El primer hombre que voló más rápido que el sonido, Chuck Yeager, dijo que los astronautas, antes de sentarse en el asiento de su cápsula espacial, tendrían que limpiar las cagadas de los monos. Y es que cuando la National Aeronautics and Space Administration (NASA) abrió el periodo de presentación de candidaturas para elegir los primeros astronautas estadounidenses (programa Mercury 7), no todos los pilotos de la Fuerza Aérea de aquel país creían que el trabajo merecía la pena. Los primeros experimentos con seres vivos en el espacio se habían hecho con monos y no con muy buenos resultados. Una pareja de ellos, Able y Miss Baker, fueron los primeros en regresar sanos y salvos a la Tierra de su viaje al espacio, el 28 de mayo de 1959, después de soportar una aceleración de 38 g. Para muchos pilotos, altamente cualificados, como Yeager, dentro de una cápsula espacial un hombre no tenía mucho qué hacer. La visión de que los hombres a bordo de las primeras naves espaciales no eran sino un estorbo la compartía una gran cantidad de técnicos y científicos estadounidenses que trabajaban en los incipientes proyectos espaciales.
Sin embargo, la opinión pública tenía otros punto de vista y los técnicos tuvieron que cambiar de rumbo forzados por los políticos a quienes los arrastrarían los titulares de la prensa y el pesimismo que cundió entre la ciudadanía del país, del llamado ‘mundo libre’, que lideraba la investigación espacial, cuando los soviéticos se situaron a la cabeza de una carrera recién inventada.
Todo empezó el 4 de octubre de 1957 el día que las estaciones de radio del mundo entero detectaron una extraña señal procedente del espacio: era Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, que acababan de lanzar los rusos. Pesaba 83,6 kilogramos y los políticos soviéticos se vanagloriaban de la delantera que su país llevaba a las naciones ‘capitalistas’ en la conquista del espacio. Apenas habían podido reaccionar los estadounidenses cuando, el 3 de noviembre de ese mismo año, el Sputnik 2 empezó a orbitar alrededor de la Tierra con una perra a bordo (Laika).
Los técnicos espaciales norteamericanos no tuvieron suerte, porque el cohete Vanguard apenas se elevó unos metros del suelo en Cabo Cañaveral antes de explotar, el 6 de diciembre de 1957. Lo que no llegó a ser el primer satélite estadounidense se quedó en tierra, sin sufrir demasiados daños: era una modesta carga de 1,3 kilogramos de peso, muy liviana en comparación con los Sputnik.
Así terminó el año 1957.
Estados Unidos logró poner en órbita su primer satélite el 31 de enero de 1958, el Explorer 1, que pesaba 13,9 kg propulsado por un cohete del Ejército (Juno)─ una variante de un misil de largo alcance. Fue un proyecto que se llevó a cabo con urgencia para responder a los soviéticos y tranquilizar a la opinión pública del país.
El presidente del gobierno de Estados Unidos, general Dwight Einsenhower, llegó a la conclusión de que el desarrollo de los proyectos espaciales era una tarea urgente y debía de asignarse a una organización civil. El 1 de octubre de 1958 creó la NASA y puso al frente de la agencia espacial al doctor T. Keith Glennan a quien otorgó un mandato suficientemente amplio con el objetivo primordial de arrebatar el liderazgo a los soviéticos en la recién iniciada carrera espacial. Glennan y su equipo sabían que el programa espacial soviético estaba diseñado para conseguir, lo antes posible, que un astronauta ruso orbitase alrededor de la Tierra. La cuestión no era si el hombre en el espacio tenía o no sentido desde un punto de vista científico y económico; se trataba de un asunto emocional: sin personajes no hay historia y a los humanos correspondía escribir los capítulos de la historia del espacio y no a los robots, ni siquiera a los perros o a los chimpancés. Sin el apoyo de la opinión pública los políticos no aprobarían presupuestos y el desarrollo espacial no iría a ninguna parte.
La NASA solicitó candidatos para cubrir 7 puestos de astronauta, los primeros del país. Los interesados debían poseer un alto nivel intelectual, capacidad para trabajar solos y en equipo, 1500 horas de vuelo, licencia de piloto de reactor, formación universitaria, menos de 40 años, no medir más de 1,8 m ni pesar más de 82 kg (las cápsulas espaciales no eran muy grandes) y unas condiciones físicas excepcionales. De 500 solicitantes, en un principio, la lista de participantes en las pruebas finales se redujo a 18. De este grupo se seleccionaron a los 7 del programa Mercury: Alan Shepard, Gus Grissom, John Glenn, Scott Carpenter, Wally Schirra, Gordon Cooper, y Deke Slayton. El 9 de abril de 1959, la NASA presentó en público a sus héroes del espacio: hombres blancos, de clase media, protestantes, con el pelo cortado al estilo militar, casados con esposas oficialmente muy orgullosas de la carrera de sus maridos que aplaudían, sufrían y esperaban. El requisito de que fueran pilotos de reactores limitó las candidaturas a militares de la Fuerza Aérea que forzosamente tenían que ser varones ya que a las mujeres no les estaba permitido acceder a dichos puestos.
El general Donald Flickinger y el doctor Randolph Lovelace II habían diseñado el programa de pruebas médicas que tenían que pasar los astronautas. Lovelace era el presidente del Comité de Ciencias de la Vida de la NASA, al que también pertenecía el general, y dirigía la Fundación Lovelace, en Albuquerque, donde los candidatos realizaron el primer paquete de pruebas. Con este primer paquete se trataba de medir la capacidad física de los potenciales astronautas para soportar el entorno en el que supuestamente se desenvolvería su misión espacial. El programa incluía dos paquetes más de pruebas que se efectuaron en el Laboratorio de Medicina Aeronáutica del Centro de Desarrollo Aéreo Wright, en la base Wright-Patterson, en Dayton (Ohio). En estos últimos ensayos se evaluó la respuesta de los futuros astronautas a situaciones de aislamiento y estrés, así como su capacidad para soportar aceleraciones, carencia de oxígeno e ingravidez.
En aquel momento Lovelace y Flickinger se planteaban la conveniencia de evaluar a las mujeres como futuras astronautas. Según ellos, las mujeres ofrecían tres ventajas para este trabajo con respecto a los hombres. La primera era el peso corporal, que a su vez exigía transportar menos oxígeno y alimentos; la segunda, la menor propensión a sufrir accidentes cardiovasculares; la tercera, que sus órganos sexuales gozaban de una mejor protección natural contra las radiaciones. Los dos sabían que sus planteamientos, hechos desde una perspectiva mecanicista, chocaban frontalmente con la cultura machista de una época en la que para alquilar un coche, en su país, una mujer necesitaba el permiso paterno o del marido. El propio jefe de la base aérea Wright-Patterson había hecho aseveraciones según las cuales la eficiencia de las mujeres en la gestión de procesos, sometidas a estrés, era del orden del 85% de la de los hombres, sin especificar de dónde había salido aquel número mágico. El pensamiento dominante en la sociedad concluía, sin prueba alguna, que la mujer estaba peor dotada para el oficio de astronauta que el hombre. Lovelace y Flickinger eran conscientes de que necesitarían hacer las mismas pruebas, que habían soportado los astronautas masculinos, para determinar el nivel de cualificación de las mujeres.
En verano de 1959 Flickinger y Lovelace viajaron a Moscú para participar en un congreso internacional de medicina aeroespacial. Allí pudieron constatar que más de la mitad de los médicos eran mujeres y también que los soviéticos tenían planes concretos para lanzar al espacio una astronauta. Cuando regresaron a Estados Unidos los dos llegaron a la conclusión de que debían acelerar la puesta en marcha de un programa para someter a un grupo de mujeres a las mismas pruebas que ellos habían diseñado para los astronautas del programa Mercury 7. Sin embargo, sus proyectos se verían entorpecidos por otras causas que, aparentemente, podrían favorecerlos.
Una de las aviadoras más famosas de Estados Unidos, Ruth Nichols, mientras Flickinger y Lovelace estaban en Moscú, había realizado alguna de las pruebas de los astronautas en la base aérea de Wright-Patterson. A veces las aviadoras de moda del país irrumpían en centros de la Fuerza Aérea para volar aviones militares o probar los simuladores. Eran gestos hacia la galería, propiciados por los expertos en comunicación de la organización militar, con los que se publicitaban en las principales revistas del país. Ruth Nichols fue la primera mujer en conseguir una licencia de hidroavión, tenía records de distancia, altura y velocidad con aviones pesados, era muy famosa y contaba con el apoyo de su hermano: el coronel Erickson, Nick, Nichols de la Fuerza Aérea. Además, Ruth fue amiga de Amelia Earhart, de Charles Lindbergh y de Jackie Cochran y disfrutaba de una magnífica situación económica; solía decir que cuando los aviones se movían mucho ella tomaba sándwiches de caviar contra el mareo. Después de realizar algunas pruebas en el establecimiento militar dijo que lo peor de todo había sido la cámara negra: un habitáculo de 10×12 pies, oscuro e insonorizado, en el que los astronautas habían permanecido durante horas, y donde se evaluaba su capacidad de soportar aislamiento y monotonía. Pero lo peor fue el debate y la escandalera que Ruth organizó al dar por finalizadas las pruebas. Pidió en público a la NASA y la Fuerza Aérea que incorporase mujeres al programa de vuelos espaciales. La respuesta fue contundente porque según los militares la medicina aeronáutica no tenía ningún conocimiento ni experiencia sobre el comportamiento del cuerpo de la mujer y necesitarían décadas para acumular el nivel de información que ya se tenía del hombre. Los trajes presurizados estaban diseñados para los hombres, modificarlos sería muy complicado. El coste de incorporar a las mujeres era prohibitivo. El coronel John Stapp, jefe de la base Wright-Patterson en Dayton, aportó la teoría del 85% de eficiencia sicológica de la mujer con respecto al hombre, lo que resultaría un argumento muy convincente para los ya convencidos de la inferioridad femenina. Pero Ruth Nichols siguió abogando por la incorporación de la mujer al proyecto espacial lo que terminaría por incomodar a la Fuerza Aérea.
En septiembre de 1959 Randy Lovelace y Don Flikinger participaron en una reunión de la Asociación de la Fuerza Aérea en Miami. Allí conocieron a otra aviadora famosa, Jerrie Cobb, que trabajaba para la empresa Aero Design and Engineering Company de Oklahoma. Jerrie era hija de un piloto de la Fuerza Aérea, había aprendido a volar cuando tenía 12 años y a los 21 se dedicaba a entregar bombarderos y aviones pesados a las fuerzas aéreas extranjeras. En su palmarés figuraban records de distancia, altura y velocidad y aquel año la revista Life la incluyó en la lista de los 100 estadounidenses más influentes del país. Los dos miembros del comité asesor de la NASA y diseñadores de las pruebas médicas del programa Mercury 7 llegaron a la conclusión de que tenían ante sus ojos a la persona que buscaban. Le propusieron que realizara las pruebas de los astronautas, ella sería la primera de un grupo de mujeres. Jerrie aceptó entusiasmada.
Los problemas los tendría Donald Flikinger al regresar a la base aérea de Dayton en otoño. La oposición de la Fuerza Aérea a su proyecto, de efectuar las mismas pruebas a que se habían sometido los astronautas con un grupo de mujeres, era mucho mayor de lo que él pensó en un principio. Donald y Randy Lovelace le habían propuesto a Jerrie que después que ella superase los ensayos los efectuarían con un grupo de mujeres y la invitaron para que empezara a buscar posibles candidatas que le seguirían. Jerrie envió al general los nombres de 7 mujeres piloto y el militar añadió a la lista otras 8; uno de los requisitos que impuso Don fue que no sobrepasaran los 35 años de edad. Sin embargo, la impenetrable testarudez del mando de la Fuerza Aérea obligó a Don Flikinger a cancelar el programa de ensayos con mujeres en las instalaciones de la base aérea de Dayton. Aún no habían empezado y, el 7 de diciembre de 1959, Jerrie Cobb recibió una carta del general en la que le comunicaba que su proyecto no seguiría adelante.
Pero Flickinger no se rindió, habló con Randy Lovelace y encontraron una solución al problema. Lo que en principio podía haber sido un programa oficial apadrinado por la Fuerza Aérea lo reconvertirían en una iniciativa de investigación civil que luego tratarían de introducir en el mundo oficial de la NASA, cuando tuvieran resultados.
W. Randolph Lovelace II era sobrino del doctor Lovelace, fundador de la clínica que llevaba su nombre. Randy había estudiado Medicina en la Harvard Medical School y después de graduarse, en 1934, trabajó como investigador en la clínica Mayo. Allí, junto con el doctor Arthur H. Bulbulian, inventó una máscara para suministrar oxígeno a los pilotos en misiones de vuelo a gran altura. El equipo que desarrolló el invento recibiría el premio Collier del año 1939. Durante la II Guerra Mundial continuó con sus actividades de investigación en el Laboratorio de Medicina Aeronáutica de la Fuerza Aérea en Dayton (Ohio), donde realizó saltos con paracaídas desde alturas muy elevadas. Una vez finalizada la guerra volvió a incorporarse a la clínica Mayo, como cirujano. Dos de sus hijos fallecerían víctimas de la polio y fue entonces cuando decidió regresar con su mujer a Albuquerque. Allí se incorporó a la clínica familiar y creó, con su tío, la fundación Lovelace. Dicha fundación realizaba muchos trabajos de investigación para el Gobierno y fue la que recibiría el encargo de realizar las pruebas médicas, correspondientes al primer paquete, de los astronautas de la NASA.
Tras un análisis de la situación, Flikinger y Randy, decidieron que la Fundación Lovelace podía, a título privado, realizar las mismas pruebas a que se habían sometido los astronautas del Mercury 7, con un grupo de mujeres. Empezarían con Jerrie Cobb y, si ella las pasaba, seguirían adelante.
A Jerrie el plan le seguiría pareciendo igual de bien y el 14 de febrero de 1960 se presentó en Albuquerque con la intención de hospedarse en el Bird of Paradise Motel donde permanecería una semana mientras efectuaba las pruebas médicas en la Fundación. El motel no era especialmente lujoso y su mérito principal era la proximidad a la Fundación; allí le esperaban unas 75 pruebas que de forma exhaustiva evaluarían el funcionamiento de su organismo.
El primer día, antes de comer, tomaron nota de su historial médico y le hicieron hemogramas y análisis serológicos; determinaron sus niveles de colesterol y glucosa en sangre, factor RH y velocidad de sedimentación; la sometieron a pruebas hepáticas, tiroideas; analizaron su orina registraron la actividad eléctrica de su corazón. Por la tarde, después de un ligero almuerzo, le examinaron el recto, tomaron varias placas de rayos X de distintas partes de su organismo y le hicieron un vectocardiograma.
Al día siguiente, martes, determinaron la densidad de su cuerpo sumergiéndola en agua y la sometieron a una prueba en la que, tumbada horizontalmente sobre una tabla, la inclinaban unos 65 grados para después llevarla otra vez a la posición horizontal, al tiempo que varios sensores registraban el valor de la presión arterial en distintas partes de su organismo. Con ello pretendían evaluar su resistencia y comportamiento en situaciones en las que podía producirse hipotensión ortostática. Jerrie no se mareó, aunque estuvo preocupada por la sujeción a la tabla y temió caerse en cualquier momento.
Los ensayos continuarían con análisis gástricos, evaluación de su visión nocturna, percepción de profundidad y tonometría, determinaron su forma física sometiéndola a un intenso pedaleo en una bicicleta estática y la realización de maniobras de Valsalva, con la nariz tapada, soplando durante 15 segundos con todas sus fuerzas contra una columna de 50 mm de mercurio.
El jueves por la mañana voló al centro de Los Alamos donde, en un sótano, la metieron en un pequeño cilindro que a su vez se acoplaba en un gran cilindro para determinar, mediante la radiación, la cantidad de potasio de su cuerpo y calcular la masa libre de grasa y la grasa total.
El test más desagradable de todos fue el que le hizo el doctor Kilgore para evaluar su respuesta al mareo. Con un oído mirando al techo le introdujeron una jeringuilla muy larga que hacía gotear agua fría (a 10 grados centígrados) sobre su tímpano. Entonces las luces empezaban a dar vueltas y perdía la sensación de equilibrio. Al poco rato, en sus ojos aparecía el nistagmo (oscilación de los globos oculares) y los médicos estudiaban el tiempo que tardaba en hacerse notar y sus características.
Una noche, el doctor que coordinaba las pruebas ─ Lovelace estaba fuera de Albuquerque por cuestiones profesionales─ la invitó a cenar en su casa; fue el mejor rato que pasó durante aquella larguísima semana. Sin embargo, para Jerrie Cobb la experiencia valió la pena desde el momento en que el último día le dijeron que había superado las pruebas y que sus resultados eran equiparables a los que habían registrado en los ensayos de los astronautas del Mercury 7; de hecho, figuraban en la banda superior.
Jerrie Cobb pensó que estaba capacitada para realizar misiones de astronauta y solicitó permiso para efectuar las pruebas de los astronautas en el centro de medicina aeronáutica en la base Wright-Patterson. Era el mismo lugar, las mismas instalaciones que había usado Ruth Nichols durante el verano anterior. La respuesta fue tan educada como firme y negativa. Lo que más le molestó a Jerrie fue que el firmante de la carta era el departamento de relaciones públicas lo cual daba a entender que aquellos asuntos, para los militares, no trascendían de la esfera publicitaria y que jamás se habían tomado mínimamente en serio la posibilidad de aceptar una mujer piloto en su plantilla.
La joven piloto no se desanimó y buscó otras posibilidades para seguir adelante con su programa de formación y evaluación como astronauta. La NASA contaba con un centro de investigación, el Lewis, en Cleveland (Ohio), en donde disponían de un simulador muy sofisticado: Multi Axis Space Test Inertia Facility (MASTIF). Este aparato, ligado a un giróscopo, era capaz de inducir giros según tres ejes de forma simultánea, lo cual generaba una situación caótica para la persona que se viera sometida a este movimiento, posible en una cápsula espacial. El piloto, sujeto con arneses, disponía de dos controles en sus manos, con los que podía alterar los movimientos de giro. Con la máquina girando sobre sus tres ejes (a 30 revoluciones por minuto) a la vez y el ‘astronauta’ a bordo, este tenía que maniobrar hasta detener los giros.
Durante los primeros años, el nivel de coordinación entre los distintos departamentos de la NASA y el Gobierno no estaba aún muy bien desarrollado por lo que Jerrie consiguió autorización para realizar pruebas de simulación de vuelo en el MASTIF. Al cabo de 45 minutos logró detener el movimiento.
Lovelace y Jerrie Cobb diseñaron un plan para abordar a los medios de forma coordinada. El médico haría públicos los resultados de las pruebas de Jerrie, en la Fundación Lovelace, durante una convención internacional que se celebraba en Estocolmo en el mes de agosto. Jerrie aún trataría de mantenerse oculta hasta la publicación de un extenso reportaje que ya habían concertado con la revista Life, en el que aparecerían fotos suyas haciendo las pruebas en Albuquerque. Pero cuando el doctor Lovelace desveló en Suecia, el 19 de agosto de 1960, que una mujer había pasado las mismas pruebas que los astronautas del Mercury 7 en Albuquerque, los periodistas llamaron a casa de Jerrie en Oklahoma, y la persiguieron por todo el mundo hasta encontrarla en Nueva York, adonde se había desplazado para hacer presentaciones de los nuevos productos de su empresa. La prensa, en Suecia, le otorgaría el título de “primera astronauta estadounidense”.
Jerrie Cobb se presentó ante la opinión pública como una candidata al puesto de astronauta, completamente viable, con la intención de que la gente apoyara su causa y la NASA cediera ante las presiones y abriese un proceso de selección de astronautas femeninos. La piloto empezó a tomarse muy en serio las cuestiones relacionadas con los medios y contrató una agencia para que le confeccionara un informe periódico con todos los recortes de prensa que hacían referencia a su persona.
De otra parte, Lovelace, sabía que la NASA no se dejaría persuadir por los resultados de una mujer, que podrían ser excepcionales; no la convencería sin datos de un grupo de mujeres y pidió ayuda a Jerrie para identificar pilotos que estuvieran dispuestas a someterse a las mismas pruebas que había pasado ella. Deberían contar con más de 1000 horas de vuelo y no haber cumplido los 35 años. Jerrie dedicó muchas horas a la revisión de los ficheros de la organización internacional Ninety-Nines de mujeres piloto (fundada en 1929 por Amelia Earhart y 99 pilotos más) y el estudio de los perfiles de las candidatas preseleccionadas. Durante varios meses analizó un total de 782 mujeres.
En noviembre de 1960, mientras Jerrie confeccionaba una lista de candidatas y Lovelace preparaba la logística de las pruebas en Albuquerque, ocurrieron un par de acontecimientos importantes. El primero fue la elección, como presidente de Estados Unidos, de John F. Kennedy, en un momento de desconcierto político y aeroespacial en el país. El año anterior la NASA había seleccionado a los futuros astronautas, pero hasta la fecha el cúmulo de fallos en sus cohetes hacían que la opinión pública cuestionase su capacidad técnica. El segundo fue la brusca irrupción de Jackie Cochran en el programa de la fundación Lovelace que había recibido el nombre de Woman in Space.
Jackie Cochran era en aquél momento la aviadora más importante e influyente de Estados Unidos. Casada con un hombre que poseía una de las primeras fortunas del país, Floyd Odlum, su poder trascendía los límites aeronáuticos y tenía acceso a los círculos militares, políticos y económicos, más influyentes de la sociedad estadounidense. En su palmarés acumulaba un número apabullante de records de velocidad, distancia y altura, durante la II Guerra Mundial había creado y dirigido la Women Airforce Service Pilot (WASP) cuya misión era la de transportar aviones militares en Estados Unidos ─tarea asignada a las mujeres piloto de la organización─ y liberar así a los pilotos de la Fuerza Aérea para que realizaran misiones en la primera línea de combate. En 1953, con el apoyo de Chuck Yeager, Cochran se convirtió en la primera mujer que cruzó la barrera del sonido. Jackie había cumplido los 54 años, pero seguía siendo ambiciosa y poseía un carácter muy fuerte. Además, mantenía una excelente relación con Randy Lovelace y su esposa desde hacía muchos años ─era madrina de una de sus hijas─ y su marido, Odlum, presidía el comité de consejeros de la fundación de Albuquerque desde el año 1947. Floyd y Jackie contribuían generosamente con sus donaciones al desarrollo de la Fundación.
Aunque Cochran estaba muy ocupada, la aparición en la prensa de las noticias relacionadas con Jerrie Cobb atrajeron su atención y se presentó en Albuquerque para decirle a Lovelace que la nombrase su asesora personal para aquellos asuntos. Inmediatamente se ofreció a contribuir con 18°700 dólares para cubrir los gastos de manutención estancia y viajes de las mujeres que participaran en las pruebas que se harían en Albuquerque. Jackie envió a su amigo Randy una carta con algunas sugerencias relacionadas con las candidatas, la selección y los procesos asociados con el programa Woman in Space. Su experiencia en WASP le decía que las mejores pilotos eran jóvenes de 20 a 23 años, que quizá debería aumentar el número de participantes porque entre las mujeres solía haber muchas bajas, especialmente si contraían matrimonio, también le sugirió que convendría reducir la exigencia de 1000 horas de vuelo, difíciles de acumular para una mujer. Se extendió mucho en el rol de Jerrie Cobb y junto con la carta le envió artículos en los que aparecían sus declaraciones. Insistió en que su protagonismo era excesivo y que convendría que ninguna mujer del grupo se destacara. También pidió a Lovelace que la copiara en su correspondencia con las candidatas. Lovelace no modificó el número del grupo ni rebajó las horas de vuelo exigibles. La realidad era bien distinta a lo que predecía Cochran porque las mujeres piloto, que se ganaban la vida como instructoras de vuelo, en competiciones aéreas, en el servicio forestal, o que disponían de medios suficientes para pilotar su propio avión, acumulaban más horas que los pilotos de la Fuerza Aérea, aunque no tuvieran experiencia en reactores.
La participación de Cochran en la selección de candidatas no fue decisiva; de las 24 que recibieron la carta de invitación de Lovelace, 18 decidieron incorporarse al grupo que se sometería a las pruebas. De esas 18, un total de 13 las superaron, en un proceso que se alargó unos siete meses a partir de enero de 1961. A la fundación acudían solas, durante una semana, o como mucho coincidía un par de candidatas, de forma que entre ellas apenas llegaron a conocerse. La semana de pruebas en la fundación era muy dura; ni siquiera se les invitaba a una cena de cortesía como habían hecho con Jerrie. Cuando eran dos, la estancia en el Bird of Paradise Motel se les hacía más llevadera. Se les exigió que guardaran el mayor secreto posible y se les advirtió que se trataba de una iniciativa privada de carácter científico, aunque muchas creían que si pasaban las pruebas su inclusión como astronautas en la NASA estaba asegurada.
Las 12 seleccionadas, además de Jerrie Cob, configuraban un grupo diverso y heterogéneo. Las gemelas Janet y Marion Dietrich, de 34 años, se habían graduado por la Universidad de Berkeley, California; Janet contaba con 8000 horas de vuelo y su hermana además de pilotar también trabajaba como periodista. Bernice, Bea, Steadman era dueña de un centro de operaciones de vuelo en Michigan. Jean Hixson de 37 años, quizá fuese la más experta del grupo ya que formó parte del WASP durante la guerra; había pilotado aeronaves de muchos tipos y trabajaba como instructora en Akron (Ohio). Myrtle Cagle, enfermera, con 4300 horas de vuelo, era instructora de vuelo en Macon (Georgia). Sarah Gorelick, trabajaba como ingeniera en AT&T. Rhea Hurrle era piloto en una pequeña empresa de ingeniería que también vendía aviones en Houston; fue una de las que logró las mejores calificaciones durante las pruebas. Janey Hart, casada con un senador de Michigan, pertenecía a una acaudalada familia. Jerri Sloan, trabajaba en un contrato secreto con la empresa Texas Instruments para efectuar los vuelos de prueba de un avanzado sistema de radar de seguimiento del terreno en Dallas. Gene Nora Stumbough, era instructora de vuelo en la Universidad de Oklahoma. Irene Leverton, contaba con más de 9000 horas de vuelo cuando se incorporó al proyecto. Wally Funk, de Taos (Nuevo México), volaba desde que cumplió los 20 años y era la única representante del Estado en el que se realizaron las pruebas médicas.
Este conjunto de mujeres, caracterizado por su gran interés por la aviación, jamás tomó conciencia de grupo y sus miembros no llegaron a reunirse durante el tiempo que duró el programa Woman in Space. Las cartas de invitación para participar en el proyecto las firmó el médico y las recibieron por sorpresa, en casi todos los casos. Con la irrupción de Cochran en el proyecto las participantes no sabían quién era la responsable del grupo y muchas ni siquiera sospechaban la rivalidad existente entre Jerrie y Jackie, aunque otras tuvieron constancia de la misma. En una conferencia en Dallas, en la que participó Jerri Sloan como representante local de la asociación Ninety-Nines, Cochran hizo declaraciones ─en relación con las pilotos de la WASP─ que dejaban en mal lugar a los veteranos de la Fuerza Aérea. A Jerri le molestó la actitud, prepotente, de Cochran y le espetó que no volvería a sentarse con ella en ningún foro de cara al público. La conversación entre ambas fue bastante tensa y Cochran le insinuó que el futuro de Jerri en Woman in Space estaba en sus manos a lo que ella contestó que Jerrie Cobb ya le había confirmado su participación. Cochran, muy airada, le dijo que ella era quien mandaba en aquel programa, no Jerrie Cobb.
Para limar asperezas Cochran invitó a Cobb a su rancho de California, en Indio. En aquella vasta extensión de terreno, de unos 900 acres, Jackie sumergía a sus huéspedes en una apabullante demostración de poder en la que su figura presidía la tramoya de un escenario diseñado para realzarla. Cinco veces, Jerrie Cobb, rehusó las invitaciones que le hizo Jackie para que fuera a su rancho, lo que era un signo evidente del recelo que existía entre ambas.
Jerrie Cobb sabía que después de las pruebas médicas y el entrenamiento en el simulador de vuelo aún le faltaba realizar ensayos que evaluaran su capacidad para soportar el estrés y la monotonía. En el Oklahoma City Veterans Hospital trabajaba el doctor Jay Talmadge Shurley cuyo prestigio en el mundo de la siquiatría era incuestionable. El doctor había inventado un sistema alternativo al de la cámara oscura, que los astronautas utilizaron en la base Wright-Patterson, a juicio del médico mucho más eficaz y que constaba de un tanque circular en el que se sumergía a la persona que se deseaba someter a examen; se pretendía así crear un entorno silencioso, completamente oscuro y en el que tampoco se pudiera sentir ni siquiera la fuerza de la gravedad. A Shurley le resultó atractiva la idea de colaborar con Lovelace en el programa Woman in Space y entre los dos pergeñaron los exámenes siquiátricos para el grupo, divididos en dos paquetes.
Durante tres días Jerrie Cobb se sometió a las pruebas en el hospital de Shurley. Las del primer paquete eran las tradicionales: coeficiente intelectual, análisis de la personalidad, electroencefalogramas, entrevistas, manchas de Roschach, etc. Lo realmente original fue la prueba en el tanque aislado. Era un cilindro de unos 10 pies de diámetro por 8,5 de profundidad relleno de agua con sales de sulfato de magnesio y bolas de material plástico para aumentar la flotabilidad, a una temperatura de 34,2 grados centígrados (igual que la de la piel). El tanque estaba completamente aislado y oscuro de forma que en el interior del recinto ni se oía ni se veía absolutamente nada. El agua circulaba despacio para eliminar los residuos orgánicos y a las personas se les indicaba que no se reprimieran, durante el tiempo que duraba la prueba, si sentían la necesidad de orinar o defecar. Algunos individuos, que se habían sometido a la experiencia de flotar en el tanque, comentaban que podían escuchar el ruido de la apertura y cierre de las válvulas de su corazón. Jerrie Cobb logró permanecer 9 horas y 40 minutos en el tanque, un tiempo extraordinariamente largo ya que, de una muestra de centenares de personas que lo habían experimentado, se consideraba que seis horas era el límite absoluto de tolerancia.
En el mes de febrero de 1961, Jerrie Cobb coincidió con James Webb en un acto organizado por la cámara de Comercio de la ciudad de Oklahoma en el que se homenajeaba a los líderes de la industria aeroespacial. Webb había ocupado los puestos de director de Presupuestos y Secretario de Estado en el gabinete de Harry Truman. Ni Jerrie ni James Webb podían sospechar que el presidente Kennedy nombraría a este último administrador de la NASA pocos días después, el 14 de febrero de 1961. El joven presidente deseaba que la agencia espacial empezara a producir buenos resultados con mayor celeridad.
La situación política de la NASA se deterioraría ante la opinión pública estadounidense de forma alarmante el 12 de abril de 1961. Ese día, Yuri Gagarin orbitó alrededor de la Tierra en una nave espacial soviética. Horas después, Kennedy se dirigió a la nación para explicarle que «las cosas podrían empeorar antes de mejorar, llevará tiempo antes de que los alcancemos… Estamos, yo espero, yendo primero en otras áreas que traerán más beneficios a la humanidad. Pero aquí vamos detrás…» y terminó diciendo que «no veo que no ser los primeros en colocar un hombre en el espacio sea un signo de debilitamiento para el mundo libre».
Estados Unidos recogía el fruto de una política, muy razonable, en la que el gasto asociado al empleo de naves tripuladas en la investigación espacial no parecía tener ninguna justificación. Los soviéticos habían apostado por las misiones tripuladas y contaban con un extraordinario equipo técnico dirigido por Sergei Korolev, un ingeniero espacial con una capacidad extraordinaria para gestionar programas de tecnología avanzada y una visión del futuro poco común. Con el programa Mercury 7, Estados Unidos había tratado de corregir el rumbo, pero la velocidad de progreso era lenta. Los cohetes de la NASA explotaban en el aire, no acertaban el camino que los llevara al espacio, caían con demasiada frecuencia en las aguas del Atlántico y se habían convertido en el hazmerreír de la prensa. Para complicar aún más el panorama político del nuevo presidente, no había transcurrido una semana del éxito de Gagarin cuando un millar de cubanos rebeldes, entrenados, armados y asesorados por la inteligencia estadounidense (CIA) fueron derrotados y los supervivientes apresados en Bahía de Cochinos por las tropas del régimen comunista de Fidel Castro. El mundo entero se abalanzó contra Kennedy y su desastrosa política. El vicepresidente Johnson recibió el encargo de hacer llegar a la NASA la urgente necesidad que tenía el Gobierno de que su agencia espacial les proporcionara alguna buena noticia.
El 30 de abril de 1961, para reforzar su imagen pública y su posición en el programa Woman in Space de la fundación Lovelace, Jackie Cochran escribió un artículo en la revista Parade. Las primeras astronautas gemelas aparecían sonrientes, con cascos de piloto de reactor, en otra foto Jackie podía verse detrás de Janet ─que corría sobre una cinta─ con una tabla sujetapapeles fingiendo tomar notas. En su artículo, Cochran, daba a entender que el proyecto independiente de Lovelace podría transformarse en una iniciativa gubernamental, pero aún faltaban años, seis o siete, para que las mujeres fueran el espacio. Jackie invitaba, a todas las mujeres piloto que desearan participar a que se dirigieran a ella. Recibió muchas respuestas, pero solamente una, Myrtle Thompson Cagle de Macon (Georgia), fue admitida. Con la publicación de su artículo Jackie actuaba en contra de las sugerencias que ella misma había expuesto a Lovelace según las cuales debería prevalecer la discreción.
La NASA le proporcionaría un pequeño salvavidas al presidente Kennedy el 5 de mayo de 1961. Ese día Alan Shepard se convirtió en el primer astronauta norteamericano que viajó al espacio. Aunque en realidad efectuó un vuelo suborbital de 15 minutos de duración ─Gagarin había orbitado durante 108 minutos─ los políticos tratarían de sacarle al evento todo el partido que pudieron. El astronauta fue recibido en Estados Unidos como un héroe. Jerrie Cobb que se encontraba entonces en Nueva York fue entrevistada por la prensa, que sabía que ya hacía más de un año que había pasado las pruebas médicas en Albuquerque y podría convertirse en la primera astronauta del país. Cobb habló en sus entrevistas de las ventajas de las mujeres con respecto a los hombres en el desempeño del oficio espacial y comentó que un grupo de mujeres voluntarias, sin coste alguno para el Gobierno, estaba realizando pruebas médicas en Albuquerque. Incluso se atrevió a insinuar que si las mujeres asumían el rol de astronautas, los hombres quedarían libres para realizar las tareas de piloto militar que, al fin y al cabo, era para lo que el Gobierno los había entrenado.
En mayo de 1961 ocurrieron una serie de acontecimientos que determinarían el futuro del programa de Lovelace Woman in Space; unos tendrían lugar en el seno del proyecto y otros en la arena de los políticos.
Randy Lovelace encontró un lugar para que las participantes en el programa que dirigía realizaran pruebas en simuladores de vuelo. La U.S. Naval School of Aviation Medicine en Pensacola (Florida) aceptó prestar sus instalaciones para este propósito. Si Jerrie Cobb superaba las pruebas, la escuela naval las realizaría también con el resto de las participantes. Lovelace envió cartas a todas las que habían pasado los exámenes médicos para que se prepararan a viajar en junio a Pensacola. Jerrie Cobb sería la primera en acudir a la base naval, en el mes de mayo. Aquella vez, Randy no contactó con Cochran para informarle acerca de lo que estaban haciendo en el programa Woman in Space.
Antes de presentarse en Pensacola, Jerrie pasó unos días entrenando en casa de la escritora de la revista Life Jane Rieker en Nueva York. Tom Harris, su jefe en Aero Design, siempre le autorizó a disponer del tiempo necesario para trabajar en el programa de Woman in Space; sabía que la participación de Jerrie beneficiaba a su empresa.
Las pruebas en Pensacola tendrían una duración de 10 días y con ellas se trataba evaluar la capacidad de los participantes para actuar en situaciones de extrema aceleración, altitud y movimiento; también verificaban sus reacciones durante la evacuación de una cápsula sumergida en el agua y su resistencia para soportar una eyección automática desde la cabina de vuelo.
El primer día en Pensacola Jerrie tuvo que saltar una valla y correr. Para el test de altitud en la cámara de presión, a 60°000 pies de altura, necesitaba un traje presurizado, y todos le venían grandes por lo que tuvieron que ajustarle el más pequeño con arreglos de última hora. En la cámara y con el traje, soportó las condiciones de máxima altura y después simularon una caída libre. Uno de los ejercicios más molestos fue el vuelo, sentada en el asiento del copiloto de un Douglas Skyraider, en el que el piloto efectuaba las acrobacias más exigentes mientras a Jerrie ─ocho agujas y una cámara─ le grababan todas sus reacciones físicas y orgánicas. Y quizá el que le causó mayor intranquilidad fue el de la cápsula debajo del agua. Le advirtieron de que no sintiera pánico, que evitara que algo se enganchara, que se fijase en un objeto de referencia, que se dirigiera a la escotilla, que la abriera y que nadase hasta la superficie; así de sencillo. Jerrie consiguió salir a flote sin que los buceadores tuvieran que rescatarla, en el tiempo previsto. Otro mal trago lo pasó a bordo de una cabina controlada por un sistema de movimiento que giraba a 10 revoluciones por minuto y en cuyo interior ella recibía instrucciones para realizar tareas como activar interruptores, girar botones, o mover objetos de un sitio a otro, en un ambiente en el que su orientación espacial se veía seriamente afectada.
Al cabo de diez días, Jerrie Cobb, logró pasar todos los ejercicios y Lovelace comunicó al resto de las participantes que se preparase para las pruebas en Pensacola que tendrían lugar, en el mes de julio. También les informó que el grupo se reuniría por primera vez y tendrían la oportunidad de conocerse todas ellas. Lovelace sugirió que, después de los ejercicios en Pensacola, discutieran como grupo, la estrategia más adecuada a seguir con los medios.
Aquel mes de mayo de 1961 también resultaría crucial para el desarrollo futuro de la NASA y la actividad espacial en el mundo. La tarde en que el astronauta Shepard se paseó triunfalmente por la ciudad de Washington, Kennedy urdió lo que sería uno de los proyectos más importantes de su mandato. El vicepresidente Johnson había pedido a la NASA un informe detallado de sus proyectos y actividades y James Webb, después de trabajar con su equipo y obtener el visto bueno del Secretario de Defensa, Robert McNamara, se lo hizo llegar: «Resultados importantes en el espacio simbolizan el poder tecnológico y la capacidad organizativa de una nación…son los hombres, no las máquinas, en el espacio, lo que capta la atención de la gente». El 25 de mayo de 1961, John Kennedy expuso en el Congreso las necesidades urgentes de la nación: «Son tiempos extraordinarios y arrostramos retos extraordinarios…es la hora de una gran empresa americana nueva». El presidente pidió a «todos los científicos, ingenieros, técnicos, contratistas y empleados públicos» que apoyaran la carrera espacial: «Esta nación debería comprometerse a conseguir el objetivo, antes del final de esta década, de aterrizar un hombre en la Luna y traerlo sano y salvo a la Tierra. Ningún proyecto espacial en este periodo será más impresionante para la humanidad, o más importante para la exploración del espacio a largo plazo y ninguno será tan difícil y caro de conseguir». El presidente Kennedy trató de involucrar a todo su pueblo en el logro de un proyecto ambicioso, capaz de movilizar un amplio espectro de las gentes de un país que, por primera vez, después de la II Guerra Mundial veía amenazado su liderazgo.
Jerrie Cobb, nada más finalizar sus pruebas en Pensacola envió una carta al administrador de la NASA, James Webb, a la que acompañó con un artículo de un periódico con la noticia de que los rusos se preparaban para enviar una mujer al espacio. Cobb, que ya había superado las pruebas en Pensacola, se ofrecía como voluntaria para la misión, aunque tuviera que esperar diez años más, y estaba convencida de que una mujer americana en el espacio era la mejor prueba de la fiabilidad y seguridad de los valores de su país. Pocos días después de que Webb recibiera esta misiva, Jerrie y el administrador de la NASA coincidieron en una conferencia que se celebró en Tulsa (Oklahoma). No tuvieron mucho tiempo de hablar, pero al final del discurso que pronunció James, después del almuerzo ─dedicado en su mayor parte al vuelo de Shepard─ se dirigió a Jerrie Cobb para felicitarla por sus éxitos, por haber superado las pruebas de los astronautas, mostró su simpatía por la incorporación de la mujer a los vuelos espaciales y sorprendió, a la audiencia y a la propia Jerrie, con el anuncio de su nombramiento como consultora de la NASA. En aquellas jornadas, Lovelace haría público por primera vez que un grupo de mujeres piloto había completado la primera fase de pruebas, idénticas a las que tuvieron que superar los astronautas del programa Mercury 7. Jerrie Cobb apareció en las primeras páginas de la prensa fotografiada junto a una cápsula espacial Mercury, pulcramente vestida, con tacones y guantes blancos.
Cuando finalizó la conferencia de Tulsa, Jerrie viajó a París porque tenía programada la asistencia a una serie de actos en la Feria Aeronáutica. En la misma ciudad, con motivo de la celebración del mismo evento y en el mismo hotel, se encontraba Jackie Cochran que, desde hacía muy poco tiempo, ya se había enterado de las pruebas en Pensacola y la designación de Jerrie como colaboradora de la NASA. Furiosa, Jackie mantuvo varias conversaciones con su marido que fue quién envió una larga carta de protesta a Lovelace por todo lo que estaba ocurriendo de espaldas a su esposa en el programa Woman in Space. Jackie no sabía nada y ella, que era el rostro ante la opinión pública del proyecto, tuvo que pasar momentos embarazosos cuando los periodistas le hicieron algunas preguntas. El médico trató de recomponer la situación con excusas y dejando bien claro que él no controlaba a Jerrie, y más si contaba con el apoyo de Webb porque los dos tenían vínculos muy fuertes con Oklahoma. Lo que sí podía hacer Lovelace era retrasar otra vez las pruebas del grupo de participantes en Pensacola para acomodar el momento de su ejecución a la agenda de Jackie si es que ella deseaba estar presente.
A Lovelace le dio la impresión de que la tormenta había pasado. Odlum y Jackie se comprometieron a financiar la estancia de las participantes y los gastos de viaje en Pensacola que, ajenas a la disputa entre Jerrie y Jackie, les sorprendió recibir cartas de Jerrie, Jackie y Lovelace sobre el mismo asunto, con cambios de fechas casi en las vísperas.
Jackie trató, sin ningún éxito, de concertar una entrevista con Jerrie mientras las dos atendían la Feria Aeronáutica parisina y, a su regreso a Estados Unidos, mantuvo conversaciones con el almirante Robert Pirie, adjunto al Jefe Naval de Operaciones Aéreas de la Marina. Jackie lo haría partícipe de sus preocupaciones cuyo fundamento eran las prisas, la gestión y la escasa amplitud del proyecto ya que con un número tan reducido de participantes corrían el riesgo de perderlas a todas (por su experiencia en el WASP sabía que la tasa de abandono entre las mujeres era bastante elevado). El almirante solicitó a la NASA la confirmación oficial de que la agencia había solicitado las pruebas para las participantes del programa Woman in Space y James Webb tuvo que responder que su organización no habían intervenido en aquel asunto; sin una petición formal de la NASA el almirante dio la orden de suspenderlas.
Pocos antes del día previsto para el inicio de las pruebas en Pensacola, Lovelace envió una carta a todas las participantes notificándoles que el proyecto Woman in Space se cancelaba con carácter definitivo.
De nada servirían todas las gestiones que Jerrie Cobb realizó con la intención de recuperar el programa, de que la Fuerza Aérea y la Marina cambiaran de opinión, de que el Gobierno interviniese a su favor o de que fueran los políticos del Congreso quienes ayudaran al grupo de aviadoras que la gente empezaría a conocer con el nombre de Mercury 13. En marzo de 1962, Jane Hart y Jerrie Cobb se entrevistaron con el vicepresidente Lyndon Johnson que insistió en que el asunto estaba fuera de su alcance, en manos de la NASA. Tampoco los subcomités ni el comité del Congreso encargados de analizar este asunto las apoyaron después de escuchar a las partes implicadas, a los astronautas que declararon, como Glenn y Cooper, y a la propia Jackie Cochran que de algún modo prestaron apoyo a la posición gubernamental. Las protestas de Jerrie harían que la NASA le retirase el cargo o título de asesora, a finales de 1961.
Jackie Cochran apoyaría un programa de mujeres en el espacio, pero no aquel, en el que con toda seguridad perdería su posición de primera aviadora del país que recaería sobre la futura astronauta. Glenn y Cooper no veían ninguna ventaja inmediata en la incorporación de mujeres al programa espacial. Y los responsables de la ejecución de los proyectos trabajaban sometidos a la presión de tener que alcanzar a los soviéticos lo antes posible, sobrepasarlos y poner un hombre en la Luna antes de la siguiente década. De otra parte, las participantes en Woman in Space nunca actuaron como un grupo y la propia Jerrie desconocía cuáles eran sus opiniones.
Jerrie Cobb continuó su tarea de lobby hasta 1965. A partir de ese momento empezó a volar en el Amazonas en misiones humanitarias. En 1980 fue nominada para el premio Nobel de la Paz. Lovelace continuó trabajando para la NASA. Falleció en un accidente aéreo en 1965. Jackie Cochran fue nombrada consultora de la NASA en 1963. Siguió acumulando records en los años 60, escribió una autobiografía en la que aparece como la protagonista principal del programa Woman in Space y murió en 1980.
Los soviéticos consiguieron que la primera astronauta fuera la rusa Valentina Tereshkova, el 16 de junio de 1963, y los estadounidenses se demorarían en enviar una mujer al espacio veinte años (Sally Ride a bordo del Challenger el 18 de junio de 1983).
En 1995, 11 de las 13 mujeres del programa Woman in Space se reunieron para aplaudir a la astronauta Eileen Collins en el lanzamiento del transbordador espacial (STS-63). En 1999 volvieron a juntarse cuando Collins se convirtió en la primera mujer al mando de una lanzadera de la agencia espacial; la NASA dedicó esta misión (STS-93) a las mujeres pioneras de la aviación.