La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)
La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)
La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Tercera parte)
La gran carrera hacia la Luna:
El 25 de mayo de 1961 el presidente de Estados Unidos, Kennedy, anunció que su país enviaría un hombre a la Luna antes de que finalizara la década de los años 1960. Entonces, la Unión Soviética ostentaba el liderazgo de la recién inaugurada carrera espacial; su presidente, Khrushchev, utilizaba los logros espaciales soviéticos para demostrar la superioridad del sistema comunista. La rapidez con la que los soviéticos lograron desarrollar las bombas nucleares de fisión y de fusión, la alianza de la URSS con el régimen chino, la presión militar comunista sobre Vietnam del Sur y el fracaso de la invasión organizada, el mes anterior por la CIA en Bahía de Cochinos, configuraban un entorno político en el que la aparente supremacía espacial soviética resultaba insoportable para Kennedy. Al menos, todas aquellas razones impulsaron al joven presidente norteamericano a embarcar a su país en un proyecto que dejara a la URSS en segundo lugar en la carrera espacial, aunque el coste fuese desproporcionado y el riesgo igual de grande. La magnitud del esfuerzo, comparada con la probabilidad de un fracaso que convirtiese la aventura en el ‘funeral más caro de la historia de la humanidad’, hacía casi impensable que un político poseyera el temple necesario para asumir la responsabilidad de poner en marcha semejante iniciativa. John Kennedy era un presidente muy singular.
El balance de la carrera espacial soviético-estadounidense, en aquel momento, era muy desfavorable a los norteamericanos. El primer satélite artificial (Sputnik1) lo había lanzado la URSS cuatro años antes, el 4 de octubre de 1957; pesaba 83,6 kilogramos. Estados Unidos consiguió poner en órbita su primer satélite (Explorer 1), cinco meses después, aunque su peso no llegaba a 14 kilogramos. El último gran logro espacial soviético había tenido lugar el 12 de abril de 1961, poco antes de la invasión montada por la CIA en Cuba, al colocar en órbita al primer astronauta de la historia: Yuri Gagarin. Cuando Kennedy anunció la decisión de su Gobierno de enviar una nave tripulada a la Luna, hacía tres semanas que la NASA también había conseguido enviar un hombre al espacio. Lo más relevante fue que se produjera inmediatamente después del vuelo de Gagarin. La gran diferencia estaba en que, mientras el soviético completó una órbita elíptica alrededor de la Tierra con el apogeo a 327 kilómetros de altura, el estadounidense Alan Shepard se limitó a ascender a 187 kilómetros y regresar a la superficie terrestre. La nave Vostok pesaba 4725 kilogramos y la Mercury, norteamericana, 1800 kilogramos. Nadie pudo negarle a la NASA que su astronauta viajara al espacio, pero fue una corta visita, en un vuelo suborbital, que siguió una trayectoria parabólica, similar a la que efectúa el proyectil disparado por un cañón.
Tras aquel estado de cosas se hallaban dos personajes que, hasta ese momento, habían desempeñado un papel clave en el desarrollo de la industria espacial de los dos países: el ruso Serguéi Korolev y el que ya era ciudadano estadounidense, de origen alemán, Wernher von Braun.
Para transportar un artefacto al espacio se necesita un vehículo que lo impulse: un cohete. La industria del espacio necesitaba, en primer lugar, potentes cohetes. El desarrollo práctico de estos ingenios había alcanzado una gran madurez en la Alemania nazi de Hitler, bajo la dirección técnica de von Braun. La complejidad inherente al diseño y fabricación de los V-2 de Hitler, un misil capaz de transportar una tonelada de material explosivo, a más de 300 kilómetros de distancia, propulsado por un cohete, hizo que su desarrollo avanzara con lentitud. Los primeros V-2 no estallaron en Londres hasta el mes de noviembre de 1944. En marzo del año siguiente, la II Guerra Mundial ya estaba perdida definitivamente para Alemania; fue el mes en el que los V-2 causaron sus últimas víctimas. Al final de la contienda, soviéticos, británicos y estadounidenses se afanaron por apresar a von Braun y su equipo para apoderarse de la tecnología de misiles y cohetes nazi, o evitar que lo hiciera otro país aliado. Wernher von Braun y algunos de sus colaboradores más próximos se entregaron a los norteamericanos; sin embargo, otros expertos alemanes optaron por el bando soviético.
Después de la II Guerra Mundial, los soviéticos deportaron a Rusia al grupo de técnicos alemanes que trabajaba para ellos en el desarrollo de misiles y trasladaron, a Moscú, todo el material de las V-2 que pudieron recopilar en Alemania. Allí, los técnicos soviéticos, bajo la dirección de Serguéi Korolev, procuraron obtener tanta información como les fue posible de los alemanes, sin hacerlos partícipes de sus proyectos. Conforme los deportados dejaron de serles útiles, como asesores, los fueron liberando y en 1951 dieron por finalizado el proceso de transferencia tecnológica. Desde entonces, Korolev había contado con el máximo apoyo de los políticos de su país, para desarrollar misiles balísticos de largo recorrido, capaces de transportar una cabeza termonuclear. Los militares soviéticos confiaban en que los misiles les otorgasen la supremacía militar sobre Estados Unidos.
Sin embargo, lo que ocurrió en Estados Unidos inmediatamente después de la II Guerra Mundial —en lo relacionado con los misiles— no se parecería en nada a los acontecimientos que tuvieron lugar en la URSS. Ni los políticos ni los militares, estaban dispuestos a gastar mucho dinero en el desarrollo de la tecnología de misiles. Aunque el Ejército ofreció cobijo y protección a Von Braun y un grupo de colaboradores suyo, casi parecía que fuese mayor el interés de las autoridades estadounidenses por evitar que cayeran en manos de otra potencia aliada, que por la utilización de sus conocimientos. Estados Unidos había desarrollado la tecnología nuclear y disponía de aviones bombarderos capaces de hacer explotar su mortífera carga en cualquier objetivo que se propusiera. No se plantearon la urgencia de montar las nuevas bombas en la cabeza de un misil. Además, la tarea no era sencilla. En Estados Unidos, la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército, cada uno de ellos por separado, contaba con su propio grupo de desarrollo de misiles. Von Braun y sus colegas, que habían emigrado a Estados Unidos, trabajaban para el Ejército. Sus proyectos estaban dotados con escasos fondos, y su misión se limitaba a mejorar la tecnología de los V-2.
En julio de 1955, el presidente Eisenhower anunció que Estados Unidos lanzaría un satélite en 1957, para darle mayor brillo a la celebración de la Convención Internacional de Geofísica. Cuando los soviéticos tuvieron noticia de las intenciones de Eisenhower, a los pocos días, el Comité Central del Partido Comunista de la URSS aprobó la puesta en órbita terrestre de un satélite soviético. La misma orden la recibieron los expertos de ambos países en dos escenarios completamente distintos. En la URSS, Korolev llevaba años trabajando en el desarrollo de un misil balístico de largo alcance, con la mayor parte de los recursos disponibles en su país bajo su mando y un generoso presupuesto; en Estados Unidos, el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, tenían equipos y proyectos de desarrollo de misiles distintos, descoordinados y dotados de presupuestos escasos. Ni los militares ni los políticos norteamericanos habían concedido una importancia excesiva al desarrollo de esta tecnología. Para Korolev, que siempre había soñado con la navegación espacial, el mandato de poner en órbita un satélite le pareció la gran oportunidad de su vida. Para von Braun también, la única diferencia es que, a diferencia del soviético, él no era el responsable del aparato de fabricar cohetes de Estados Unidos.
Las autoridades norteamericanas decidieron organizar un concurso para ver qué organización se hacía responsable de enviar el satélite al espacio. Compitieron la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército. Von Braun y su equipo prestaba sus servicios en el equipo del Ejército y desde el primer momento supuso que serían los ganadores, pero se equivocó. El encargo lo recibió la Marina. Von Braun advirtió a las autoridades de que la solución elegida no llegaría a tiempo y fracasaría. Y así fue. Pero, antes de fracasar, Korolev ya tenía el Sputnik 1 en el aire. Eisenhower se apuntó el éxito de hacer que los soviéticos enviaran un satélite al espacio; quizá no lo hubiesen hecho de no ser por su anuncio, aunque en el trasfondo de aquella iniciativa científica y civilizada latía el interés, de ambas potencias, de lanzar un satélite espía. Con el Sputnik 1 ya en órbita terrestre, la Marina fracasó con el lanzamiento de su cohete Vanguard; el fiasco levantó un escándalo entre la opinión pública y, obligado por las circunstancias, el Gobierno, se vio forzado a otorgarle al Ejército una oportunidad. El cohete del Ejército, diseñado por von Braun, logró situar en órbita al primer satélite estadounidense: el Explorer 1.
La historia volvió a repetirse con el vuelo del primer astronauta. Tras la lección aprendida con el satélite, Eisenhower decidió crear la NASA para aglutinar, en una organización, los esfuerzos públicos en materia de investigación y desarrollo de tecnología espacial. El presidente pensó que la insolencia con que Khrushchev presumía de sus éxitos espaciales únicamente podría contrarrestarla de aquel modo. La NASA, en un principio, ignoró al Ejército y al equipo de Wernher von Braun; para enviar al espacio a un astronauta seleccionó el cohete de la Fuerza Aérea: Atlas. En un primer intento el Atlas fracasó. La NASA rectificó y cambió el Atlas por el Redstone, que era el cohete del Ejército, diseñado por von Braun. Los cambios de rumbo de la agencia estadounidense introdujeron retrasos en el proyecto y, por segunda vez, Korolev se anticipó. El soviético Yuri Gagarin se convertiría en el primer astronauta de la historia que viajó al espacio.
Esa era la situación de la industria espacial, a finales de mayo de 1961, cuando Kennedy anunció el viaje a la Luna. Korolev, en Rusia, controlaba la mayor parte del sistema de producción de misiles de largo alcance balísticos y el programa espacial, mientras que en Estados Unidos von Braun todavía no llevaba un año como director del Marshall Space Flight Center de la NASA, responsable del desarrollo y diseño de los cohetes espaciales. Si Korolev ocupaba una posición de máxima responsabilidad en el programa espacial soviético, von Braun compartía las decisiones con un grupo de altos funcionarios gubernamentales norteamericanos. La URSS había desarrollado una familia de cohetes, los R-7, mucho más potentes que los del Ejército estadounidenses: los Redstone del equipo de von Braun. Los soviéticos ya contaban con misiles balísticos de largo alcance, capaces de transportar cargas de pago de más de 5 toneladas de peso a 12 000 kilómetros de distancia. La URSS partía, en aquella carrera hacia la Luna, desde una posición mucho más ventajosa que la de Estados Unidos.
En el vértice del entramado espacial soviético se encontraba Serguéi Korolev, un personaje desconocido por la opinión pública, con una gran capacidad organizativa y de liderazgo, intuición técnica, voluntad férrea, capaz de transmitir a su equipo su desmedido entusiasmo e inmune al desaliento. Un hombre, cuyo interés por el espacio fue, al mismo tiempo, el mejor aliado de sus éxitos y la principal razón de sus dificultades. Sus grandes cohetes R-7 quemaban una mezcla de oxígeno líquido criogénico y queroseno. La carga del oxígeno a baja temperatura llevaba, al menos, una jornada completa de trabajo; demasiado tiempo para los militares que, muy pronto, le pedirían que ensayara el empleo de comburentes almacenables, en vez de oxígeno criogénico. Korolev, a quien le interesaba, por encima de todo, el espacio, se mostró muy reticente a iniciar aquella vía de investigación, que consumiría muchos de sus recursos sin aportar ventajas al programa espacial. Otros investigadores soviéticos, como Chelomei y Yangel, aprovecharon la actitud de Korolev, hasta cierto punto displicente con los militares y políticos, para iniciar proyectos de misiles balísticos propulsados con mezclas almacenables, lo cual sería del agrado de las autoridades en la URSS. La apertura de líneas alternativas de investigación, el progresivo deterioro de la relación personal de Korolev con Glushko y la falta de un planteamiento político de carácter estratégico del programa espacial soviético, contribuirían a mermar de forma gradual la ventaja que le llevaba la URSS a Estados Unidos en el desarrollo de cohetes de largo alcance. Las diferencias entre Korolev y Glushko tenían su origen en el encarcelamiento que ambos sufrieron, a finales de la década de 1930, durante las purgas de Stalin; los dos se acusaban de haberse delatado. Valentín Glushko era el ingeniero jefe de desarrollo de motores cohete en la URSS, un hombre de gran prestigio, que ocupaba una posición clave para Korolev.
A todo lo anterior habría que añadir el precario estado de salud de un Korolev sometido a un estrés insoportable durante mucho tiempo. Las fisuras del sólido y aventajado sistema de producción de misiles soviético se transformaron en grietas que lo debilitarían con el tiempo, mientras que en Estados Unidos la organización espacial acrecentaba su impulso en la medida en que sus esfuerzos se reconducían en una dirección única. Si bien, el punto de partida en el momento del desafío espacial que lanzó Kennedy era favorable a los soviéticos, se daban circunstancias que apuntaban a que la situación podía cambiar.
Von Braun fue consciente, desde el primer momento, de que la decisión del presidente Kennedy planteaba un reto colosal, incomparable con el último logro de la tecnología espacial norteamericana. Alan Shepard apenas se había asomado al espacio, en un vuelo de 15 minutos en el que recorrió 487 kilómetros; la cápsula espacial, Mercury, pesaba menos de 2 toneladas y su cohete, Redstone, generaba un empuje de unas 75 toneladas. La expedición lunar duraría más de una semana para recorrer dos veces los 384 400 kilómetros que separan la Luna de la Tierra; en la nave espacial viajarían dos o tres astronautas; el cohete tendría que ser capaz de elevar una carga útil que podía rondar las 100 toneladas y su empuje, en la primera etapa, debería ser del orden de unas 3000 toneladas. Unas cifras capaces de convertir el sueño en un imposible. Von Braun comprendió mejor que nadie la magnitud de la complejidad asociada a un proyecto que él mismo se había atrevido a recomendar al presidente Kennedy. La nave y el cohete necesarios para emprender el viaje tripulado a la Luna, en nada se parecerían a los que la NASA había construido hasta entonces; incluso, para formular sus especificaciones con detalle era necesario resolver algunas cuestiones básicas sobre las que no existían aún suficientes conocimientos o consenso. Nadie sabía cómo era la superficie lunar, si estaba cubierta de polvo inconsistente o de formaciones rocosas ¿cómo tenía que ser una nave capaz de posarse sobre un terreno desconocido? En cuanto al viaje, von Braun siempre había planteado la conveniencia de montar una estación en órbita, alrededor de la Tierra, desde la que se iniciaran los viajes espaciales. Construirla llevaría quizá demasiado tiempo. Montar la nave lunar en una órbita terrestre, a la que se podían enviar las partes para ensamblarlas, era otra solución, aunque no exenta de dificultades. El acoplamiento de naves en el espacio y trasvase de astronautas y piezas no se había hecho nunca.
Para los técnicos de la NASA, la idea de la estación y el montaje de la nave espacial en órbita fueron perdiendo sentido. Todo el equipamiento de la expedición tendría que ser puesto en órbita desde la Tierra. Von Braun se vio obligado a enfrentarse al gran reto de su vida profesional: diseñar y construir un cohete gigantesco, el Saturn 5. No tardó mucho en dibujar en su mente las características generales del gran cohete. Mediría 105 metros de altura, estaría equipado con tres etapas, la primera impulsada por 5 motores de 680 toneladas de empuje, cada uno. Los motores consumirían 57 000 litros de queroseno y 90 000 litros de oxígeno líquido por minuto. En la cámara de combustión la temperatura sobrepasaría los 2700 grados centígrados. Hubo momentos en los que pensó que jamás lograría resolver el problema.
En la primavera de 1962, los directivos de la NASA, incluido von Braun, llegaron a un acuerdo en cuanto al modo de desarrollar la misión. Aceptaron la propuesta de Max Hubolt, del Langley Research Center, según la cual la nave espacial llevaría un módulo que se desacoplaría, una vez situada en órbita alrededor de la Luna, para descender a la superficie del satélite terrestre y regresar después a la nave principal. No fue fácil consensuar el perfil de la misión, pero al final todos se convencieron de que la idea de Hubolt era la menos mala de cuántas se les ocurrieron. A partir de aquel momento, el programa empezó a tomar su forma definitiva y los esfuerzos del amplio equipo se centraron en un objetivo común.
En la Unión Soviética, el panorama espacial seguía por otros derroteros. Mientras los norteamericanos centraban sus esfuerzos con la idea de llegar a la Luna antes del final de la década, Korolev no contaba con la aprobación de un proyecto a tan largo plazo. En 1961, Khrushchev le urgió para que antes del 13 de agosto, el astronauta Titov llevase a cabo un importante vuelo espacial. Aparentemente fue un éxito, porque con una semana de antelación a la fecha establecida por el mandatario, la nave soviética con Titov a bordo, completó 12 órbitas a la Tierra. La realidad fue que el vuelo tuvo que interrumpirse porque el astronauta se sintió indispuesto, pero ante la opinión pública 12 órbitas terrestres fueron muchas. El 13 de agosto, con la noticia espacial en la prensa de tapadera, Khrushchev levantó el muro de Berlín. Para el presidente soviético, los logros espaciales de Korolev servían exclusivamente para evidenciar las bondades del régimen comunista y desviar la atención del público.
Los grandes proyectos que Korolev tenía en mente para vencer a los norteamericanos en su carrera hacia la Luna, no contaban con el necesario apoyo de la cúpula del poder en la URSS, cuya prioridad era militar. Desde hacía algunos años, Korolev había esbozado una nueva nave espacial para sustituir a la Vostok: la Soyuz, con capacidad para acoplarse a otra nave. Y también tenía en mente un cohete de gran empuje y carga de pago, el N-1. Estos dos elementos constituían su respuesta al cohete que había empezado a desarrollar von Braun, el Saturn 5, y las nuevas naves espaciales norteamericanas, Gemini y Apollo, que sustituirían a las Mercury.
A Korolev le habían surgido dos competidores en su propio país: Mikhail Yangel y Vladimir Chelomei. Korolev era muy reacio a utilizar en sus cohetes comburentes almacenables (sustancias capaces de reemplazar el oxígeno criogénico), lo que parecía ser una prioridad desde el punto de vista castrense para evitar que una orden de lanzamiento de un misil balístico intercontinental, con una cabeza termonuclear, tardase un día en ejecutarse; ese era el tiempo que llevaba la carga del oxígeno líquido. Yangel, Chelomei e incluso el experto en motores cohete de la URSS, Valentín Glushko, eran también partidarios de los comburentes almacenables, y en febrero de 1962 se reunieron todos con Khrushchev en su dacha para revisar los proyectos en curso. Cuando Korolev planteó su nuevo desarrollo, el N-1, Glushko ya se había negado a construir los motores de sus cohetes, propulsados con oxígeno líquido, tal y como deseaba Korolev. Serguéi tuvo que explicarle a Khrushchev que, un ingeniero de menor prestigio, Nikolai Dimitrievich Kuznetsov, se encargaría de la motorización de los cohetes N-1. Nada satisfecho, Khrushchev y su plana mayor marginaron la propuesta de Korolev. De la reunión surgió un victorioso Chelomei y su proyecto, UR-500.
Sin apenas medios económicos, Korolev logró mantener a su equipo y trató de convencer a militares y políticos de la necesidad que tenía la Unión Soviética de construir un cohete como el N-1, incluso para transportar cabezas termonucleares. Por fin, a finales de 1962 logró la aprobación para empezar el desarrollo de su cohete, que tendría que ser capaz de levantar 75 toneladas de carga de pago. A Kuznetsov le encargó el desarrollo de los motores. El cohete N-1 era similar, en cuanto a sus prestaciones, al Saturn 5, aunque generaría más empuje en sus tres etapas. En la primera dispondría de 30 motores de 153,4 toneladas de empuje. La mayor diferencia estribaba en que el Saturn V, utilizaría hidrógeno líquido en la segunda y tercera etapa como combustible, en vez de queroseno.
Para Khrushchev, el espacio era el teatro en el que se representaba la farsa de la grandeza comunista soviética y por eso nunca se atrevió a prescindir de Korolev. En 1963 le pidió que enviara una mujer al espacio. El 15 de junio, Valentina Tereshkova, se convirtió en la primera mujer astronauta. Fue otro extraordinario golpe publicitario para la causa del primer mandatario soviético.
Valentina se casó con otro astronauta, Andrian Nikolayev, el 3 de noviembre en Moscú. La boda fue un acontecimiento extraordinario en el que coincidieron como invitados von Braun y Korolev. Mientras que al primero lo conocía todo el mundo, Korolev no tenía rostro para la opinión pública y el estadounidense no tuvo la oportunidad de saludar a su anónimo competidor. Días después de la famosa boda, el asesinato del presidente John Kennedy en Dallas conmocionó al mundo. Su desaparición hizo que muchos se cuestionaran el futuro del proyecto espacial que tanto dinero costaba al país, en un momento en el que la guerra de Vietnam preocupaba seriamente a la opinión pública norteamericana.
A principios de 1964, Khrushchev quiso aderezar el desconcierto espacial en Estados Unidos con otra iniciativa propia; ordenó a Korolev que pusiera en órbita a tres astronautas. Los norteamericanos tenían previsto sustituir la cápsula Mercury por una nave espacial capaz de llevar a dos astronautas: la Gemini, que estaría terminada en 1964. Khrushchev quería anticiparse. Korolev, cuyos desarrollos marchaban más despacio, no dispondría de su nueva nave, la Soyuz, hasta 1965. Para contentar a Khrushchev tendría que modificar una nave existente, la Vostok, y empaquetar como pudiera a los tres cosmonautas. La idea le pareció desastrosa porque le obligaba a desviar recursos del desarrollo del cohete N-1 y nave Soyuz, para hacer arreglos en una nave Vostok —que recibió el nombre de Voskhod— sin que el esfuerzo sirviera para acelerar el desarrollo de su proyecto espacial.
Korolev era consciente de que los norteamericanos tenían en marcha un programa que los llevaría a la Luna y que los soviéticos andaban claramente rezagados en aquella empresa. Su programa, con el que intentaba equipararse al de la NASA, carecía del apoyo explícito de las autoridades soviéticas y además de carecer de los fondos necesarios, estaba sometido a las ocurrencias de los políticos. Sin embargo, eran aquellas ocurrencias las que mantenían la afluencia de dinero a su equipo. Durante los primeros meses de 1964, aprovechando el interés de Khrushchev, trató de que le aprobaran un plan con el objetivo de poner un astronauta soviético en la superficie de la Luna, pero no lo consiguió. El estrés terminó pasándole factura; exhausto, aquejado de problemas cardíacos y hemorragias intestinales, su salud se resintió hasta el punto de que, a principios del verano, tuvo que recluirse durante tres semanas en un balneario en Checoslovaquia con su mujer, Nina.
En agosto estaba de nuevo al frente de su equipo, en Baikonur, para ultimar los detalles del lanzamiento de la nave Voskhod con los tres astronautas a bordo. En septiembre, Khrushchev, Brezhnev y Ustinov visitaron Baikonur para revisar el estado de la tecnología soviética espacial. Chelomei criticó con dureza las ideas de Korolev que apenas se defendió. Su defensa, sin palabras, la expresó al mes siguiente, el 12 de octubre de 1964, cuando tres astronautas soviéticos, Vladimir Komarov, Boris Yegorov y Konstantin Feoktistov, fueron lanzados al espacio a bordo de la nave Voskhod. El vuelo tuvo una gran repercusión internacional. En Estados Unidos muchos creyeron que los soviéticos les llevaban una gran ventaja y que quizá en 1966 podían estar en condiciones de viajar a la Luna. Fue la última gran representación teatral en el espacio organizada por Khrushchev que, aquel día, no pudo asistir al lanzamiento de la nave en Baikonur, ni lo siguió desde Moscú: Khrushchev había sido arrestado por Leonid Brezhnev y Alexei Kosygin.
Aún quedaba otra importante escena por representar en las alturas del encargo que el depuesto Khrushchev había encomendado a Korolev. El 18 de marzo de 1965, la nave espacial Voskhod 2, transportó dos astronautas al espacio: Belyayev y Leonov. Alexey Leonov salió de la nave para flotar en el vacío durante 12 minutos. Fue el primer paseo espacial de un astronauta. Otra gesta que Estados Unidos recibió con preocupación.
En 1965, el cambio político en Moscú favoreció que la suerte de Korolev mudara de sino y Chelomei perdió su condición de hombre favorecido en el negocio espacial. Los políticos volvieron a confiar en Korolev, que asumió el liderazgo, aunque el programa de su adversario no se cancelara. Korolev ya había advertido a Brezhnev que quizá, para amargarles el cincuenta aniversario de la Revolución Bolchevique, los norteamericanos podrían mandar sus astronautas a la Luna en 1967. Recibió una dotación de 500 millones de rublos y la promesa de que se le adjudicarían más para que su proyecto de enviar astronautas soviéticos a la Luna en una nave Soyuz, L-3, impulsada por un gran cohete N-1, se hiciera realidad en 1968. Comprendieron que para 1967 ya no podría ser. Los militares y políticos soviéticos volvieron su rostro a Korolev para decirle: «No le des la Luna a los americanos».
Sin embargo, los estadounidenses reducían poco a poco la ventaja espacial soviética y ese mismo año, en primavera, la primera nave Gemini de la NASA consiguió transportar dos astronautas al espacio. A este primer lanzamiento seguirían otros, hasta que en diciembre los norteamericanos lograron permanecer en el espacio durante dos semanas. Las naves Gemini, con un lanzamiento cada dos meses, daban la sensación de haber colocado a los norteamericanos a la cabeza de la carrera hacia la Luna.
El principal responsable soviético del programa espacial contemplaba con angustia, e impotente, cómo su país perdía el liderazgo. La Soyuz se retrasaba y a finales de 1965 tan solo disponía de un modelo a escala natural. De otra parte, el estrés había causado verdaderos estragos en la salud de Korolev. Los médicos le recomendaron que se sometiera a lo que tenía que ser una sencilla intervención quirúrgica, para extirparle un pólipo en el colon. El 12 de enero de 1966 pasó el día de su cumpleaños en el hospital del Kremlin y el 14, el ministro de Salud, doctor Boris Petrovsky, lo operó. La cirugía se complicó, con la aparición de un tumor que no le habían diagnosticado y una fuerte hemorragia. Korolev murió ese mismo día, tras una larga operación. Las autoridades soviéticas decidieron desvelar la figura del gran ingeniero y Serguéi Korolev fue enterrado en Moscú, con todos los honores de los grandes servidores de la patria. Desde entonces, la popularidad, que jamás tuvo en vida, acompañaría siempre su recuerdo.
Las noticias de la muerte del ingeniero soviético y su funeral de Estado llegaron a Estados Unidos. Von Braun supo, por primera vez en su vida, quién era el artífice principal de los muchos éxitos espaciales soviéticos.
Días después de la muerte de Korolev, el 31 de enero, un robot soviético, Luna 9, consiguió posarse sobre la superficie lunar. Por fin, los técnicos se enteraron de que el satélite natural de la Tierra no estaba recubierto de polvo sin consistencia, sino de una superficie sólida sobre la que podía apoyarse una nave construida por el hombre. Quizá fuese el único éxito espacial del equipo soviético durante aquel aciago año de 1966, marcado por la pérdida de Korolev.
Al frente del programa espacial soviético quedó un estrecho colaborador de Korolev desde la época de su estancia en Alemania: Vasily Mishin. Durante su mandato aflorarían todos los problemas que aquejaban al programa espacial soviético desde hacía ya varios años, heredados de la época de Khrushchev. La decisión política de viajar a la Luna y la organización formal de un programa para llevarla a cabo, en la Unión Soviética, databa del año 1965, cuatro años después de que los estadounidenses lanzasen su programa lunar. Aunque Korolev había concebido los elementos fundamentales para dar respuesta al desafío norteamericano (la nave Soyuz y el cohete N-1), su desarrollo estaba muy retrasado por falta de recursos. A las deficiencias estructurales del programa lunar soviético habría que añadir, en 1966, que la personalidad y el carisma de Mishin distaban mucho de los de Korolev, lo que supuso un cambio fundamental en la gestión de los recursos humanos del proyecto.
En mayo comenzaron las pruebas de la primera nave Soyuz, pero los fallos se sucedieron uno tras otro y ninguno de los vuelos no tripulados pudo considerarse exitoso.
A von Braun las cosas le iban un poco mejor. Los problemas de las cámaras de combustión del motor F-1 del cohete Saturn 5 fueron resolviéndose poco a poco, gracias a muchas pequeñas modificaciones. En marzo de 1966, la NASA envió al espacio la nave Gemini VIII, con Neil Armstrong y David Scott a bordo para que realizasen una misión de acoplamiento con el satélite Agena. El acoplamiento no les planteó problemas, pero el sistema de control de actitud de la Gemini falló en pleno vuelo y Neil Armstrong tuvo que estabilizar la nave con el sistema de control de reentrada. El vuelo estuvo a punto de terminar muy mal, pero la actuación de Armstrong salvó la vida de los astronautas. En agosto, la NASA recibió la primera cápsula Apollo y empezó a probarla. Miles de pequeños fallos acompañarían la los primeros ensayos, al igual que les ocurría a los soviéticos con su nave Soyuz.
El año 1967 comenzó muy mal para los norteamericanos. Los astronautas Grissom, Chaffee y White habían sido seleccionados para realizar el primer vuelo a bordo de la nave Apollo, con el cohete Saturn V. El 27 de enero efectuaban en Cabo Kennedy el primer ensayo en tierra, con un cohete, sin combustible, en la nave Apollo 1. Se trataba de una comprobación de todos los sistemas. Los astronautas estaban encerrados en la cápsula cuando a Grissom se le escuchó gritar por la radio: « ¡Tenemos fuego en la cabina!». Chaffee también tuvo tiempo para comunicar al personal que trabajaba en la prueba que había fuego y que los sacaran de allí porque se estaban abrasando. Grissom trató de abrir la escotilla de la cápsula desde el interior, mientras otros lo intentaban desde fuera. Dentro del Apollo 1 se había desencadenado un espantoso incendio que produjo una explosión que originó un boquete en la pared de la nave, antes de que transcurrieran los 6 minutos que tardaron en abrir la escotilla. Los astronautas ya habían fallecido cuando extinguieron el fuego y pudieron sacar sus cuerpos de los restos de la nave. El fuego lo provocó una pequeña chispa —que pudo saltar en cualquier parte de los mazos de cables dispersos por el suelo de la nave— al entrar en contacto con el gas que llenaba la cápsula: oxígeno puro.
El accidente del Apollo 1 paralizó el programa espacial de la NASA.
Leonid Brezhnev urgió a Mishin para que aprovechara aquella pausa norteamericana, y conmemorase el 50 aniversario de la Revolución Bolchevique con algún acontecimiento espacial. Hacía ya casi dos años, que los soviéticos no efectuaban vuelos tripulados y a Brezhnev le había puesto muy nervioso los éxitos americanos con las naves Gemini. Sin embargo, la Soyuz continuaba dando muchos problemas en todos los ensayos. A pesar de todo, Mishin preparó un vuelo que finalmente se lanzó el 23 de abril de 1967, en vísperas de la fiesta del 1 de mayo. Vladimir Komarov, el astronauta seleccionado para la misión, debería de efectuar una maniobra de acoplamiento en el espacio con la Soyuz 1. Desde el inicio del vuelo se produjeron múltiples fallos. En un momento determinado se perdió el control de la nave, desde tierra. Mishin ordenó que se preparase la reentrada para la órbita número 17. Los sistemas de control automáticos fallaron. Entonces se le ordenó a Komarov que tratara de alinear la nave, manualmente, para reentrar en la atmósfera en la vuelta número 18. Los técnicos tenían poca fe en que la operación tuviese éxito y a Komarov le permitieron que se pusiera en contacto con su esposa vía radio; quizá fuera la última vez que tenía la oportunidad de hablar con ella. Vladimir hizo un excelente trabajo y la Soyuz entró en la atmósfera con un ángulo adecuado, pero los paracaídas de frenada no se abrieron y tampoco se activaron los retrocohetes a tiempo. La Soyuz 1 se estrelló contra la superficie terrestre a más de 600 kilómetros por hora. El estrepitoso fracaso del primer vuelo con la primera Soyuz soviética, igual que había ocurrido en Estados Unidos, conmocionó a la opinión pública. Muchos expertos de su círculo más próximo criticaron a Mishin por no haber abortado la misión antes, cuando se produjeron los primeros fallos.
El 8 de noviembre de 1967 el Saturn 5 despegó, por primera vez, de Cabo Kennedy. El gigantesco cohete de von Braun y su equipo medía más de un centenar de metros y los cinco motores de su primera etapa generaban un empuje de 3400 toneladas. La zona de seguridad durante el lanzamiento, alrededor del cohete, se extendía en un radio de 10 kilómetros. La parte superior del cohete la ocupaba la nave Apollo 4, sin tripulantes, en la que la NASA había incluido un exhaustivo repertorio de modificaciones, tras el accidente de la Apollo 1. Once minutos después del lanzamiento, la Apollo 4 estaba en órbita. Von Braun y sus colaboradores celebraron un éxito del que durante algún tiempo habían llegado a dudar que pudiese ocurrir.
Pocos meses después, el 4 Abril de 1968, el segundo cohete Saturn 5, con la cápsula Apollo 6, también sin tripulación a bordo, despegó de Cabo Kennedy sin que su vuelo resultara tan exitoso como el primero, debido a pequeños problemas de estabilidad en la cámara de combustión de los motores F-1. El equipo de von Braun introdujo modificaciones para paliar las deficiencias y la NASA decidió que era suficiente y no se necesitaba otro vuelo de pruebas antes de lanzar un Saturn 5 con tripulación a bordo.
En mayo, el gran cohete de Mishin, el N-1, no pudo lanzarse debido a que en Baikonur los técnicos detectaron fisuras en los recubrimientos metálicos. Muchas de las dificultades de construcción que les estaba planteando a los soviéticos el N-1 se debían a cuestiones logísticas relacionadas con la ubicación de la plataforma de lanzamiento en una zona de tan difícil acceso. Hasta que el cohete N-1 no pudiera lanzarse con una nave Soyuz a bordo, la Luna estaría fuera del alcance de los soviéticos.
El 25 de octubre de 1968, Mishin lanzó una nave Soyuz 2 sin tripular y al día siguiente otra tripulada (Soyuz 3), con el astronauta Georgy Beregovoy a bordo. Su misión consistió en guiar la Soyuz 3 hasta las proximidades de la Soyuz 2 y posteriormente permanecer en el espacio hasta completar 81 órbitas, durante más de 3 jornadas completas.
Esta vez, la NASA había preparado una misión mucho más complicada y llamativa para efectuar su primer vuelo con la nave Apollo y el cohete Saturn V. El 21 diciembre de 1968 partió de Cabo Kennedy, la nave Apollo 8 con 3 astronautas a bordo: Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders. El tercer cohete Saturn V —que por primera vez transportaba una nave tripulada— la puso en órbita terrestre, a 185 kilómetros de altura y 7,79 kilómetros por segundo de velocidad. El plan de vuelo preveía un viaje a una órbita terrestre y de allí a otra lunar, donde permanecería un tiempo, para regresar directamente a nuestro planeta. Jamás los seres humanos se habían alejado tanto de su lugar de origen. A las 2:56 horas de vuelo, los cohetes de la nave Apollo 8 aceleraron la cápsula para alcanzar una velocidad de 10,8 kilómetros por segundo y colocar a la nave en otra órbita terrestre elíptica cuya trayectoria pasara cerca de la Luna. Con este impulso, el Apolo 8 inició su largo viaje hacia la Luna que lo llevaría hasta un lugar del espacio alejado 377 349 kilómetros de la Tierra. Durante la excursión hacia la Luna, el Apolo 8 tuvo que efectuar dos veces pequeños ajustes de su trayectoria. Tardó 2 días y 21 horas en alcanzar el punto en el que fue necesario activar los cohetes para que la nave quedara atrapada, en una órbita lunar, a unos 110 kilómetros de la superficie del satélite natural terrestre. Durante casi 24 horas completó 10 órbitas alrededor de la Luna y cuando llevaba 3 días y 17 horas de viaje volvió a encender sus cohetes para abandonar la Luna y regresar a la Tierra. Antes de la reentrada, a la atmósfera terrestre, el módulo de servicio se separó del módulo de mando de la cápsula espacial. Habían transcurrido 6 días y 3 horas cuando el Apollo 8 y sus tres astronautas, sanos y salvos, amerizaron en el océano Pacífico, al sur de las islas Hawai. El vuelo del Apollo 8 fue uno de los acontecimientos más importantes de aquel año 1968. La estancia de los astronautas en el espacio, durante las fiestas navideñas, les permitió enviar felicitaciones a la Tierra desde la Luna, lo cual tuvo un gran efecto publicitario. El mensaje también llegó al corazón de los ciudadanos de la Unión Soviética, temerosos de que su país hubiese perdido la iniciativa en la exploración espacial.
A pesar de la presión de los políticos, en Baikonur, Mishin seguía sin disponer del cohete N-1. Para lanzar sus naves espaciales utilizaba los cohetes R-7, sin empuje suficiente para la misión lunar. El 14 de enero de 1969, del cosmódromo soviético partió la Soyuz 4, con un astronauta a bordo, y al día siguiente la Soyuz 5 con tres tripulantes. Las dos naves se acoplaron en el espacio y dos astronautas se pasaron a la Soyuz 4 que a continuación reentró en la atmósfera terrestre, sin ningún problema. El astronauta de la Soyuz 5 también logró hacerlo aunque su viaje de vuelta no estuvo exento de dificultades. Los soviéticos publicitaron aquel logro con videos que distribuyeron a las cadenas de televisión de todo el mundo.
Por fin, el 21 de febrero de 1969, el gran cohete N-1 se encontraba en la plataforma de Baikonur listo para efectuar su vuelo inaugural. Nunca se habían probado los 30 cohetes de la primera etapa trabajando a la vez. Su diseñador Kuznetsov se encontraba en la base de lanzamiento, ansioso por comprobar el funcionamiento del extraordinario cohete. Algo falló durante la prueba y poco después de que el cohete se elevara envuelto en una nube de polvo, llamas y ruido, se incendió. Continuó ascendiendo y voló unos 25 kilómetros antes de caer en el desierto helado que rodeaba Baikonur. Fue una suerte que no se desplomara en la plataforma, porque la hubiera destruido por completo.
Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Mike Collins fueron los elegidos por la NASA para viajar a la Luna en el Apolo 11. Neil sería el comandante de la expedición; el astronauta había demostrado una pericia extraordinaria en el manejo del simulador del Módulo Lunar. Mientras Collins los aguardaba en la nave, en órbita alrededor de la Luna, Neil y Buzz, alunizarían, caminarían sobre la superficie del satélite terrestre y regresarían con el Módulo Lunar para reunirse otra vez con su compañero. Armstrong sería el primero en pisar la Luna.
Antes de viajar a la Luna, la NASA debía probar el funcionamiento de la nave Apollo con todos sus módulos y verificar que la trayectoria y los procedimientos eran correctos. En total se programaron dos vuelos, previos a la expedición lunar.
En marzo de 1969, la misión Apollo 9, llevó al espacio, por primera vez, una cápsula con los tres módulos —de Mando, Servicio y Lunar—, y tres astronautas: McDivitt, Scott y Schweickart. La misión consistía en efectuar, en una órbita terrestre, todas las maniobras previstas durante la misión lunar con el Módulo Lunar (ML). En primer lugar, el Módulo de Mando y Servicio se acopló al ML, después del lanzamiento. Una vez realizada esta operación dos astronautas pasaron al ML y se separaron del Módulo de Mando y Servicio mientras el tercero permanecía en este último módulo. El ML simuló una trayectoria de descenso a la Luna, apartándose del Módulo de Mando y Servicio unos 179 kilómetros propulsados con los motores que se utilizarían durante el descenso a la superficie lunar. Realizada esta operación hicieron que el ML se desprendiese de estos motores, ligados a la estructura de alunizaje, para regresar al Módulo de Mando y Servicio con los motores que emplearía en el ascenso desde la Luna. Volvieron a efectuar el acoplamiento para entrar en el Módulo de Mando y Servicio, donde los esperaba su compañero, y se desprendieron del LM. Otra prueba consistió en salir al espacio exterior con el nuevo traje espacial, autónomo, que no necesitaba estar unido a la cápsula espacial por ninguna especie de cordón umbilical. Estos trajes permitirían a los astronautas efectuar el transbordo del LM al Módulo de Mando y Servicio en una situación de emergencia, sin necesidad de efectuar el acoplamiento. Todas las operaciones se realizaron con éxito, en órbita terrestre, en una misión de poco más de 10 días.
El 18 de mayo de 1969 se lanzó el Apollo 10. Un ejercicio casi tan complicado como la propia expedición lunar, en la que los astronautas, Stafford, Young y Cernan, debían realizar todas las operaciones de la misión que constituía el último objetivo del programa, siguiendo una trayectoria muy parecida, con la única diferencia de que el ML se quedaría a 15,6 kilómetros de la superficie lunar. Tras el lanzamiento y el inicio del viaje hacia la Luna, el Módulo de Mando y de Servicio se acopló al ML. Una vez situado en la órbita lunar, Young se quedó solo y Stafford y Cernan partieron a bordo del ML para describir una órbita cuya trayectoria pasaba cerca del sitio en el Mar de la Tranquilidad donde estaba previsto el alunizaje en la próxima misión. Durante la maniobra de activación de los cohetes para iniciar el ascenso, la tripulación cometió un error que generó un movimiento indeseado de la nave, que estuvo a punto de desestabilizarla y hacer que cayese sobre la Luna. El 26 de mayo los astronautas del Apollo 10 regresaron a la Tierra.
Por fin, la NASA estaba en condiciones de asegurar que el satélite terrestre quedaba al alcance de su mano. La fecha elegida para el lanzamiento del Apolo 11, cuya misión era la de posarse sobre la Luna, fue el 16 de julio de 1969.
Mishin, aún trató de realizar un desesperado y absurdo esfuerzo por ganar la baza a los norteamericanos. El 3 de julio, otro N-1 intentó despegar de Baikonur, pero esta vez, a unos 180 metros del suelo, los motores de la primera etapa del cohete fallaron y el gigantesco artefacto se desplomó sobre la plataforma de lanzamiento. El mismo fallo volvió a repetirse, pero esta vez con peores consecuencias. Un espantoso hongo se alzó sobre el desierto y miles de pájaros murieron en un breve instante, alcanzados por la mortífera onda expansiva. Años después, Mishin escribiría en sus memorias: «No quiero que mis lectores entiendan que trato de evitar la responsabilidad como jefe de diseño por algunos errores, que se hicieron (incluidos los míos) a lo largo del programa lunar. Quien no hace nada no se equivoca. Nosotros, los sucesores de Korolev, hicimos cuanto pudimos, pero no fue suficiente».
El 16 de julio, von Braun pudo contemplar en su pantalla cómo el poderoso Saturn V iniciaba majestuosamente su viaje a la Luna. Era la culminación de sus sueños, un gran hito en su azarosa vida dedicada a la construcción de cohetes.
La nave Apolo 11 ejecutó con impecable seguridad su misión durante los días que siguieron, hasta el 20 de julio. Los soviéticos, en un intento desesperado por llevar la delantera a los norteamericanos en alguna faceta de aquella carrera que veían perdida, habían enviado a la Luna un robot: el Luna 15. A la NASA le preocupaba la posible interferencia de la nave soviética con su Apolo 11. El 20 de julio el ML se separó del Módulo de Mando. Neil y Buzz se encontraban a unos 1800 metros de su objetivo cuando el ordenador de a bordo empezó a dar códigos de error ‘1202’ y ‘1201’. De la estación de control terrestre recibieron la indicación de que siguieran adelante e ignorasen el aviso. La computadora de a bordo indicaba que tenía sobrecarga de trabajo; todo se debía a un interruptor del radar colocado en una posición errónea. Armstrong vio que el ordenador los llevaba a un lugar indeseable y decidió realizar el alunizaje en modo semiautomático. Era un maestro en la conducción de aquel artefacto. Cuando se posó sobre la Luna aún le sobraron 25 segundos de combustible. Tras la verificación de la lista de chequeo posterior al aterrizaje Aldrin comunicó al centro de control: «Houston, aquí base Tranquilidad. El Eagle (Águila) ha aterrizado». Cambiar su nombre de Eagle a base Tranquilidad era un código acordado para dar a entender que todo iba bien.
El mundo entero pudo contemplar en directo, gracias a la televisión, lo que ocurrió aquella histórica jornada del 21 de julio en la superficie de nuestro satélite natural. Se estima que unos 600 millones de personas siguieron la transmisión. Durante su paseo lunar, los astronautas recogieron rocas y polvo del suelo, sacaron fotos del Módulo Lunar y del entorno, movieron la cámara de televisión, hablaron con el presidente Nixon, dejaron un módulo con instrumentos científicos y plantaron una bandera de Estados Unidos. Armstrong pronunció su famosa frase («un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad») y Aldrin definió el paisaje como «una magnífica desolación». Los astronautas mantuvieron bien el equilibrio, les resultó sencillo caminar, aunque tenían que planificar sus movimientos con antelación.
El viaje de regreso se produjo sin grandes alteraciones sobre lo previsto y el 24 de julio, el Módulo de Mando del Apolo 11 fue recogido en el océano Pacífico junto a sus tres gloriosos astronautas. En las muestras que trajeron a la Tierra se descubrieron tres minerales nuevos.
Cuando el Luna 15 soviético inició su descenso hacia la superficie de la Luna, el 21 de julio de 1969, los astronautas norteamericanos ya estaban allí. El robot se estrelló en la ladera de una montaña selenita, muy lejos del lugar en el que se hallaba el Eagle. ¿Cuál fue su misión?, es algo que nunca se ha llegado a saber, pero la gran carrera hacia la Luna ya se había terminado.
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Me ha gustado muchísimo. Qué bien escribes!
Gracias, Mariano