éxito el programa de misiles. Paso a paso, esa era la consigna. El alcance de 190 millas y el buen comportamiento del motor, RD-100, desarrollado por Glushko, resultaron muy alentadores. Sin embargo, Korolev recibió un severo castigo emocional en el que el papel de verdugo lo asumiría Iván Serov. En Moscú tuvo que presentarse ante Beria, que lo recibió con estudiada displicencia y le preguntó por qué los del “otro equipo” obtenían mejores resultados que él. No había “otro equipo” y Korolev lo sabía, pero al gran policía del Estado le entusiasmaban aquellas extrañas intimidaciones. La historia no terminó con la zafia bronca de Beria, sino que durante un tiempo recibió numerosas llamadas telefónicas nocturnas y una voz, que se parecía a la de Beria, le siguió haciendo las mismas preguntas.
A finales de 1948 Korolev se preguntaba que por qué los alemanes de Gröttrup tenían el encargo de sacar adelante un misil, el G-1, que era igual que su R-2. No tardó en comprender cuál era la respuesta.
También, a finales de 1948 el equipo de Gorodomlya fue llamado a la segunda revisión de diseño del G-1. Después de felicitaciones, aplausos y otros comentarios, los técnicos de Gröttrup no conseguirían que el NII-88 les aprobase el proyecto. Ellos sabían que Korolev disponía de luz verde para seguir adelante con el R-2, del que no poseían casi ningún detalle, y sin embargo el líder soviético conocía a la perfección el diseño del G-1. Para el desarrollo del motor cohete RD-100, que equipó el misil R-1, Glushko contó con el apoyo de algunos técnicos alemanes; cuando inició el diseño del RD-101, que impulsaría al R-2, todos los colaboradores alemanes de Glushko fueron recluidos en Gorodomlya. La isla se había convertido en un lugar en el que los asesores aportaban conocimiento a los soviéticos, mientras que estos no los hacían partícipes de sus planes ni de sus desarrollos. Estaban allí para aportar su ciencia al equipo de Korolev. Serguei, que se había opuesto al plan de deportación de Beria, comprendió que aquel forzoso exilio había sido el primer acto de un plan de mayor alcance. Gröttrup también empezó a darse cuenta de que el aislamiento y la reclusión de sus actividades, al campo de la especulación y el asesoramiento, se debía a que de ellos tan solo se esperaba que transfiriesen sus conocimientos.
A partir de 1949 el equipo de Gröttrup empezó a sentir los efectos de la frustración. El 9 de abril, el ministro de Armamento, Dimitri Ustinov, hizo una visita al grupo alemán, en la isla, que tuvo la oportunidad de exponerle sus preocupaciones. En la entrevista, que se alargó hasta la noche, el ministro les ofreció la oportunidad de trabajar en el diseño de un nuevo misil, distinto a los que se habían fabricado hasta entonces, capaz de transportar tres toneladas de carga de pago a tres mil kilómetros de distancia. La historia volvió a repetirse y, al igual que el G-1, el G-4 fue objeto de tres revisiones durante un año, sin que sus diseñadores obtuvieran permiso para iniciar los trabajos de construcción. A Gröttrup no se le otorgó autorización para participar en Moscú en ninguna de las reuniones que hubo para analizar las propuestas de sus ingenieros. A los alemanes jamás les permitirían fabricar su diseño, ni el del G-4 ni los de los proyectos que le siguieron. A partir de 1950 a su grupo se incorporarían jóvenes ingenieros soviéticos recién titulados, que después de permanecer con ellos algún tiempo eran transferidos a otras unidades del NII-88. El desánimo hundió la moral de Gröttrup y la de muchos de sus colaboradores alemanes, cada vez más desinteresados por el trabajo. Helmut pasó temporadas enfermo, alejado de sus ocupaciones, y otras en las que buscó alivio en el alcohol. Las autoridades soviéticas se mostraron comprensivas con su actitud y no tomaron represalias, aunque se le redujo el salario y tuvo que abandonar su cómoda residencia para irse a vivir a un apartamento. El ministro Ustinov había tomado la decisión de repatriar de forma progresiva a todos los colaboradores alemanes. A partir de junio de 1951 empezaron las devoluciones a su país de origen, en pequeños grupos. Helmut Gröttrup y su familia cruzaron la frontera polaca a finales de noviembre de 1953. Con su marcha, la URSS dio por concluido el proceso de extracción de conocimientos de la tecnología de los V-2 alemanes.
Con sus propias ideas y todas las que pudo extraer del equipo alemán, Korolev fabricó el misil R-2. El principal apoyo al desarrollo de misiles de largo recorrido tenía su origen en el mismo Stalin, cuyas ambiciones militares pasaban por disponer, lo antes posible, de bombas atómicas y misiles capaces de transportarlas hasta cualquier lugar del mundo. Un mes antes de que Igor Kurchatov hiciera explotar la primera bomba atómica de la URSS, en agosto de 1949, Stalin convocó a los responsables de los programas, nuclear y de misiles, para efectuar una revisión en profundidad del estado de ambos desarrollos. Durante la reunión, a la que asistió la plana mayor del dictador soviético, un militar de alta graduación se extendió en una serie de comentarios poco favorables a Korolev: ¿qué valor militar tenían misiles incapaces de acertar un blanco con un error inferior a tres millas? ¿por qué gastar tanto dinero en semejantes armas? Ustinov soportó las críticas en posición de firmes. Tras la perorata del detractor de los misiles, Stalin preguntó si alguien quería añadir algo. Korolev no pudo contenerse y con firmeza y contundencia defendió sus actividades de desarrollo que exigían asumir riesgos y se comprometió a resolver los problemas, en no mucho tiempo. Stalin concluyó la disputa ofreciéndole a Korolev un margen de confianza para que continuara trabajando en sus misiles. Las palabras del máximo dirigente soviético le otorgarían a Serguei Korolev el aval que necesitaba para seguir adelante. Sin embargo, con toda seguridad, el dictador comprendió que los misiles no podían ser una solución, a corto plazo, para el transporte de cabezas nucleares a lugares remotos.
Las pruebas del R-2, en 1949 y 1950, demostraron que el misil tenía un alcance de unos 600 kilómetros, podía transportar 1,5 toneladas de carga de pago y su motor (RD-101), desarrollado por Glushko, daba un empuje de 32 toneladas. El misil se había construido íntegramente sin la colaboración directa de los alemanes y, aunque mejoraba las prestaciones del R-1, estaba aún muy lejos de cumplir los requisitos exigibles a un misil balístico intercontinental. Ustinov le había pasado a los alemanes, en la reunión que tuvo con ellos en abril de 1949, en la isla Gorodomlya, las mismas especificaciones que ya obraban en poder de Korolev para el desarrollo del R-3. Los militares soviéticos querían un misil cuyo alcance fuera del orden de miles de kilómetros, capaz de transportar una carga de pago de no menos de tres toneladas. Las prestaciones del R-2 se encontraban muy lejos de satisfacer aquellos requerimientos y el R-3, suponía por tanto, un salto hacia adelante extraordinario.
A pesar de todos los peligros que encerraba la heterodoxa idea de la navegación espacial en la URSS de la posguerra, Korolev mantenía su amistad y relaciones con Mikhail Klavdilevich Tikhonravov a quién conocía de su época del Grupo de Investigación del Movimiento a Reacción, anterior al tiempo que estuvo encarcelado. El científico ruso, que trabajaba en el NII-4, era un defensor a ultranza de la exploración espacial y consideraba que la URSS debía poner en órbita un satélite artificial. Sin embargo, las ideas de Tikhonravov no tenían una acogida muy entusiasta por parte de los militares soviéticos que consideraban aquellos devaneos espaciales un desperdicio de tiempo y dinero que desviaría a sus científicos y técnicos de la labor principal: fabricar un misil de largo alcance capaz de transportar una bomba atómica. Aun así y todo, Korolev se presentó en la reunión con Stalin, previa al lanzamiento de la primera bomba atómica rusa, con la idea de plantearle al jefe del Estado la idea hacer que la URSS fuese la primera nación que pusiese en órbita un satélite. Dado el cariz que tomó dicha reunión en la que se vio forzado a defender su propio trabajo frente a las críticas de algunos militares, Korolev no planteó el asunto; sin embargo, a la salida de la reunión con Stalin en el Kremlin, se aproximó al general Nedelin, que era el jefe de la Dirección de Artillería, para preguntarle su parecer sobre el lanzamiento de un satélite. El militar le respondió que no hiciera mucho caso a Tikhonravov porque era un «soñador peligroso». Con discreción, Korolev no dejó de relacionarse con Tikhonravov y meditar sobre sus ideas de cómo deberían ser los cohetes para transportar satélites y naves espaciales.
A Serguei le interesaba conocer qué ocurría fuera de la URSS en todo lo que estuviera relacionado con los misiles y coleccionaba artículos de revistas extranjeras. Sus conocimientos de inglés no eran muy buenos y decidió contratar un traductor para leerlos en ruso. Nina Ivanovna Kotenkova, que trabajaba en el NII-88, con la ayuda de un ingeniero, se encargó de aquella labor. Korolev se enamoró de la muchacha y muy pronto descubrieron que se alojaban en el mismo bloque de apartamentos. Decidieron vivir juntos. Cuando se quisieron casar, Ksenia, la esposa de Korolev, muy dolida, se opuso al divorcio. Las tensiones entre ambos cónyuges las sufriría inútilmente la hija de los dos, Natasha, que durante muchos años se negó a ver a su padre haciendo causa común con su progenitora en contra del ingeniero. Korolev logró vencer la resistencia de Ksenia y el 1 de septiembre de 1949 se casó con su traductora.
A finales de diciembre de 1949 el comité científico del RII-88 aprobó el diseño del misil R-3, casi a la vez que se realizaban los primeros lanzamientos del R-2 en Kapustin Yar. El equipo alemán en Gorodomlya no participó en las pruebas del R-2 ni tuvo acceso al diseño del R-3, aunque los soviéticos trataron de aprovechar sus ideas a través del ejercicio que les impusieron con el diseño del G-4. El futuro R-3 precisaba un motor con una única tobera y 120-140 toneladas de empuje, lo que excedía en mucho las 32 toneladas del motor RD-101 que propulsaba, con éxito, al R-2. Al incrementarse el tamaño de la cámara de combustión se creaban bolsas en las que el combustible no ardía de forma uniforme, lo que inducía explosiones y ondas de choque que alteraban el flujo de gases en la tobera. Los expertos de Glushko se enfrentaban a un problema realmente complicado de resolver. Para simplificar el desarrollo, se planteó la posibilidad de un misil de menor alcance, como etapa previa, al que se designó R-3A. El R-3A se modificó y los técnicos desarrollaron otro concepto similar al que denominaron R-5.
A lo largo de 1950 y 1951 el R-3 no logró encontrar ninguna forma definitiva en el tablero de dibujo y, en 1952, Korolev empezó a plantearse seriamente cancelar el programa, para introducir otro diseño, radicalmente distinto. Justo en aquel año, su traductora y esposa le haría entrega de la serie de ocho artículos sobre el espacio, de von Braun, publicados en la revista Collier’s. Fue un éxito de divulgación científica ya que se vendieron tres millones de copias con las que, el ingeniero alemán, logró popularizar la idea de la exploración espacial. Korolev y Nina leyeron con interés las cavilaciones de Braun, según las cuales un «despiadado enemigo», a bordo de una nave espacial que orbitase alrededor de la tierra a una velocidad de 24 000 kilómetros por hora, a 1700 kilómetros de altura, «podría someter al mundo». En sus artículos, describía las estaciones espaciales, las lanzaderas, la vida en un mundo sin gravedad, los trajes espaciales y la forma de recorrer los 384 000 kilómetros, en cinco días, que nos separaban de la Luna, a bordo de un cohete con tres etapas; Wernher von Braun, predijo que aquel épico viaje ocurriría en 1977.
En 1952, Korolev estaba convencido de que el alemán había conseguido en Estados Unidos, los fondos necesarios para llevar a la práctica el cúmulo de sueños que desvelaba en sus escritos. Impulsado por el deseo de encaminar su nuevo cohete hacia el espacio y por la necesidad de resolver el cálculo de trayectorias balísticas para alcances de miles de kilómetros, Korolev pidió ayuda a su amigo Tikhonravov. Necesitaba conocer la trayectoria exacta del cohete, en función de la carga de pago, el impulso específico, la masa, y la velocidad de reentrada en la atmósfera, para un misil cuyo motor proporcionase un empuje de 120 toneladas.
En mayo de 1952 Korolev se llevó una gran desilusión cuando un subordinado suyo fue promocionado para dirigir el NII-88; quizá las autoridades soviéticas no habían olvidado su pasado en el Gulag y Beria no le había quitado el ojo de encima. Fue un año que también finalizó con malas noticias para la URSS. En la carrera por el armamento nuclear, los estadounidenses borraron del mapa una pequeña isla (Elugelab) en un atolón del Pacífico, el 1 de noviembre de 1952, al hacer estallar la primera bomba atómica de fusión de hidrógeno. Sin embargo, a Korolev las dificultades jamás lo amedrantaron y en 1953 lograría desquitarse y renacer de sus propias cenizas como un auténtico ave Fénix.
A pesar de las suposiciones de Korolev, von Braun se hallaba aún muy lejos de abordar en la práctica sus proyectos espaciales. Sus artículos sobre el espacio en la revista Collier’s, de 1952, lo convirtieron en un personaje muy popular en Estados Unidos, pero aquellos sueños no contaban con el apoyo del Gobierno.
El gobierno estadounidense ofreció un contrato de trabajo inicial de seis meses a Wernher von Braun y 120 de sus colaboradores. Tras algunos interrogatorios fueron trasladados a las instalaciones del ejército del Ejército en Fort Bliss, al norte de El Paso, en Texas, cuando llegaron a Estados Unidos en otoño de 1945. No disponían de pasaportes. Se alojaban en barracones, con pocas comodidades y aunque las instalaciones no estaban valladas tenían prohibido salir del campamento. Una vez al mes, en pequeños grupos, visitaban la ciudad de El Paso.
La posición de las autoridades estadounidenses con respecto a los técnicos alemanes recluidos en Fort Bliss estaba llena de contradicciones. En primer lugar, no querían que cayeran en manos de los soviéticos, quizá este era el punto en el que existía un acuerdo absoluto. De otra parte, el desarrollo de la tecnología de misiles no figuraba entre las prioridades de la cúpula militar. El país contaba con bombas atómicas y aviones para transportarlas, lo que le proporcionaba una gran ventaja con respecto a cualquier enemigo potencial. Y por último, la posible implicación de los técnicos alemanes con las atrocidades cometidas por los nazis, preocupaba a los políticos.
El primer trabajo que se les asignó fue que participasen activamente en el lanzamiento de los misiles A-4 (V-2) que el capitán Staver había enviado desde Nordhausen. A partir de abril de 1946 se empezaron a efectuar pruebas en White Sands con los A-4. Estos misiles se utilizaron para explorar la atmósfera. En vez de cabezas explosivas se equiparon con instrumentos para tomar medidas por encima de los 56 kilómetros y hasta los 120 kilómetros que solían alcanzar los misiles durante estos vuelos. Uno de los primeros lanzamientos estuvo a punto de causar un importante incidente diplomático porque el misil cayó cerca de Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua.
Además de los lanzamientos de las sondas atmosféricas, el coronel Toftoy del Ejército había puesto en marcha otro proyecto (Bumper) en el que se utilizaba un A-4 que transportaba una segunda etapa, con varios cohetes, que se encendían poco después de que el motor del A-4 dejara de funcionar. En febrero de 1949 este cohete se elevó 393 kilómetros. Los estadounidenses efectuaron 8 ensayos con los Bumper, los dos últimos lanzamientos desde Cabo Cañaveral, a finales de julio de 1950, en disparos con poco ángulo y volando a través de la atmósfera, alcanzaron 320 kilómetros.
Von Braun interrumpió sus actividades en White Sands para regresar a Alemania en marzo de 1947; allí contrajo matrimonio con su prima de 18 años, María von Quistorp. De algún modo se habían comprometido antes de que el ingeniero abandonara Alemania; desde Estados Unidos, Wernher encargó a su padre que le preguntase a María si quería casarse con él. El ingeniero ya había tenido que abortar un primer matrimonio al no contar con la aprobación materna y aquella vez no quería volver a equivocarse. A pesar de que Wernher había mantenido relaciones con otras novias y tenía mucho éxito con las mujeres, en lo relacionado con su boda se ajustó a la tradición más conservadora de la aristocracia alemana. La muchacha contestó que «nunca había pensado en casarse con otra persona» y la boda se organizó discretamente, bajo la estrecha vigilancia del personal de seguridad estadounidense, temeroso de que los soviéticos secuestraran al novio. Cuando regresaron de Alemania, los recién casados se instalaron en White Sands.
Las autoridades estadounidenses recomendaron al grupo de alemanes, refugiado en su país, que pasaran lo más desapercibidos que pudieran mientras en Núremberg la opinión pública estaba pendiente de los juicios de los nazis. En junio de 1947, una delegación de militares que juzgaba en Dachau a prisioneros nazis acusados de haber cometido crímenes de guerra, se trasladó a White Sands. Georg Rickhey y Arthur Rudolph habían desempeñado en Mittlewerk el cargo de director de producción y ayudante al director, respectivamente. Unos sesenta mil prisioneros trabajaron en la construcción y en la operación de la fábrica, en Nordhausen, y más de veinte mil perdieron la vida. Georg y Rudolph afirmaron que desconocían las ejecuciones y condiciones deplorables que padecieron los esclavos de Mittlewerk. Rudolph llegó a declarar que las «condiciones de trabajo eran buenas». Los militares estadounidenses no consintieron en que von Braun se desplazara a Alemania para declarar. A cambio, escribió una declaración en la que afirmó que nunca había trabajado en Mittlewerk y que las 15 o 20 veces que lo había visitado lo hizo para atender a reuniones de trabajo. Fue consciente de que en un principio las condiciones laborales allí fueron malas, pero después mejoraron. Según Von Braun el máximo y único responsable de la gestión de los obreros en Mittlewerk fue Albin Sawatzki, un hombre rudo y cruel, que actuaba directamente bajos las órdenes del general Hammler. Von Braun no mencionó a Rickhey, ni a Rudolph, que llegó a Nordhausen con 60 000 esclavos de Buchenwald para construir la fábrica, ni a su hermano Magnus, a quien él mismo envió a Mittlewerk, desde Peenemünde, para dirigir la producción de giróscopos.
Von Braun justificó su pertenencia al partido nazi y a las SS, por las presiones que había recibido de las autoridades alemanas y, en particular, del propio Himmler que llegó a ordenar su detención.
Georg Rickhey fue absuelto y von Braun y el resto de sus colegas que permanecían en Estados Unidos, no llegarían a ser investigados. En un informe de la Oficina Militar del Gobierno, de septiembre de 1947, se afirmaba que von Braun no era un criminal de guerra y que, aunque perteneció al partido y a las SS, nunca fue un «ardiente nazi».
Wernher y sus compatriotas alemanes deseaban, por encima de todo, continuar con sus investigaciones sobre cohetes, misiles de largo recorrido y exploración espacial. Los lanzamientos de A-4 distaban mucho de satisfacer el deseo que los devoraba por reemprender algo más parecido al trabajo que habían realizado en Alemania. Las actividades relacionadas con el espacio que pudo realizar von Braun, durante aquellos primeros años, se limitarían a la elaboración de un libro, Proyecto Marte, cuya edición rechazaron diecisiete editoriales.
La explosión, en agosto de 1949, de la primera bomba atómica soviética, hizo sonar todas las alarmas en los círculos militares estadounidenses y británicos. La sospecha de que el espionaje soviético, en el Reino Unido, había contribuido de una forma decisiva al desarrollo del armamento nuclear en la URSS, provocó un auténtico terremoto en los servicios de inteligencia occidentales. La victoria comunista en China, a finales del mismo año, y el inicio de la guerra de Corea, en 1950, contribuyeron a calentar el escenario de lo que se conoció como guerra fría. Estos acontecimientos influyeron en la decisión del ejército estadounidense de enviar a los técnicos alemanes al Redstone Arsenal, en Huntsville, Alabama, con el encargo de que desarrollaran un nuevo misil, inspirado en los A-4. Para Wernher von Braun y sus colaboradores, se trataba de un modesto ejercicio.
También, por aquellas fechas, el senador Joseph McCarthy impulsó su famosa caza de brujas cuyo principal objetivo fue el desenmascarar a todos los empleados del Gobierno que tuvieran algún tipo de exposición a la inteligencia soviética, o que simpatizaran con el comunismo. Von Braun y sus colegas alemanes no se libraron de ser interrogados. En concreto, Wernher tuvo que declarar sobre sus relaciones con el padre de su esposa, Alexander von Quistorp. Su suegro, un banquero, había sido secuestrado por los soviéticos en una conferencia sobre finanzas que se celebró en Berlín. Durante un par de años lo mantuvieron en paradero desconocido y después reapareció en Waldheim, un campo de Alemania del Este. De otra parte, muchos de los técnicos de Peenemünde y Nordhausen que fueron deportados a Rusia, empezaron a regresar a la Alemania del Oeste y establecieron contacto con sus antiguos colegas. Todo ello constituía motivo de extrema preocupación para la inteligencia estadounidense, obsesionada con el comunismo.
En Hunstville, von Braun y sus colaboradores desarrollaron un misil que se inspiraba en el A-4 y que se asemejaba al R-2 de Korolev. El misil recibió el nombre de Redstone y, los primeros, medían 19,2 metros de longitud, con un diámetro de 1,78 metros. Su motor, A-7, le suministraba un empuje de 34 toneladas y empleaba como combustible una mezcla de etanol y agua y como oxidante oxígeno líquido. Lo controlaba un sistema de guiado inercial, con giróscopos, y disponía de vanos móviles de grafito para cambiar la dirección de los gases de la tobera, y timones en los bordes de salida de las cuatro aletas estabilizadoras colocadas en la base del cohete. En la cabeza podía transportar una carga explosiva de 3,1 toneladas a 240 kilómetros de distancia con una precisión de 140 metros. En el primer vuelo de prueba, que tuvo lugar el 20 de agosto de 1953 en Cabo Cañaveral, falló y el misil cayó en el océano a ocho kilómetros de la plataforma de lanzamiento; aún quedaban por depurar bastantes detalles. A final de año, el misil realizó un vuelo aceptable. Tuvieron que transcurrir cinco años más para que el Ejército dispusiera de los primeros misiles de serie, operativos, pero mucho antes, los prototipos y sus derivados prestarían valiosos servicios a Estados Unidos en su carrera contra la URSS por la conquista del espacio.
Para von Braun, el Redstone estaba muy lejos de satisfacer sus ambiciones y deseaba embarcarse en proyectos más avanzados y complejos. Quizá, para llamar la atención del público y ganarlo a favor de aquella causa imposible de la conquista del espacio, se puso a escribir los ocho artículos que publicó Collier’s en la serie El hombre conquistará el espacio pronto y que captaron la atención de Korolev.
En 1953 hacía ya cuatro años que el equipo de Korolev había probado con éxito una versión muy avanzada del misil alemán A-4: el R-2; ese año salían las primeras unidades del R-2 de las fábricas de armamento soviéticas, para equipar al Ejército Rojo con misiles balísticos. Los estadounidenses, con la ayuda de Wernher von Braun y su equipo, disponían de un misil de características algo más avanzadas, también era una copia mejorada del A-4, pero se encontraba en una fase de desarrollo todavía preliminar. El sistema de guiado del R-2 era bastante más impreciso que el del Redstone. A pesar de todo, en 1953 los soviéticos llevaban cinco años de ventaja a los estadounidenses, en el desarrollo práctico de misiles balísticos de uso militar.
En 1953 Korolev dio un giro definitivo al programa de desarrollo de misiles balísticos soviético. Una serie de acontecimientos políticos le permitieron realizar aquel cambio radical que, desde hacía ya algún tiempo, consideraba imprescindible para que sus misiles fueran capaces de lograr las prestaciones que los militares deseaban. Ese año, en marzo, murió Stalin. La lucha por la sucesión, entre Malenkov, Beria, Bulgarin y Khrushchev se decantaría al final a favor de este último, pero durante un corto periodo de tiempo Malenkov estuvo al frente del Gobierno. El 12 de agosto Andrei Sajárov consiguió hacer explotar la primera bomba atómica de fusión soviética, en el polígono de Semipalátinsk, en Kazajistán. En aquellos momentos de lucha por el poder y bajo el mandato de Malenkov, Vyacheslav Malyshev, uno de sus ministros, desempeñaba un papel importante en la industria armamentística de la URSS. El ministro fue a ver a Sajárov para preguntarle cuál sería el peso exacto de una cabeza termonuclear de la siguiente generación. El científico no lo sabía exactamente, pero aventuró una cifra: cinco toneladas. En octubre, Malyshev se presentó en el despacho de Korolev. Quería que los nuevos misiles balísticos fueran capaces de transportar una carga de pago de cinco toneladas, a miles de kilómetros de distancia.
El estado del arte de los misiles de la URSS, en aquel momento, permitía mover una carga de pago de una tonelada; Korolev y sus colaboradores aún no sabían cómo levantar tres toneladas; y Malyshev pretendía que fueran cinco. Korolev llegó a la conclusión de que el único modo de lograrlo sería mediante un cohete de varias etapas, tal y como había sugerido Tikhonravov para los vuelos espaciales. Para conseguir el empuje necesario, que podría alcanzar las 390 toneladas, Korolev pensó que sería necesario colocar varios cohetes en la base. Estos cohetes, que serían cinco, en vez de contar con una única tobera de salida de gases, para disminuir el tamaño, llevarían cuatro toberas cada uno. Controlar la dirección de salida de los gases con vanos de grafito, tal y como se hacía en los R-2, le pareció algo imposible y decidió incorporar otros pequeños cohetes, vernier, de control. Glushko aceptó el nuevo diseño, con la salvedad de los vernier. Dijo que aquello no funcionaría y que no podía responsabilizarse de un desarrollo en el que no tenía ninguna fe. Korolev encargó a Mishin que se hiciera cargo del diseño de estos cohetes de control. A este nuevo misil le llamaron R-7. Korolev consiguió que le aprobaran la idea y el proyecto R-3 se canceló.
Con el R-7 en marcha, Korolev intentó convencer al Partido y a los militares de que había llegado el momento de lanzar un programa para situar en órbita, alrededor de la Tierra, un satélite artificial. Sin embargo, su idea no contó con el apoyo de las autoridades obcecadas exclusivamente en la carrera armamentística.
En 1954 el equipo alemán de von Braun se había empezado a disgregar. Su hermano Magnum trabajaba para la Chrysler y el propio Wernher había pedido, en secreto, la dimisión al Ejército. La falta de ambiciosos proyectos que motivaran a los ingenieros alemanes era la causa principal de su desánimo. Sin embargo, aquel año la situación cambiaría por completo. Von Braun recibió una llamada de la Marina. El responsable de la unidad de cohetes, Milton Rosen, había criticado a von Braun abiertamente porque en sus artículos sobre el espacio simplificaba los problemas. A pesar de todo, su jefe, el responsable la Oficina de Investigación Naval, George Hoover, se entrevistó con von Braun en Washington para conocer su opinión sobre el posible lanzamiento de un satélite. En 1957 se celebraba el Año Internacional Geofísico y la Marina acariciaba la idea de celebrarlo con el lanzamiento de un satélite con instrumental científico, de carácter civil, para conmemorar el evento. Von Braun dijo que el misil Redstone, al que se le podían añadir algunas etapas con cohetes de combustible sólido, sería capaz de poner en órbita un satélite de unos 5 kilogramos de peso; era una configuración que ya se había probado con anterioridad y no ofrecía demasiado riesgo. A Hoover le pareció bien la posibilidad de que el Ejército y la Marina trabajaran juntos en el proyecto. El programa de investigación científica lo lideraría el profesor James van Allen de la universidad de Iowa y von Braun desarrollaría el cohete en Huntsville.
Los planes de Hoover se truncaron cuando intervino Einsenhower. El presidente había sido advertido por la CIA de que los soviéticos tenían planes para lanzar un satélite espía. No parece que fuera cierto, pero Einsenhower decidió que EEUU tendría que adelantarse. Sin embargo, antes de construir un satélite militar parecía razonable estrenarse con otro civil. El Gobierno decidió seguir aquella estrategia y designó una comisión, liderada por el doctor Homer, del Instituto de California, para que la pusiera en práctica. La Comisión decidió que la competencia entre distintas unidades daría mejores resultados que la colaboración exclusiva entre la Marina y el Ejército, tal y como había planeado Hoover. Así fue como la Comisión solicitó propuestas independientes a la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea. Milton Rosen, de la Marina, propuso una solución (con el cohete Vanguard), que se apoyaba en el misil Viking al que habría que añadir dos etapas. La Fuerza Aérea propuso otro proyecto, el Atlas, también en fase de desarrollo. El Ejército presentó la solución del Redstone auxiliado con cohetes de impulso (boosters) que actuarían en tres etapas adicionales. El único concepto probado, con garantías plenas de éxito, era el Redstone del Ejército, que lideraba von Braun. Pero el Comité se dejó influenciar por otras cuestiones. El Ejército había adquirido una posición de supremacía en materia de misiles y la excesiva participación alemana, en aquellos proyectos, no era del agrado de muchos nacionalistas. La decisión fue muy política y se inclinó a favor de la propuesta de Milton Rosen. De nada sirvieron las protestas de von Braun y las advertencias de que hacer funcionar las etapas y el cohete Vanguard, en dos años, era una tarea muy poco viable. El alemán ofreció ponerse a trabajar y permanecer en la sombra, para que dispusieran de la opción del Ejército, en caso necesario, de repuesto. Al Departamento de Defensa le pareció inaceptable la oferta de von Braun.
A fin de paliar la terrible frustración del equipo que hasta hacía muy poco conservaba la nacionalidad alemana —pero que había solicitado, en bloque, la ciudadanía de Estados Unidos mientras se decidía la opción ganadora— el Ejército les encargó el diseño de un nuevo misil que pudiera desarrollar una velocidad de 25 750 kilómetros por hora y su alcance fuese de 2400 kilómetros; quizá pretendía así mantener el interés de von Braun y lo que restaba de su equipo por la tecnología de los cohetes. El nuevo misil se llamó Jupiter C y consistía en una versión alargada del Redstone, con dos etapas adicionales. La segunda llevaba once pequeños cohetes de aceleración (boosters) y la tercera tres cohetes iguales a los anteriores. Estos pequeños cohetes empleaban combustible de estado sólido y eran un modelo reducido del cohete Sergeant. En realidad se trataba del cohete que von Braun había propuesto para el lanzamiento del satélite en el proyecto conjunto entre la Marina y el Ejército. Ahora, la autorización la recibían, principalmente, para efectuar pruebas de reentrada de una cápsula en la atmósfera.
Del Júpiter C se efectuarían tres pruebas, la primera el 20 de septiembre de 1956. En este vuelo la carga de pago era un falso satélite de 14 kilogramos. Von Braun, el Ejército y el Departamento de Defensa sabían que si montaban una cuarta etapa con el satélite, el Jupiter C podía ponerlo en órbita. A Wernher y su equipo se le advirtió, desde el Departamento de Defensa, que bajo ningún concepto estaban dispuestos a tolerar que esto ocurriera. Antes del lanzamiento se realizaron inspecciones para verificar que nadie había tenido la ocurrencia de montar una cuarta etapa de forma casual. En la prueba, la carga que simulaba el satélite ascendió hasta 1100 kilómetros y alcanzó una velocidad de 25 750 kilómetros hora. En mayo de 1957, otro Jupiter C levantó una cápsula de forma cónica a una altura de 560 kilómetros y efectuó una reentrada en la atmósfera, con éxito. El sistema de protección térmico diseñado por von Braun y sus colaboradores funcionó perfectamente. El último lanzamiento del Jupiter C, se efectuó el 8 de agosto de 1957 y el misil demostró ser capaz de alcanzar los 2140 kilómetros.
En septiembre de 1957, Milton Rosen, aún no había logrado efectuar ningún vuelo con el misil Vanguard de la Marina, del que se esperaba que fuera capaz de poner en órbita alrededor de la Tierra el primer satélite artificial de la historia. Dada la situación del programa el Ejército solicitó permiso para lanzar un Jupiter C con otra etapa más y el satélite, pero el Departamento de Defensa negó la autorización.
El equipo de Korolev, en la URSS, estaba ya muy cerca de conseguir lo que a Milton Rosen le resultaba imposible y a von Braun le habían prohibido.
La noticia de que Estados Unidos estaba preparando el lanzamiento de un satélite artificial la hizo pública el presidente Einsenhower en julio de 1955. Para Korolev, la navegación espacial seguía siendo el reto de su vida y aquella era su gran oportunidad. En enero de 1956 el Comité Central de la URSS aprobó el lanzamiento de un Objeto D de 1300 kilos de peso; fue el extraño nombre que le dieron al satélite para enmascarar la decisión. Todo cuanto se relacionara con el programa de misiles, el espacio y el armamento nuclear, en la URSS se protegía con un histérico secretismo. La nueva base de lanzamiento de los R-7, Baikonur, se encontraba en realidad a más de 200 kilómetros de distancia de aquella ciudad; el nombre simplemente pretendía desorientar al público.
Khrushchev visitó las instalaciones del NII-88 donde le mostraron una maqueta, a escala real, del R-7. Los más de 30 metros de altura del cohete, impresionaron al mandatario y sus acompañantes. El gobernante le preguntó directamente a Korolev si el lanzamiento del satélite entorpecería el desarrollo principal, que era el del misil. Serguei le contestó que de ninguna manera y Khrushchev le dijo que entonces podía seguir con el proyecto. La bendición del primer ministro lo protegería.
En 1956 Korolev contaba con el máximo apoyo para convertir en realidad las ilusiones que lo habían motivado desde la década de los años 1930. Tikhonravov y su equipo trabajaban con él en el complejo cálculo de las trayectorias del cohete. Seguía muy de cerca lo que ocurría fuera de la URSS, en las revistas especializadas y la prensa en general. En septiembre, cuando von Braun lanzó el primer Jupiter C desde Cabo Cañaveral, Korolev lo interpretó como un intento fracasado de poner un satélite en órbita, por parte de los americanos. Nunca pudo imaginar que aquél vuelo se hizo con otra intención y que hasta se tomaron medidas para evitar que llevase un satélite artificial al espacio.
Las pruebas del R-7 que se habían programado para principios de 1957 se pospusieron al mes de marzo. Glushko tenía que resolver algunos problemas con los motores. Otro asunto que se había convertido en un auténtico dolor de cabeza para Korolev era el Objeto D. Los científicos soviéticos habían diseñado un paquete instrumental que equiparía el satélite para analizar la radiación cósmica y ultravioleta, la atmósfera y el campo electromagnético terrestre. Sin embargo los distintos organismos e institutos que trabajaban en el satélite no estaban bien coordinados y el conjunto no terminaba de encajar unas veces por peso, otras por volumen. Tikhonravov recomendó simplificar el problema y prescindir de todas las complejidades en aquel primer satélite. Sugirió que una carcasa esférica plateada (hecha con una aleación de aluminio), de unos 83 kilogramos, con antenas y un transmisor en su interior, que emitiera señales de radio, serviría para anunciar al mundo la presencia del primer satélite artificial; no pasaría desapercibido, y sería suficiente. La idea contó con el beneplácito del Gobierno.
Las pruebas del R-7 se demoraron hasta mayo, justo un mes después de que Korolev recibiera la buena noticia de su rehabilitación plena. Los jueces reconocieron que los crímenes que lo habían llevado al Gulag, jamás existieron y que Serguei siempre fue inocente.
En mayo, en la plataforma de Baikonur, el R-7 se había ensamblado por completo, en posición horizontal, y después se levantó para fijarlo con un dispositivo ingeniado por Mishin: cuatro sujeciones en forma de pétalos de tulipán que se abrían en el momento en que despegaba el cohete.
El 15 de mayo el lanzamiento fracasó. El cohete se incendió poco después de abandonar la plataforma. Las pruebas se suspendieron hasta el mes de junio. Otros tres fracasos consecutivos, el 9,10 y 11 de junio pusieron a prueba los nervios de Korolev y consiguieron desquiciar a Glushko y al general Nedelin que amenazó seriamente a Korolev con ordenar su regreso a Moscú para que revisara el proyecto entero. Serguei había anticipado a Nina, en una carta, que los lanzamientos podrían ir mal: «Probablemente no será un éxito…la verdad es que nuestro objetivo nunca se ha alcanzado antes en toda la historia de la tecnología». El 11 de julio lo volvieron a intentar. El cohete despegó bien, pero empezó a moverse de forma errática y explotó. Después de aquella colección de fracasos quizá lo más prudente hubiera sido estudiar con más detalle las causas y buscar remedios poderosos; las causas eran siempre pequeños fallos. Si regresaban a Moscú el proyecto se retrasaría demasiado y eso lo sabían todos, incluyendo a los más furiosos como Nedelin y Glushko. En la plataforma tan solo quedaba un cohete y decidieron lanzarlo el 21 de agosto. Esa vez, el vuelo fue un éxito.
La agencia soviética TASS dio la noticia del lanzamiento del R-7; un cohete que marcó un hito muy singular en la carrera espacial.
En aquel momento von Braun tuvo la seguridad de que los soviéticos estaban ya muy cerca de colocar un satélite en el espacio. Hubo un último intento desesperado del Ejército para que el Departamento de Defensa autorizase el lanzamiento de un satélite a bordo del cohete Jupiter C que von Braun tenía listo en Cabo Cañaveral. La respuesta fue la misma de siempre: no.
El 3 de octubre Korolev y los mandos que se habían congregado en la plataforma de Baikonur para el lanzamiento del Objeto D simplificado, acompañaron, como era costumbre, al R-7 desde el hangar al lugar en que lo levantaban para sujetarlo con los pétalos de Mishin. El cohete había pasado todas las pruebas y en su cabeza llevaba la bola de plata con el transmisor, ideados por Tikhonravov. Korolev avisó a su equipo de que el lanzamiento se produciría a las 22:28 horas. Serguei había visto con sus ojos cómo casi todos los anteriores ensayos habían fracasado. Ahora el R-7 transportaba un satélite y el fallo sería mucho más doloroso para todos.
A la hora prevista, en punto, el cohete se encendió y una persistente luz, acompañada de un ruido ensordecedor y una nube de humo, rasgaron el silencio de la fría noche en la base de Baikonur. Desde su refugio, Korolev, su equipo y las autoridades que habían acudido a presenciar el lanzamiento, contemplaron atónitos el espectáculo. El cohete remontó el vuelo y se perdió de vista. Al cabo de unas dos horas, todos estaban pendientes de lo que sucedía en una pequeña estación de radio. Cuando escucharon una débil señal, beep- beep, supieron que el Sputnik 1, o bola de plata de Tikhonravov, se encontraba sobre sus cabezas después de haber dado una vuelta al mundo.
Al día siguiente, satisfecho, Serguéi Korolev tomó un avión de vuelta a casa, en Moscú, mientras el mundo entero hablaba del Sputnik 1. Ese mismo día, 4 de octubre, von Braun, en Huntsville se hallaba de casualidad con el nuevo secretario de Estado de Defensa, Neil McElroy, en una reunión en la que celebraban su nombramiento, cuando se enteraron de que sobre Estados Unidos, cada dos horas, volaba un satélite de la URSS. Furioso, von Braun le advirtió al mandatario: «Todo el mundo cuenta con el Vanguard. Yo le digo a usted ahora, que el Vanguard nunca lo conseguirá».
La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)
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