Los autogiros de Juan de la Cierva

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La mayoría de las personas confunde el autogiro con el helicóptero y desconoce que don Juan de la Cierva fue un inventor excepcional. El ingeniero español concibió una máquina de volar distinta a todas las que se conocían hasta entonces, logró que la comunidad aeronáutica internacional reconociera la genialidad de sus contribuciones al desarrollo de la aviación y murió prematuramente.

En el siglo XVI Leonardo da Vinci sugirió la posibilidad de construir una máquina capaz de volar gracias al movimiento giratorio de una especie de tornillo o sacacorchos y en 1768 un matemático francés describió un aparato al que denominó Pterophore con dos hélices, una para equilibrar el peso del artefacto y otra para propulsarse. Dos franceses, Launoy y Bienvenu, mostraron en la Academia de Ciencias de París, en 1784, un mecanismo construido con dos hélices contra rotatorias (hechas con plumas) que aprovechaban la energía elástica de un arco cuya tensión desenrollaba el hilo sujeto al eje alrededor del que giraban las plumas; el juguete de los inventores se elevó ante el asombro de los académicos.

En el libro de Octave Chanute, Progress in Flying Machines, publicado en 1894, se muestran los dibujos de una docena de diseños de helicópteros concebidos por distintos inventores a lo largo de más de 200 años. Fue el francés, Ponton d’Amécourt quien inventó la palabra ‘helicóptero’ al designar de este modo el ingenio que presentó en la Exposición Aeronáutica de Londres de 1868 con dos molinos contra rotatorios de dos palas cada uno, movidos por una máquina de vapor.

Ninguno de todos aquellos artilugios conseguiría volar, aunque en sus diseños y modelos los inventores dejaron constancia de la intención de emplear alas giratorias, movidas por un motor, para desarrollar el empuje capaz de vencer el peso del aparato.

Después de 1894 se seguirían dibujando máquinas de este tipo y construyendo modelos. En 1907 Paul Cornu, un modesto mecánico francés, consiguió elevarse del suelo, por primera vez en la historia de la aviación, con un helicóptero de su invención, pero el aparato era incontrolable y no tuvo ninguna utilidad práctica. En realidad, hasta el año 1940, con la aparición de los helicópteros de Igor Sykorsky (con los que el ruso llevaba trabajando desde hacía casi 30 años) este tipo de aeronave no alcanzaría el nivel mínimo de prestaciones necesario para resultar operativa.

Entre los muchos diseños y proyectos de máquinas de ala rotatoria también hay que incluir el del mallorquín Pere Sastre Obrador, más conocido como Pere de Son Gall coetáneo de Juan de la Cierva. Hay personas que quieren ver en los trabajos del isleño la fuente de inspiración del murciano, pero en realidad no hay ningún fundamento sólido en que apoyar esa hipótesis. De otra parte, de la Cierva tuvo acceso a la información de docenas de proyectos, a nivel mundial, relacionados con sus desarrollos e investigaciones.

De la Cierva propuso, diseñó y construyó, una máquina de volar conceptualmente distinta a los aeroplanos y los helicópteros. Su autogiro llevaba una hélice, igual que los aeroplanos, que generaba una fuerza de empuje horizontal. Cuando el aparato alcanzaba cierta velocidad ─no hacía falta mucha─ empezaban a girar unas palas situadas en un plano horizontal, alrededor de un eje vertical que sobresalía del fuselaje, sin necesidad de que las moviera ningún motor y producían el empuje necesario para sustentar el aparato. Las alas rotatorias que soportaban el autogiro se movían igual que los molinos de viento, con una rotación inducida por el flujo de aire (auto rotación). Al conjunto de palas giratorias, Juan de la Cierva le dio el nombre de ̕rotor’. Mientras que en un helicóptero las palas sustentadoras se mueven por la acción de un motor, en el autogiro lo hacen de forma natural. Tanto en el helicóptero como en el autogiro las palas rotatorias generan la fuerza que soporta el peso de la máquina, pero en el primer caso necesitan un motor y en el segundo giran libremente debido a la corriente de aire que induce el movimiento de la máquina. Se mueven igual que los molinos de viento y el autogiro recibe en inglés el nombre de flying windmill, cuya traducción al castellano es la de ‘molino de viento volador’.

Juan de la Cierva Codorniú era ingeniero de caminos canales y puertos. Desde siempre se había interesado por la aviación. Nacido en Murcia, el 21 de septiembre de 1895, su niñez coincidió con el alumbramiento de la aviación. Los hermanos Wright volaron por primera vez en 1903, aunque muy poca gente se enteró hasta que vinieron a Europa y Wilbur Wright realizó vuelos de demostración y con pasajeros en Le Mans y Pau, desde el 8 de agosto de 1908 al 20 de marzo de 1909. En uno de aquellos vuelos, el 16 de noviembre de 1908, Wilbur Wright tuvo como pasajero a don José Saavedra y Salamanca, segundo marqués de Viana y Caballerizo mayor del rey Alfonso XIII. Durante 5 minutos, el aristócrata español pudo contemplar la tierra desde los cielos de Le Mans; después de él voló el secretario de la embajada española en París, don José Quiñones de León durante 8 minutos y 20 segundos. Fueron los dos primeros españoles en volar en una máquina más pesada que el aire. Meses más tarde, el 20 de febrero de 1909, el rey Alfonso XIII acudió a Pau para presenciar dos vuelos de Wilbur Wright y escuchar de boca del inventor cómo funcionaba su aparato. Del 22 al 29 de agosto de 1909, en Reims se celebró la Gran Semana de Aviación, un evento que marcaría el inicio de un rapidísimo desarrollo de la aeronáutica en Europa.

El joven Juan de la Cierva siguió muy de cerca y con gran interés el desarrollo de la aeronáutica; tanto, que apenas había transcurrido un año desde la celebración de Reims, en 1910, cuando la Cierva ─adolescente─ construyó un planeador con la ayuda de dos amigos: José Barcala y Pablo Díaz. La asociación Barcala-Cierva-Díaz dio origen al nombre de la sociedad que fabricó el planeador y dos años después un biplano (BCD-1) al que apodarían el Cangrejo, debido a que estaba pintado de rojo. El avión volaba bien, ‘milagrosamente’, según reconocería más tarde el propio la Cierva. El francés Jean Mauvais fue quien pilotó la aeronave de los precoces inventores en el aeródromo de Cuatro Vientos, durante el verano de 1912. Fue el primer avión construido en España que efectuó un número de vuelos suficiente que demostrase su maniobrabilidad. Muy animados por su primer éxito los muchachos construyeron un segundo avión en 1913, el BCD-2, que nunca logró volar tan bien como el primero.

Juan de la Cierva Codorniú pertenecía a una acomodada familia en la que su padre, un hombre de gran personalidad, Juan de la Cierva Peñafiel, desempeñó los cargos de alcalde de Murcia, gobernador de Madrid, y varias veces ministro durante el reinado de Alfonso XIII: de Instrucción Pública y Bellas Artes, de Gobernación, de Guerra, de Hacienda y de Fomento. La tradición familiar era que los vástagos se dedicaran a la abogacía, pero a Juan le interesaba la aeronáutica y la mecánica.

A partir de 1914, el joven la Cierva tuvo que centrar su actividad en el estudio mientras cursaba la carrera de ingeniero de caminos, canales y puertos. En el último curso retomó su actividad como constructor aeronáutico y diseñó y fabricó un biplano con tres motores. La aeronave la presentó a un concurso de aviones organizado por la Aeronáutica Militar, pero el aparato, en un viraje cerrado, entró en pérdida y sufrió daños irreparables. Julio Ríos, el piloto, salió con vida de aquel accidente y años más tarde, Juan de la Cierva, solía bromear diciendo que él era el verdadero inventor del autogiro. Frustrado, al constatar la dificultad de las aeronaves de ala fija para mantener el vuelo a baja velocidad, según sus propias palabras, se propuso: «Conseguir un sistema de vuelo que, conservando las buenas cualidades del avión no tenga sus defectos de falta de sustentación por pérdida de velocidad y de tener que aterrizar a velocidades horizontales del orden de los 80 kilómetros por hora, para lo cual busco un sistema en el que las alas se muevan con respecto al aire…»

El año 1919 fue muy importante para Juan de la Cierva. Además del frustrado accidente de su trimotor finalizó los estudios de ingeniería, se casó con María Luisa Gómez-Acebo y, siguiendo la tradición familiar, ingresó en el Congreso de los Diputados. Al año siguiente, de la Cierva concibió y patentó el autogiro. Para completar sus desarrollos teóricos mantuvo una intensa relación con los matemáticos Julio Rey Pastor y Pedro Puig Adam.

Después de fabricar tres prototipos, con el apoyo de la Aeronáutica Militar española, en las instalaciones del laboratorio de Cuatro Vientos ─donde contó con la colaboración del ingeniero militar Emilio Herrera y tuvo acceso a su túnel aerodinámico─, su modelo C-4 efectuó tres vuelos. El 31 de enero de 1923, el cuarto prototipo de autogiro recorrió unos cuatro kilómetros de longitud, en tres minutos y treinta segundos, a 25 metros de altura. Ese día el teniente Alejandro Gómez Spéncer se convirtió en el piloto que efectuó oficialmente el primer vuelo de la historia de la aviación con un autogiro.

Desde un principio el problema con que se topó Juan de la Cierva era que la pala del rotor del autogiro, al avanzar en la dirección de la marcha, se encontraba con un viento cuya velocidad era la de la rotación de la pala más la del desplazamiento del aparato y, cuando retrocedía el viento era menor porque a la velocidad de rotación había que restar la del desplazamiento. El resultado de una mayor sustentación en un semicírculo y menor en el otro producía un par de giro sobre el eje que hacía volcar el aparato. Para resolver esta cuestión, la Cierva, colocó primero dos rotores en el eje que girasen en sentidos opuestos y después trató de compensar la pérdida de sustentación variando el ángulo de ataque en las palas. Pero estos remedios no sirvieron para resolver el problema y los tres primeros prototipos del inventor no volaron.

Cuando fabricó el cuarto (C-4), se le ocurrió la genial idea de sujetar las palas al eje mediante una articulación (bisagra) para que subieran o bajaran libremente, de este modo no podían transmitir ningún par de vuelco al eje. Las palas no subían hasta la vertical debido a la fuerza centrífuga y la resultante de esta y la de sustentación determinaban el ángulo de inclinación que adquirían durante el giro. La fuerza centrífuga era de 8 a 10 veces superior a la de sustentación por lo que las palas no se separaban mucho del plano horizontal. Además, cuando la fuerza de sustentación aumentaba, y la pala subía, este movimiento aminoraba el ángulo de ataque en la pala con lo que la sustentación disminuía; en el movimiento descendente ocurría justo lo contrario. La sujeción al eje mediante articulaciones también permitía mitigar el efecto giroscópico. Esta fue la primera gran aportación de la Cierva a la solución del complejo movimiento de las palas de un rotor diseñado para que actúe como ala rotatoria.

Su autogiro C-4 estaba equipado con un motor Rhone de 80 HP que movía una hélice tractora en el morro y disponía de los mismos controles que los aeroplanos. Para girar, el autogiro necesitaba un timón vertical y alerones y para subir o bajar contaba con timones de profundidad. La gran ventaja del autogiro era la facilidad para aterrizar y despegar en pistas muy cortas y la posibilidad de volar a muy baja velocidad. Sin embargo, a esas velocidades tan pequeñas los controles de alabeo y profundidad funcionaban mal. El tercer día que se probó el C-4, el motor del autogiro se averió y el piloto pudo descender sin que el aterrizaje forzoso produjera lesiones al piloto ni daños importantes a la aeronave. Fue la primera demostración práctica de que el autogiro era un vehículo de transporte aéreo muy seguro.

Otro problema que la Cierva tuvo que resolver fue el del inicio de la rotación de las palas que había que hacerlo manualmente o con un motor auxiliar. Al ingeniero se le ocurrió la cola de escorpión, que consistía en unas aletas adicionales en la cola para que desviaran el flujo de aire de la hélice tractora e indujeran el giro del rotor. Sin embargo, a partir del prototipo C-19, la Cierva introdujo un embrague para conectar momentáneamente el motor al rotor y hacerlo girar.

Desde muy pronto, el ingeniero promocionó su invención en el extranjero. El 14 de octubre de 1925, el autogiro voló por primera vez fuera de España. La Cierva expuso su invento ante la Royal Aeronautical Society, en Londres y firmó acuerdos de fabricación con empresas británicas. En 1926, junto con el industrial y aviador escocés James George Weir, creó en el Reino Unido la empresa Cierva Autogiro Company Limited.

El ejército británico adquirió varios autogiros del modelo C-6. El 7 de enero de 1927, con motivo del accidente de uno de estos aparatos en el que se desprendieron dos palas del rotor, todos los vuelos quedarían suspendidos. El piloto sufrió magulladuras leves, pero el ejército británico no autorizaría la reanudación de los vuelos hasta que se determinara y resolviera la causa del accidente. La Cierva llegó a la conclusión de que la rotura de las palas, en el encastre, se debió a problemas de fatiga del material por los sobreesfuerzos cíclicos en la unión del buje. Para resolver el problema introdujo una segunda articulación, en el plano horizontal, capaz de absorber estos esfuerzos. La solución también favorecería la reducción de efectos giroscópicos.

Al año siguiente, en 1928, la Cierva viajó a Estados Unidos y llegó a un acuerdo por el que Harold Pitcairn adquirió los derechos de fabricación del autogiro en aquel país. De vuelta a Europa, el 19 de septiembre de ese mismo año, con el director de la revista L’Aeronautique ─Henry Bouché─ como pasajero, cruzó con un autogiro C-8 el Canal de la Mancha.

En muy pocos años, Juan de la Cierva había pasado del anonimato a ser una celebridad aeronáutica global: su autogiro suscitaba el interés en el mundo entero. El invento del ingeniero español alcanzó su madurez en 1933 con el prototipo C-30 en el que introdujo el sistema de control que él denominaría como ‘directo̕, el paso variable de las palas del rotor y la posibilidad de dar un ‘salto̕ durante el despegue.

El problema del control del autogiro, sobre todo a baja velocidad, lo resolvería articulando el plato de sujeción del rotor para que este pudiera inclinarse hacia delante y atrás o lateralmente. El propio Juan de la Cierva describió así el funcionamiento de su aparato:

«El autogiro de hoy se compone de un cuerpo fuselado o fuselaje, donde van el piloto, pasajero, los depósitos de esencia, el motor, etc.; tiene tren de aterrizaje de tres ruedas, la de atrás orientable, y lleva una estructura piramidal, encima del fuselaje, en el vértice de la cual se encuentra el eje de giro del rotor. El rotor está compuesto de tres aspas generalmente, cada una de las cuales está articulada al buje común en dos planos perpendiculares. El eje mismo del rotor está también articulado universalmente al vértice de la pirámide, de manera que pueda inclinarse en cualquier dirección, y esa inclinación es controlada por el piloto por medio de una larga palanca que desciende directamente hasta su mano. Cuando ésta se adelanta, ese eje del piloto va a la izquierda, el eje se inclina a la izquierda, y al contrario. Estos son los mandos necesarios para el vuelo; no hay alerones, ni timón de profundidad, ni timón de dirección. La cola se compone de superficies verticales, horizontales y oblicuas fijas, cuya misión es, principalmente proporcionar al fuselaje estabilidad de veleta en cualquier dirección, compensar automáticamente el par de giro del motor y amortiguar oscilaciones proporcionando estabilidad dinámica.»

«Como la reacción total del viento de la marcha se desplaza juntamente con el eje de giro del rotor, cuando el piloto inclina este último en una y otra dirección, la reacción total, que es aproximadamente igual al peso del aparato, pasa por delante ,por detrás o por un lado del centro de gravedad, según se desee, y crea, por consiguiente, un par de fuerzas que tiende a inclinar el aparato en la dirección que se quiera y sin que la velocidad de la marcha influya para nada en el resultado»

«El cuerpo del aparato, que puede considerarse como una veleta, sigue dócilmente los impulsos del rotor, y de esta manera y con el aumento o disminución de la potencia del motor, a voluntad del piloto, se obtienen todos los movimientos necesarios para el vuelo, o sea: subir, descender, virar a izquierda o derecha y volar deprisa o despacio.»

Don Juan de la Cierva había alcanzado la cima de la gloria. Había sido condecorado con la Medalla de Oro de la Confederación Aeronáutica Internacional, las Grandes Cruces del Mérito Militar y Naval, el premio Duque de Alba y Duque de Berwick, la Medalla de Oro de Wakefield de la Royal Aeronautical Society, las Medallas de Oro de Madrid y Murcia y otras más.

El Reino Unido fue la primera nación en emplear autogiros en maniobras militares como vehículos de enlace entre los estados mayores y sus tropas, el gobierno de España ordenó la compra de 6 autogiros para la Aeronáutica Militar y 3 para la Naval y los ejércitos de Francia y Suecia también habían pedido autogiros a la casa Avro en el Reino Unido que fabricaba los productos de la Cierva. En España, desde el 12 de diciembre de 1924 los autogiros del ingeniero volaban en la Escuadrilla de Experimentación de Cuatro Vientos.

Cuando se inició la guerra civil española, de la Cierva y su familia se refugiaron en Francia. El inventor y su esposa tenían dos hijos, de doce y quince años.

El 9 de diciembre de 1936 la Cierva embarcó en Croydon en un DC-2 de la compañía KLM con destino a Amsterdam. El avión despegó con retraso, la visibilidad era escasa y el avión se estrelló cerca del aeródromo. Don Juan de la Cierva murió en aquel accidente a los 41 años de edad. Su obra quedó fatalmente truncada. Sin el inventor, el impulso de los autogiros perdió fuerza y los nuevos helicópteros ─que se beneficiarían de los sistemas de control del rotor diseñados por Juan de la Cierva─, acapararían el mercado de las aeronaves de ala rotatoria. Durante la II Guerra Mundial el helicóptero se impuso al autogiro ya que, desde un punto de vista operativo, resulta una aeronave más eficaz: puede mantenerse completamente quieta en el aire y despega y aterriza verticalmente.

A partir de los años 1950 se empezaron a producir gran cantidad de pequeños autogiros, de una o dos plazas, muy ligeros, en casi todo el mundo. Muchos de estos aparatos se diseñaron para que los pudieran construir sus futuros dueños, a partir de planos sencillos o mediante kits. Son pequeñas aeronaves, para las que, en casi todos los países, se exige una licencia de vuelo de ultraligeros para pilotarlas. Hoy, también hay empresas, como Carter Aviation Technologies y General Aeronautics Corporation, que anuncian futuras aeronaves híbridas, de uso personal, aeronaves de 6-9 plazas y aviones para transporte de pasajeros y carga con rotores, alas fijas y hélices propulsoras de gran diámetro. Es posible que los autogiros ─máquinas del pasado─ regresen para resolver los problemas de la aviación del siglo XXI, que ya no necesita ir más lejos, más alto, ni más deprisa, sino que busca la eficiencia energética y el respeto del medio ambiente.

La frustración de Guillermo II: planes, acorazados y zepelines.

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Guillermo II, emperador alemán y Señor de la Guerra, accedió al trono cuando tenía 29 años para suceder a su padre, Federico III, cuyo reinado duró tan solo 99 días. Su madre, la princesa Victoria, era la hija mayor de la que fue emperatriz de la India y soberana del Reino Unido durante más de 60 años. Guillermo fue, por tanto, nieto de la reina Victoria, al igual que el rey Jorge V del Reino Unido y el zar Nicolás II de Rusia, a los que se enfrentó durante la I Guerra Mundial.

El futuro emperador tuvo un alumbramiento muy difícil: nació con una mano más corta que la otra, después de un parto que duró diez horas. De pequeño no destacó por ser un muchacho de inteligencia despierta sino más bien por su carácter hiperactivo y sus frecuentes accesos de ira.

La mayoría de sus biógrafos coinciden en que Guillermo II jamás maduró. Incapaz de escuchar a los demás, sus conversaciones no pasaban de ser largos monólogos. Necesitaba tener siempre gente a su alrededor, despreciaba a sus colaboradores, veía la realidad como le gustaba que fuese y se mostraba irascible con quien no siguiera sus recomendaciones. Poseía un extraño sentido del humor: le gustaba apretar las manos de la gente hasta destrozárselas y a veces le divertía golpear a sus subordinados. Sentía verdadera pasión por el boato y los uniformes. Adoraba la compañía de los militares, los desfiles, las condecoraciones y pasar revista a las tropas. En presencia del estamento militar, el personal civil se veía siempre relegado a un segundo término; incluso los delegados militares en las embajadas extranjeras recibían mayor atención del Káiser que los propios embajadores.

El Káiser accedió al trono el 15 de junio de 1888 y su desentendimiento con el canciller Bismark era anterior a su coronación. El canciller, que sería dimitido dos años después, estaba convencido de que el emperador padecía alguna enfermedad mental «heredada de sus antepasados rusos o ingleses». Aún se mostraría más ácido con su emperador el canciller cuando dijo: «El Káiser tiene una opinión sobre cada cosa, pero cada día es diferente». El presidente estadounidense Roosevelt que lo conoció durante un viaje a Europa escribiría refiriéndose al emperador: «Debo decir que estuve en completo desacuerdo con él. Lo encontré vanidoso como un pavo real. Debería más bien presidir la cabecera de una procesión antes que dirigir un imperio. Eso es lo que ha contribuido principalmente a su declive porque con certeza ha tenido una caída».

A partir de 1914 aparecerían muchas publicaciones en las que se hacía referencia al desequilibrio mental del Káiser. Un siquiatra suizo, el doctor Neipp aseguró que era un maníaco depresivo y el doctor Paul Tesdorpf de Munich también apoyó este diagnóstico. En algunos círculos políticos berlineses se barajó la posibilidad de su incapacitación.

Bismark, artífice del Imperio Alemán de 1871, concibió una confederación de estados en la que la soberanía la ostentaba un cuerpo no electo, denominado Bundesrat, formado por los representantes de todos los estados alemanes. El rey de Prusia ejercía el cargo de presidente del Bundesrat y de emperador de Alemania. En tiempo de paz, cada estado mantenía su propio ejército y solamente en época de guerra el emperador asumía el mando supremo de todas las fuerzas militares. El emperador asumía el rol de Señor de la Guerra. El imperio también contaba con un parlamento cuyos miembros se elegían mediante sufragio universal ─el Reichstag─, cuya función principal era la de aprobar los presupuestos. El emperador elegía al primer ministro, o canciller, personalmente sin que interviniera el Reichstag, y solía encargarse de los asuntos de política exterior y militares.

En 1914, la guerra europea parecía inevitable, aunque el Káiser trató de evitarla. En esa política tan suya de hacer y deshacer, Guillermo II llevaba años ─con la ayuda del almirante Tirptiz─ tratando de equipar la Armada alemana a la británica, aunque aún estaba muy lejos de haberlo logrado, había intentado aislar a los franceses con un pacto con el zar ruso Nicolás II, las cicatrices de la última guerra con los galos seguían abiertas, y su política exterior suscitaba una gran desconfianza en el Reino Unido. Alemania se había convertido en la potencia continental emergente. Sus militares tenían la seguridad de que la guerra era inevitable y, aún en contra de la opinión de su emperador, cuando llegó el momento en que creyeron que las circunstancias les podían resultar favorables, forzaron la situación para dar un paso definitivo que hiciera estallar el conflicto.

Uno de los pocos militares alemanes que no deseaba que se iniciara la guerra era el almirante Tirpitz porque sabía que la flota Imperial Alemana de Alta Mar no estaba todavía en condiciones de enfrentarse con éxito a la británica. Desde el año 1898, cuando consiguió que el Reichstag aprobase el presupuesto naval, Tirpitz había consagrado su vida a la reconstrucción de la flota Imperial de Alta Mar. El Káiser había encontrado en Tirpitz al hombre idóneo para sacar adelante aquél proyecto que necesitaba financiación a largo plazo cuya aprobación debía hacerse en el parlamento. El almirante supo convencer a los líderes de los grupos políticos y movilizó a la opinión pública, con llamadas al patriotismo, para que le aprobaran la financiación del programa de construcción naval, a largo plazo, de los costosísimos buques acorazados para la flota Imperial Alemana de Alta Mar.

El Jefe del Estado Mayor General, Moltke, pensaba que «la guerra cuanto antes, mejor» y que la Marina no estaría jamás preparada para el conflicto. Desde hacía dos años, el general Moltke, se preparaba para empezar la guerra contra Francia y Rusia inmediatamente. Para aumentar las reservas de alimentos enlatados se interrumpió temporalmente el consumo; las fábricas estatales de Mainz y Spandau se ampliaron. El Reichsbank empezó a acumular oro y consiguió aumentar sus reservas en un 50% en tan solo un par de años. Las academias militares acordaron acortar el periodo formativo de las promociones de oficiales y lo presupuestos de defensa se incrementaron. La guerra podría demorarse, pero era imparable.

Muchos expertos aseguran que el emperador alemán Guillermo II dirigió el conflicto durante la I Guerra Mundial desde el ‘asiento de atrás’. El propio Káiser se quejaba de que sus oficiales le contaban lo que querían de lo que ya había ocurrido y nunca lo que pensaban hacer. Sin embargo, el emperador asumió la responsabilidad de nombrar y dimitir, en los momentos clave, a las personas que dirigieron las operaciones bélicas. El Señor de la Guerra y sus soldados tenían planes antes de que empezase la batalla, unos proyectos muy bien definidos para los tres escenarios del conflicto: la tierra el mar y el aire. Sin embargo, los tres dibujos que figuraban en el diseño de la guerra se emborronaron hasta perder por completo su forma original, debido a una serie de circunstancias que ninguno de los grandes estrategas supo predecir.

Para las operaciones terrestres los oficiales alemanes conocían el plan a seguir, ‘Plan Schlieffen’, la Armada contaba con magníficos acorazados blindados con los mejores aceros de la factoría Krupp y la aviación alemana disponía de los portentosos dirigibles de cuerpo rígido del conde Zeppelin, capaces de volar hasta el corazón de Londres y bombardear el palacio de Buckingham. Tres elementos alrededor de los cuales se articularía la victoria. Pero, apenas había comenzado el conflicto, en enero de 1915, los subalternos de Guillermo II, el Señor de la Guerra, comprendieron que necesitaban cambiar todos aquellos planes.

El ‘Plan Schlieffen’ consistía en conquistar rápidamente Francia, en primer lugar, para después atacar Rusia. La invasión francesa se haría desde Bélgica, por lo que las tropas alemanas tenían que declarar la guerra a este país y aplastar su ejército en unos pocos días. La primera parte del plan funcionó bien, pero las tropas aliadas detuvieron a los alemanes cerca de París, en el Marne. A mediados de septiembre el Plan Schlieffen había fracasado. El ejército alemán no pudo avanzar a la velocidad que habían previsto los estrategas. La logística de abastecimiento del frente se complicó a pesar de los 26 000 obreros que trabajaban en la reparación de las vías férreas destruidas por el enemigo durante su retirada. El 14 de septiembre Helmuth von Moltke fue sustituido, como jefe del Estado Mayor General alemán, por el general Eric von Falkenhayn.

El Reino Unido situó el grueso de su flota de alta mar en Scapa Flow, un magnífico puerto natural situado en las islas Orcadas, al norte de Escocia. A continuación de las Orcadas se encuentran las islas Shetland que distan unas 200 millas de la costa noruega. La Armada británica organizó un bloqueo lejano a la flota alemana cerrando el mar del Norte por este flanco y al sur por el canal de la Mancha. La Flota Imperial de Alta Mar Alemana quedaría encerrada en Wilhemshaven, prácticamente durante toda la guerra. Los británicos impidieron que buques de cualquier nacionalidad arribaran a los puertos alemanes. El bloqueo naval tendría un efecto inmediato en la población debido a la falta de alimentos. La legalidad del bloqueo, impidiendo el acceso a los puertos alemanes de buques neutrales que no transportaran material bélico, era muy cuestionable. Pero, en cualquier caso, la costosísima flota de acorazados del emperador no serviría de mucho, al igual que el ‘Plan Schlieffen’. La desesperada respuesta de la Marina al bloqueo fue la ‘guerra submarina sin restricciones’. Los submarinos alemanes recibieron la orden de hundir todos los mercantes que se dirigiesen a los puertos de los aliados, con independencia de su pabellón. Antes de tomar aquella decisión, los alemanes lograron que el presidente de Estados Unidos, Wilson, tratara de convencer a los británicos ─sin ningún éxito─ de que levantaran el bloqueo. La ofensiva submarina fue muy popular en Alemania y la tuvo que autorizar personalmente el Káiser, Guillermo II, a quién aquella decisión le parecería una actuación desesperada: «Torpedear grandes barcos de pasajeros llenos de mujeres y niños es un acto de incomparable brutalidad con el que conseguiremos atraer el odio y la rabia envenenada del mundo entero». El 7 de mayo de 1915 un submarino alemán hundió el Lusitania, un buque de transporte, y en el naufragio más de 1200 personas perdieron la vida, entre las que se encontraban 128 ciudadanos estadounidenses. El Káiser prohibió que, en lo sucesivo, los submarinos atacaran buques de países neutrales. A lo largo del conflicto armado, la guerra ‘submarina sin restricciones’, tuvo sus altibajos y fue uno de los motivos que impulsaría a Estados Unidos a declarar la guerra a Alemania. Los submarinos se convertirían en los buques de guerra alemanes que mayores trastornos causaron a los aliados y no la flota de magníficos y costosos acorazados que a lo largo de más de 15 años se empeñó en construir el almirante Tirpitz para su emperador.

En agosto de 1914, cuando se desencadenó la I Guerra Mundial, el conde Zeppelin fabricaba dirigibles de cuerpo rígido de la clase L3 cuya longitud alcanzaba los 158 metros, transportaban 9200 kilogramos de carga y volaban a 84 km/h, cubriendo distancias de hasta 2200 km. Ninguna otra máquina de volar podía llegar tan lejos, subir tan alto y transportar tanto peso. En el cielo, su figura representaba un dibujo grandioso con el que se identificaban el pueblo alemán y su emperador.

En la primera Conferencia Internacional de Paz de la Haya de 1899, se acordó prohibir en las guerras el lanzamiento de explosivos desde aeróstatos o máquinas similares, pero el acuerdo expiró en 1904. Diez años más tarde, Alemania poseía una aeronave capaz de adentrarse en el territorio enemigo y descargar mortíferas bombas sobre cualquier objetivo que se le antojara. La gente sabía que, por primera vez en la historia, la guerra ya no se limitaría al frente en donde siempre habían combatido los soldados, sino que los ejércitos podrían llevar la destrucción hasta los lugares más alejados de la retaguardia. Y no había otras máquinas mejor dotadas para convertir aquel temor en realidad que los grandes dirigibles de cuerpo rígido del conde Zeppelin.

Sin embargo, al principio de la contienda, el Ejército alemán contaba con siete dirigibles, la Marina poseía uno y la compañía DELAG de transporte aéreo tres que fueron incautados: dos para la Marina y uno para el Ejército.

El mando veía en los dirigibles de cuerpo rígido unos magníficos instrumentos para apoyar el combate en las líneas del frente, bombardeando las posiciones enemigas. Una idea muy desafortunada porque en el primer mes de la guerra se perdieron cuatro dirigibles (de los ocho que poseía el Ejército), abatidos por la artillería enemiga. El Ejército decidió no utilizarlos para esos menesteres, pero algunos oficiales se empeñaron en repetir la experiencia, siempre con los mismos resultados.

Fue la Marina y su comandante jefe de la flota de dirigibles, Peter Strasse, quien asumió el liderazgo en la utilización de estas máquinas. Desde un principio se mostraron muy efectivas para realizar misiones de observación marítima de apoyo a la flota. Sin embargo, Strasse creía que el gran potencial de los dirigibles se hallaba en la realización de misiones de bombardeo estratégico. El emperador, Guillermo II, no se mostraba muy favorable a emplear los zepelines en este tipo de operaciones, sobre el territorio del Reino Unido. Presionado por los mandos consintió en autorizar incursiones para bombardear objetivos militares y puso un gran énfasis en que se tratase por todos los medios de evitar que, por error, las bombas pudieran caer sobre el palacio de Buckingham.

La realidad es que los dirigibles no cumplirían las expectativas de sus más fieles defensores como armas de destrucción masiva. Eran un blanco fácil, debido a su tamaño, para la artillería y la aviación enemiga y su defensa consistía en volar de noche y a gran altura. El problema es que, volando por encima de las nubes o muy alto, resultaba difícil hacer blanco en los objetivos. Ernst Lehmann inventó un dispositivo que consistía en una góndola que se colgaba del dirigible mediante un cable, con un observador a bordo, y que se bajaba hasta que el operario podía distinguir bien los objetivos para enviar instrucciones de guiado y lanzamiento de bombas al dirigible a través de un interfono.

Pero muy pronto los aviones de caza podían ascender hasta los niveles de vuelo de los dirigibles (dos a tres mil metros) y Peter Strasse pidió a Zeppelin que fabricara aeronaves que pudieran subir hasta 5500 metros. A mediados de 1917 la nueva clase de zepelines alcanzaba esas alturas, pero ya era demasiado tarde porque muy pronto los nuevos cazas también eran capaces de llegar tan alto. El comandante de la Marina alemana nunca quiso ver que aquellas máquinas se habían quedado obsoletas para combatir con los aviones modernos.

En total, los zepelines del emperador llevaron a cabo 51 incursiones para bombardear posiciones enemigas de la retaguardia. Causaron 498 muertos y 1236 heridos; lo que no es mucho en comparación con las 57 misiones que efectuaron los bombarderos alemanes que originarían 915 muertos y 2171 heridos.

Las prestaciones de los dirigibles de cuerpo rígido aumentaron a lo largo de la guerra de forma significativa. Los de la clase L70, del final de la guerra, podían transportar 47 500 kg de carga, cinco veces más que los de la clase L3 del principio de la contienda, su techo operativo era más del doble, su alcance llegaba a los 12 000 km y su velocidad había aumentado en más de un 50%. A lo largo de la guerra se fabricaron 88 zepelines (en el periodo 1909-14 se habían producido trece) y al final de la contienda quedaban 15. Cada vez más grandes y más costosos, pero igual de poco operativos e ineficaces para hacer frente a los aviones.

Peter Strasse nunca quiso aceptarlo y perdió la vida, junto con toda su tripulación, el 5 de agosto de 1918, al ser derribado por un avión DH 4 de la Royal Air Force (RAF) cerca de Norfolk.

Quizá, la gesta más notable de la historia de los zepelines durante la I Guerra Mundial fue la que protagonizó el LZ-104 en su legendario viaje a África.

Y así es como ni el ‘Plan Schlieffe’, ni los grandes acorazados, ni los temibles zepelines, cumplieron con las expectativas del imprevisible y exótico Señor de la Guerra.

El año 2014 visto desde el aire

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La aviación está al servicio de las personas y la imagen de este magnífico apagafuegos es un buen recordatorio de la misión que debemos encomendar a la tecnología. Sin embargo, el aire y el vacío que lo envuelve es lugar en el que a veces ocurren milagros, y que suele captar la atención del público por las aventuras, logros, récords y accidentes que en dicho medio ocurren habitualmente.

Este año 2014, el 20 de abril, un muchacho de 16 años se introdujo en la oquedad del tren de aterrizaje de un Boeing 767 que volaba de San Jose (California) a Kahului (Hawaii). El muchacho llegó con vida a su destino, después de soportar la falta de oxígeno y presión atmosférica a 11583 metros de altura y las bajísimas temperaturas durante el vuelo de cinco horas y media. Resulta increíble que el chico lograra superar aquella experiencia: un milagro.

En cuanto a las aventuras, el año empezó con la noticia de Xu Shuaijun, un patriota chino, que el 1 de enero intentó volar desde la provincia de Fujian a las islas Diayou (Senkaku para los japoneses) en su globo de aire caliente. Con su gesta, el joven quería reivindicar la nacionalidad china de las islas. Debido a las turbulencias atmosféricas y al mal funcionamiento de su aeróstato, después de siete horas y media de vuelo, terminó en las aguas del mar de China. Estaba a unos 22 kilómetros de su objetivo. Lo recogió un guardacostas japonés que lo llevó hasta un buque patrullero chino.

Al mes siguiente, el 17 de febrero, tuvo lugar una de las aventuras más curiosas de este año pasado. Hailemedhin Abera Tegegn, copiloto del vuelo de Ethiopian Airlines 702, aprovechó que su comandante fue al servicio para encerrarse en la cabina, volar a Ginebra (Suiza), aterrizar, y descolgarse a través de la ventanilla de la cabina con un cabo. El copiloto se entregó a las autoridades y pidió asilo político en aquel país.

Poco después, el 13 de abril, una muchacha holandesa que se llamaba Sarah, envió un tweet en nombre de Al-Qaeda a la compañía American Airlines para darle la nueva de que el 1 de junio ‘pensaba hacer algo grande’. La empresa mandó la dirección IP a la policía y el 14 de abril Sarah era arrestada en Rotterdam. La liberaron al día siguiente, pero a sus colegas de la ‘red’ les pareció que la detención fue un acto desproporcionado porque se trataba de una broma y, enfurecidos, le hicieron llegar a American Airlines y Southwest Airlines al menos una docena de tweets cuyos contenidos se asemejaban al de Sarah.

Y dentro del epígrafe de las aventuras cabe resaltar las extrañas maniobras de los aviones rusos en los cielos europeos. El 29 de octubre cuatro bombarderos Tupolev Tu-95 (Bear para la NATO) y cuatro Il-78 (Midas) con los transponders apagados y sin planes de vuelo previamente notificados, se aproximaron a Noruega. La Real Fuerza Aérea Noruega interceptó las aeronaves con sus aviones de caza F-16. Dos Tu-95 se dirigieron hacia Escocia e Irlanda donde fueron también interceptados por los cazas Typhoon de la Real Fuerza Aérea británica (RAF) y siguieron hacia el sur hasta las costas de la península Ibérica donde los F-16 de la aviación militar portuguesa también salieron a su encuentro. Pero este ha sido uno de los muchos incidentes que la NATO ha detectado a lo largo del año 2014. Es muy posible que el abaratamiento del precio del combustible, cuyo efecto está siendo desastroso para la economía rusa, tenga mucho que ver con la política exterior del señor Putin, excesivamente provocadora según la opinión de muchos analistas.

Si nos preguntamos sobre logros y avances relacionados con la aviación y la astronáutica durante el 2014, quizá habría que resaltar el encuentro de la nave espacial Rosetta de la Agencia Europea del Espacio (ESA) con el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko ─después de un largo viaje que ha durado unos 10 años─ y el aterrizaje en la superficie del cuerpo celeste de su robot: Philae. El primer vuelo de pruebas de un cápsula espacial Orion, también es un hecho muy relevante, ya que este dispositivo está diseñado para transportar la nueva generación de astronautas de la NASA que tiene previsto viajar a Marte.

Pero logros y records no es un asunto que compete exclusivamente a las grandes organizaciones, como la ESA y la NASA, sino a individuos como Matt Guthmiller. El joven de 19 años que con su avioneta, Beechcraft A36 Bonanza, despegó del aeródromo Gillespie en El Cajon (California), el 31 de mayo, y ha volado en solitario alrededor del mundo. Regresó a El Cajon el 14 de julio después de recorrer 48 000 kilómetros. Su última etapa consistió en un vuelo de 16 horas a través del océano Pacífico, desde Kailua-Kona (Hawaii) a El Cajon. El muchacho se convirtió en la persona más joven que ha circunvalado la Tierra con una avioneta, en solitario.

Otro individuo que consiguió batir un record mundial en 2014 fue Alan Eustace. El 24 de octubre se lanzó en paracaídas desde un globo de helio, situado a una altura de 41420 metros, para descender durante 14 minutos y 19 segundos, alcanzando una velocidad supersónica de 1324 km/h (Mach 1,23), y establecer un nuevo record mundial de distancia en caída libre.

Este año pasado, 2014, hubo un total de 20 accidentes fatales en aeronaves comerciales de más de 14 pasajeros. Es un parámetro que contabiliza, desde el año 1942, la Aviation Safety Network. La cifra es la más baja de la serie, por lo que tendríamos que congratularnos, aunque nos deje en la memoria escenas y episodios relacionados con siniestros aéreos inolvidables. La desaparición del vuelo MH370 de la Malaysia Airlines en el mes de marzo, el derribo del vuelo 17 de la misma compañía, el 17 de julio, con un misil, y la reciente pérdida del vuelo 8501 de Air Asia, son tres accidentes que conmocionaron al mundo durante el 2014.

Este es un repaso muy general y resumido de los milagros, aventuras, logros, récords y accidentes aéreos del 2014. La realidad es que no tiene importancia que las cosas ocurran en un año, el anterior o el siguiente. La cuestión de los años es un invento nuestro. Los humanos celebramos una buena fiesta cada vez que le damos una vuelta al Sol; en ese periplo hemos recorrido, sin movernos de casa, unos mil millones de kilómetros.

Yo os deseo a todos los que leáis esto que podamos festejar juntos: otra vueltecita alrededor del Sol.

La invención del aeroplano moderno

 

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Capítulo siete

Del libro El Secreto de los pájaros

La invención del aeroplano

La educación de un aristócrata rebelde

Cayley nació el 27 de diciembre de 1773, en Scarborough, una pequeña ciudad de Yorkshire, Inglaterra, emplazada en un acantilado que se descuelga hasta el Mar del Norte. Su familia, los Cayley, pertenecía al primer nivel de la aristocracia, ostentando su abuelo, sir George Cayley el título de baronet. Su padre, Thomas Cayley, era un hombre de salud delicada, aquejado de frecuentes ataques de asma y los antepasados de su madre, Isabella Seton, emparentaban al recién nacido con María Bolena, hermana de la desgraciada Ana Bolena.

Isabella Seton, fue una mujer vital, emprendedora, inconformista y viajera, de quién muy posiblemente, el futuro sir George, heredaría buena parte de su temperamento. El lema de los Seton, “siempre contentos”, fue para Isabella una forma de entender la vida de la que nunca quiso apartarse.

El abuelo de George, sir George, tenía el temperamento agrio, con un talante propenso a los arrebatos de ira y no era un individuo excesivamente generoso. Vivía con su mujer, Philadelphia, también de genio desabrido, en la propiedad familiar de Brompton. A sus hijos, Thomas y su mujer Isabella, no les resultaba muy grata la compañía de los patriarcas por lo que, aprovechando la enfermedad del padre del futuro George, procuraban pasar largas temporadas fuera de Brompton, especialmente durante el invierno, siendo Florencia uno de sus lugares favoritos. Sin embargo, aquél invierno de 1773, cuando nació George Cayley, sus padres estaban en Scarborough.

Thomas Cayley, el padre de George, a diferencia del abuelo, era un hombre tranquilo, reservado y de trato agradable. Isabella, su mujer, mucho más activa y extrovertida que su marido, sería la principal responsable de organizar la educación de su hijo. La niñez de George transcurriría en contacto con la naturaleza y en compañía de otros niños de su edad, disfrutando de una gran libertad. Uno de sus primeros compañeros de infancia sería su prima Philadelphia Frances Cayley con quién George mantendría a lo largo de toda su vida una estrecha relación.

En 1790, George se trasladaría a Nottingham a estudiar con el tutor que había elegido su madre: George Walker, profesor de teología en el Manchester College y Fellow de la Real Sociedad de Londres. Walker era un librepensador, un liberal que defendía la abolición de la esclavitud, la independencia de Estados Unidos y simpatizaba con la Revolución Francesa. Además, se había puesto al frente de la Iglesia Unitaria, un movimiento antagonista del anglicanismo conservador y radical. Por entonces, para el desempeño de los cargos públicos más relevantes, se exigía un juramento religioso a la Iglesia Anglicana. De este modo, quedaban excluidos del ejercicio de los cargos gubernamentales de mayor prestigio e influencia, los antiguos protestantes, los cuáqueros, los metodistas, los presbiterianos, los católicos y los judíos, así como cualquier ciudadano cuya confesión religiosa no fuera la del más rancio anglicanismo. Teniendo en cuenta que el poder de los funcionarios reales era tan grande como solía llegar a ser su enriquecimiento, gracias principalmente al tráfico de influencias, no era de extrañar que Walker hiciera de la abolición de aquella discriminatoria usanza, uno de los principales móviles de su vida política. Sin embargo, nunca llegaría a alcanzar su objetivo y fue después de su muerte, cuando el juramento a los principios de la Iglesia Anglicana quedaría excluido como condición previa para formar parte del cuerpo de funcionarios del gobierno. George Walker no era únicamente un magnífico teólogo, sino que también destacaba por sus conocimientos matemáticos y científicos en general. Además de ejercer como ministro de la Iglesia, Walker completaba sus ingresos dando clases particulares a pequeños grupos de alumnos, procedentes casi todos ellos de la nobleza. George Cayley coincidiría, en el curso de privilegiados alumnos de Walker, con Duncombe, con Blanco y con la hija del propio George Walker: Sarah.

Muy pronto Cayley se fijaría en Sarah, debido a su inteligencia y facilidad para las matemáticas, además de su cuidado y agradable aspecto. Sin embargo, aquella relación nunca colmaría las apetencias de su madre Isabella quién hubiera deseado para su hijo una compañera perteneciente a la aristocracia. Las desavenencias entre Isabella y Sarah se pondrían por primera en evidencia, en septiembre de 1791, durante el funeral del abuelo de George, ceremonia a la que también asistirían los Walker. Sir Thomas, que acababa de convertirse en el quinto baronet de la familia Cayley, y Lady Isabella, recomendaron a su hijo que reconsiderara seriamente aquella relación que, al parecer, ya había iniciado con Sarah Walker. Para disuadirlo decidirían enviarlo a estudiar a Londres.

Lo más probable es que fuera Isabella quién eligiese el nuevo tutor de su hijo, George Cadogan Morgan, un librepensador, que fue defensor de la independencia de Estados Unidos y por entonces, apoyaba la Revolución Francesa. Morgan fue uno de los primeros embajadores que llevaron a Inglaterra las noticias de los acontecimientos en Francia, de los que había sido testigo presencial, durante la toma de la Bastilla, en 1789, en París. Además de sus inquietudes sociales, Morgan mantenía correspondencia científica con Benjamín Franklin y poseía una sólida formación matemática. A los 37 años había decidido retirarse para dar clases particulares en su casa de Southgate, en Londres.

Cuando Cayley llegó a Londres, el ambiente político era extraordinariamente tenso. La ciudad estaba llena de exiliados que huían del Régimen del Terror instalado en la capital francesa. En los círculos próximos a Morgan coexistían, en un difícil equilibrio inestable, los sentimientos de apoyo y simpatía para con la Revolución junto con la repulsa a los desmanes que los nuevos gobernantes no atinaban a refrenar. A los seis meses de llegar a Londres, en medio de aquél ambiente políticamente radicalizado, moriría repentinamente en Brompton, el padre de George, en marzo de 1792, cuando Cayley aún tenía 18 años. Su madre, Isabella, quedaría al cargo de la administración del patrimonio familiar hasta la mayoría de edad de su hijo, por lo que George, después del entierro de su padre, regresó a Londres para continuar con sus estudios.

Si la situación en Londres era complicada, la ejecución de Luis XVI, en 1793, vino a embrollar aún más el ambiente cuando Inglaterra declaró la guerra a Francia. Por este motivo, se suprimirían ciertas libertades en la ciudad y el toque de queda llevó a muchos reformistas a las prisiones, lo cual daría pie a protestas y revueltas callejeras. En medio de aquél bullicio en el que se mezclaban apasionadamente ideas y sentimientos, George Cayley tuvo la audacia de enviar una carta descarnada a su madre Isabella, para comunicarle que pensaba casarse con quién quisiera y no con quién «resultara apropiado o conveniente», desviándose así de los principios establecidos por una Inglaterra aristocrática, trasnochada y en vísperas de cambios. Aunque las reservas sobre la futura esposa de su hijo nunca llegaran a disiparse de su cabeza, Isabella contestó a George de forma contenida, mostrando en la respuesta lo mejor de su talante más liberal.

George continuó en Londres sus estudios, participando activamente en los círculos políticos liberales y reformistas. Cuando cumplió los 21 años, antes de regresar a Brompton, tomó la decisión de contraer matrimonio con Sarah Walker. La boda, que tuvo lugar en Londres el 9 de julio de 1795, se celebró en la parroquia de Edmonton. A la ceremonia asistieron los amigos de la pareja en Londres, pero nadie de Brompton. Después del acto religioso hubo una fiesta en el Bell Inn. Finalizados los esponsales, sir George y su nueva esposa, Lady Sarah, se trasladarían a Brompton para instalarse en High Hall. Isabella Seton, que también ostentaba el título de Lady y gozaba de una excelente pensión vitalicia, que le había dejado sir Thomas, se retiraría discretamente a vivir a Green House, dedicando una gran parte de sus energías a los asuntos religiosos de la Iglesia de los Nuevos Metodistas, cuya fe acababa de abrazar con gran ímpetu.

A partir de aquél momento, sir George Cayley, abandonaría para siempre su vida de estudiante para dedicarse a la administración de las posesiones familiares, el cuidado de su familia y el oficio de inventor. El temperamento, heredado de su madre, tenaz, emprendedor, vital y la formación librepensadora y científica que había recibido de sus dos excelentes tutores, Walker y Morgan, lo acompañarían durante el resto de su vida haciéndole sentir una profunda curiosidad por el funcionamiento de las cosas y el deseo de transformarlas. El sólido bagaje cultural que poseía, junto con una posición económica desahogada, le permitiría desarrollar sus proyectos, aunque estuvieran exentos de ánimo de lucro.

Poco después de la boda, Sarah quedaría embarazada y el 6 de junio de 1796 daría a luz a su primera hija, Anne. Rompiendo con las costumbres de la época la niña no nacería en High Hall, la residencia de los Cayley en Brompton, sino que lo hizo en Nottingham, en la casa de los padres de Sarah. Al año siguiente, los Cayley tuvieron su segunda hija, aunque esta vez Sarah dio a luz a la niña en Brompton. Quizá para ganarse a la abuela materna, que vivía dedicada a los asuntos de su nueva fe religiosa en Green House y sus relaciones con Sarah no eran excesivamente cordiales, los padres pusieron a su nueva hija el nombre de Isabella.

Durante aquellos primeros años en Brompton, George Cayley, dedicaría una gran parte de su tiempo y de sus energías a las tareas del campo. Junto a la baja productividad del sistema agrícola inglés se unió el bloqueo marítimo que, debido a la guerra, los franceses ejercían sobre Inglaterra, impidiendo prácticamente el tráfico comercial con América. Muy pronto hubo escasez de alimentos y revueltas populares pidiendo al rey, Jorge III, la cabeza de su primer ministro, Pitt. El gobierno reaccionó incrementando la policía y aprobando una legislación que instauraba de facto un toque de queda permanente, a fin de evitar nuevas manifestaciones. El sentido patriótico de George Cayley lo llevaría a interesarse por los problemas del campo, con el objetivo de incrementar la producción agrícola y así tratar de paliar los efectos negativos de la situación por la que pasaba el país. Muy pronto empezaría a aplicar soluciones específicas a pequeños problemas, pero enseguida se dio cuenta de la necesidad de abordar proyectos de mayor envergadura. Uno de los problemas, especialmente en Yorskshire, era el de las continuas inundaciones y desbordamientos de los ríos, que convertía a grandes extensiones de terreno en marismas incultivables durante largos periodos de tiempo, cuando no malograba las cosechas. Para solucionar estas cuestiones era preciso abordar un ambicioso proyecto de ingeniería que incluyera las obras de drenaje y las de protección de los campos contra el desbordamiento de los ríos. Cayley, junto con otros propietarios de terrenos de la zona, promocionó la creación de la Hummanby Drainage Corporation, para más tarde conseguir la aprobación en el Parlamento de la Muston Drainage Act, mediante la cual se le otorgaba a la entidad la autoridad necesaria para actuar sobre las tierras. Cayley asumió el puesto de director de la Corporation, cargo en el que serviría hasta los ochenta años. La empresa contrató al prestigioso ingeniero William Chapman, experto en construcción de puertos y diques de contención que asumiría la responsabilidad sobre los trabajos técnicos. Las obras civiles se llevaron a cabo, siguiendo un nuevo diseño concebido por Chapman, bajo la directa supervisión de Cayley. El sistema tradicional, para evitar inundaciones, consistía en drenar el cauce del río, aumentando su capacidad, lo cual resultaba extraordinariamente costoso. El nuevo método que se aplicó se basaba en la construcción de dos muros de contención, suficientemente separados del río y con unos rebosaderos en la parte exterior, uno en cada ribera. Con este diseño se le proporcionaba a la corriente un cauce extendido, cuando se produjeran las grandes avenidas, de muro a muro, mientras que en condiciones normales el río seguiría utilizando su cauce natural. El resultado de las obras fue extraordinariamente beneficioso para la Región, aumentando la tierra cultivable en 10,000 acres al tiempo que se revalorizaban los terrenos.

El disco de plata de 1799

A pesar de sus actividades agrícolas, a Cayley aún le quedaría tiempo para pensar en la aeronáutica. Durante los últimos años de su estancia en Londres, Cayley había tenido la oportunidad de presenciar el vuelo de un juguete fabricado por los franceses Launoy y Bienvenu, que, en 1784, habían presentado en la Real Academia de París. Se trataba de un pequeño helicóptero, con dos hélices en los extremos de un eje, girando en sentidos opuestos, accionadas gracias a la energía almacenada en un muelle de ballesta sujeto por los extremos a un cabo que se enrollaba sobre el eje, tensando la ballesta. Cayley construiría su propia versión del juguete, cuya autoría intelectual no pertenecía a Launoy y Bienvenu sino que se remontaba a una época muy anterior, y la procedencia posiblemente era de la China. En su modelo, Cayley dispuso dos sacacorchos en los extremos del eje, a los que clavó cuatro plumas, en cada uno, para hacer las palas de las hélices. En High Hall, Cayley mostraría a todos sus allegados cómo era posible hacer volar un artilugio construido con elementos tan simples.

No se conoce muy bien qué estudios o trabajos llevó a cabo Cayley, durante los primeros años de estancia en Brompton, relacionados con la aeronáutica. Sabemos que en el año 1799 grabó un disco de plata en el que dejó plasmado, de forma inequívoca, el concepto de lo que hoy conocemos como aeroplano (Fig. 7-100). En una cara del disco aparece un dibujo en el que se descompone la fuerza aerodinámica del aire, sobre una placa plana inclinada, en dos: la sustentación, perpendicular al movimiento, y la resistencia, en la dirección del movimiento. En el reverso puede verse el dibujo de una aeronave, según los conceptos de Cayley, las letras G, R, C y el año, 1799. Hasta entonces, todas las ideas sobre el vuelo con máquinas más pesadas que el aire, se habían plasmado mediante alas que al batir recibían una fuerza del aire capaz de equilibrar el peso del aparato. Sin embargo, Cayley se aparta de este concepto ornitóptero, y plantea una aeronave que se mueve horizontalmente gracias al empuje de un motor y que genera la fuerza de sustentación, sin necesidad de batir las alas, al incidir el aire con un pequeño ángulo sobre los planos de las mismas. Es un concepto completamente nuevo y revolucionario. Posiblemente Cayley hacía tiempo que había intuido esta idea porque en un cuaderno suyo, probablemente de 1793, aparecen, junto con otros dibujos, unos diagramas mostrando una placa plana, inclinada, sumergida en una corriente de aire, con una flecha hacia arriba representando la fuerza de sustentación. Hoy continúa siendo un misterio el motivo por el que Cayley grabó aquél disco de plata, al igual que se desconoce la razón de la letra R que aparece entre sus iniciales, G y C. Es posible que Cayley fuera consciente de la transcendencia de su descubrimiento y quisiera dejar constancia de su autoría en un medio duradero. Hay que tener en cuenta que, por aquella época, las personas que trabajaban en proyectos de este tipo eran consideradas como especiales, algo demenciadas, por lo que quizá Cayley realizara, al principio, esta clase de estudios con ciertas reservas. Quizá el disco lo grabase para regalárselo a alguien, pero no lo sabemos. En la actualidad se conserva en el Museo de Ciencias de Londres.

El avión grabado en el disco de plata, es de ala fija con cámara, curvada, lleva una góndola o barquilla debajo del ala en la que se ubica el piloto y, para garantizar la estabilidad, Cayley diseñó una cola cruciforme, con dos planos uno vertical y otro horizontal cuya posición se puede ajustar mediante un cable. La cola cruciforme la había dibujado Leonardo da Vinci unos doscientos años antes, pero Cayley no tuvo acceso a aquella información, por lo que el aristócrata inglés la reinventaría de nuevo a finales del siglo XVIII. (Fig. 7-200)

Hasta ese momento, todas las máquinas voladoras, salvando los globos, se habían concebido como ornitópteros, es decir, dotados de alas que batían el aire, igual que los pájaros, y que gracias a ese movimiento pretendían conseguir la sustentación y el empuje necesarios para volar. Sin embargo, Cayley, introduce la idea completamente nueva de un avión con ala fija. Cayley la formuló en términos muy simples: “el problema se reduce a hacer que una superficie soporte un peso dado mediante la aplicación de energía para vencer la resistencia del aire”. Cayley resuelve el problema del vuelo mediante un plano fijo, las alas, que se mueve recibiendo el aire con un pequeño ángulo. En estas condiciones, el plano genera una fuerza de sustentación hacia arriba, perpendicular a la corriente de aire, que equilibra el peso de la nave; de otra parte, la corriente de aire también origina una fuerza de resistencia, horizontal, en la dirección del movimiento, que hay que vencer con un dispositivo que genere empuje accionado por un motor.

Cayley se dio cuenta de que ni siquiera algunos de los pájaros grandes pueden mantener su peso batiendo las alas, exclusivamente, o si lo hacen es por poco tiempo, y tienen que ponerse en movimiento y ganar velocidad para seguir volando. El primer secreto del vuelo de los pájaros está en conseguir velocidad. Los pájaros empiezan a volar cara al viento, aprovechando la corriente del aire, o se lanzan desde una percha al vacío para ganar velocidad durante la caída libre. Una vez que el pájaro se mueve con suficiente velocidad la parte de las alas pegada a su cuerpo permanece fija y es la que aporta la mayor parte de la sustentación. Cuando bate las alas, en vuelo horizontal, lo hace para generar empuje con las puntas que descienden oblicuamente. La fuerza de empuje necesaria para vencer la resistencia al avance, es relativamente pequeña, mucho menor que la del peso del ave. En el año 1799, cuando Cayley mandó grabar el disco de plata, el inglés no sabía muy bien todavía cómo volaban las aves, pero ya había intuido la ventaja de los planos fijos para lograr la sustentación en vuelo. En los diseños de Cayley, sus aeronaves obtienen la sustentación gracias a unos planos fijos que reciben el aire con un pequeño ángulo. Esta es la razón por la que se le atribuye universalmente el título de inventor del aeroplano.

Sin embargo, en el aeroplano de 1799 Cayley mantiene el concepto de planos fijos para lograr la sustentación, pero introduce como mecanismo de propulsión unos remos, lo cual constituirá una permanente contradicción en el mundo del genial inventor inglés. Los remos servirían para propulsar la nave y parecería más lógico que Cayley propusiera una hélice, sobre todo si tenemos en cuenta que Blanchard, el gran aerostero francés, ya había sugerido el uso de este dispositivo para mover sus globos, en 1784. Curiosamente, los remos debería moverlos el piloto desde la góndola o barquilla, por lo que Cayley contaba con la fuerza humana para propulsar el aparato. También sabemos que, en el año 1799, Cayley no conocía bien el mecanismo de propulsión de las aves, porque en su libro de anotaciones, aproximadamente en 1801, apunta que los pájaros obtienen el empuje hacia delante batiendo las alas hacia abajo, no hacia atrás como pensaban Leonardo da Vinci y los antiguos, y que en ese movimiento descendente producen sustentación y empuje de forma alternativa[i]. Estas ideas, falsas, las corregiría en abril de 1808 cuando diseñó un ornitóptero con parte del ala fija, y otra parte móvil que genera el empuje en el movimiento descendente, al caer oblicuamente.

Justo el mismo año en el que Cayley grabó su famoso disco de plata, nacería su tercera hija, Emma. Seguramente, el baronet, sentiría una cierta preocupación al constatar que acababa de perder otra oportunidad para que el título familiar no desapareciera, pues únicamente los varones podían heredarlo, de acuerdo con las normas de la aristocracia inglesa. Las preocupaciones, si las tuvo, no impedirían que George siguiera trabajando en los proyectos agrícolas y en el desarrollo del concepto de aeroplano que había plasmado en el disco de plata. Para ello dedicaría tiempo observando a los pájaros y midiendo la superficie de sus alas, a fin de dimensionar las de su aparato que tendría que soportar su peso, de 160 libras, y el de la estructura. Cayley desarrollaría algunas ideas, relacionadas con su aeroplano, que fue plasmando en dibujos cuyo alcance no pasaba de ser puramente conceptual, lejos del diseño de un modelo o aparato que fuera a construir.

En el año 1802 nació en Brompton el primer hijo del matrimonio Cayley a quién pondrían el nombre de George, como su padre. El acontecimiento fue recibido con gran júbilo por el baronet al ver, de este modo, garantizada la continuidad de la saga nobiliaria. Curiosamente, George Cayley, un hombre educado por librepensadores ilustrados, gran defensor del empleo del conocimiento para la resolución de cualquier problema, se aferraba a la práctica de las costumbres y tradiciones aristocráticas en muchos casos, aunque, en otros, como los relacionados con su matrimonio con Sarah actuaba rompiendo claramente con los moldes establecidos. Cayley envió una carta a su madre dándole cuenta del nacimiento del joven George, compartiendo con ella su alegría y organizó una fiesta a la que invitaría a todos los tenedores de sus tierras, el día en que les cobraba la renta, al igual que hizo su padre sir Thomas cuando nació él.

A partir de aquél momento, Cayley, más relajado y activo, desarrollaría importantes investigaciones aeronáuticas durante un largo periodo de tiempo, hasta 1810.

 

Del libro El Secreto de los pájaros

 

 

La materia y el campo magnético de nuestra galaxia

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Hace unos días (15/12/2014), la Agencia Espacial Europea hizo pública esta imagen de la Vía Láctea: el lugar del espacio donde se concentra la masa de nuestra galaxia.

Entre los años 2009 y 2013, el telescopio especial Planck capturó una gran cantidad de información a través de su espejo de fibra de carbono de 1,5 metros de diámetro. Aunque el telescopio se desactivó en diciembre de 2013, sus instrumentos enviaron a la Tierra datos sobre las radiaciones de microondas e infrarrojas provenientes de todas las direcciones del universo. Un grupo de científicos continua estudiando esta información y la presente imagen es parte de los resultados de estos análisis.

El telescopio espacial Planck ha permitido elaborar el primer mapa de la distribución de materia en el universo que, según el equipo científico de esta misión, se compone de un 26,8% de lo que los físicos denominan como ‘materia oscura’, un 68,3% de ‘energía oscura’ y un 4,9% de materia ordinaria . Esta extraña composición es necesaria para explicar los efectos de gravitación sobre la luz y la materia visible que se han observado en el universo. Vivimos, por tanto, en un mundo que funciona de forma que solo podemos explicar lo visible si recurrimos a lo invisible. Es realmente paradójico que tan solo la naturaleza de un 4,9% de la materia que nos rodea es conocida y del resto apenas sabemos algo.

Otro aspecto investigado por Planck, el relacionado con los campos magnéticos, ha dado origen a esta imagen de singular belleza. Los científicos han encontrado que los filamentos de polvo galáctico se alinean con la dirección del campo magnético. Los granos de polvo tienden a situarse en el espacio de forma que su eje mayor quede perpendicular a la dirección del campo magnético. Este efecto hace que las emisiones luminosas estén polarizadas y el telescopio Planck se ajustó para detectar la intensidad de dicha luz. El color de la imagen representa la intensidad de la radiación.

Con el telescopio apuntando hacia la Vía Láctea, que es el plano de nuestra galaxia en el que se concentra la masa, se observa esta magnífica imagen de la que los científicos concluyen que el campo magnético actúa sobre la materia y condiciona el modo en que ésta se distribuye en el espacio. Claro que aquí se refieren a la materia ordinaria y cabe preguntarse ¿qué ocurre con la oscura?

Leyendas de Neil Armstrong

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El primer hombre que pisó la superficie de la Luna, Neil Armstrong, siempre pensó que las personas veníamos al mundo con un presupuesto fijo de pulsaciones cardíacas; cuando nuestro corazón las cumplía dejaba de latir. Por eso nunca fue un obseso del deporte que acelera el pulso y según su teoría acorta la duración de la vida. En cualquier caso, el astronauta procuraba llevar una vida sana.

Supongo que lo anterior es cierto, aunque hay razones para dudarlo porque del comandante del Apolo 11 circulan otras historias, algunas verdaderas otras falsas.

Muchos han comentado que al pisar la Luna oyó una voz que decía Dios es grande y se convirtió al Islam, pero eso no es cierto.

Aunque quizá la leyenda más extendida es que, al regresar de la superficie lunar a su nave espacial, dijo algo así como buenas noches señor Gorsky y la gente después le preguntó muchas veces quién era aquel individuo. Armstrong se reía, pero nunca contestaba esa cuestión y la mayoría creyó que se trataba de un astronauta soviético a quien el norteamericano quiso homenajear. Al cabo de bastantes años, en 1995 y durante una entrevista con varios periodistas en Tampa Bay (Florida), el asunto se clarificó. Armstrong dijo que el señor Gorsky había muerto y ya podía explicarlo todo. Al parecer en 1938, de niño, Neil jugaba con un amigo en el jardín de su casa y una pelota saltó la valla para caer en la parcela del vecino. Mientras la recogía, Armstrong escuchó a la señora Gorsky que le decía airada a su marido: «¿Sexo? ¿Quieres sexo? ¡Lo tendrás cuando el niño del vecino ande sobre la Luna!».

La historia empezó a circular en Estados Unidos en 1995. En una de sus variantes la leyenda, en vez de a Gorsky, hacía alusión a un tal Manny Klein. La gran frase del astronauta cuando pisó por primera vez la Luna no fue «un paso pequeño para un hombre, pero grande para la humanidad», sino «un paso pequeño para un hombre, pero grande para el señor Manny Klein». La palabra «humanidad» (en inglés mankind), suena muy parecida a Manny Klein. En la tierra nos confundimos porque Armstrong le dedicó la frase al señor Klein y no a la humanidad.

Hay otras variantes, pero al parecer tienen en común que el apellido de los esposos suena en casi todas a nombre judío (Gorsky, Lipinski, Schultz o Klein), y la reacción de la mujer encaja bien con el estereotipo que la sociedad estadounidense tiene de las ortodoxas, poco entusiastas del sexo y menos si es oral (como se detalla en algunas versiones de la conversación que, casualmente, oyó el astronauta).

Sin embargo, el propio Neil Armstrong desmintió esta fábula que dijo haber escuchado por primera vez en el programa del humorista Buddy Hackett, el año 1995, en California; además, es fácil de rebatir escuchando las grabaciones del alunizaje (lunar landing transcript).

Así es que quizá la teoría del número de pulsaciones con que venimos al mundo también sea falsa.

Las astronautas del Mercury 13

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El primer hombre que voló más rápido que el sonido, Chuck Yeager, dijo que los astronautas, antes de sentarse en el asiento de su cápsula espacial, tendrían que limpiar las cagadas de los monos. Y es que cuando la National Aeronautics and Space Administration (NASA) abrió el periodo de presentación de candidaturas para elegir los primeros astronautas estadounidenses (programa Mercury 7), no todos los pilotos de la Fuerza Aérea de aquel país creían que el trabajo merecía la pena. Los primeros experimentos con seres vivos en el espacio se habían hecho con monos y no con muy buenos resultados. Una pareja de ellos, Able y Miss Baker, fueron los primeros en regresar sanos y salvos a la Tierra de su viaje al espacio, el 28 de mayo de 1959, después de soportar una aceleración de 38 g. Para muchos pilotos, altamente cualificados, como Yeager, dentro de una cápsula espacial un hombre no tenía mucho qué hacer. La visión de que los hombres a bordo de las primeras naves espaciales no eran sino un estorbo la compartía una gran cantidad de técnicos y científicos estadounidenses que trabajaban en los incipientes proyectos espaciales.

Sin embargo, la opinión pública tenía otros punto de vista y los técnicos tuvieron que cambiar de rumbo forzados por los políticos a quienes los arrastrarían los titulares de la prensa y el pesimismo que cundió entre la ciudadanía del país, del llamado ‘mundo libre’, que lideraba la investigación espacial, cuando los soviéticos se situaron a la cabeza de una carrera recién inventada.

Todo empezó el 4 de octubre de 1957 el día que las estaciones de radio del mundo entero detectaron una extraña señal procedente del espacio: era Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, que acababan de lanzar los rusos. Pesaba 83,6 kilogramos y los políticos soviéticos se vanagloriaban de la delantera que su país llevaba a las naciones ‘capitalistas’ en la conquista del espacio. Apenas habían podido reaccionar los estadounidenses cuando, el 3 de noviembre de ese mismo año, el Sputnik 2 empezó a orbitar alrededor de la Tierra con una perra a bordo (Laika).

Los técnicos espaciales norteamericanos no tuvieron suerte, porque el cohete Vanguard apenas se elevó unos metros del suelo en Cabo Cañaveral antes de explotar, el 6 de diciembre de 1957. Lo que no llegó a ser el primer satélite estadounidense se quedó en tierra, sin sufrir demasiados daños: era una modesta carga de 1,3 kilogramos de peso, muy liviana en comparación con los Sputnik.

Así terminó el año 1957.

Estados Unidos logró poner en órbita su primer satélite el 31 de enero de 1958, el Explorer 1, que pesaba 13,9 kg propulsado por un cohete del Ejército (Juno)─ una variante de un misil de largo alcance. Fue un proyecto que se llevó a cabo con urgencia para responder a los soviéticos y tranquilizar a la opinión pública del país.

El presidente del gobierno de Estados Unidos, general Dwight Einsenhower, llegó a la conclusión de que el desarrollo de los proyectos espaciales era una tarea urgente y debía de asignarse a una organización civil. El 1 de octubre de 1958 creó la NASA y puso al frente de la agencia espacial al doctor T. Keith Glennan a quien otorgó un mandato suficientemente amplio con el objetivo primordial de arrebatar el liderazgo a los soviéticos en la recién iniciada carrera espacial. Glennan y su equipo sabían que el programa espacial soviético estaba diseñado para conseguir, lo antes posible, que un astronauta ruso orbitase alrededor de la Tierra. La cuestión no era si el hombre en el espacio tenía o no sentido desde un punto de vista científico y económico; se trataba de un asunto emocional: sin personajes no hay historia y a los humanos correspondía escribir los capítulos de la historia del espacio y no a los robots, ni siquiera a los perros o a los chimpancés. Sin el apoyo de la opinión pública los políticos no aprobarían presupuestos y el desarrollo espacial no iría a ninguna parte.

La NASA solicitó candidatos para cubrir 7 puestos de astronauta, los primeros del país. Los interesados debían poseer un alto nivel intelectual, capacidad para trabajar solos y en equipo, 1500 horas de vuelo, licencia de piloto de reactor, formación universitaria, menos de 40 años, no medir más de 1,8 m ni pesar más de 82 kg (las cápsulas espaciales no eran muy grandes) y unas condiciones físicas excepcionales. De 500 solicitantes, en un principio, la lista de participantes en las pruebas finales se redujo a 18. De este grupo se seleccionaron a los 7 del programa Mercury: Alan Shepard, Gus Grissom, John Glenn, Scott Carpenter, Wally Schirra, Gordon Cooper, y Deke Slayton. El 9 de abril de 1959, la NASA presentó en público a sus héroes del espacio: hombres blancos, de clase media, protestantes, con el pelo cortado al estilo militar, casados con esposas oficialmente muy orgullosas de la carrera de sus maridos que aplaudían, sufrían y esperaban. El requisito de que fueran pilotos de reactores limitó las candidaturas a militares de la Fuerza Aérea que forzosamente tenían que ser varones ya que a las mujeres no les estaba permitido acceder a dichos puestos.

El general Donald Flickinger y el doctor Randolph Lovelace II habían diseñado el programa de pruebas médicas que tenían que pasar los astronautas. Lovelace era el presidente del Comité de Ciencias de la Vida de la NASA, al que también pertenecía el general, y dirigía la Fundación Lovelace, en Albuquerque, donde los candidatos realizaron el primer paquete de pruebas. Con este primer paquete se trataba de medir la capacidad física de los potenciales astronautas para soportar el entorno en el que supuestamente se desenvolvería su misión espacial. El programa incluía dos paquetes más de pruebas que se efectuaron en el Laboratorio de Medicina Aeronáutica del Centro de Desarrollo Aéreo Wright, en la base Wright-Patterson, en Dayton (Ohio). En estos últimos ensayos se evaluó la respuesta de los futuros astronautas a situaciones de aislamiento y estrés, así como su capacidad para soportar aceleraciones, carencia de oxígeno e ingravidez.

En aquel momento Lovelace y Flickinger se planteaban la conveniencia de evaluar a las mujeres como futuras astronautas. Según ellos, las mujeres ofrecían tres ventajas para este trabajo con respecto a los hombres. La primera era el peso corporal, que a su vez exigía transportar menos oxígeno y alimentos; la segunda, la menor propensión a sufrir accidentes cardiovasculares; la tercera, que sus órganos sexuales gozaban de una mejor protección natural contra las radiaciones. Los dos sabían que sus planteamientos, hechos desde una perspectiva mecanicista, chocaban frontalmente con la cultura machista de una época en la que para alquilar un coche, en su país, una mujer necesitaba el permiso paterno o del marido. El propio jefe de la base aérea Wright-Patterson había hecho aseveraciones según las cuales la eficiencia de las mujeres en la gestión de procesos, sometidas a estrés, era del orden del 85% de la de los hombres, sin especificar de dónde había salido aquel número mágico. El pensamiento dominante en la sociedad concluía, sin prueba alguna, que la mujer estaba peor dotada para el oficio de astronauta que el hombre. Lovelace y Flickinger eran conscientes de que necesitarían hacer las mismas pruebas, que habían soportado los astronautas masculinos, para determinar el nivel de cualificación de las mujeres.

En verano de 1959 Flickinger y Lovelace viajaron a Moscú para participar en un congreso internacional de medicina aeroespacial. Allí pudieron constatar que más de la mitad de los médicos eran mujeres y también que los soviéticos tenían planes concretos para lanzar al espacio una astronauta. Cuando regresaron a Estados Unidos los dos llegaron a la conclusión de que debían acelerar la puesta en marcha de un programa para someter a un grupo de mujeres a las mismas pruebas que ellos habían diseñado para los astronautas del programa Mercury 7. Sin embargo, sus proyectos se verían entorpecidos por otras causas que, aparentemente, podrían favorecerlos.

Una de las aviadoras más famosas de Estados Unidos, Ruth Nichols, mientras Flickinger y Lovelace estaban en Moscú, había realizado alguna de las pruebas de los astronautas en la base aérea de Wright-Patterson. A veces las aviadoras de moda del país irrumpían en centros de la Fuerza Aérea para volar aviones militares o probar los simuladores. Eran gestos hacia la galería, propiciados por los expertos en comunicación de la organización militar, con los que se publicitaban en las principales revistas del país. Ruth Nichols fue la primera mujer en conseguir una licencia de hidroavión, tenía records de distancia, altura y velocidad con aviones pesados, era muy famosa y contaba con el apoyo de su hermano: el coronel Erickson, Nick, Nichols de la Fuerza Aérea. Además, Ruth fue amiga de Amelia Earhart, de Charles Lindbergh y de Jackie Cochran y disfrutaba de una magnífica situación económica; solía decir que cuando los aviones se movían mucho ella tomaba sándwiches de caviar contra el mareo. Después de realizar algunas pruebas en el establecimiento militar dijo que lo peor de todo había sido la cámara negra: un habitáculo de 10×12 pies, oscuro e insonorizado, en el que los astronautas habían permanecido durante horas, y donde se evaluaba su capacidad de soportar aislamiento y monotonía. Pero lo peor fue el debate y la escandalera que Ruth organizó al dar por finalizadas las pruebas. Pidió en público a la NASA y la Fuerza Aérea que incorporase mujeres al programa de vuelos espaciales. La respuesta fue contundente porque según los militares la medicina aeronáutica no tenía ningún conocimiento ni experiencia sobre el comportamiento del cuerpo de la mujer y necesitarían décadas para acumular el nivel de información que ya se tenía del hombre. Los trajes presurizados estaban diseñados para los hombres, modificarlos sería muy complicado. El coste de incorporar a las mujeres era prohibitivo. El coronel John Stapp, jefe de la base Wright-Patterson en Dayton, aportó la teoría del 85% de eficiencia sicológica de la mujer con respecto al hombre, lo que resultaría un argumento muy convincente para los ya convencidos de la inferioridad femenina. Pero Ruth Nichols siguió abogando por la incorporación de la mujer al proyecto espacial lo que terminaría por incomodar a la Fuerza Aérea.

En septiembre de 1959 Randy Lovelace y Don Flikinger participaron en una reunión de la Asociación de la Fuerza Aérea en Miami. Allí conocieron a otra aviadora famosa, Jerrie Cobb, que trabajaba para la empresa Aero Design and Engineering Company de Oklahoma. Jerrie era hija de un piloto de la Fuerza Aérea, había aprendido a volar cuando tenía 12 años y a los 21 se dedicaba a entregar bombarderos y aviones pesados a las fuerzas aéreas extranjeras. En su palmarés figuraban records de distancia, altura y velocidad y aquel año la revista Life la incluyó en la lista de los 100 estadounidenses más influentes del país. Los dos miembros del comité asesor de la NASA y diseñadores de las pruebas médicas del programa Mercury 7 llegaron a la conclusión de que tenían ante sus ojos a la persona que buscaban. Le propusieron que realizara las pruebas de los astronautas, ella sería la primera de un grupo de mujeres. Jerrie aceptó entusiasmada.

Los problemas los tendría Donald Flikinger al regresar a la base aérea de Dayton en otoño. La oposición de la Fuerza Aérea a su proyecto, de efectuar las mismas pruebas a que se habían sometido los astronautas con un grupo de mujeres, era mucho mayor de lo que él pensó en un principio. Donald y Randy Lovelace le habían propuesto a Jerrie que después que ella superase los ensayos los efectuarían con un grupo de mujeres y la invitaron para que empezara a buscar posibles candidatas que le seguirían. Jerrie envió al general los nombres de 7 mujeres piloto y el militar añadió a la lista otras 8; uno de los requisitos que impuso Don fue que no sobrepasaran los 35 años de edad. Sin embargo, la impenetrable testarudez del mando de la Fuerza Aérea obligó a Don Flikinger a cancelar el programa de ensayos con mujeres en las instalaciones de la base aérea de Dayton. Aún no habían empezado y, el 7 de diciembre de 1959, Jerrie Cobb recibió una carta del general en la que le comunicaba que su proyecto no seguiría adelante.

Pero Flickinger no se rindió, habló con Randy Lovelace y encontraron una solución al problema. Lo que en principio podía haber sido un programa oficial apadrinado por la Fuerza Aérea lo reconvertirían en una iniciativa de investigación civil que luego tratarían de introducir en el mundo oficial de la NASA, cuando tuvieran resultados.

W. Randolph Lovelace II era sobrino del doctor Lovelace, fundador de la clínica que llevaba su nombre. Randy había estudiado Medicina en la Harvard Medical School y después de graduarse, en 1934, trabajó como investigador en la clínica Mayo. Allí, junto con el doctor Arthur H. Bulbulian, inventó una máscara para suministrar oxígeno a los pilotos en misiones de vuelo a gran altura. El equipo que desarrolló el invento recibiría el premio Collier del año 1939. Durante la II Guerra Mundial continuó con sus actividades de investigación en el Laboratorio de Medicina Aeronáutica de la Fuerza Aérea en Dayton (Ohio), donde realizó saltos con paracaídas desde alturas muy elevadas. Una vez finalizada la guerra volvió a incorporarse a la clínica Mayo, como cirujano. Dos de sus hijos fallecerían víctimas de la polio y fue entonces cuando decidió regresar con su mujer a Albuquerque. Allí se incorporó a la clínica familiar y creó, con su tío, la fundación Lovelace. Dicha fundación realizaba muchos trabajos de investigación para el Gobierno y fue la que recibiría el encargo de realizar las pruebas médicas, correspondientes al primer paquete, de los astronautas de la NASA.

Tras un análisis de la situación, Flikinger y Randy, decidieron que la Fundación Lovelace podía, a título privado, realizar las mismas pruebas a que se habían sometido los astronautas del Mercury 7, con un grupo de mujeres. Empezarían con Jerrie Cobb y, si ella las pasaba, seguirían adelante.

A Jerrie el plan le seguiría pareciendo igual de bien y el 14 de febrero de 1960 se presentó en Albuquerque con la intención de hospedarse en el Bird of Paradise Motel donde permanecería una semana mientras efectuaba las pruebas médicas en la Fundación. El motel no era especialmente lujoso y su mérito principal era la proximidad a la Fundación; allí le esperaban unas 75 pruebas que de forma exhaustiva evaluarían el funcionamiento de su organismo.

El primer día, antes de comer, tomaron nota de su historial médico y le hicieron hemogramas y análisis serológicos; determinaron sus niveles de colesterol y glucosa en sangre, factor RH y velocidad de sedimentación; la sometieron a pruebas hepáticas, tiroideas; analizaron su orina registraron la actividad eléctrica de su corazón. Por la tarde, después de un ligero almuerzo, le examinaron el recto, tomaron varias placas de rayos X de distintas partes de su organismo y le hicieron un vectocardiograma.

Al día siguiente, martes, determinaron la densidad de su cuerpo sumergiéndola en agua y la sometieron a una prueba en la que, tumbada horizontalmente sobre una tabla, la inclinaban unos 65 grados para después llevarla otra vez a la posición horizontal, al tiempo que varios sensores registraban el valor de la presión arterial en distintas partes de su organismo. Con ello pretendían evaluar su resistencia y comportamiento en situaciones en las que podía producirse hipotensión ortostática. Jerrie no se mareó, aunque estuvo preocupada por la sujeción a la tabla y temió caerse en cualquier momento.

Los ensayos continuarían con análisis gástricos, evaluación de su visión nocturna, percepción de profundidad y tonometría, determinaron su forma física sometiéndola a un intenso pedaleo en una bicicleta estática y la realización de maniobras de Valsalva, con la nariz tapada, soplando durante 15 segundos con todas sus fuerzas contra una columna de 50 mm de mercurio.

El jueves por la mañana voló al centro de Los Alamos donde, en un sótano, la metieron en un pequeño cilindro que a su vez se acoplaba en un gran cilindro para determinar, mediante la radiación, la cantidad de potasio de su cuerpo y calcular la masa libre de grasa y la grasa total.

El test más desagradable de todos fue el que le hizo el doctor Kilgore para evaluar su respuesta al mareo. Con un oído mirando al techo le introdujeron una jeringuilla muy larga que hacía gotear agua fría (a 10 grados centígrados) sobre su tímpano. Entonces las luces empezaban a dar vueltas y perdía la sensación de equilibrio. Al poco rato, en sus ojos aparecía el nistagmo (oscilación de los globos oculares) y los médicos estudiaban el tiempo que tardaba en hacerse notar y sus características.

Una noche, el doctor que coordinaba las pruebas ─ Lovelace estaba fuera de Albuquerque por cuestiones profesionales─ la invitó a cenar en su casa; fue el mejor rato que pasó durante aquella larguísima semana. Sin embargo, para Jerrie Cobb la experiencia valió la pena desde el momento en que el último día le dijeron que había superado las pruebas y que sus resultados eran equiparables a los que habían registrado en los ensayos de los astronautas del Mercury 7; de hecho, figuraban en la banda superior.

Jerrie Cobb pensó que estaba capacitada para realizar misiones de astronauta y solicitó permiso para efectuar las pruebas de los astronautas en el centro de medicina aeronáutica en la base Wright-Patterson. Era el mismo lugar, las mismas instalaciones que había usado Ruth Nichols durante el verano anterior. La respuesta fue tan educada como firme y negativa. Lo que más le molestó a Jerrie fue que el firmante de la carta era el departamento de relaciones públicas lo cual daba a entender que aquellos asuntos, para los militares, no trascendían de la esfera publicitaria y que jamás se habían tomado mínimamente en serio la posibilidad de aceptar una mujer piloto en su plantilla.

La joven piloto no se desanimó y buscó otras posibilidades para seguir adelante con su programa de formación y evaluación como astronauta. La NASA contaba con un centro de investigación, el Lewis, en Cleveland (Ohio), en donde disponían de un simulador muy sofisticado: Multi Axis Space Test Inertia Facility (MASTIF). Este aparato, ligado a un giróscopo, era capaz de inducir giros según tres ejes de forma simultánea, lo cual generaba una situación caótica para la persona que se viera sometida a este movimiento, posible en una cápsula espacial. El piloto, sujeto con arneses, disponía de dos controles en sus manos, con los que podía alterar los movimientos de giro. Con la máquina girando sobre sus tres ejes (a 30 revoluciones por minuto) a la vez y el ‘astronauta’ a bordo, este tenía que maniobrar hasta detener los giros.

Durante los primeros años, el nivel de coordinación entre los distintos departamentos de la NASA y el Gobierno no estaba aún muy bien desarrollado por lo que Jerrie consiguió autorización para realizar pruebas de simulación de vuelo en el MASTIF. Al cabo de 45 minutos logró detener el movimiento.

Lovelace y Jerrie Cobb diseñaron un plan para abordar a los medios de forma coordinada. El médico haría públicos los resultados de las pruebas de Jerrie, en la Fundación Lovelace, durante una convención internacional que se celebraba en Estocolmo en el mes de agosto. Jerrie aún trataría de mantenerse oculta hasta la publicación de un extenso reportaje que ya habían concertado con la revista Life, en el que aparecerían fotos suyas haciendo las pruebas en Albuquerque. Pero cuando el doctor Lovelace desveló en Suecia, el 19 de agosto de 1960, que una mujer había pasado las mismas pruebas que los astronautas del Mercury 7 en Albuquerque, los periodistas llamaron a casa de Jerrie en Oklahoma, y la persiguieron por todo el mundo hasta encontrarla en Nueva York, adonde se había desplazado para hacer presentaciones de los nuevos productos de su empresa. La prensa, en Suecia, le otorgaría el título de “primera astronauta estadounidense”.

Jerrie Cobb se presentó ante la opinión pública como una candidata al puesto de astronauta, completamente viable, con la intención de que la gente apoyara su causa y la NASA cediera ante las presiones y abriese un proceso de selección de astronautas femeninos. La piloto empezó a tomarse muy en serio las cuestiones relacionadas con los medios y contrató una agencia para que le confeccionara un informe periódico con todos los recortes de prensa que hacían referencia a su persona.

De otra parte, Lovelace, sabía que la NASA no se dejaría persuadir por los resultados de una mujer, que podrían ser excepcionales; no la convencería sin datos de un grupo de mujeres y pidió ayuda a Jerrie para identificar pilotos que estuvieran dispuestas a someterse a las mismas pruebas que había pasado ella. Deberían contar con más de 1000 horas de vuelo y no haber cumplido los 35 años. Jerrie dedicó muchas horas a la revisión de los ficheros de la organización internacional Ninety-Nines de mujeres piloto (fundada en 1929 por Amelia Earhart y 99 pilotos más) y el estudio de los perfiles de las candidatas preseleccionadas. Durante varios meses analizó un total de 782 mujeres.

En noviembre de 1960, mientras Jerrie confeccionaba una lista de candidatas y Lovelace preparaba la logística de las pruebas en Albuquerque, ocurrieron un par de acontecimientos importantes. El primero fue la elección, como presidente de Estados Unidos, de John F. Kennedy, en un momento de desconcierto político y aeroespacial en el país. El año anterior la NASA había seleccionado a los futuros astronautas, pero hasta la fecha el cúmulo de fallos en sus cohetes hacían que la opinión pública cuestionase su capacidad técnica. El segundo fue la brusca irrupción de Jackie Cochran en el programa de la fundación Lovelace que había recibido el nombre de Woman in Space.

Jackie Cochran era en aquél momento la aviadora más importante e influyente de Estados Unidos. Casada con un hombre que poseía una de las primeras fortunas del país, Floyd Odlum, su poder trascendía los límites aeronáuticos y tenía acceso a los círculos militares, políticos y económicos, más influyentes de la sociedad estadounidense. En su palmarés acumulaba un número apabullante de records de velocidad, distancia y altura, durante la II Guerra Mundial había creado y dirigido la Women Airforce Service Pilot (WASP) cuya misión era la de transportar aviones militares en Estados Unidos ─tarea asignada a las mujeres piloto de la organización─ y liberar así a los pilotos de la Fuerza Aérea para que realizaran misiones en la primera línea de combate. En 1953, con el apoyo de Chuck Yeager, Cochran se convirtió en la primera mujer que cruzó la barrera del sonido. Jackie había cumplido los 54 años, pero seguía siendo ambiciosa y poseía un carácter muy fuerte. Además, mantenía una excelente relación con Randy Lovelace y su esposa desde hacía muchos años ─era madrina de una de sus hijas─ y su marido, Odlum, presidía el comité de consejeros de la fundación de Albuquerque desde el año 1947. Floyd y Jackie contribuían generosamente con sus donaciones al desarrollo de la Fundación.

Aunque Cochran estaba muy ocupada, la aparición en la prensa de las noticias relacionadas con Jerrie Cobb atrajeron su atención y se presentó en Albuquerque para decirle a Lovelace que la nombrase su asesora personal para aquellos asuntos. Inmediatamente se ofreció a contribuir con 18°700 dólares para cubrir los gastos de manutención estancia y viajes de las mujeres que participaran en las pruebas que se harían en Albuquerque. Jackie envió a su amigo Randy una carta con algunas sugerencias relacionadas con las candidatas, la selección y los procesos asociados con el programa Woman in Space. Su experiencia en WASP le decía que las mejores pilotos eran jóvenes de 20 a 23 años, que quizá debería aumentar el número de participantes porque entre las mujeres solía haber muchas bajas, especialmente si contraían matrimonio, también le sugirió que convendría reducir la exigencia de 1000 horas de vuelo, difíciles de acumular para una mujer. Se extendió mucho en el rol de Jerrie Cobb y junto con la carta le envió artículos en los que aparecían sus declaraciones. Insistió en que su protagonismo era excesivo y que convendría que ninguna mujer del grupo se destacara. También pidió a Lovelace que la copiara en su correspondencia con las candidatas. Lovelace no modificó el número del grupo ni rebajó las horas de vuelo exigibles. La realidad era bien distinta a lo que predecía Cochran porque las mujeres piloto, que se ganaban la vida como instructoras de vuelo, en competiciones aéreas, en el servicio forestal, o que disponían de medios suficientes para pilotar su propio avión, acumulaban más horas que los pilotos de la Fuerza Aérea, aunque no tuvieran experiencia en reactores.

La participación de Cochran en la selección de candidatas no fue decisiva; de las 24 que recibieron la carta de invitación de Lovelace, 18 decidieron incorporarse al grupo que se sometería a las pruebas. De esas 18, un total de 13 las superaron, en un proceso que se alargó unos siete meses a partir de enero de 1961. A la fundación acudían solas, durante una semana, o como mucho coincidía un par de candidatas, de forma que entre ellas apenas llegaron a conocerse. La semana de pruebas en la fundación era muy dura; ni siquiera se les invitaba a una cena de cortesía como habían hecho con Jerrie. Cuando eran dos, la estancia en el Bird of Paradise Motel se les hacía más llevadera. Se les exigió que guardaran el mayor secreto posible y se les advirtió que se trataba de una iniciativa privada de carácter científico, aunque muchas creían que si pasaban las pruebas su inclusión como astronautas en la NASA estaba asegurada.

Las 12 seleccionadas, además de Jerrie Cob, configuraban un grupo diverso y heterogéneo. Las gemelas Janet y Marion Dietrich, de 34 años, se habían graduado por la Universidad de Berkeley, California; Janet contaba con 8000 horas de vuelo y su hermana además de pilotar también trabajaba como periodista. Bernice, Bea, Steadman era dueña de un centro de operaciones de vuelo en Michigan. Jean Hixson de 37 años, quizá fuese la más experta del grupo ya que formó parte del WASP durante la guerra; había pilotado aeronaves de muchos tipos y trabajaba como instructora en Akron (Ohio). Myrtle Cagle, enfermera, con 4300 horas de vuelo, era instructora de vuelo en Macon (Georgia). Sarah Gorelick, trabajaba como ingeniera en AT&T. Rhea Hurrle era piloto en una pequeña empresa de ingeniería que también vendía aviones en Houston; fue una de las que logró las mejores calificaciones durante las pruebas. Janey Hart, casada con un senador de Michigan, pertenecía a una acaudalada familia. Jerri Sloan, trabajaba en un contrato secreto con la empresa Texas Instruments para efectuar los vuelos de prueba de un avanzado sistema de radar de seguimiento del terreno en Dallas. Gene Nora Stumbough, era instructora de vuelo en la Universidad de Oklahoma. Irene Leverton, contaba con más de 9000 horas de vuelo cuando se incorporó al proyecto. Wally Funk, de Taos (Nuevo México), volaba desde que cumplió los 20 años y era la única representante del Estado en el que se realizaron las pruebas médicas.

Este conjunto de mujeres, caracterizado por su gran interés por la aviación, jamás tomó conciencia de grupo y sus miembros no llegaron a reunirse durante el tiempo que duró el programa Woman in Space. Las cartas de invitación para participar en el proyecto las firmó el médico y las recibieron por sorpresa, en casi todos los casos. Con la irrupción de Cochran en el proyecto las participantes no sabían quién era la responsable del grupo y muchas ni siquiera sospechaban la rivalidad existente entre Jerrie y Jackie, aunque otras tuvieron constancia de la misma. En una conferencia en Dallas, en la que participó Jerri Sloan como representante local de la asociación Ninety-Nines, Cochran hizo declaraciones ─en relación con las pilotos de la WASP─ que dejaban en mal lugar a los veteranos de la Fuerza Aérea. A Jerri le molestó la actitud, prepotente, de Cochran y le espetó que no volvería a sentarse con ella en ningún foro de cara al público. La conversación entre ambas fue bastante tensa y Cochran le insinuó que el futuro de Jerri en Woman in Space estaba en sus manos a lo que ella contestó que Jerrie Cobb ya le había confirmado su participación. Cochran, muy airada, le dijo que ella era quien mandaba en aquel programa, no Jerrie Cobb.

Para limar asperezas Cochran invitó a Cobb a su rancho de California, en Indio. En aquella vasta extensión de terreno, de unos 900 acres, Jackie sumergía a sus huéspedes en una apabullante demostración de poder en la que su figura presidía la tramoya de un escenario diseñado para realzarla. Cinco veces, Jerrie Cobb, rehusó las invitaciones que le hizo Jackie para que fuera a su rancho, lo que era un signo evidente del recelo que existía entre ambas.

Jerrie Cobb sabía que después de las pruebas médicas y el entrenamiento en el simulador de vuelo aún le faltaba realizar ensayos que evaluaran su capacidad para soportar el estrés y la monotonía. En el Oklahoma City Veterans Hospital trabajaba el doctor Jay Talmadge Shurley cuyo prestigio en el mundo de la siquiatría era incuestionable. El doctor había inventado un sistema alternativo al de la cámara oscura, que los astronautas utilizaron en la base Wright-Patterson, a juicio del médico mucho más eficaz y que constaba de un tanque circular en el que se sumergía a la persona que se deseaba someter a examen; se pretendía así crear un entorno silencioso, completamente oscuro y en el que tampoco se pudiera sentir ni siquiera la fuerza de la gravedad. A Shurley le resultó atractiva la idea de colaborar con Lovelace en el programa Woman in Space y entre los dos pergeñaron los exámenes siquiátricos para el grupo, divididos en dos paquetes.

Durante tres días Jerrie Cobb se sometió a las pruebas en el hospital de Shurley. Las del primer paquete eran las tradicionales: coeficiente intelectual, análisis de la personalidad, electroencefalogramas, entrevistas, manchas de Roschach, etc. Lo realmente original fue la prueba en el tanque aislado. Era un cilindro de unos 10 pies de diámetro por 8,5 de profundidad relleno de agua con sales de sulfato de magnesio y bolas de material plástico para aumentar la flotabilidad, a una temperatura de 34,2 grados centígrados (igual que la de la piel). El tanque estaba completamente aislado y oscuro de forma que en el interior del recinto ni se oía ni se veía absolutamente nada. El agua circulaba despacio para eliminar los residuos orgánicos y a las personas se les indicaba que no se reprimieran, durante el tiempo que duraba la prueba, si sentían la necesidad de orinar o defecar. Algunos individuos, que se habían sometido a la experiencia de flotar en el tanque, comentaban que podían escuchar el ruido de la apertura y cierre de las válvulas de su corazón. Jerrie Cobb logró permanecer 9 horas y 40 minutos en el tanque, un tiempo extraordinariamente largo ya que, de una muestra de centenares de personas que lo habían experimentado, se consideraba que seis horas era el límite absoluto de tolerancia.

En el mes de febrero de 1961, Jerrie Cobb coincidió con James Webb en un acto organizado por la cámara de Comercio de la ciudad de Oklahoma en el que se homenajeaba a los líderes de la industria aeroespacial. Webb había ocupado los puestos de director de Presupuestos y Secretario de Estado en el gabinete de Harry Truman. Ni Jerrie ni James Webb podían sospechar que el presidente Kennedy nombraría a este último administrador de la NASA pocos días después, el 14 de febrero de 1961. El joven presidente deseaba que la agencia espacial empezara a producir buenos resultados con mayor celeridad.

La situación política de la NASA se deterioraría ante la opinión pública estadounidense de forma alarmante el 12 de abril de 1961. Ese día, Yuri Gagarin orbitó alrededor de la Tierra en una nave espacial soviética. Horas después, Kennedy se dirigió a la nación para explicarle que «las cosas podrían empeorar antes de mejorar, llevará tiempo antes de que los alcancemos… Estamos, yo espero, yendo primero en otras áreas que traerán más beneficios a la humanidad. Pero aquí vamos detrás…» y terminó diciendo que «no veo que no ser los primeros en colocar un hombre en el espacio sea un signo de debilitamiento para el mundo libre».

Estados Unidos recogía el fruto de una política, muy razonable, en la que el gasto asociado al empleo de naves tripuladas en la investigación espacial no parecía tener ninguna justificación. Los soviéticos habían apostado por las misiones tripuladas y contaban con un extraordinario equipo técnico dirigido por Sergei Korolev, un ingeniero espacial con una capacidad extraordinaria para gestionar programas de tecnología avanzada y una visión del futuro poco común. Con el programa Mercury 7, Estados Unidos había tratado de corregir el rumbo, pero la velocidad de progreso era lenta. Los cohetes de la NASA explotaban en el aire, no acertaban el camino que los llevara al espacio, caían con demasiada frecuencia en las aguas del Atlántico y se habían convertido en el hazmerreír de la prensa. Para complicar aún más el panorama político del nuevo presidente, no había transcurrido una semana del éxito de Gagarin cuando un millar de cubanos rebeldes, entrenados, armados y asesorados por la inteligencia estadounidense (CIA) fueron derrotados y los supervivientes apresados en Bahía de Cochinos por las tropas del régimen comunista de Fidel Castro. El mundo entero se abalanzó contra Kennedy y su desastrosa política. El vicepresidente Johnson recibió el encargo de hacer llegar a la NASA la urgente necesidad que tenía el Gobierno de que su agencia espacial les proporcionara alguna buena noticia.

El 30 de abril de 1961, para reforzar su imagen pública y su posición en el programa Woman in Space de la fundación Lovelace, Jackie Cochran escribió un artículo en la revista Parade. Las primeras astronautas gemelas aparecían sonrientes, con cascos de piloto de reactor, en otra foto Jackie podía verse detrás de Janet ─que corría sobre una cinta─ con una tabla sujetapapeles fingiendo tomar notas. En su artículo, Cochran, daba a entender que el proyecto independiente de Lovelace podría transformarse en una iniciativa gubernamental, pero aún faltaban años, seis o siete, para que las mujeres fueran el espacio. Jackie invitaba, a todas las mujeres piloto que desearan participar a que se dirigieran a ella. Recibió muchas respuestas, pero solamente una, Myrtle Thompson Cagle de Macon (Georgia), fue admitida. Con la publicación de su artículo Jackie actuaba en contra de las sugerencias que ella misma había expuesto a Lovelace según las cuales debería prevalecer la discreción.

La NASA le proporcionaría un pequeño salvavidas al presidente Kennedy el 5 de mayo de 1961. Ese día Alan Shepard se convirtió en el primer astronauta norteamericano que viajó al espacio. Aunque en realidad efectuó un vuelo suborbital de 15 minutos de duración ─Gagarin había orbitado durante 108 minutos─ los políticos tratarían de sacarle al evento todo el partido que pudieron. El astronauta fue recibido en Estados Unidos como un héroe. Jerrie Cobb que se encontraba entonces en Nueva York fue entrevistada por la prensa, que sabía que ya hacía más de un año que había pasado las pruebas médicas en Albuquerque y podría convertirse en la primera astronauta del país. Cobb habló en sus entrevistas de las ventajas de las mujeres con respecto a los hombres en el desempeño del oficio espacial y comentó que un grupo de mujeres voluntarias, sin coste alguno para el Gobierno, estaba realizando pruebas médicas en Albuquerque. Incluso se atrevió a insinuar que si las mujeres asumían el rol de astronautas, los hombres quedarían libres para realizar las tareas de piloto militar que, al fin y al cabo, era para lo que el Gobierno los había entrenado.

En mayo de 1961 ocurrieron una serie de acontecimientos que determinarían el futuro del programa de Lovelace Woman in Space; unos tendrían lugar en el seno del proyecto y otros en la arena de los políticos.

Randy Lovelace encontró un lugar para que las participantes en el programa que dirigía realizaran pruebas en simuladores de vuelo. La U.S. Naval School of Aviation Medicine en Pensacola (Florida) aceptó prestar sus instalaciones para este propósito. Si Jerrie Cobb superaba las pruebas, la escuela naval las realizaría también con el resto de las participantes. Lovelace envió cartas a todas las que habían pasado los exámenes médicos para que se prepararan a viajar en junio a Pensacola. Jerrie Cobb sería la primera en acudir a la base naval, en el mes de mayo. Aquella vez, Randy no contactó con Cochran para informarle acerca de lo que estaban haciendo en el programa Woman in Space.

Antes de presentarse en Pensacola, Jerrie pasó unos días entrenando en casa de la escritora de la revista Life Jane Rieker en Nueva York. Tom Harris, su jefe en Aero Design, siempre le autorizó a disponer del tiempo necesario para trabajar en el programa de Woman in Space; sabía que la participación de Jerrie beneficiaba a su empresa.

Las pruebas en Pensacola tendrían una duración de 10 días y con ellas se trataba evaluar la capacidad de los participantes para actuar en situaciones de extrema aceleración, altitud y movimiento; también verificaban sus reacciones durante la evacuación de una cápsula sumergida en el agua y su resistencia para soportar una eyección automática desde la cabina de vuelo.

El primer día en Pensacola Jerrie tuvo que saltar una valla y correr. Para el test de altitud en la cámara de presión, a 60°000 pies de altura, necesitaba un traje presurizado, y todos le venían grandes por lo que tuvieron que ajustarle el más pequeño con arreglos de última hora. En la cámara y con el traje, soportó las condiciones de máxima altura y después simularon una caída libre. Uno de los ejercicios más molestos fue el vuelo, sentada en el asiento del copiloto de un Douglas Skyraider, en el que el piloto efectuaba las acrobacias más exigentes mientras a Jerrie ─ocho agujas y una cámara─ le grababan todas sus reacciones físicas y orgánicas. Y quizá el que le causó mayor intranquilidad fue el de la cápsula debajo del agua. Le advirtieron de que no sintiera pánico, que evitara que algo se enganchara, que se fijase en un objeto de referencia, que se dirigiera a la escotilla, que la abriera y que nadase hasta la superficie; así de sencillo. Jerrie consiguió salir a flote sin que los buceadores tuvieran que rescatarla, en el tiempo previsto. Otro mal trago lo pasó a bordo de una cabina controlada por un sistema de movimiento que giraba a 10 revoluciones por minuto y en cuyo interior ella recibía instrucciones para realizar tareas como activar interruptores, girar botones, o mover objetos de un sitio a otro, en un ambiente en el que su orientación espacial se veía seriamente afectada.

Al cabo de diez días, Jerrie Cobb, logró pasar todos los ejercicios y Lovelace comunicó al resto de las participantes que se preparase para las pruebas en Pensacola que tendrían lugar, en el mes de julio. También les informó que el grupo se reuniría por primera vez y tendrían la oportunidad de conocerse todas ellas. Lovelace sugirió que, después de los ejercicios en Pensacola, discutieran como grupo, la estrategia más adecuada a seguir con los medios.

Aquel mes de mayo de 1961 también resultaría crucial para el desarrollo futuro de la NASA y la actividad espacial en el mundo. La tarde en que el astronauta Shepard se paseó triunfalmente por la ciudad de Washington, Kennedy urdió lo que sería uno de los proyectos más importantes de su mandato. El vicepresidente Johnson había pedido a la NASA un informe detallado de sus proyectos y actividades y James Webb, después de trabajar con su equipo y obtener el visto bueno del Secretario de Defensa, Robert McNamara, se lo hizo llegar: «Resultados importantes en el espacio simbolizan el poder tecnológico y la capacidad organizativa de una nación…son los hombres, no las máquinas, en el espacio, lo que capta la atención de la gente». El 25 de mayo de 1961, John Kennedy expuso en el Congreso las necesidades urgentes de la nación: «Son tiempos extraordinarios y arrostramos retos extraordinarios…es la hora de una gran empresa americana nueva». El presidente pidió a «todos los científicos, ingenieros, técnicos, contratistas y empleados públicos» que apoyaran la carrera espacial: «Esta nación debería comprometerse a conseguir el objetivo, antes del final de esta década, de aterrizar un hombre en la Luna y traerlo sano y salvo a la Tierra. Ningún proyecto espacial en este periodo será más impresionante para la humanidad, o más importante para la exploración del espacio a largo plazo y ninguno será tan difícil y caro de conseguir». El presidente Kennedy trató de involucrar a todo su pueblo en el logro de un proyecto ambicioso, capaz de movilizar un amplio espectro de las gentes de un país que, por primera vez, después de la II Guerra Mundial veía amenazado su liderazgo.

Jerrie Cobb, nada más finalizar sus pruebas en Pensacola envió una carta al administrador de la NASA, James Webb, a la que acompañó con un artículo de un periódico con la noticia de que los rusos se preparaban para enviar una mujer al espacio. Cobb, que ya había superado las pruebas en Pensacola, se ofrecía como voluntaria para la misión, aunque tuviera que esperar diez años más, y estaba convencida de que una mujer americana en el espacio era la mejor prueba de la fiabilidad y seguridad de los valores de su país. Pocos días después de que Webb recibiera esta misiva, Jerrie y el administrador de la NASA coincidieron en una conferencia que se celebró en Tulsa (Oklahoma). No tuvieron mucho tiempo de hablar, pero al final del discurso que pronunció James, después del almuerzo ─dedicado en su mayor parte al vuelo de Shepard─ se dirigió a Jerrie Cobb para felicitarla por sus éxitos, por haber superado las pruebas de los astronautas, mostró su simpatía por la incorporación de la mujer a los vuelos espaciales y sorprendió, a la audiencia y a la propia Jerrie, con el anuncio de su nombramiento como consultora de la NASA. En aquellas jornadas, Lovelace haría público por primera vez que un grupo de mujeres piloto había completado la primera fase de pruebas, idénticas a las que tuvieron que superar los astronautas del programa Mercury 7. Jerrie Cobb apareció en las primeras páginas de la prensa fotografiada junto a una cápsula espacial Mercury, pulcramente vestida, con tacones y guantes blancos.

Cuando finalizó la conferencia de Tulsa, Jerrie viajó a París porque tenía programada la asistencia a una serie de actos en la Feria Aeronáutica. En la misma ciudad, con motivo de la celebración del mismo evento y en el mismo hotel, se encontraba Jackie Cochran que, desde hacía muy poco tiempo, ya se había enterado de las pruebas en Pensacola y la designación de Jerrie como colaboradora de la NASA. Furiosa, Jackie mantuvo varias conversaciones con su marido que fue quién envió una larga carta de protesta a Lovelace por todo lo que estaba ocurriendo de espaldas a su esposa en el programa Woman in Space. Jackie no sabía nada y ella, que era el rostro ante la opinión pública del proyecto, tuvo que pasar momentos embarazosos cuando los periodistas le hicieron algunas preguntas. El médico trató de recomponer la situación con excusas y dejando bien claro que él no controlaba a Jerrie, y más si contaba con el apoyo de Webb porque los dos tenían vínculos muy fuertes con Oklahoma. Lo que sí podía hacer Lovelace era retrasar otra vez las pruebas del grupo de participantes en Pensacola para acomodar el momento de su ejecución a la agenda de Jackie si es que ella deseaba estar presente.

A Lovelace le dio la impresión de que la tormenta había pasado. Odlum y Jackie se comprometieron a financiar la estancia de las participantes y los gastos de viaje en Pensacola que, ajenas a la disputa entre Jerrie y Jackie, les sorprendió recibir cartas de Jerrie, Jackie y Lovelace sobre el mismo asunto, con cambios de fechas casi en las vísperas.

Jackie trató, sin ningún éxito, de concertar una entrevista con Jerrie mientras las dos atendían la Feria Aeronáutica parisina y, a su regreso a Estados Unidos, mantuvo conversaciones con el almirante Robert Pirie, adjunto al Jefe Naval de Operaciones Aéreas de la Marina. Jackie lo haría partícipe de sus preocupaciones cuyo fundamento eran las prisas, la gestión y la escasa amplitud del proyecto ya que con un número tan reducido de participantes corrían el riesgo de perderlas a todas (por su experiencia en el WASP sabía que la tasa de abandono entre las mujeres era bastante elevado). El almirante solicitó a la NASA la confirmación oficial de que la agencia había solicitado las pruebas para las participantes del programa Woman in Space y James Webb tuvo que responder que su organización no habían intervenido en aquel asunto; sin una petición formal de la NASA el almirante dio la orden de suspenderlas.

Pocos antes del día previsto para el inicio de las pruebas en Pensacola, Lovelace envió una carta a todas las participantes notificándoles que el proyecto Woman in Space se cancelaba con carácter definitivo.

De nada servirían todas las gestiones que Jerrie Cobb realizó con la intención de recuperar el programa, de que la Fuerza Aérea y la Marina cambiaran de opinión, de que el Gobierno interviniese a su favor o de que fueran los políticos del Congreso quienes ayudaran al grupo de aviadoras que la gente empezaría a conocer con el nombre de Mercury 13. En marzo de 1962, Jane Hart y Jerrie Cobb se entrevistaron con el vicepresidente Lyndon Johnson que insistió en que el asunto estaba fuera de su alcance, en manos de la NASA. Tampoco los subcomités ni el comité del Congreso encargados de analizar este asunto las apoyaron después de escuchar a las partes implicadas, a los astronautas que declararon, como Glenn y Cooper, y a la propia Jackie Cochran que de algún modo prestaron apoyo a la posición gubernamental. Las protestas de Jerrie harían que la NASA le retirase el cargo o título de asesora, a finales de 1961.

Jackie Cochran apoyaría un programa de mujeres en el espacio, pero no aquel, en el que con toda seguridad perdería su posición de primera aviadora del país que recaería sobre la futura astronauta. Glenn y Cooper no veían ninguna ventaja inmediata en la incorporación de mujeres al programa espacial. Y los responsables de la ejecución de los proyectos trabajaban sometidos a la presión de tener que alcanzar a los soviéticos lo antes posible, sobrepasarlos y poner un hombre en la Luna antes de la siguiente década. De otra parte, las participantes en Woman in Space nunca actuaron como un grupo y la propia Jerrie desconocía cuáles eran sus opiniones.

Jerrie Cobb continuó su tarea de lobby hasta 1965. A partir de ese momento empezó a volar en el Amazonas en misiones humanitarias. En 1980 fue nominada para el premio Nobel de la Paz. Lovelace continuó trabajando para la NASA. Falleció en un accidente aéreo en 1965. Jackie Cochran fue nombrada consultora de la NASA en 1963. Siguió acumulando records en los años 60, escribió una autobiografía en la que aparece como la protagonista principal del programa Woman in Space y murió en 1980.

Los soviéticos consiguieron que la primera astronauta fuera la rusa Valentina Tereshkova, el 16 de junio de 1963, y los estadounidenses se demorarían en enviar una mujer al espacio veinte años (Sally Ride a bordo del Challenger el 18 de junio de 1983).

En 1995, 11 de las 13 mujeres del programa Woman in Space se reunieron para aplaudir a la astronauta Eileen Collins en el lanzamiento del transbordador espacial (STS-63). En 1999 volvieron a juntarse cuando Collins se convirtió en la primera mujer al mando de una lanzadera de la agencia espacial; la NASA dedicó esta misión (STS-93) a las mujeres pioneras de la aviación.

 

La Passarola

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La Passarola

 

El escritor portugués, José Saramago, en su libro Memorial del convento cuenta cómo funciona la máquina de volar de Gusmao:

«Esto que aquí ves son las velas que sirven para cortar el viento y se mueven según las necesidades, y aquí está el timón con que se dirigirá la barca, no al azar sino por medio de la ciencia del piloto, y éste es el cuerpo del navío de los aires a proa y popa en forma de concha marina, donde se disponen los tubos del fuelle para el caso de que falte el viento, como tantas veces sucede en el mar, y éstas son las alas, sin ellas, cómo se iba a equilibrar la barca voladora, y no te hablaré de estas esferas, que son secreto mío, bastará que te diga que sin lo que ellas llevarán dentro no volará la barca, pero sobre este punto aún no estoy seguro, y en este techo de alambre colgaremos unas bolas de ámbar, porque el ámbar responde muy bien al calor de los rayos del sol para el efecto que quiero, y esto es la brújula, sin ella no se va a ninguna parte, y esto son roldanas y poleas, que sirven para largar y recoger velas, como los barcos en la mar. Se calló un momento, y añadió, Y cuando todo esté armado y concordante entre sí, volaré».

Son viejas historias que, para Saramago, se componen de verdades e invenciones casi en la misma proporción; pero Lorenzo de Gusmao existió, diseñó esta nave, la Passarola, y en mi libro El secreto de los pájaros, narro su historia. Es difícil entender a Gusmao sin tener una ligera idea del conocimiento aeronáutico de la época, caracterizado por el intento de construir máquinas voladoras inspiradas en la flotabilidad de elementos menos pesados que el aire, y en la que destacó la figura de otro fraile: Francisco Lana de Terzi. Gusmao tuvo que estudiar al italiano.

Este es la historia de los dos inventores que copio de mi libro:

 

Francisco Lana de Terzi

La idea de utilizar el principio de Arquímedes para dotar de capacidad de flotación a un artefacto la recogería otro religioso italiano. Francisco Lana de Terzi, hijo del conde Gherardo Lana de Terzi y la condesa Bianca, nació en Brescia el 10 de diciembre de 1631, en el seno de una noble familia cuyos ancestros procedían de la región de Bérgamo. El joven Francisco se educó en el colegio de San Antonio de los jesuitas y el 11 de noviembre de 1647 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Roma. En su juventud dio clases de gramática en la escuela de Terni y escribió una obra de carácter religioso La rappresentazione di San Valentino martire e Prottetore di Terni, con la coronzione di Tacito, Floriano, Ternani, Imperatori Romani. El largo título de esta obra pía, quizá presagiara que el jesuita, aunque fue un hombre piadoso hasta la muerte, no volviese a escribir sobre cuestiones religiosas, dedicándose por completo a asuntos científicos durante el resto de su vida. Fue profesor de matemáticas de la universidad de Ferrara de 1677 a 1679 y a partir de 1680 se aposentó en Brescia, ciudad en la que murió el 22 de febrero de 1687. Durante esta época, fundó la Academia Brixiensis Philo-Exoticorum Naturae et Artis de la que fue su primer presidente. La actividad científica del jesuita abarcó todas las disciplinas del saber, en una época en la que la universalidad de Leonardo da Vinci, era todavía posible. Terzi quería rescribir toda la antigua ciencia en clave moderna, contrastando el conocimiento tradicional con la experimentación práctica. En el año 1684 publicó el primer volumen de su Magisterium Naturae et Artis, y el segundo en 1686, publicándose el tercero, después de su muerte, en 1692.

En el año 1670 apareció publicado en Brescia un pequeño volumen, Prodromo overo Saggio i alcune inventione nuove premesso all’arte maestra, en el que expuso, en los capítulos quinto y sexto, sus conceptos sobre la aeronáutica. En primer lugar, el profesor de Brescia, daba un repaso a los inventos de máquinas voladoras, reales e imaginarios, de los que tenía noticia, para concluir que había cuatro formas de volar.

Terzi empezó refiriéndose a la paloma de Archytas, el famoso filósofo y matemático griego, de quién se dice que construyó unas palomas que volaban. Lana de Terzi sugirió que quizá volaran igual que los dragones de Battista Porta que en su libro Magia Naturales explica a sus lectores cómo construir éstos animales voladores, sujetos a una cuerda como las cometas, un sistema que todos conocían en la época del jesuita, pero desconocido por los lectores de Porta. Pudiera ser que las palomas de Archytas fueran también cometas. Después cita a Adrianus Romanus y cuenta que Regiomontanus, el famoso astrónomo y matemático, construyó un águila que voló al encuentro de Carlos V, en su solemne entrada a la ciudad de Nuremberg, acompañando al monarca. A continuación apunta que Boecio hace referencia a ciertos pájaros pequeños que no solo volaban sino que cantaban y que el Emperador Leone tenía otros pajarracos parecidos. Finalmente, recuerda a sus lectores que según el padre Famianus Strada, el ingeniero Turriano construyó para el Emperador Carlos V unos pájaros voladores, cuando se recluyó en Yuste. Es curioso observar cómo el jesuita, en el repaso que da a la historia del vuelo anterior a su época, no hace ninguna referencia a la obra aeronáutica de Leonardo, de quién le separaba poco más de un siglo, lo cual demuestra que los trabajos del florentino habían permanecido ocultos hasta entonces.

Después del análisis de las máquinas voladoras de las que tenía noticia, el jesuita, propondría las cuatro formas de volar.

Los dos primeros métodos, que sugiere Lana de Terzi, tienen en común la utilización de dispositivos ornitópteros que obtienen la energía de mecanismos de relojería. El tercer método utiliza aire a presión, que al soltarse debajo de las alas impulsaría al artefacto. El cuarto, se basa en el principio por el que las cáscaras ligeras y cerradas, llenas de vapores calientes, se elevan.

Lana de Terzi diseñó, con todo detalle, una máquina siguiendo el cuarto de los métodos que había propuesto. Se trataba de un aparato con una barquilla de madera, sujeto por cuatro globos de plancha de cobre fina, de unos 6 metros de diámetro cada uno. A los globos se les tenía que quitar el aire de su interior, con lo que, al estar vacíos, proporcionaban el empuje necesario para soportar el peso de la barquilla de madera y a sus tripulantes. Para propulsar su invento, en la barquilla colocó una vela y unos remos, de forma que el navegante piloto podría desplazarse por el cielo, remando en el aire o auxiliado por los vientos, con lo que el aparato se inspiraba por completo en la ingeniería naval.

Sin embargo, el jesuita pensó que aquél ingenio no debería construirse nunca por dos razones: la primera porque costaría un dinero para el que seguro había otros fines más piadosos y adecuados, y la segunda porque Dios no permitiría la construcción de semejante arma de destrucción, capaz de volar sobre una fortaleza y lanzar a sus indefensos ocupantes explosivos mortales. En cualquier caso, Lana de Terzi también se lamentó de que su voto de pobreza le impedía reunir los fondos necesarios para construir el ingenio que había ideado. Sin embargo, en el año 1670, cuando Lana de Terzi hizo público su invento, era prácticamente imposible construir las esferas con delgadas planchas de cobre y someterlas a un vacío suficiente sin que colapsaran. A pesar de lo fantástico e irrealizable que era su máquina de volar Lana plasmó de forma clara, aunque un tanto sofisticada, el concepto de lo que cien años más tarde se reinventaría con el nombre de aeróstato o globo. También llama la atención la premonición del jesuita, en cuanto al horror que el uso de las máquinas voladoras podría infringir en tiempos de guerra a los hombres. Tuvieron que transcurrir doscientos cuarenta y cinco años para que sus vaticinios se hicieran realidad. En 1915, el Káiser Guillermo II, Emperador de Alemania y Rey de Prusia, ordenaría a su temible flota de dirigibles de cuerpo rígido que bombardeara Inglaterra y su decisión causaría pánico a la población civil. Afortunadamente, las máquinas voladoras del Ejército y la Marina del Káiser no resultarían tan destructoras como Lana de Terzi había anticipado.

Lorenzo de Gusmao

Hacer el vacío a una esfera de cobre o de cualquier material no era posible, pero rellenar un artefacto muy ligero de aire caliente no planteaba grandes problemas. Teniendo en cuenta que el aire caliente pesa menos que el aire atmosférico que lo rodea, el principio de Arquímedes funciona igualmente, y si el artefacto que contiene el aire es suficientemente ligero se elevará. Muy pronto, otro monje, pero esta vez brasileño, de nombre Bartolomé Lorenzo de Gusmao, cortesano del rey Juan V de Portugal, que había merecido los favores de su monarca por sus atrevidos y exóticos proyectos, demostró que un globo lleno de aire caliente era capaz de elevarse.

Lorenzo Gusmao nació en la localidad de Santos de la provincia de Sao Paulo en Brasil, el año 1685, hijo de un médico de prisiones, que tuvo otros once hijos. Destacó desde muy joven por su habilidad para las ciencias y fue admitido en el seminario de Bahía, donde construyó una bomba capaz de levantar agua unos 100 metros. Posteriormente decidiría retornar al país de sus ancestros: Portugal. En Coimbra, un día en el que Gusmao dedicaba sus fuerzas a la noble tarea de lavar la ropa, se fijó en el vuelo de las pompas de jabón. Gusmao concibió una nave, la Passarola, cuyo diseño no es bien conocido, pero sí el uso para el que su inventor la había creado: una nave capaz de transportar enseres y tropas a los confines del vasto imperio del rey de Portugal, Juan V. También podría utilizarse para observar la Tierra y los mares y confeccionar mapas geográficos. El invento contaba con dos esferas que guardaban poderosos imanes amarillentos, alas, velas y remos. Gusmao presentó sus ideas en la corte del rey portugués, lugar en donde contaba con ciertos apoyos, porque su hermano Alejandro era un oficial que prestaba servicios al rey Juan. Además, durante un viaje a España, Gusmao, tuvo la oportunidad de conocer y deslumbrar con sus ideas a la princesa Isabel, futura emperatriz de Austria, que lo recomendó al rey portugués. El rey lusitano, que entonces tenía veinte años, una gran curiosidad por las ciencias y las artes, y que también oficiaba de mecenas, decidió ayudar al joven Gusmao que, el 19 de abril de 1709, recibiría de su monarca el encargo de construir una máquina capaz de volar, apoyo financiero y un puesto de profesor de matemáticas en la universidad de Coimbra. Se sabe que su primer ingenio, que probó en el palacio de San Jorge, no funcionó correctamente, pero después de varios ensayos y cambios radicales en el modelo, Gusmao presentó en el palacio real, su famoso globo de aire caliente. El experimento se llevó a cabo el 8 de agosto de 1709, en el salón de Indias del palacio real, en Lisboa, en presencia del rey y su esposa, la reina Ana María, del cardenal Conti, que con el tiempo se convertiría en el Papa Inocencio III, y de otros dignatarios. El relato de lo que ocurrió aquél día en palacio lo recoge el padre Ferreira en su Ephemeride historica chronologica. El globo disponía de una pequeña cesta metálica, bajo la abertura del balón, donde ardían ascuas que producían el aire caliente. El aparato flotó por la sala y llegó a elevarse unos 3,5 metros, con tal mala fortuna que fue a dar con unos cortinajes, prendiéndoles fuego, de modo que los lacayos de su majestad tuvieron que abatirlo y apagar las llamas, urgentemente, para evitar un incendio de grandes proporciones. El globo de Gusmao, armado con una ligera estructura de madera, era de papel.

Lo lógico, después del experimento que con tanto éxito llevó a cabo el brasileño, hubiera sido tratar de construir un globo de mayores dimensiones, pero por razones no del todo claras Gusmao abandonó Portugal, se refugió en España y murió en Toledo quince años más tarde, a los treinta y nueve años, empobrecido e ignorado.

El secreto de los pájaros

El primer hombre que voló sobre España: Diego Marín Aguilera

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Monumento a Diego Marín, Coruña del Conde

¿Fue Diego Marín Aguilera el primer hombre que voló con un aeroplano? Sabemos que Pilâtre de Rozier y el marqués de Arlandes fueron los primeros en hacerlo con un aeróstato, en 1783, y que Wan Hu estrenó la navegación aérea con un artefacto propulsado mediante cohetes, en 1465. Pero lo que no sabemos es si el vuelo del español ─que llevó a cabo en Coruña del Conde a finales del siglo XVIII─ habría que inscribirlo en la primera página de la historia de la navegación aérea, junto con el de los dos franceses y el chino; cada uno con su artefacto.

Si Diego Marín Aguilera hubiera volado las 431 varas castellanas que relatan las crónicas, se trataría de un hito excepcional: no estaríamos frente al primer hombre que voló sobre España, como lo bautizó el periodista Eduardo Ontañón en 1932, sino que muy probablemente se trataría del primer hombre que voló sobre el mundo con un aeroplano.

Hay que situar los hechos en el contexto mundial aeronáutico para comprender la importancia que tienen. Casi todas las referencias coinciden en que el vuelo de Diego ocurrió en Coruña del Conde, durante la noche del 15 de mayo de 1793. En aquella época el desarrollo de la máquina de volar más pesada que el aire se encontraba en un punto muerto. Desde la muerte del gran maestro florentino Leonardo da Vinci, en 1519, prácticamente nadie se había dedicado al estudio del vuelo con este tipo de máquinas. Además, los trabajos de Leonardo permanecieran ocultos hasta el siglo XIX por lo que los interesados en el vuelo, a lo largo de los tres siglos que siguieron a su fallecimiento, no pudieron estudiar los dibujos aeronáuticos ni leer los textos del genio renacentista.

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII (con la salvedad del año 1799), no hubo ningún avance, ni se efectuaron experimentos de vuelo relevantes con máquinas más pesadas que el aire. La única excepción fueron los tradicionales ejercicios de los saltadores de torres, que hubo siempre, carentes de rigor y fundamento técnico. Si bien es cierto que, en esos casi 300 años, el desarrollo de la máquina de volar no se benefició de ningún progreso, hay que reconocer que se produjeron importantísimos descubrimientos que contribuirían a su invención posterior.

En el siglo XVII un religioso italiano realizó estudios sobre el vuelo de los pájaros cuyos resultados cuestionaban la idea de que para impulsarse movían las alas hacia atrás. La vieja concepción aristotélica consistía en suponer que los pájaros bajaban las alas para sostenerse en el aire y las movían hacia atrás para impulsarse. Algo que, hoy sabemos, es completamente falso. En su obra De Motu Animalium publicada en 1680, al año siguiente de su muerte, el científico napolitano Giovanni Alphonso Borelli explica cómo los pájaros se propulsan gracias a la torsión de la punta de sus alas en el movimiento descendente. Borelli también estudió la musculatura del pájaro para concluir que sus pectorales son incomparablemente más potentes que los del hombre, lo que cuestionaba la posibilidad de que nuestra especie fuera capaz de ejercitar el vuelo con alas en los brazos.

Junto con las aportaciones de Borelli, los progresos científicos en el campo de la Física y de la Mecánica de Fluidos durante los tres siglos ulteriores a Leonardo da Vinci, tanto a nivel teórico como práctico, aportarían conocimientos útiles para los posteriores desarrollos relacionados con la invención de la máquina de volar más pesada que el aire. Daniel Bernoulli y Leonhard Euler con sus estudios sobre el comportamiento de los fluidos y John Smeaton, que determinó el valor de la constante que relaciona la fuerza del viento sobre una placa con el cuadrado de su velocidad, fueron quizá los representantes más significativos de este grupo de estudiosos.

De un modo, casi imprevisible, en 1799 un aristócrata inglés dibujó en un disco de plata el concepto de aeroplano, tal y como lo conocemos hoy. Se llamaba sir George Cayley y su gran mérito fue concebir una máquina en la que el peso del aparato, con su piloto y carga de pago, lo soporta un ala fija y la resistencia al avance de la aeronave se supera con la ayuda de un motor. El invento de Cayley, además de alas, llevaba una barquilla para alojar al piloto y en la parte posterior una cola cruciforme para dotarlo de estabilidad. Un diseño idéntico al de nuestras modernas aeronaves que los diseñadores y fabricantes aeronáuticos del siglo XXI no hemos sabido cambiar. Pero, con anterioridad a Cayley, no se tiene noticia de que nadie hubiera experimentado el vuelo con un tipo de máquina similar a la que él describió.

Diego Marín voló en Coruña del Conde poco después de que se realizasen los primeros ascensos en globo de la historia, que lógicamente renovarían el interés por la navegación aérea en todo el mundo. Prueba de ello, es que el joven George Cayley se interesó por este asunto mientras estudiaba en Londres y parece que los primeros dibujos del aristócrata inglés ─relacionados con su aeroplano─ datan de 1793, el mismo año en el que Diego realizó su vuelo en tierras burgalesas.

En el último decenio del siglo XVIII, que es cuando el inventor español efectúa su experimento aéreo, la ciencia del arte de volar con una máquina más pesada que el aire se encuentra a punto de nacer. Se sabe algo más sobre el vuelo de los pájaros y las fuerzas que una corriente de aire ejerce sobre una placa. La reciente invención del globo, por los hermanos Montgolfier, causa un gran interés por el vuelo en toda Europa y un inglés, sir George Cayley, formula el concepto de aeroplano moderno, en 1799, aunque no construyó los primeros planeadores hasta pasados algunos años. Estamos en el punto de salida de la carrera por la conquista del aire que cobra velocidad a lo largo del siglo XIX y que al final la ganan, en 1903, dos desconocidos fabricantes de bicicleta estadounidenses: los Wright. En ese contexto, el vuelo de Diego Marín, posee unas connotaciones muy particulares: ¿Fue él quien inició el proceso que culmina con la invención del moderno aeroplano cien años más tarde, o su aventura no tiene ningún fundamento técnico como tantos otros saltos de gente tan inculta como atrevida? El problema con el vuelo y la historia de Diego Marín Aguilera es la falta de documentación relacionada con todo el asunto y durante unos cuantos días yo he tratado de recopilarla. Quizá, al verla con mayor perspectiva podría llegar a alguna conclusión.

En internet he leído 45 entradas sobre este tema en las que se pueden observar contradicciones; seguramente habrá más entradas, aunque no creo que sean muy diferentes a las anteriores. Una de ellas es mía y la escribí antes que este artículo; después de un estudio un poco más exhaustivo no creo que tenga que hacer ninguna corrección que valga la pena, salvo la aclaración de que, como en mayo el día es muy largo y todas las crónicas datan los hechos en la noche del día 15, yo me atreví a suponer que ocurrieron durante la madrugada del 16. No creo que sea un asunto demasiado relevante. Relevantes tampoco son la mayoría de las contradicciones de las 45 entradas que, salvo algunos errores, denotan que sus autores han utilizado las mismas fuentes: dos, que más adelante citaré.

Todos los artículos de internet coinciden en que se lanzó desde el cerro en el que se levanta el castillo de su pueblo, que cayó a tierra porque se rompió un perno del aparato que se controlaba con manivelas, que se dirigía a Burgo de Osma y después a Soria, que voló 300 metros o más, que las alas eran de alambres y plumas, que Diego había estudiado el vuelo de los pájaros, que era un artesano habilidoso que había mejorado máquinas hidráulicas (molinos de agua y batanes) en la comarca y diseñado una aserradora de mármol en Espejón y que sus paisanos ─después del experimento─ quemaron el artefacto, lo que sumiría a Diego en una profunda depresión que acortaría su vida. Casi todos coinciden en la fecha del vuelo (la noche del 15 de mayo de 1793), en el año de nacimiento de Diego Martín (1757), en que le ayudaron su hermana y su amigo Joaquín Barbero, en la distancia que recorrió (431 varas castellanas) y que murió a los 44 años de edad.

En alguno de los artículos se menciona como punto en el que aterrizó el río e la desembocadura del arroyo de Fuente Gadea en el río Arandilla. Si hubiera sido así el vuelo sobrepasaría con creces las 431 varas que, de otra parte, es la distancia que figura en dichas entradas.

En 1996 Fidel Cordero dirigió la película La fabulosa historia de Diego Marín que trata sobre este asunto. También he podido verla. En la película la hermana de Diego no aparece y, a cambio, el inventor disfruta de la compañía de una novia, aprende a leer gracias a la hija de una marquesa que termina en las montañas de bandolera revolucionaria y cuenta con la amistad del hermano de su joven profesora que muere por culpa de una explosión cuando realiza experimentos con cohetes. Diego construye su aparato con la ayuda de la novia y un amigo, vuela lanzándose desde el castillo y es el cura quien instiga al vecindario para quemar el artefacto. La película fantasea la realidad para fabricar una historia comercial o cuenta con fuentes de información que desconozco.

Además de repasar los artículos en internet y ver la película, he vuelto a leer las referencias a Juan Aguilera en libros que tengo en casa sin encontrar nada nuevo ni distinto, salvo algún error en los textos.

Mi conclusión es que la mayoría de los escritos se inspiran en dos fuentes: un artículo de Eduardo Ontañón que apareció en el número 230 de la revista gráfica madrileña Estampa, el 4 de junio de 1932 y otro escrito de Juan Albarello que se publicó en la sección de Efemérides el 15 de mayo de 1918 en el Diario de Burgos; este último artículo puede encontrarse en la recopilación que se editó en 1919 con el título de Efemérides Burgalesas de los artículos publicados por Albarello en el diario durante el año anterior.

He conseguido ambos documentos y las dos versiones de lo que ocurrió son similares, aunque difieren en una cuestión sustancial y es la fecha en que Diego voló. Desconozco las fuentes que utilizó Albarello para escribir su artículo, pero sí sabemos que Eduardo Ontañón viajó a Coruña del Conde en 1932 y se entrevistó con la gente del lugar. Allí también tuvo acceso a un documento que recoge las declaraciones que haría con posterioridad Joaquín Barbero.

He entrecomillado las referencias precisas que hace Ontañón al documento, que según él conserva el pueblo ─no dice dónde ─ y he resumido el resto de su relato, que es como sigue:

«A los catorce años era Diego Marín muy nombrado en Coruña del Conde y pueblos inmediatos». Comenzó enseguida a ingeniarse en «la práctica de varias rutinas del país», mejoró el mecanismo de un molino de agua en el río Arandilla, hizo la máquina para un batán y construyó otra para aserrar mármoles en las canteras de Espejón. Durante algún tiempo se ocupó en «recoger águilas, que acarreaba reuniendo carnes muertas en un sitio donde construyó una tapia, y apenas cogía una la hacía morir por asfixia, la desplumaba, pesaba el cadáver con los húmedos y aparte la cantidad de pluma». Así fue construyendo el «recurso volátil» con alas de dos varas cada una, «susceptibles de flemones y movimientos articulares, compuestas de ligeras costillas de hierro vestidas de plumas de águila, colocadas en la misma forma y en la misma ala a que habían pertenecido, sujetas al armazón entre sí por medio de alambres, y una cola también con las plumas téctricas (sic) sacadas de otras águilas. Así, éstas como las alas, eran agitadas por medio de una manivela que movía a su voluntad el jinete, quien para mayor comodidad llevaba metidos los pies en unos casquillos de hierro elevados en los del pájaro, e iba vestido de plumas ». Los vecinos los parientes ya estaban alarmados y para hacer la prueba definitiva eligió la noche; acompañado de Joaquín Barbero y su hermana. En la noche del 11 de mayo de 1798 se dirigió con la máquina hasta el cerro del castillo. Allí le ayudaron a montar en el aparato y le dieron la mano de la despedida:

─ Voy a Burgo de Osma ─les dijo «alegre y sereno»─ y desde allí a Soria, y no volveré hasta pasados ocho días. Adiós.

Sin embargo, el vuelo se truncó de forma imprevista y su hermana y Joaquín vieron como caía al suelo y «merced a la claridad de la noche y por haberlo seguido a toda prisa» lo encontraron riñendo con el herrero, porque «la causa del accidente no fue otra que la rotura de un pernio de la articulación del ala derecha». Había recorrido 431 varas.

Los vecinos despertaron, se acercaron al lugar donde se encontraba el aparato, alguien dijo que eran cosa de brujas y lo destruyeron.

Diego Marín falleció el 11 de octubre de 1800, según apuntó el cura don Josef Sacristán Marín y Aragonés en su libro de partida de defunción.

Ontañón se refiere a la noche del 11 de mayo de 1798 y no al 15 de mayo de 1793 como la mayoría de los demás escritos. Si en la transcripción se hubiera equivocado de año, y quería reseñar el 11 de mayo de 1793, ocurre que ese día la luna no brillaba (el 10 de mayo de 1793 hubo luna nueva). El documento que sirvió a Ontañón para escribir el artículo dice textualmente «merced a la claridad de la noche». Y es difícil que se equivocara de día porque en su artículo resalta la coincidencia del número del día del mes en que voló con el de su fallecimiento. O sea que, la fecha no está tan clara como en un principio podía parecer.

Tengo que reconocer que durante unos días no pude dejar de pensar que hay algunos aspectos de la historia de Diego Marín que encajan muy bien con la de los incultos y obstinados saltadores de torres. La antigua concepción aristotélica del mundo se fundamentaba en que había cuatro elementos básicos que daban origen a todas las cosas: el agua, el aire, el fuego y la tierra. Los materiales hechos con sustancias de aire tenían una tendencia natural a ir al aire y los de la tierra a la tierra. Las plumas de los pájaros debían estar hechas de sustancias de aire y por eso muchos saltadores de torres se emplumaban el cuerpo creyendo que esas partes de los pájaros los llevarían a su lugar natural: el aire. Si Diego Marín atrapaba águilas y luego «pesaba el cadáver con los húmedos y aparte la cantidad de pluma» quizá estuviera tratando de adivinar el plumaje, por unidad de peso, que necesitaba un animal para volar. Según esa teoría, para volar, bastaría con fabricarse unas alas con la cantidad de pluma ─adecuada al peso que se desea a transportar─ y agitarlas para remar en el aire. El emplumado, las manivelas y el movimiento de las alas, lo que da la idea de que el aparato era un ornitóptero, apunta a que todo el proyecto habría que encuadrarlo en la abultada lista de los saltadores de torres.

Sin embargo, hay cuatro elementos en la historia de Diego Marín que me hicieron pensar que el proyecto tenía un fundamento racional: su experiencia en el diseño y fabricación de maquinaria, el tiempo que dedicó a la observación del vuelo de los pájaros, la distancia que cubrió durante el vuelo y su reacción cuando le destruyeron el artefacto.

Un hombre que es capaz de introducir mejoras en los molinos de agua, construir batanes y máquinas de aserrar mármol y cuya fama en el oficio se extiende por toda la comarca, es una persona ilustrada que sabe de hidráulica y mecánica. Dada su ocupación, no sería de extrañar que también conociese el funcionamiento de los molinos de viento, el movimiento de las aspas y su orientación con respecto al flujo del aire. Si durante su infancia, como pastor, había observado el vuelo de los pájaros, su mente despierta establecería similitudes entre el viento que incide en las velas de las aspas de los molinos y el que soporta el peso de los buitres, mientras planean. Pudo darse cuenta de que no hay ninguna diferencia: una corriente de aire que incide con un ángulo, no muy grande, sobre una superficie y genera una fuerza que hace girar las velas de las aspas en los molinos o aguanta el peso del buitre leonado que mantiene las alas extendidas en el cielo.

Las conexiones entre las máquinas y los pájaros solamente podía descubrirlas una persona que, además de poseer conocimientos e intuición para comprender el funcionamiento de las velas de los molinos, estuviera familiarizado con el vuelo de los grandes planeadores que abundan en aquellas tierras. Diego Marín había ejercido el oficio de pastor y era un muchacho despierto, curioso y observador, a quién no se le pasarían por alto el vuelo de aquellos grandes carroñeros y depredadores que, en ocasiones, suponían un riesgo para el ganado.

Recorrer 431 varas (359,8 metros) con un planeador como el que pudo construir Diego, desde el cerro del castillo, es algo extraordinario. Imposible de efectuar con un ornitóptero, como podría deducirse que era su invento de la lectura de los documentos anteriores. Con un ornitóptero, es decir, con un artefacto que batiera por completo las alas, no creo que hubiese ido más allá del tejado de la primera casa, y eso si las había muy cerca de la vertical desde donde se lanzó. Para realizar ese vuelo tan largo, el aparato tenía que ser un planeador con una superficie bastante generosa de ala fija. Es posible que contara con manivelas para ajustar el diedro o también que en las puntas hubiera dispuesto de planos que se pudieran batir con la intención de impulsarse. También es imposible ─tal y como especifica el documento─ que el artefacto tuviera una envergadura (distancia de punta a punta de las alas) de 4 varas (3,34 metros); con la superficie de unas alas de esas características el vuelo hubiera finalizado pocos segundos después del lanzamiento. En definitiva, si damos por válido que Diego voló 431 varas, su invento era un planeador bien concebido, diseñado por alguien que había estudiado con detalle el problema del vuelo.

Cuando los vecinos rompieron su artefacto Diego se hundió. Es la reacción de una persona que tiene una fe absoluta en lo que hace y otros le impiden sacar adelante sus proyectos. Los vecinos del pueblo y sus enemigos se asustaron al constatar que aquél hombre podría llegar a conseguir su propósito de volar y, semejante atrevimiento, sugería que el inventor hubiese hecho tratos con el demonio. De otra parte, Diego había conseguido volar, sabía que tenía que perfeccionar su máquina, pero sus hipótesis eran válidas. No pudo ser mayor su frustración. La melancolía lo llevó a una temprana muerte.

A pesar de que estos cuatro elementos indicaban que el experimento de Diego no era una de las muchas absurdas locuras, que a lo largo de siglos ha venido haciendo la gente, no podía olvidarme de las prácticas del cluniense con sus águilas: «apenas cogía una la hacía morir por asfixia, la desplumaba, pesaba el cadáver con los húmedos y aparte la cantidad de pluma». Era una frase que Ontañón decía haber copiado literalmente del documento que relataba los hechos y que se me antojaba más acorde con un ejercicio de magia que con un ensayo técnico. Hasta que de pronto, no sé por qué, se me ocurrió que casi todas las plumas estarían en las alas y, en cualquier caso, cabía la posibilidad de que solamente pesara las de las alas y que ese peso tenía que ser proporcional a la superficie de las mismas. Pudiera ser que Diego empleara el peso de las plumas de las alas para evaluar su área; era más fácil pesar plumas que dibujar el contorno de las alas y calcular la superficie. La relación entre el peso del pájaro y la superficie de las alas (carga alar) era un dato que Diego necesitaba conocer para estimar, en función de su peso y el de su máquina de volar, la superficie de las alas de su invento si quería que se asemejara a los pájaros. Si eso es lo que hizo, descubriría que la carga alar de sus águilas rondaba los 7 kilogramos por metro cuadrado y que si a su peso le sumaba el de la máquina, necesitaba unas alas con una superficie no inferior a unos 14 metros cuadrados. Un razonamiento que convertía una práctica con apariencias hechiceras en un recurso muy sofisticado para determinar la carga alar de las águilas o los pájaros que apresaba.

Una vez que encontré una justificación, que me pareció muy razonable, para explicar el tratamiento que Diego daba a sus águilas decidí regresar a Coruña del Conde para echar un vistazo desde el castillo. Ya había estado allí hacía unos años, pero quería comparar las vistas desde el cerro en que se asienta con las fotos del artículo de Ontañón en la revista Estampa. Tomé varias fotografías y por la noche, en casa, hice unos cálculos aproximados de la altura del montículo en el que se asienta el castillo, con respecto al río. Estimo que ronda los 30 metros, aunque varía de un punto a otro. Las 431 varas de recorrido desde una altura de 30 metros, en línea recta, dan un ángulo de planeo de 4,77 grados, como máximo.

Las primeras noticias que tenemos de vuelos experimentales con planeadores son los que mandó hacer el propio sir George Cayley. En 1849 parece ser que un niño voló en uno de sus artefactos y en 1853 le tocaría a su chófer hacer de piloto de pruebas en otro de sus inventos. De estos vuelos, aunque existen registros que los acreditan, no se tiene mucha información. Fue Otto Lilienthal, un ingeniero alemán, el primero en realizar ensayos de un modo riguroso y documentado con planeadores. De 1891 a 1896 ─año en que perdió la vida en un accidente─ efectuó unos dos mil vuelos con distintos tipos de planeador que él mismo construyó con la ayuda de su hermano Gustav. Sus experimentos marcaron el camino a seguir a los inventores de la máquina de volar más pesada que el aire. Gustav Lilienthal resumió en pocas líneas las características de los últimos vuelos de su hermano Otto: «El área de los planos de soporte era de 14 metros cuadrados; para una velocidad del viento de 6 m/s la velocidad del planeador era de 5 m/s, la caída 18 metros, y la longitud de la trayectoria de 300 metros con una inclinación de 4 grados. El peso total del piloto y el planeador era de 105 kilogramos».

Las descripciones que hace Gustav de los vuelos de su hermano tienen muchos elementos comunes con el que pudo realizar Diego Marín cien años antes: la distancia recorrida, el ángulo de planeo y las superficies de las alas (si es que el cluniense utilizó a las águilas como modelo). Otra cuestión es que para remontar el vuelo Diego tuvo que contar con un viento de morro de unos 6 m/s (21,6 km/h); esos vientos no son infrecuentes en sus tierras. Si fue así, y por lo que hemos visto pudo serlo, Marín Aguilera voló esas 431 varas y si las voló tuvo que ser así.

Mi conclusión es que, con el material disponible, hay recursos para montar una historia coherente y según la cual en el último decenio del siglo XVIII Diego Marín Aguilera construyó el primer aeroplano de la historia, y voló con él; sin embargo, la ausencia de documentación, hace que lo anterior no sea más que una hipótesis que no se puede demostrar. Como suele ocurrir en estos casos, sería más útil dedicar el esfuerzo al estudio de lo que sucedió que gastarlo en medallas, placas y alabanzas.

Artículos relacionados en el blog:

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Las ideas de Leonardo da Vinci sobre el vuelo
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El disco de plata de sir George Cayley
Lilienthal, Marey y Nadar: la fuerza de las imágenes
El hombre pájaro
El Boy-Carrier
El desconocimiento científico y la invención del vuelo

Referencias en internet a Diego Marín:

http://suenosdeaireazul.blogspot.com.es/2008/05/diego-marn-aguilera-el-hombre-pjaro.html

DIEGO MARÍN AGUILERA -El primer hombre que voló-

http://elbulotraselmisterio.blogspot.com.es/2013/02/inventores-en-el-olvido.html

http://www.diariodeburgos.es/noticia/ZE78667B9-B2F3-F7FD-7657C23A4F03AAE5/20121209/diego/marin/aguilera/pionero/aviacion

http://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Mar%C3%ADn_Aguilera

http://www.publicoscopia.com/cultura/item/2343-el-vuelo-de-diego-marin-aguilera.html

http://www.arqueologiaypatrimonioindustrial.com/2014/01/el-avion-de-coruna-del-conde-monumento.html

http://www.ivoox.com/diego-marin-aguilera-audios-mp3_rf_2318955_1.html

Diego Marín Aguilera

http://foroespana.foroactivo.com/t3103-diego-marin-aguilera-precursor-del-ornitoptero

http://www.curistoria.com/2011/07/diego-marin-un-pionero-del-mundo-de-la.html

http://sinfuturoysinunduro.com/2009/02/24/la-fabulosa-historia-de-diego-marin/

http://www.laviejaespaña.es/archivos/118

http://aviacionultraligera.es/foro-ulm/viewtopic.php?f=24&t=12685

http://diariodeunburgense.blogspot.com.es/2007/05/diego-marin-aguilera.html

http://aylagas.wordpress.com/2012/04/06/la-fabulosa-historia-del-burgales-diego-marin/

http://www.cope.es/detalle/Diego-Marin-el-hombre-pajaro-espanol-pionero-de-la-aviacion.html

http://caidodelahojadelcalendario.blogspot.com.es/2012/02/don-diego-marin-aguilera.html

http://programacontactoconlacreacion.blogspot.com.es/2014/05/el-primer-hombre-que-volo.html

CORUÑA DEL CONDE, Burgos. CUNA DEL PRIMER HOMBRE QUE VOLÓ. Por Adelina Arranz Aguilera

Haz clic para acceder a RGS%20Homenaje%20Marin%20Aguilera.pdf

http://postalesdejavi.blogspot.com.es/2008/04/monumento-diego-marn-aguilera.html

http://lamasbolano.com/sellos/1991-2000/2599-sellos-espana-1993-aerograma-diego-marin-aguilera-1-valor.html

http://www.pueblos-espana.org/castilla+y+leon/burgos/coruna+del+conde/648596/

http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=15450

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http://elrincondeliumeg.blogspot.com.es/2011/02/la-otra-y-verdadera-historia-de-la.html

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http://www.aeroclubburgos.org/index.php?option=com_content&view=article&id=19&Itemid=6

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http://books.google.es/books?id=DL1ZMJI2xwkC&pg=PT88&lpg=PT88&dq=Diego+Mar%C3%ADn+Aguilera&source=bl&ots=hq_aHl9ier&sig=1oP0lViiHaqnp7jOAI2vuN1hJEs&hl=es&sa=X&ei=pldjVK2CNeXd7Qb-o4GIDA&ved=0CDkQ6AEwBTh4#v=onepage&q=Diego%20Mar%C3%ADn%20Aguilera&f=false

http://muzikkitabi.com/Video/VIDEOIDUFosnE0XzT0/MiS-iLUSTRES-PAiSANOS-20-03-2014-Viriato-Diego-Mar%C3%ADn-Aguilera-Piedad-isla

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http://www.akasico.com/noticia/544/Ano/Cero-Historia-ignorada/La-prehistoria-del-vuelo.html

http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/16/castillayleon/1242472063.html

http://books.google.es/books?id=DkFOS3_z6ooC&pg=PT123&lpg=PT123&dq=Diego+Mar%C3%ADn+Aguilera&source=bl&ots=JVdW5L8FvX&sig=C2T2LCfqk4DEWLOsaxvNs1qDfRA&hl=es&sa=X&ei=ylhjVP7mBeSc7gbWuoGQAw&ved=0CFAQ6AEwCDiMAQ#v=onepage&q=Diego%20Mar%C3%ADn%20Aguilera&f=false

http://www.caminodelcid.org/Poblacion_CorunadelConde.aspx

http://www.harmoniclife.com/sample.aspx?SampleID=179955

Breve historia de los cometas y las aventuras de Philae

Halley's_Comet,_1910

Cometa Halley, 1910

Los cometas son pequeños cuerpos celestes que cuando pasan cerca del Sol forman colas de polvo y gas ionizado, materiales que proceden de su núcleo y que el calor volatiliza. La cola de gas sigue, desde el cometa, la dirección de la luz del Sol y la de polvo está entre esta y la trayectoria del cuerpo celeste. En el Sistema Solar hay miles de millones de cometas; los astrónomos observan con regularidad muchos, pero solo unos pocos trascienden al público en general. Son los más próximos o los más luminosos los que suelen adquirir la denominación de ‘gran cometa’; aunque no existe ninguna definición precisa para estos cuerpos celestes.

Los cometas desempeñaron un papel muy importante durante el proceso de formación del Sistema Solar. Hace unos 4500 millones de años los conglomerados de polvo y materia que rellenaban el espacio interplanetario colisionaban con frecuencia con los planetas, recién nacidos, y los restos de aquellas formaciones quedaron en el espacio en forma de asteroides y cometas. Es posible que gran parte del agua de nuestros océanos y que las complejas moléculas que dieron origen a la vida en la Tierra procedan de los cometas. Mientras que los planetas, desde su creación, se han visto sometidos a transformaciones químicas, los cometas han mantenido una composición muy similar a la que tuvieron cuando se originó el Sistema Solar. Son una especie de fósiles en el pequeño rincón del universo que ocupamos y ofrecen una oportunidad excepcional para el estudio de su formación y desarrollo.

Las observaciones desde la Tierra, y las que han hecho las sondas espaciales, de la composición de los cometas, muestran que contienen carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Todos estos elementos se hallan en las moléculas orgánicas más complejas, como los ácidos nucleicos y los aminoácidos, esenciales para la formación de la vida. La idea de que fueron los cometas los responsables de aportar el agua y “sembrar” los elementos que dieron origen a la vida en nuestro planeta ha ido cobrando fuerza de forma progresiva con el tiempo en el mundo científico. El observatorio espacial Herschel, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), pudo comprobar que el agua del cometa Hartley era muy similar a la de la Tierra ¿Cómo es posible distinguir el agua de nuestros océanos de la que contiene un cometa? Las moléculas de agua tienen dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Los átomos de hidrógeno son muy simples, con un protón y un electrón. Hay un elemento, el deuterio, que tiene un electrón, pero que en su núcleo hay un protón y un neutrón. Químicamente es muy parecido al hidrógeno, pero es más pesado. Estos átomos se denominan isótopos. Dos átomos de deuterio se combinan igual con uno de oxígeno para formar lo que denominamos agua pesada. Nuestros océanos contienen esta clase de agua en una proporción determinada. Cuando se formó el universo, hace unos 13◦700 millones de años durante el big bang, se creó todo el hidrógeno y el deuterio del universo. Hoy, el agua de cada lugar contiene deuterio en cantidades diferentes, que dependen de las condiciones que caracterizaban el sitio en el que se formó. Así pues, comparando la tasa de deuterio en el agua de la Tierra con la de los cometas es posible determinar si su procedencia es la misma o no.

Los cometas tienen su origen en dos zonas del Sistema Solar muy distintas. Los que describen órbitas de corto periodo (menos de 200 años), suelen moverse en el plano de la eclíptica, al igual que los planetas, y su afelio (punto de la órbita más alejado del Sol) está en la región de los planetas exteriores (más allá de Júpiter). Estos cometas tienen su origen en el Disco Disperso: un anillo que se extiende a partir del cinturón de Kuiper que está a 30 UA del Sol. Los de mayor periodo y los que viajan siguiendo una trayectoria parabólica o hiperbólica, proceden normalmente de la nube de Oort. Se trata de una corteza esférica situada muy lejos de nuestra estrella, cuyo espesor se extiende de unos 2000 UA a 50◦000 UA de distancia, mil veces más alejada del Sol que la zona del Disco Disperso. Allí, el efecto gravitatorio de nuestra estrella es muy débil. En los confines del Sistema Solar otras estrellas y las galaxias próximas influyen en el movimiento de los cuerpos que los ocupan de un modo difícil de predecir. Los objetos celestes en la nube de Oort contienen gran cantidad de agua, metano, etano, monóxido de carbono, ácido cianhídrico y amoníaco. Se considera que esta nube es un resto del disco que dio origen a los planetas y que se formó alrededor del Sol hace 4600 millones de años. Algunos astrónomos opinan que los cuerpos del cinturón de Kuiper y el Disco Disperso también pasan a la nube de Oort y que las diferencias entre asteroides y cometas no son tan grandes como en un principio se creía.

Desde hace más de dos mil años los seres humanos han observado al cometa Halley, sin ni siquiera saber cómo se llamaba, porque fue Edmund Halley quién, en el siglo XVII, descubrió que describía orbitas alrededor del Sol y que tardaba unos 77 años en completarlas; a partir de entonces se convirtió en el cometa Halley. Sin embargo, no todos los cometas describen órbitas y los que lo hacen pueden tener periodos tan cortos como el cometa Encke (3,3 años) o tan largos como el del gran cometa de 1843 (515 años).

Tycho Brahe trató de calcular la distancia a la que pasó de la Tierra el gran cometa de 1577 y comprobó que ─mientras la ubicación aparente del objeto en el cielo era la misma visto desde su observatorio [cerca de Copenhague] que para otro astrónomo en Praga─ la de la Luna difería bastante. Esto le llevó a concluir que el cometa estaba del orden de tres veces más lejos que la Luna. Fue una aproximación bastante burda ya que en realidad se encontraba a unas 320 UA (unidad astronómica o distancia de la Tierra al Sol), según estimaríamos hoy a partir de las observaciones del propio Tycho Brahe. El famoso astrónomo danés todavía pensaba que el Sol giraba alrededor de la Tierra, igual que la Luna.

En 1744 otro fantástico cometa, el Klikenberg-Chéseaux, pudo contemplarse con el mismo brillo que Venus, y durante su perihelio (punto de la órbita más próximo al Sol) llegó a mostrar un abanico de seis colas. Los astrónomos ya habían observado otros cometas con múltiples colas, pero el de 1744 los desconcertó porque no se tenía noticia de ninguno con un número tan elevado. La explicación que se le ha dado a este fenómeno, en el caso del Klikenberg-Chéseaux, es la existencia de tres fuentes activas en el núcleo del cometa que, al rotar y enfrentarse al Sol, producen emisiones de forma secuencial.

En 1843, otro gran cometa exhibió al pasar cerca del Sol una larguísima cola cuya longitud era del orden de 2 UA. El 27 de febrero de aquel año podía contemplarse desde la Tierra durante el día. Nunca se había observado antes un cometa con una cola de semejante tamaño.

Durante estos últimos años, uno de los cometas más famosos fue Hale-Boop que se pudo contemplar desde la Tierra a simple vista durante un año y medio. Se hizo tristemente célebre cuando el grupo religioso Puerta del Cielo cometió un suicidio colectivo que afectó a 39 de sus miembros, convencidos de que tras el cometa viajaba una nave de extraterrestres en la que sus almas podrían embarcar para acceder a una vida superior. El trágico suceso ocurrió el 22 de marzo de 1997 cuando Hale-Boop se hallaba en el punto de su trayectoria más próximo a la Tierra.
A finales de noviembre de 2013, los astrónomos estuvieron pendientes de otro cometa, ISON, que terminó por desaparecer al acercarse a nuestra estrella. Cada vez que los cometas pasan cerca del Sol, se gastan, pierden materiales ligeros y brillo y con el tiempo terminan por convertirse en asteroides.

Este año, otro cometa está siendo objeto de especial atención por parte de la comunidad científica y el público en general. Se llama 67P/Churyumov-Gerasimenko.

En 1969 Klim Ivanovych Churyumov, del Observatorio Astronómico de Kiev, mientras examinaba una fotografía de un cometa (Comas Solá) hecha por Svetlana Ivanovna Gerasimenko, encontró una mancha en la placa. En principio pensó que era parte de la cola del objeto celeste. Poco después pudo constatar que se trataba de otro cometa distinto. Como es habitual, el recién descubierto objeto celeste recibió el nombre de sus descubridores. Sin embargo, los astrónomos Churyumov y Gerasimenko no podían imaginar, hace 35 años, que se harían mundialmente famosos gracias a una nave espacial que llevaría el nombre de la piedra que utilizó Champollion para descifrar la escritura jeroglífica egipcia, Rosetta, porque su misión sería la de desentrañar los secretos mejor guardados de los cometas.

En 2004, Rosetta, un un artefacto espacial de la Agencia Europea del Espacio, recibió el encargo de viajar hasta el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko para llevar a cabo una exploración única en la historia de los viajes espaciales. La nave llevaría a bordo un robot, Philae, capaz de posarse sobre la superficie del cometa. Precisamente fue en la isla egipcia de Philae donde los soldados de Napoleón encontraron la piedra Rosetta.

Rosetta lleva viajando por el Sistema Solar, con su robot Philae a bordo, más de diez años. Se ha adentrado en el espacio profundo, ha orbitado casi cuatro veces alrededor del Sol y para seguir su trayectoria se ha tenido que apoyar en las fuerzas gravitatorias de otros planetas. En junio de 2011 todos sus sistemas se hibernaron para ahorrar energía y así permanecieron cerca de dos años y medio hasta el 20 de enero de este año. Ese día, el despertador automático a bordo de Rosetta los reactivó y envió una señal: «Hola Tierra». A partir de ese momento, Rosetta, inició la aproximación final a su objetivo. En junio estaba a 430°000 kilómetros del cometa y en agosto lo alcanzó. Desde entonces, Rosetta ha descrito órbitas triangulares alrededor del objeto celeste para determinar en qué punto de su superficie deberá aterrizar Philae. Cuando lo seleccionó le pusieron un nombre: ̕sitio J̕. Sin embargo, la ESA decidió organizar un concurso para rebautizarlo y desde el 16 al 22 de octubre recibió 8°000 propuestas de 135 países con designaciones para ese lugar. La ganadora fue Agilkia que es el topónimo de la isla del Nilo a la que se trasladaron los antiguos monumentos egipcios ─incluyendo el templo de Isis─ que ocupaban la isla de Philae cuando esta se inundó debido a la construcción de la presa de Asuán.
El aterrizaje del robot Philae en el lugar denominado Agilkia del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, está previsto para dentro de unos días: el 12 de noviembre.

Philae lleva 10 instrumentos que le permitirán estudiar el material de la superficie y el interior del cometa y cómo se altera conforme la temperatura aumenta al acercarse al Sol. Dispone de un sistema de perforación para obtener muestras a 23 centímetros de profundidad que podrán ser analizadas por los espectrómetros para determinar su composición química; también cuenta con otros instrumentos para medir la resistencia, densidad, textura, porosidad, características del hielo y propiedades térmicas de los compuestos de la superficie.

Rosetta no es la primera nave espacial que aportará información sobre los cometas. Giotto, Stardust y Deep Impact ya lo han hecho. Giotto, el pintor del medievo que representó en sus lienzos a la Estrella de Belén, fue el nombre con que se bautizó a la primera sonda espacial que se aproximó a dos cometas: el Halley en 1986 (596 kilómetros) y el Grigg-Skjellerup en 1992 (200 kilómetros). Stardust, partió de la Tierra el 7 de febrero de 1999, recogió muestras de la coma del cometa Wild 2, la cápsula de retorno llegó a la Tierra el 15 de enero de 2006, y la nave principal continuó la misión hasta interceptar otro cometa, Tempel 1, en 2011. Deep Impact envió un objeto pesado contra Tempel 1, en 2005, para provocar un cráter en la superficie del cometa y estudiar su composición. El impacto contra el cuerpo celeste produjo una nube de polvo, más grande de lo que se esperaba, que ocultó la vista del cráter.

Aunque Rosetta no es la primera nave que estudia un cometa, es la que cuenta con el equipo más sofisticado, y la primera que lleva un robot capaz de permanecer sobre la superficie del cuerpo celeste durante meses. En un principio, incluso se pensó que la nave regresara a la Tierra con muestras del asteroide, pero el proyecto tuvo que abandonarse al resultar excesivamente costoso. Aun así la Agencia Europea del Espacio estima que la misión incurrirá en un gasto de unos 1300 millones de euros, en su defensa argumenta que es la mitad de lo que cuesta un submarino moderno o el precio de 3 aviones Airbus 380, incluso dice que si no hubiera habido físicos interesados en el estudio de las partículas tampoco se habría desarrollado internet.