La duquesa Mary Russel

Mary Russel, condesa de Bedford, se interesó por la aviación cuando tenía 63 años. En 1929 compró un Fokker VII, al que bautizó con el nombre de Spider y organizó una expedición a la India de ocho días de duración. Acompañada de un antiguo piloto de la Royal Air Force (RAF), Charles Barnard, y un mecánico, despegó de Lympne y aterrizó en Karachi, desde donde regresó a Inglaterra. Fue un extraordinario viaje que duró ocho días. Barnard instruyó a la duquesa y al año siguiente voló sola por primera vez. El 10 de abril de 1930 partió de Lympne, con el Spider y la misma tripulación del año anterior, rumbo a la Ciudad del Cabo en Suráfrica. Tardaron diez días en alcanzar su destino, lo que los hizo acreedores de un nuevo récord. Durante 1934 y 1935, la condesa efectuó numerosos vuelos desde el Reino Unido al continente africano, acompañada de un copiloto, con un avión Havilland Push Moth.

Aquella pasión tardía por la aeronáutica fue la última de una vida que rompió con las estrictas normas victorianas y entregada al desempeño de labores poco habituales entre la mayoría de las mujeres de su época. Mary Russel se casó a principios de 1888, cuando tenía 22 años, con Lord Herband Russel que heredó pocos años después el ducado de Bedford al morir su hermano mayor. Su boda que se celebró en la India, donde estaban destinados sus padres y su futuro marido siete años mayor que ella y ayudante del virrey, la emparentó con la alta aristocracia inglesa. Los duques de Bedford poseían una espléndida casa solariega: Woburn Abbey. A los padres de su esposo les pareció que Mary no era la mujer adecuada para Herband dada su condición social. Los recién casados recorrieron la India, Egipto y parte de Europa en su viaje nupcial y al regresar al Reino Unido se fueron a vivir a Escocia. A finales de 1888 nació el que fue su único hijo. Su marido puso a disposición de la joven madre suficiente personal de servicio para que no tuviera que ocuparse en absoluto del pequeño. Su suegro Francis, el viejo conde, también cuidó de que Mary no ejerciera ninguna influencia en la educación de su nieto. Apartada de las tareas asociadas a la crianza de su hijo y del cuidado de la casa, rodeada de lujos y comodidades, Mary liberó su extraordinaria energía con la realización de actividades poco habituales entre las damas victorianas. Durante la Gran Guerra construyó varios hospitales en Woburn Abbey y trabajó como enfermera y radióloga. El resto de las muchas ocupaciones con que entretuvo su existencia fue más lúdico. Practicó el Jiu Jitsu, un arte marcial japonés de defensa que se inició en la India. Fue una excelente deportista. Practicó la caza y la pesca hasta el punto de convertirse en una de las primeras escopetas de Inglaterra. También se interesó por la fotografía y la ornitología: pasó largas temporadas en la isla escocesa de Fair observando las aves. Coleccionaba pájaros y le entusiasmaban los gatos hasta el punto de presidir una asociación nacional preocupada por estos animales. Aficiones curiosas, para una mujer capaz de matar doscientos faisanes en un día de caza.

La práctica del vuelo fue la última de las satisfacciones personales de la vida de Mary, ensombrecida por los problemas familiares entre su hijo y su marido, un hombre de temperamento difícil, empeñado en mantener la grandeza y el prestigio del condado de Bedford en unos tiempos cada vez más difíciles para la aristocracia. Tantos eran los empleados de servicio en Woburn Abbey que entre ellos organizaban pequeños campeonatos con sus equipos de cricket y fútbol. Conservar la numerosa plantilla, las instalaciones, cobrar las rentas y organizar el funcionamiento de la hacienda no era una tarea sencilla, ni siquiera para un militar disciplinado. Y al duque le dio muchos quebraderos de cabeza.

Dicen que su afición a la aeronáutica la impulsó la enfermedad. De mayor padecía de acúfenos: percibía sonidos que generaba su propio organismo. Con los años llegó a quedarse sorda y acudió a la aviación en busca de algún consuelo a sus últimos males, aunque nada pudo evitar que en su rostro se fuera dibujando una triste y amarga mueca que borró la resplandeciente sonrisa de su juventud. Su nieto la recordaba como una mujer triste y miserable.

Después de ocho años de aventuras aéreas y vuelos para desplazarse los fines de semana de Woburn Abbey a su residencia de Wispers, Mary estaba convencida de que su vista se había resentido y no podría renovar la licencia de vuelo. El 22 de marzo de 1937 la condesa despegó de Woburn Abbey con un DH.60GIII Moth Major para sobrevolar la zona de inundaciones del río Ouse. Llevaba combustible para tres horas. La tarde era oscura y las condiciones meteorológicas empeoraron rápidamente. Una hora después del despegue, el duque dio la voz de alarma a la policía y se inició su búsqueda. Tuvo que transcurrir un mes antes de que se supiera algo de Mary: el resto de un montante que el mar depositó en una playa y el fabricante reconoció que pertenecía al avión de la duquesa. Su cuerpo jamás apareció. La versión oficial entiende que Mary Russel se desorientó por falta de visibilidad, se adentró en el Mar del Norte y cayó al agua cuando se agotó el combustible. Hay quien opina que la duquesa se suicidó.

¿Han encontrado el avión de Amelia Earhart?

Amelia Earhart y Fred Noonan despegaron de Lae, en Nueva Guinea, el 2 de julio de 1937 con rumbo a la isla Howland en el Pacífico. Su plan de vuelo contemplaba que partiendo de Lae a las diez de la mañana, tras dieciocho horas de vuelo, arribarían a su destino a las seis de la madrugada del mismo día, 2 de julio, cuatro horas antes de la salida. Es lo que les ocurre a los navegantes que cruzan la línea de cambio de fecha internacional viniendo del oeste, hacia el este: tienen que mover el calendario hacia atrás. Sin embargo, Amelia y Fred jamás llegaron a Howland, desaparecieron para siempre aquel día en el Pacífico.

Earhart llegó a ser una aviadora de fama universal y su pérdida conmocionó al mundo. Se han inventado decenas de historias sobre lo que ocurrió después de que su avión despegara de Nueva Guinea y no volviera a saberse nunca más del aparato y sus tripulantes: desde la caída de la aeronave al mar y el fallecimiento de sus ocupantes, hasta el secuestro de los náufragos por un buque japonés o la abducción por extraterrestres. Se especuló con la idea de que la aviadora fuese una espía japonesa que regresó con otra identidad a Estados Unidos años después o que subsistió en algún islote del Pacífico durante algún tiempo. Pero, lo más probable es que el avión se precipitara al océano después de agotar el combustible.

Liz Smith —experta en comunicaciones científicas y realización de documentales cinematográficos, graduada en Astronomía por el Withman College, antigua empleada de la NASA y en posesión de una licencia de vuelo— formuló en 2010 la hipótesis, basada en la línea del cambio de fecha internacional (International Date Line), que justificaría la desaparición de la famosa aviadora. Según esta hipótesis, Fred, el navegante que la acompañaba, se olvidaría de efectuar el cambio en su calendario cuando cruzaron la línea que está en el antimeridiano de Greenwich y marca la separación de fechas. Si así fue, al utilizar los datos del almanaque con un día de diferencia, situaría la posición de su aeronave sobre la carta con un error de la longitud de 60 millas. De las comunicaciones vía radio que hicieron los tripulantes existe alguna incoherencia que apoyaría esta hipótesis. A las 17:45 GMT, Earhart informó que estimaban encontrarse a unas 200 millas de la isla de Howland. Treinta minutos después comunicó que se hallaban a unas 100 millas de su destino. En ese intervalo de tiempo cruzarían la línea de cambio de fecha y es posible que las dos estimadas se correspondiesen con observaciones astronómicas del navegante, antes y después de hacerlo. En media hora la aeronave no pudo recorrer cien millas, lo que podría indicar que en la segunda observación hubo un error de unas sesenta millas porque a Fred se le olvidó actualizar el calendario de a bordo al cruzar la línea de cambio de fecha. También, en una de las últimas comunicaciones de Amelia con el buque de la Marina de Estados Unidos que la esperaba en las proximidades de la isla, la aviadora dijo: «Debemos de estar sobre ustedes, pero no los vemos. Nos estamos quedando sin combustible. No los oímos por la radio. Volamos a 1000 pies de altura». Es evidente que no estaba encima del barco, por lo que los navegantes no habían estimado su posición correctamente.

Hasta hace unos días, las numerosas expediciones que se han llevado a cabo para encontrar los restos del avión de Earhart han fracasado. Y es posible que la última, cuyos resultados preliminares se hicieron públicos a finales del pasado mes de enero, rompa con la tradición de las anteriores.

Tony Romeo, primer ejecutivo de Deep Sea Vision (DSV), y su hermano Lloyd, dieron crédito a la hipótesis de Liz Smith, y la utilizaron para determinar un área del Pacífico en la que probablemente amerizó Earthart con su avión Electra 10 cuando se le agotó el combustible. Compraron un sofisticado submarino autónomo por 9 millones de dólares, capaz de tomar imágenes de sonar del fondo del océano durante 36 horas antes de tener que subirlo a bordo para cambiarle las baterías. Organizaron una expedición con un presupuesto de unos 2 millones de dólares y el pasado mes de agosto se hicieron a la mar rumbo a la isla de Howland. Rastrearon 5200 millas cuadradas. Después de cada inmersión analizaban los resultados y en una de aquellas sesiones encontraron que los discos, aparentemente, se habían estropeado, los apartaron y prosiguieron con las inmersiones del robot. El último día de la misión decidieron borrar y formatear los discos que parecían averiados, pero el jefe de operaciones consiguió recuperar la información que contenían. Y allí, según creen los expedicionarios, aparecieron las imágenes del Electra 10 de Amelia Earhart.

Tony y Lloyd están convencidos de que las imágenes del sonar muestran un objeto en el fondo del océano cuya geometría coincide con la forma del avión de Earhart, sobre todo por la cola tan peculiar del aparato, con dos timones verticales. Para demostrarlo, necesitan obtener imágenes con una cámara con la que incluso podrían ver la matrícula del avión: NR16020. Los hermanos Romeo, con su empresa DSV están en ello y planean volver al mismo lugar para conseguir las imágenes que confirmen definitivamente si el objeto que detectó el sonar es lo que queda del avión de Amelia Earhart. De momento, guardan en secreto el lugar exacto en el que se encuentra su hallazgo, aunque saben que pronto se sabrá y están decididos a continuar con la búsqueda si allí no estuviese la aeronave de la famosa aviadora. En unas declaraciones recientes a la prensa Tony dijo que «quizá esto sea la cosa más excitante que nunca haré en mi vida, me siento como un niño de diez años yendo a cazar un tesoro».

El misterio de la desaparición de Amelia Earhart | elsecretodelospajaros

La dama del cielo

La dama del cielo es el título de un libro que narra la vida, novelada, de la primera mujer que obtuvo una licencia de piloto de vuelo en España. Publicada en diciembre de 2021, no he tenido la oportunidad de leerlo hasta hace un par de días. En 2018 escribí en este blog un artículo sobre María Bernaldo de Quirós y después de la lectura del libro al que me acabo de referir —cuyo autor es Jorge Bernaldo de Quirós— he vuelto a releer mi artículo por si tuviera que hacer enmiendas. Creo que no, pero de ambas lecturas me he planteado algunas preguntas.

En primer lugar, tengo que decir que el libro se lee con facilidad y resulta ameno, excepto cuando el autor se extiende en las muchas relaciones entre los personajes del complejo entramado aristocrático de individuos con quienes se relacionó María. Me ha parecido muy oportuno el prólogo en el que escriben unas líneas otras dos mujeres: Bettina Kadner y Yolanda Gassó. La primera comandante de la aviación comercial española y la primera piloto del Ejército del Aire de este país. Dos personajes que con María forman un trío emblemático en el panorama aeronáutico español.

En cuanto a mis interroganes, son tres: ¿por qué se interesó María por los aviones? ¿cómo consiguió acceder a una escuela de pilotos para obtener la licencia? y ¿por qué dejó de volar?

María fue en su primera juventud una mujer desgraciada. Perdió muy joven a su madre, se llevaba mal con su progenitor, se casó muy joven con su primo hermano Ramón, en contra de la voluntad de su familia, tuvo dos hijos que fallecieron al poco tiempo de nacer y su esposo también murió, de la gripe española, casi de recién casados. Volvió a contraer matrimonio, aún con 24 años, con Manolo Sánchez-Arjona, sevillano, y se trasladaron a vivir a Ciudad Rodrigo.

En 1922, María Quirós, en vez de rehacer su vida en la villa salmantina empezó a sentirse incómoda con su nuevo esposo. Cuando el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado y asumió el poder, en 1923, los gobernadores civiles se encargaron de nombrar a su antojo a los alcaldes y a Manolo lo hicieron alcalde de Ciudad Rodrigo. Fue un trabajo que el esposo de María desempeñó con celo, al que dedicaría muchas horas y que contribuyó a separar definitivamente a los cónyuges.

En marzo de 1928 tres aviones militares, que volaban de Valladolid a Sevilla, hicieron un aterrizaje forzoso en la Dehesa de Cantarinas, cerca de Ciudad Rodrigo, porque uno de los aparatos sufrió una avería. Los tres pilotos visitaron al alcalde y Manolo los invitó a comer a su casa. La sobremesa se prolongó; María pasó una entretenida velada en compañía de los militares. Dos de ellos reemprendieron el vuelo a Sevilla y el tercero, el capitán Antonio Rueda de Ureta, conde del Romeral, se quedó invitado en casa del alcalde durante los tres días que tardaron en llegar las piezas necesarias para reparar el aparato averiado. Fueron tres jornadas en las que se abrieron los ojos de María al mundo de la aviación, en largos paseos por el campo, a caballo, y visitas a la aeronave en la Dehesa, con Antonio, eso sí: siempre acompañados de una mujer carabina, la señorita Pontwianne, peluquera. María supo que otras mujeres, fuera de España, pilotaban aviones desde hacía ya bastante tiempo. La primera en obtener una licencia de vuelo, en 1910, fue la francesa Raymonde de la Roche, la segunda, en 1911, la americana Harriet Quimby y así se fue enterando de la larga lista de aviadoras extranjeras y sus hazañas. Quizá Antonio le comentase que la americana Amelia Earhart, se preparaba entonces para volar a través del Atlántico. Sin embargo, en España, ninguna mujer pilotaba aviones. María no lo dudó: «¡Seré la primera!».

Aburrida en Ciudad Rodrigo, cansada de su marido con quien no congeniaba en absoluto, blanco de las críticas de los mirobrigenses por su talante independiente y de los reproches de su esposo —«te prohíbo que salgas con la peluquera», le dijo en algunas ocasiones— María debió sentir la imperiosa necesidad de hacer algo nuevo, distinto, que le devolviese la autoestima y le otorgara un lugar destacado en el mundo, digno de su posición: convertirse en la primera mujer piloto del país.

En abril de 1928 se fue a Madrid. Los pilotos civiles se formaban en la Escuela de Aviación Civil del aeródromo de Getafe, que dependía del Real Aero Club. Allí le dijeron, sin muchas contemplaciones, que no enseñaban a volar a las mujeres. María no se arredró. Alquiló una casa en Madrid; había decidido hacerse piloto y separarse de Manolo.

Para romper aquella frustrante barrera trató por todos los medios de convencer a un íntimo amigo de su hermano Luis, capitán de la Aviación Militar y profesor de la Escuela de Aviación Civil, para que le diera clases de vuelo. El piloto se llamaba Pepe Rodríguez Díaz de Lecea. Al principio no le hizo caso, pero María lo persiguió mediante una sucesión de encuentros aparentemente casuales, bien organizados, que culminaron en una invitación formal a merendar en el palacio de la Huerta, de su tía Pepita Argüelles. Pepe no tuvo más remedio que tomarse en serio la solicitud de María y después de varios fracasos consiguió que el director del Real Aero Club la admitiese. El argumento final fue que, tal y como había ocurrido en otros países, la incorporación al oficio de las mujeres sería inevitable y con ello la organización ganaría en popularidad. Casi al mismo tiempo, también fue admitida otra mujer: Margot Soriano, que además era hija del general Jorge Soriano, que había ocupado el cargo de Jefe del Servicio de Aeronáutica.

En junio de 1928 María empezó a dar clases de vuelo. Su instructor fue Pepe Rodríguez Díaz de Lecea, que también llegaría a ser el gran amor de su vida. María quiso darse mucha prisa, no estaba dispuesta a que otra mujer le ganara en aquella carrera. En octubre voló sola y el 24 de noviembre le entregaron la licencia de vuelo, dos meses antes que Margot Soriano. Ocho meses después del aterrizaje forzoso de tres aviones en la Dehesa de Cantarinas, María Bernaldo de Quirós había pasado de la más absoluta ignorancia en asuntos aéreos a ser la primera mujer piloto del país.

En 1928 otras mujeres ya habían tenido problemas en su país para obtener una licencia de vuelo, como fue el caso de Bessie Coleman, y lo que hicieron fue viajar a Francia para sacarse una licencia internacional que luego convalidarían en su país. Benito Loygorri, titular de la primera licencia de vuelo expedida en España, tuvo que utilizar el mismo procedimiento que la Coleman, aunque bastantes años antes, en 1910. María Quirós, conectada a una extensa red social en la que abundaban los personajes influyentes, supo utilizar sus contactos para cambiar el modo discriminatorio de actuar del Real Aero Club. En cualquier caso, su situación económica le hubiese permitido desplazarse a Francia y seguir el camino de Loygorri.

Hasta aquí todo se puede explicar con asumir que María fue una mujer de carácter, independiente, valiente, decidida, ambiciosa y con habilidades innatas para pilotar una aeronave, además de poseer una considerable fortuna y estar muy bien relacionada, socialmente.

Lo que no he podido entender es el largo final de su historia aeronáutica.

A mediados de 1929 María compró un avión, Havilland DH60-G Gipsy Moth, por el que pagó una importante cantidad de dinero: 127 000 pesetas. En la transacción intervino el propio Geoffrey de Havilland, que le rebajó el precio un 50% a cambio de que efectuara una serie de demostraciones de vuelo en España con el aparato. La joven piloto realizó numerosas exhibiciones y bautismos de vuelo, sobre todo a mujeres. Pero su frenética actividad aeronáutica languideció de un modo abrupto a partir de 1930. La Dama del cielo apareció en el firmamento como las estrellas fugaces, tan intensas como breves.

En 1932 María hizo uso de la ley de divorcio de la República para romper su matrimonio con Manolo y cuando estalló la Guerra Civil su avión fue confiscado.

Según la novela de Jorge Bernaldo de Quirós, la protagonista participó en vuelos de reconocimiento y algunas misiones durante la Guerra Civil. Una de ellas un tanto curiosa, pues se supone que permaneció en Tánger, con un avión Junkers W 34, como reserva, por si surgía algún problema con el vuelo del Dragon Rapide que transportó a Franco de Tenerife a Tetuán; en esta operación, como en otras de carácter militar durante la contienda, intermedió Pepe Rodríguez Díaz de Lecea. Se trata de una novela y hay quien cuestiona que estos hechos ocurrieran en el mundo real.

La historia aeronáutica de María parece que se acaba en 1930. Después mantuvo una larga y complicada relación con Pepe que llegó a desempeñar el cargo de ministro del Aire con Franco. No parece que se llevara bien con la esposa del dictador, Carmen, asturiana como ella a la que conocía desde que era niña y a quien consideraba algo así como una advenediza. Tampoco sintió mucho entusiasmo con Franco y se mantuvo ajena a la política durante el resto de su vida, en su casa de Madrid, donde falleció a los 85 años de edad, en 1983.

Lo que no acabo de entender es por qué la mujer que se hizo piloto en unas condiciones muy complicadas, abandonó por completo la aviación con tanta premura. Así es que no he podido encontrar ninguna respuesta satisfactoria a mi tercera pregunta. Es cierto que el régimen de Franco puso todo tipo de trabas en la práctica para que las mujeres volasen, que su condición de divorciada por una ley que dejó de serlo era difícil, incluso su relación con quien fuera ministro del dictador le plantearía situaciones comprometidas. Pero a esta extraordinaria mujer, nunca le faltaron las dificultades en su vida y aprendió a superarlas.

Sea como sea, agradezco a don Jorge su novela que vuelve a arrojar luz sobre grandes personajes de nuestra historia, cuyos recuerdos debemos mantener vivos.

Bessie Coleman

Doris Rich había escrito la biografía de la famosa aviadora Amelia Earhart cuando descubrió una licencia de vuelo en el Museo del Aire y del Espacio de Washington, expedida el 15 de junio de 1921 en Francia por la Federación Aeronáutica Internacional, a nombre de Bessie Coleman. Para su sorpresa, dos años antes que Earhart otra mujer, norteamericana y negra, también ejercía el oficio de piloto—en una época en la que apenas volaban unas pocas europeas y ninguna de color.

La escritora se interesó enseguida por la vida de Bessie, pero cuando preguntaba a alguien sobre esta mujer la gente le respondía «es imposible encontrar nada sobre ella». Cada vez que alguien insistía en la dificultad de obtener información sobre la misteriosa aviadora, Doris Rich se mostraba más determinada a desvelarla. En 1993, la escritora explicaba así, en la revista Women News, la razón de su empecinamiento: «Eso sí, no me habría molestado si ella no hubiera sido la clase de sujeto que siempre busco: Una persona que se pone objetivos aparentemente imposibles y tiene la confianza en sí misma para alcanzarlos o morir en el intento». Años más tarde, en su libro Queen Bess, y tras una ardua labor de investigación, Doris Rich logró recomponer la historia de la azarosa vida de Bessie Coleman.

Los antepasados de Bessie fueron esclavos negros que recogían algodón en el este de Texas, aunque su padre, asalariado, consiguió ahorrar algo de dinero para comprar una parcela de tierra en la ciudad tejana de Waxahachie. Bessie nació en el 26 de junio de 1892, en una época oscura de profunda represión racial, fue la décima hermana de una familia con trece hijos y se crio en un ambiente muy pobre. Tenía nueve años cuando su padre agobiado por la discriminación racial decidió marcharse a Oklahoma en busca de una vida mejor, por lo que, muy pronto, tuvo que ponerse a trabajar en los campos de algodón, ayudar a su madre en las tareas de la casa y lavar ropa para ganar algo de dinero. Nada de eso impidió que sintiera una gran curiosidad por los libros que sacaba de la biblioteca pública y leía por las noches en casa. Cuando cumplió los 18 años había ahorrado dinero para matricularse en la Colored Agricultural and Normal University en Lagston, Oklahoma: un centro universitario creado por la comunidad de color para que se graduaran afroamericanos a los que se les prohibía el acceso a la universidad de aquel Estado. Las dificultades económicas le impidieron proseguir los estudios y a los seis meses los abandonó para trasladarse a Chicago, donde vivían sus hermanos, y hacer unos cursillos en una escuela de belleza. En 1915 Bessie trabajaba de manicura en una barbería de Chicago, con un salario mejor que el de la mayoría de las jóvenes de color de su edad, ocupadas en tareas de limpieza.

Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, uno de sus hermanos, John, luchó en las trincheras francesas. El joven le contó a Bessie que las francesas eran mujeres libres, incluso algunas de ellas pilotaban aviones, algo que ella jamás podría hacer. Desde ese momento Bessie se obsesionó con la idea de volar. Ahorró dinero y envió solicitudes de ingreso a casi todas las escuelas de vuelo del país, de las que obtuvo siempre una respuesta negativa debido a su doble condición de mujer y negra. Desesperada, Bessie se dejó aconsejar por el editor y fundador del periódico Chicago Defender, el abogado de color Robert Abbot, que le sugirió que se marchara a Francia para obtener la licencia de vuelo. Bessie empezó a estudiar francés y a enviar solicitudes a las escuelas de vuelo de aquel país.

Los hermanos Caudron, pilotos franceses, aceptaron a Coleman en su escuela situada en Le Crotoy, Francia. En 1921 Bessie se embarcó rumbo a Europa para aprender su nuevo oficio. A mediados de ese mismo año consiguió pasar las pruebas y obtuvo la licencia de vuelo de la Federación Aeronáutica Internacional.

Bessie Coleman se hizo famosa, en Europa y Estados Unidos, por los extraordinarios vuelos de demostración que realizaba con sus aviones, en giras en las que recorría un gran número de ciudades. También filmaba sus acrobacias para mostrarlas en conferencias y sesiones educativas. Puso un gran empeño en que los afroamericanos y las mujeres se iniciaran en el vuelo. Dos años después de su bautismo de vuelo sufrió un grave accidente en el que estuvo a punto de perder la vida y tres años más tardes, en otro accidente, la perdió. Su existencia fue breve, algo habitual entre los pilotos acróbatas de los primeros años de la aviación.

Poco antes de morir, en su ciudad natal se organizó una demostración de vuelo en la que Bessie era la figura principal. Para hacerlo impuso una condición: que negros y blancos accedieran al estadio por la misma puerta, en vez de a través de dos accesos separados como habían previsto los organizadores. No fue fácil, pero Coleman se salió con la suya. Lo que no pudo evitar fue que en las gradas se mantuviese la discriminación: un espacio para los blancos y otro para los negros. Ella siempre soñó con crear una escuela de pilotos en la que cohabitaran hombres y mujeres sin distinciones de color, porque solía decir que «el aire es el único lugar libre de prejuicios»

Una historia, la de Coleman, que se hubiera evanescido con el tiempo, de no ser por la tenacidad de otra mujer: Doris Rich.

La primera aviadora española: María Bernaldo de Quirós

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María Bernaldo de Quirós Bustillo fue la primera española que obtuvo una licencia civil de vuelo. Sin embargo, a diferencia de otras pioneras de la aviación, apenas sabemos de su vida porque muy pronto su figura se desvaneció en la complejidad del escenario que se planteó en la sociedad española a partir de 1930.

La aviadora nació en Madrid el 26 de marzo de 1898. Sus padres, Rafael Bernardo de Quirós y Mier y Consolación Bustillo y Mendoza, IV marquesa de los Altares, pertenecían a una clase aristocrática y acomodada, poco favorable a permitir que María se dejara llevar por su afición a los aviones. De niña, Eca, que así la llamaban en casa, mostró un gran entusiasmo por el mundo de la Aviación, pero a los 19 años la jovencita contrajo matrimonio con su primo, Ramón Bernaldo de Quirós y Argüelles. La pareja no fue muy afortunada porque María tuvo dos embarazos frustrados y en 1920, su primer esposo falleció.

Fiel a la costumbre de la época en la que las mujeres de las buenas familias estaban destinadas al matrimonio, María se volvió a casar en 1922. Su esposo, José Manuel Sánchez-Arjona de Velasco fue nombrado alcalde de Ciudad Rodrigo, en 1925, y la pareja se instaló en una espléndida residencia, la Casa de los Vázquez que en la actualidad es la Casa de Correos de la villa.

Aunque al principio María colaboró con su esposo en las tareas municipales, a partir de 1926 las vidas de ambos se empezaron a distanciar. Sánchez-Arjona se dedicó por completo al consistorio, hasta el punto de ganarse el sobrenombre de Buen Alcalde, un título con el que llegaron a honrarle los mirobrigenses. María se sintió atraída por la aeronáutica y se enamoró de un brillante oficial de la Aviación Militar española.

En 1926, Ramón Franco llevó en España a la primer plano del interés nacional el mundo de la Aviación con su histórico vuelo con el Plus Ultra, de Palos de Moguer a Buenos Aires. Poco después, ese mismo año, los aviadores Lóriga y Gallarza, de la escuadrilla Elcano, lograron completar un complicado vuelo con numerosas escalas de Madrid a Manila.

En 1927, Lindbergh cruzó el Atlántico Norte en solitario a bordo del Spirit of St Louis y el mundo entero lo aclamó como quizá jamás había aplaudido a otro ser humano. Su vuelo de Nueva York a París se consideró una proeza que tan solo lograron superar los astronautas que viajaron a la Luna, 42 años después.

Fue una época en la que parecía que lo mejor de la raza humana estaba llamada a enrolarse en la impensable tarea de cruzar todos los océanos, enlazar todas las ciudades, y demostrar así que las personas se hallaban más cerca de lo que jamás se habían podido imaginar.

María Bernaldo de Quirós Bustillo sintió aquella pulsión y decidió que su condición de mujer no le impediría convertir en realidad sus sueños de niñez y pasiones de juventud. No se sabe bien a través de quien o cómo, pero María estableció contactos con el mundo de la aviación y en Ciudad Rodrigo empezaron a correr las coplas callejeras que murmuraban sobre las andanzas de la joven alcaldesa con los aviadores que visitaban la ciudad. Los rumores se confirmarían cuando en 1928, María, decidió abandonar a su marido para instalarse en Madrid y llevar a cabo el sueño de convertirse en aviadora.

Sin embargo, nada de cuanto María ansiaba era fácil para una mujer, en aquella época. La Aviación la controlaban los militares, es decir, los hombres y el Real Aeroclub que era una organización civil, aunque también en manos de los militares, le negó su acceso. La joven buscó apoyos para obviar aquel bloqueo y como no le faltaba quien la recomendara consiguió que la reina Victoria Eugenia la recibiese el 27 de junio de 1928, para imponerle el brazal y el título de dama-enfermera de la Cruz Roja. En febrero de 1927 se había creado la primera organización militar española que aceptaba la presencia de mujeres: las Damas Enfermeras. Quizá con aquel salvoconducto María podría vencer resistencias y lograr que el ministerio de la Guerra se aviniese a que formara parte de algún servicio de aviación. Sin embargo, no fue así.

La joven entusiasta tuvo que agenciarse su propio avión, un De Havilland DH 60 Moth y se incorporó al grupo de 17 civiles que hicieron el curso para obtener la licencia de piloto a finales del verano de 1928. Ella era la única mujer.

En aquella carrera de obstáculos María tuvo la suerte de que el instructor del curso era un hombre sin demasiados complejos. El comandante José Rodríguez y Díaz de Lecea era un excelente piloto que había combatido en los cielos africanos durante la guerra de Marruecos hasta el año anterior, en el que había ascendido a comandante y lo destinaron como instructor al aeródromo de Getafe. Lecea pertenecía al Hyperclub, una sociedad fundada en 1920 en la que sus miembros debían acreditar haber protagonizado algún episodio absurdo o realizado algún trabajo que fuera contra la lógica. Era un club selecto que tan solo aceptaba a personas que habían destacado en su profesión, casi todos militares interesados por la tecnología y la ciencia. Contaba con aviadores como Gómez Spencer, Juan de la Cierva y Emilio Herrera, escritores como Ricardo Baroja y divulgadores científicos como Mariano Moreno Caracciolo. Se reunían en los locales del Real Aeroclub y antes debían pasar por un Hospital Siquiátrico cercano al punto de encuentro. El presidente hablaba de tú a los miembros de la sociedad y ellos le respondían siempre de usted. Lecea aprobó las pruebas de ingreso para formar parte del Hyperclub por su idea, que había llevado a la práctica con gran maestría, de cazar avutardas en vuelo, golpeándolas con las alas del avión.

La entusiasta aviadora pasó mucho miedo en el curso de vuelo, sobre todo temió que la descalificaran por cualquier motivo ligado a su condición de mujer. Lecea reconoció que poseía dotes suficientes para desempeñar las tareas que se le exigen a un piloto, aunque de forma excepcional. El instructor hizo declaraciones a la prensa en el sentido de que las mujeres son valientes y resueltas, hasta temerarias… «pero la mayoría son incapaces de ese esfuerzo sostenido y sereno que hace falta en la Aviación: les molesta el frío que hay allá arriba, unas veces, y el calor otras. Y madrugar y ensuciarse de grasa…» (La Estampa 1928).

María Bernaldo de Quirós Bustillo fue la primera española en conseguir una licencia de vuelo, el 15 de septiembre de 1928, al superar los exámenes en Getafe. Habían transcurrido más de 18 años desde que el 30 de agosto de 1910 el vasco Benito Loygorri se convirtió en el primer español que obtuvo una licencia de vuelo, tras efectuar las pruebas en una escuela francesa.

El mismo año que María obtuvo la licencia de piloto empezó a realizar vuelos de demostración en distintas ciudades españolas. De 1928 a 1930 más de 200 mujeres recibieron su bautismo aéreo a bordo del De Havilland de la aviadora. La prensa la trató con deferencia y apareció en la primera página de los periódicos. Sin embargo, algunos de los titulares que pretendían agasajarla, demuestran la mentalidad de una época incapaz de atribuir valor a una mujer carente de ciertos atributos: «Los ojos más bonitos que tiene la Aviación…» (La Estampa, 1928).

En 1929 participó en los ceremoniales de bienvenida que se otorgaron a don Jaime de Borbón y Battemberg durante su visita a La Coruña. María sobrevoló el automóvil en que viajaba el infante para lanzarle flores.

A María, su actividad como piloto y su condición femenina jamás le plantearon ningún conflicto y las sobrellevaba con naturalidad: «verán que las mujeres servimos para algo más que bordar».

El Real Aeroclub de España se negó a admitirla, aunque le concedió la insignia de la aeronáutica militar, un gesto que también tuvo con otra aviadora, Ruth Elder, en 1927, por su frustrado intento de cruzar el Atlántico en avión junto con el piloto George Haldeman.

A partir de 1930 la figura de María se desvanece.

María trató de anular su matrimonio católico con Sánchez-Arjona, mediante los servicios del abogado Nicanor Gallo y Gallo, en 1930. Se divorció de su marido en 1933 para lo que se acogió a la Ley de Divorcio de 1932 de la Segunda República.

Casi todas las fuentes reconocen que entre ella y José Rodríguez y Díaz de Lecea perduró una relación sentimental hasta la muerte del militar en el año 1967. Lecea luchó en la Guerra Civil española en el bando franquista, llegó a desempeñar el cargo de ministro del Aire de 1957 a 1962 y alcanzó el empleo de teniente general.

Su segundo marido, Sánchez-Arjona, falleció en 1955 y los familiares del ex alcalde de Ciudad Rodrigo, ignoraron la figura de la que fue su esposa en las celebraciones fúnebres.

María falleció en Madrid, el 26 de septiembre de 1983.

En 2007, el ayuntamiento de Ciudad Rodrigo puso su nombre a una calle desierta.

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Lee Ya-Ching la primera aviadora china

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Lee Ya-Ching trabajó en China como actriz de cine mudo, hasta que en 1934 se trasladó a Suiza donde obtuvo la licencia de piloto. Al año siguiente, en la escuela de Oakland de Boeing perfeccionó sus conocimientos aeronáuticos. Sobre la bahía de San Francisco, a unos 600 metros de altura, ese año, Lee Ya-Ching aprendió acrobacia aérea y en una de las clases se le soltó el cinturón de seguridad y se encontró en el espacio vacío, fuera del avión. De pronto recordó que llevaba un paracaídas de emergencia y tiró de la anilla. Cayó al mar y tragó mucha agua, antes de que una lancha la rescatara.

En 1937, cuando Japón invadió China, Lee se presentó voluntaria para volar en la Fuerza Aérea de su país, pero no la aceptaron, aunque al final del conflicto pudo enrolarse en la Cruz Roja para pilotar las aeronaves que transportaban suministros de Hong Kong a Cantón. En aquella época en China, antes de la II Guerra Mundial, a las mujeres no se les permitía conducir un automóvil.

Años después, en 1939, la piloto china recorrió Estados Unidos y Canadá a bordo del Spirit of New China para recolectar fondos destinados a los refugiados de su país.

En 1943, explicó la razón que la llevó a convertirse en la primera aviadora china:

«De muy pequeña, a menudo escuchaba cuentos en las rodillas de mi abuela. Muchas veces me contaba uno que me impresionó mucho. Era la leyenda de una joven mujer que volaba a través de las nubes, ayudando a los pobres y desafortunados. Yo estaba otra vez en China después de estudiar en Europa, y vi con qué rudeza Japón inició su agresión. Entonces y allí, decidí hacer lo que pude por China y empecé a estudiar el arte fascinante del vuelo. Yo sabía incluso entonces que algún día sería capaz de ayudar a mi patria con mis conocimientos de aviación».

No se conoce mucho de su vida tras la II Guerra Mundial. Regresó a Hong Kong, pero en 1960 se estableció en California donde murió en 1998, a la edad de 86 años.

Lee Ya-Ching fue la primera aviadora china.

de Francisco Escarti Publicado en Aviadoras

La aviadora rusa Julita en Colunga

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Aviadoras rusas

La historia la publicó Francisco González Barredo, nacido en Colunga, en la revista Aeroplano de 1982. El articulista se sorprende de cómo fue posible que un pueblo entero se inventara una historia falsa.

Cuenta que durante la guerra civil española, en el aeródromo de Colunga, Asturias, había un grupo de aviadores rusos que no hablaban con nadie porque no conocían el idioma español, con la salvedad de una mujer: Julita. Vestía cazadora de cuero, como todos, y pantalones azules. Era atractiva, tenía los ojos claros; andaba con una firmeza que revelaba la fortaleza de su carácter. Cuando volaba, con el gorro y las gafas, se confundía con cualquiera de sus compañeros; la gente de Colunga estaba convencida de que era la mujer del comandante, además de una excelente piloto, aunque algo temeraria. Como era la esposa del comandante, el jefe se ponía muy nervioso si tardaba en regresar en sus vuelos; paseaba de un lado a otro, fumando sin parar. Al comandante no le gustaba que saliera para efectuar misiones demasiado arriesgadas, lo que era motivo de frecuentes discusiones entre los dos porque ella quería ser la mejor piloto del aeródromo.

De sus habilidades como piloto se contaban muchas historias, una de ellas que trajo a Colunga la avioneta del aventurero playboy Rupert Bellville, cargada de botellas de vino de Jerez, desde La Albericia, Santander. Bellville aterrizó allí, venía de Burgos, y pensaba que la ciudad estaba en poder de las tropas de Franco. También se decía que cometió la imprudencia de despegar justo cuando el campo lo sobrevolaba un Junker enemigo que patrullaba la zona haciendo fotografías. No tardaron en bombardear el aeródromo de Colunga y ella fue alcanzada por una bomba justo cuando trataba de despegar. Allí murió la valiente Julita.

Así es como era Julita para la gente de Colunga. González Barredo quiso saber más de aquella mujer que conoció cuando él tendría unos doce años. En los partes de guerra del Ejército de Franco y algún libro de historia se hacía una vaga referencia a ella como «una piloto rusa». No había más. No sé muy bien qué indagaciones llevó a cabo el articulista, pero la cuestión es que nos dice que la Julita aviadora en realidad se llamaba María Fortus.

Y a partir de aquí yo he reconstruido al personaje, el real, que nada tiene que ver con la piloto de caza rusa.

María Alexandrovna Fortus nació en el año 1900 en Jersón, Ucrania. Su padre era un judío banquero y armador, rico, que abandonó a su familia cuando ella tenía 13 años. Cuatro años después Julita se enroló en el Partido Comunista y participó en la guerra civil rusa. Con 19 años conoció en Jersón a Ramón Casanellas, un anarquista español, cuando ella repartía propaganda comunista entre los soldados franceses y marineros. Quedó embarazada de Ramón y él se marchó a Moscú; cuando nació el niño le puso el mismo nombre de su padre.

El hijo de María se crio con su abuela materna mientras ella militaba en el servicio de inteligencia del Ejército Rojo introducida como espía en las fuerzas armadas del anarquista ucraniano Nestor Makhno. La descubrieron y la fusilaron junto con otros condenados, pero fue abandonada en la nieve todavía viva y se recuperó.

Años después, en la universidad de Moscú, se reencontró con Ramón Casanellas que había abandonado España para formarse en Rusia. Los dos regresaron a España, en 1929, ella con el nombre de Julita Jiménez y un pasaporte uruguayo al servicio del espionaje soviético. Ramón fue asesinado en 1933 y María volvió a Moscú.

En 1936, su hijo Ramón, con 16 años, manifestó su deseo de ir a España. A pesar de que su madre le dijo que «ya hemos tenido bastante revolucionarios en la familia», dio su consentimiento y el muchacho fue enviado al país de su padre para trabajar con las juventudes revolucionarias. Cuatro meses después estalló la Guerra Civil española y ella consiguió un destino en España como intérprete y ayudante del consejero militar Cirilo Merezkov. Su hijo Ramón Casanelles, piloto, murió cuando su avión fue derribado sobre Zaragoza, en 1937. En 1938 María regresó a Moscú.

Y aquí se acaba la historia española de Julita, la supuesta aviadora.

María Fortus siguió con su vida aventurera en la inteligencia soviética, contra los nazis, en Budapest, Viena, Vinnitsa y otras ciudades. Cuando acabó la II Guerra Mundial regresó a Rusia y continuó trabajando para el Gobierno hasta que se retiró con la graduación de coronel en 1955. Falleció en 1981.

¿Por qué se inventó el pueblo de Colunga que María fue aviadora? Tenían muchos motivos para hacerlo, entre otras cosas porque imagino que la agente y traductora no deseaba desvelar su verdadera identidad a nadie. Seguro que estaría muy satisfecha de saber que todos la consideraron una intrépida piloto. En cualquier caso, su vida real fue mucho más complicada que la de una simple aviadora rusa de aviones de caza.

de Francisco Escarti Publicado en Aviadoras

La aviadora Pancho Barnes

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Se enroló con un grupo de amigos en la tripulación de un buque que debía transportar plátanos del sur de California a México. En realidad las bananas resultaron ser un cargamento ilegal de armas para un grupo de revolucionarios. En el puerto de San Blas fueron detenidos. Ella y un amigo lograron escapar. El viaje de regreso de los dos fugitivos a California se convirtió en una aventura. A lomos de un burro, a través del desierto, su compañero pensó que él era don Quijote y su colega, Florence, Pancho. Confundió el nombre del escudero del hidalgo cervantino: Sancho Panza. Pero, a ella le gustó el apodo y aunque con el tiempo se dio cuenta del error, ya no quiso cambiarlo. Florence se transformó en Pancho Barnes y fue una de las figuras más emblemáticas de la aviación en el sur de California durante muchos años.

Florence Leontine Lowe nació el 14 de julio de 1901 y se crio en el seno de una acomodada familia, en San Marino, California. Su padre, cazador y jinete le infundió el mismo espíritu aventurero que su abuelo: el profesor Thadeus Lowe, fundador de la aerostación militar del presidente Lincoln. Durante la Guerra de Secesión el abuelo espió a los confederados desde los primeros globos que utilizó el ejército de la Unión. Las hazañas del profesor Thadeus impresionaron a la joven Florence que se educó rodeada de profesores particulares en una lujosa mansión. Se casó a los 18 años con un pastor de la Iglesia Episcopal, el reverendo Rankin Barnes, con quién tuvo un hijo. Aburrida de ejercer como esposa de un clérigo, en 1927, la atracción por las aventuras la llevarían a enrolarse en un buque de contrabandistas, sin saberlo, a ser detenida por la policía y a su larga escapada por el desierto de vuelta al hogar. El viaje cambiaría su vida para siempre. En el año 1928 ya se llamaba Pancho. Cervantes puso en boca de don Quijote, unos trescientos años antes, que «la libertad es una de las más agradables virtudes de quien engendra la fama». Ella estaba destinada para engendrar la fama y aquel año descubrió la libertad.

Hacía poco que Lindbergh, con su histórico vuelo a través del Atlántico, había estimulado el interés del mundo por la aviación. Arrastrada por la fiebre aeronáutica de finales de los años 1920, a su regreso a California, Pancho compró un biplano, contrató a un irascible piloto que había volado en los cielos europeos durante la I Guerra Mundial y aprendió mecánica y a volar. Al principio su instructor se negó a tomarla en serio porque era una mujer. Sin embargo, Pancho abdicó de los hábitos femeninos de su época. Fumaba gruesos cigarros, vestía pantalones, camisas, casacas de cuero y sabía expresarse con la misma dureza que cualquier macho del oeste americano. Su profesor de vuelo tuvo que rendirse ante la evidencia de que aquella mujer desconocía el miedo y poseía unas aptitudes extraordinarias para manejar una aeronave. Muchos domingos sobrevolaba, a muy baja altura, por encima de la iglesia del pastor que fue su marido, durante las celebraciones, para ensordecer a los feligreses. Su actitud contestataria con el ilustre prelado se suavizó con los años y terminarían haciendo las paces. La joven piloto obtuvo su licencia de vuelo de manos de uno de los inventores del aeroplano: Orville Wright.

En 1929 trabajó, como piloto de pruebas, para la empresa Lockheed y realizó los ensayos de carga máxima de los nuevos Vega. Aquel año también participó en la carrera de pilotos femeninos a través de Estados Unidos, en la que llegaron a inscribirse 34 mujeres entre las que se encontraba Amelia Earhart. Pancho estrelló su aparato contra un automóvil cuando aterrizaba en Pecos y allí terminó su participación en la prueba. Al año siguiente pudo desquitarse al batir el record de velocidad, el 1 de agosto, pilotando un Travel Air modelo R con el que alcanzó 196 millas por hora. A los veintinueve años era la mujer más veloz del mundo, un título que le abriría las puertas de la fama.

Durante aquellos años la mayoría de los pilotos se dedicaban a efectuar vuelos acrobáticos de demostración en lugares muy concurridos y, en ocasiones, participaban en el rodaje de películas. Pancho Barnes se entregó a ese tipo de ocupaciones con la temeridad que la caracterizaba. Trabajó en la película de Howard Hughes, Ángeles del infierno, y en Patrulla del amanecer, de Howard Hawks (1930). Creó su propia empresa y fundó una asociación para proteger los derechos de los pilotos que trabajaban en el rodaje de películas, la Association of Motion Picture Pilots, en la que sería la única mujer. Sin embargo, a mediados de los años 1930 el negocio de los espectáculos aéreos empezó a decaer. La piloto se quedó sin liquidez. Vendió su avión y cambió un complejo de apartamentos que poseía en el Sunset Boulevard por un rancho de ochenta acres (32,4 hectáreas) en una zona desértica en el Mojave, al norte de Los Angeles, situado cerca del lago Muroc, donde la Fuerza Aérea tenía un aeródromo que con los años se transformaría en la base Edwards. El rancho se llamaba Oro Verde.

Muy pronto Pancho Barnes supo sacar partido a la proximidad de Oro Verde a las instalaciones de la Fuerza Aérea. Su arraigo aeronáutico sirvió para atraer pilotos de la base a reuniones en las que nunca faltaban copas ni diversión. Dotó al rancho con algunas habitaciones lujosas, con aire acondicionado y un restaurante. Las instalaciones de Pancho Barnes ofrecían comodidades impensables en aquel inhóspito lugar que apreciaban muchos visitantes. La proximidad de la II Guerra Mundial y el conflicto hicieron que la actividad aumentase notablemente en el establecimiento militar al tiempo que ocurría lo mismo en Oro Verde. Después de la guerra el rancho contaba con una extensión de 350 acres, dos pistas de vuelo, caballerizas, bar, restaurante, habitaciones y una piscina que constituía quizá el detalle más lujoso del complejo, situado en pleno desierto del Mojave; había cambiado de nombre y se llamaba Pancho’s Fly-Inn. En aquel entorno, los pilotos militares podían disfrutar de las comodidades de un selecto club.

Uno de los asiduos visitantes a las instalaciones de Pancho fue Chuck Yeager, piloto de pruebas del avión cohete experimental Bell X-1. La propietaria le había advertido que obsequiaría con una magnífica cena al primer piloto que cruzara la barrera del sonido. Pocos días después, Chuck se presentó en el rancho para reclamar sus derechos porque él lo había conseguido; fue el 14 de octubre de 1947.

Después de la II Guerra Mundial los pilotos de la Fuerza Aérea continuarían siendo el núcleo de su negocio, aunque Pancho también organizaría excursiones de familias para que conocieran el entorno aeronáutico en un ambiente lujoso y divertido. Organizó rodeos y montó un salón de baile en el que tocaban músicos que hacía venir de Los Angeles. Barnes contrató una cohorte de jóvenes y hermosas azafatas a las que impuso un código de conducta: no debían ser vulgares, ni podían beber en exceso, ni estaban autorizadas a recibir remuneraciones por las intimidades de cualquier romance que tuvieran con los clientes. Muchos rumoreaban que el rancho de Barnes era una casa de putas y ella, que dominaba todos los aspectos del marketing, dejaba correr las habladurías en favor de la publicidad. Cuando le preguntaron a Yeager por este asunto dijo que «El club de Pancho no era una casa de putas, pero tampoco una iglesia». Para librarse de las limitaciones que imponía la ley en materia de consumo de bebidas alcohólicas el rancho lo convertiría en un club privado que llegó a contar con 9 000 socios.

El año 1952 marcó la cima del éxito de los negocios de Pancho. Se casó por cuarta vez en una breve ceremonia a la que asistieron más de un millar de invitados. El célebre Chuck Yeager fue su padrino de boda. Enseguida se liberó de su traje de novia para colocarse pantalones, una cómoda blusa y un par de botas de piel blancas y mezclarse con sus invitados en la gran fiesta con que celebró los esponsales.

El aeródromo de Muroc ya se había transformado en la base Edwards de la Fuerza Aérea y el general que la mandaba y había asistido a la boda de Pancho fue sustituido por otro general: J. Stanley Holtoner. Las crecientes actividades de la base requerían más espacio aéreo y el complejo de Pancho interfería con los planes expansivos del nuevo mandatario que tampoco veía con agrado las actividades de sus hombres en el club de la empresaria. Al cabo de muy poco tiempo los agentes del FBI entraron en el rancho para completar una investigación en la que se entrevistarían con todas las azafatas. Aunque de las pesquisas no se determinó que Pancho dirigiera un negocio con actividades ilegales, a la Fuerza Aérea le pareció que tampoco eran muy edificantes y que con el tiempo podrían comprometerla. El general Holtoner propuso adquirir los terrenos de Pancho para engrandecer la base y enseguida se desencadenó una batalla entre la propietaria, que no estaba conforme con las indemnizaciones que se le ofrecieron, y el Gobierno. El negocio empezó a hacer aguas por todas las bandas. Para colmo de las desgracias, en noviembre de 1953 una explosión en la sala de baile que hizo volar el techo desencadenó un devastador incendio en el rancho. Pancho siempre pensó que la desgracia la provocó un acto intencionado. Sin perspectivas de negocio, con las instalaciones muy dañadas y a la espera de la resolución final de su pleito de desahucio, Pancho se vio obligada a abandonar lo que llegó a ser el sueño de su vida.

Pancho se divorció de su cuarto marido y vivió en solitario durante muchos años hasta que casi al final de sus días regresó a la base Edwards. Allí sería declarada «la primera ciudadana de Edwards». Murió en 1975. Con el paso de los años se instauró la celebración del día de Pancho Barnes para conmemorar la era dorada de la base Edwards. Millares de personas viajan al Mojave para visitar los restos de lo que fue el rancho de la mujer que siguiendo el consejo de don Quijote abrazó la libertad que «es una de las más agradables virtudes de quien engendra la fama». Quizá también la fama tenga un precio.

 

de Francisco Escarti Publicado en Aviadoras

La aviadora Tracey Curtis-Taylor tras Lady Mary y Amy Johnson

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Amy Johnson antes viajar a Australia, 1930

El entusiasmo por la aviación se lo contagiaron los primeros libros que leyó ( Those Magnificent Men in their Flying Machines y Flambards) cuando tenía once años. La película Memorias de África le provocó un deseo irresistible de sobrevolar el continente africano. Desde entonces Tracey concibió un proyecto para su vida capaz de producir las mismas sensaciones que algunas escenas de la película. Para ella, los aviones antiguos, con sus riostras, pistones, alas de tela, costillas de madera, cables y tapicerías de cuero, son la encarnación del deseo humano de volar. En 2009 descubrió a Lady Heath y entonces decidió que debía repetir el histórico vuelo a Ciudad del Cabo y contar su historia. Lo hizo en el año 2013, y el 9 de enero de 2016 aterrizó en Sidney con su Boeing Stearman, Spirit of Artemis —un avión de época construido en 1942, biplano con la cabina descubierta— para completar otra gesta en recuerdo de Amy Johnson, la gran aviadora británica.

Tracey Curtis-Taylor nació en Stamford, Lincolnshire, en 1963, y su pasión por la aeronáutica, amor a la aventura y firme determinación, la ha llevado a repetir algunos de los viajes aéreos que marcaron los años veinte y treinta del pasado siglo protagonizados por aviadoras famosas.

Amy Johnson nació en Hull, Yorkshire, el 1 julio de 1903, poco más de seis meses antes de que los hermanos Wright volaran por primera vez en la historia con una máquina más pesada que el aire. Entonces, Sophie Peirce Evans aún no había cumplido los nueve años. Las dos estaban destinadas a convertirse en aviadoras emblemáticas. A Sophie la educaron en casa de su abuela dos tías solteronas que odiaban el deporte; su padre había asesinado a su madre, cuando ella tenía un año y desde entonces se hallaba en prisión. Amy Johnson se crio en el seno de una familia acomodada; su progenitor, lord Wakefield, era un magnate del petróleo. El padre de Amy financiaría muchas de sus empresas aeronáuticas y las tías de Sophie jamás pudieron arrebatarle su amor por el deporte.

Sophie Peirce Evans alcanzaría la fama con el nombre de lady Heath, o Lady Mary, porque en 1928 cuando voló de Ciudad del Cabo a Londres, estaba casada con sir James Heath. Tardó tres meses en hacer el viaje, bastante más de las tres semanas que había previsto. Lady Mary había aprendido a volar tres años antes, después de ostentar el título de campeona nacional de lanzamiento de jabalina. Sus tías no lograron disuadirla y la muchacha fue una gran deportista.

Poco después de que Sophie efectuara su famosa travesía, Amy Johnson empezó a tomar lecciones de vuelo. En 1929 Amy recibió su licencia de piloto en el London Aeroplane Club, lo que marcó el inicio de su extraordinaria carrera aeronáutica. Ese mismo año, Lady Mary sufrió un accidente en Cleveland, Ohio, mientras participaba en las National Air Races. A partir de aquel momento su temperamento cambió.

Amy Johnson decidió superar el record de Bert Hinkler que había volado de Londres a Australia en 16 días. Con la ayuda de su padre, el petrolero, compró un De Havilland Gypsy Moth, al que pusieron el nombre de Jason. Partió de Croydon el 5 de mayo de 1930 y aterrizó en Darwin el 24 de mayo. No logró mejorar la marca de Hinkler, pero fue la primera mujer que voló en solitario del Reino Unido a Australia. En su país fue recibida como una auténtica heroína.

Lady Mary solicitó el divorció de sir James Heath en Reno, por crueldad. Era su segundo matrimonio, el primero con el militar William Elliot Lynn se frustró prematuramente al morir este en 1927. Volvió a casarse en 1931 con un jinete y aviador de origen caribeño y regresó a Irlanda para establecer una pequeña compañía aérea en Kildonan, cerca de Dublín. Murió de accidente, en 1939, al caerse por la escalera cuando descendía del primer piso de un autobús, en Londres. Al parecer Lady Mary sufrió un desvanecimiento que probablemente tuvo que ver con la existencia de un coágulo cerebral. Los últimos diez años de su vida estuvieron marcados por las secuelas del accidente de Cleveland.

Amy Johnson se casó con el aviador escocés Jim Mollison en 1932. Los dos volaron juntos, con un DH Dragon, del sur de Gales a Estados Unidos en 1933; también participaron en la carrera de 1934 entre el Reino Unido y Australia. En 1938 se divorciaron.

Amy murió en 1941, cuando volaba en plena II Guerra Mundial para la Fuerza Aérea de su país en misiones auxiliares. Su desaparición nunca se llegó a aclarar.

Amy Johnson y Lady Heath no tuvieron una vida fácil en un mundo en el que lucharon por encontrar para ellas un sitio en un lugar peligroso y reservado a los hombres. El mundo en el que vive Tracey Curtis-Taylor es muy distinto, pero el empeño de la aviadora británica por reivindicar a sus colegas, su tenacidad para montar operaciones tan complicadas y su destreza y valor para ejecutarlas, es igualmente meritorio. De Farnborough, Hampshire, a Sidney, Tracey ha sobrevolado 23 países y ha tenido que aterrizar en 50 aeródromos para repostar, a lo largo de los tres meses que ha durado el vuelo. «He pasado a través de monzones, tormentas, turbulencia y he volado sobre el interior de Australia a 45 grados de temperatura…Volar así, a bajo nivel, alrededor de medio mundo, contemplando los paisajes más icónicos, la geología, la vegetación, es la mejor vista del mundo».

Es evidente que los vuelos de Amy Johnson y Lady Mary nada tuvieron que ver con los de Tracey. Sin el apoyo logístico de Curtis-Taylor (avión de acompañamiento, abastecimiento en las escalas, predicción meteorológica), con un aeronaves más rudimentarias y peor mantenidas durante el vuelo, y con agendas mucho más apretadas, Amy y Lady Mary se enfrentaron a la aventura acompañadas de poco más que sus recursos personales. La comparación ha levantado muchos comentarios negativos sobre los viajes Tracey. La mayoría de ellos están relacionados con que la aventura no es tal sino una simple demostración de lo que se puede hacer con dinero. Algunos dicen que mucha gente lleva a cabo viajes en pequeños barcos, bicicletas o a pie, recorre medio mundo y pasa aventuras mayores que las que experimentó Tracey sin que nadie se entere. Es posible, en realidad más que posible: seguro que así es; pero, es conveniente que no ignoremos la importancia que para todo tiene la habilidad de convencer, organizar y comunicar.

 

 

de Francisco Escarti Publicado en Aviadoras

Las comandantes de vuelo

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Élise Léontine Deroche

Desde hace ya muchos años las “pollas” ya no son imprescindibles en la cabina de vuelo de un avión comercial. Carey Smith, comandante piloto de la compañía canadiense WestJet tuvo que dar esta explicación a un pasajero que le había dejado una nota, en su asiento, antes de abandonar el avión en un vuelo suyo de Calgary a Victoria. En la misiva, el pasajero le informaba de que esperaba que la próxima vez la línea aérea le advirtiera de que una mujer pilotaba su vuelo, para no embarcarse. Carey le contestó con una frase, en Facebook, en la que irónicamente se refería a las “pollas” (en inglés, cock), en un contexto con doble intención en el que también mencionaba la palabra cabina de vuelo (en inglés, cockpit). El episodio tuvo lugar en Canadá hace tan solo unos meses.

En Brasil, un pasajero de TRIP Linhas Aéreas en un vuelo que partía de Bello Horizonte se plantó de pie en el pasillo de la cabina para gritar: “Alguien debería haberme dicho que el comandante es una mujer. Yo no vuelo con una mujer a los mandos.” Y no voló, porque la comandante dio orden de que lo desembarcaran. De eso, ya han pasado un par de años.

De acuerdo con la Asociación Internacional de Mujeres Pilotos, de los 130◦000 pilotos que vuelan hoy en las líneas aéreas comerciales, en todo el mundo, tan solo unas 4000 (3% del total, aproximadamente) son mujeres y de ellas 450 desempeñan la función de comandante. En España, según el Sepla, el colectivo de 5300 pilotos profesionales cuenta con 159 mujeres (un 3%). Cuando Élise Léontine Deroche recibió lo que fue la primera licencia de vuelo que obtuvo una mujer en la historia de la aviación, el 8 de marzo de 1910, el Aéro Club de Francia le otorgó el número 36. Ese día, de 36 pilotos franceses, solo había una mujer (otro 3%, aproximadamente). En 104 años, no han cambiado mucho las cosas y es como si las mujeres estuvieran llamadas a perpetuar una cuota del 3% en el colectivo de vuelo.

La entrada de las mujeres en las cabinas de vuelo de la aviación comercial, para asumir el mando de las aeronaves, está siendo un proceso muy lento. Una de las pioneras, Beverley Bass, que en 1986 fue noticia por ser la primera mujer comandante de un gran avión de largo recorrido (Boeing 777), tuvo que trabajar muy duro para conseguirlo. Empezó acumulando horas de vuelo por las noches, con un avión Bonanza con una sola hélice en el que por 5 dólares a la hora transportaba cadáveres; de día aprovechaba para estudiar. Cuando ingresó en American Airlines, en 1976, tenía las mismas horas de vuelo que sus compañeros masculinos, la mayoría de ellos las habían obtenido cómodamente en las Fuerzas Aéreas y a cambio de un salario.

La pionera de la aviación comercial británica Yvonne Pope Sintes, que en 1972 consiguió volar como comandante, explica la ausencia del género femenino en las cabinas de vuelo así: “Las mujeres son tan buenas como los hombres, pero parece que tienen asuntos domésticos y no todas ellas quieren dedicarse a un trabajo que requiera todo su tiempo”.

En Japón hasta el año 2010, ninguna mujer había asumido el mando de una aeronave perteneciente a las principales aerolíneas niponas. Ari Fuji, de 42 años, dijo que “nadie, ni siquiera ella pensó que conseguiría hacerlo una realidad”; tan escasa era su fe en alcanzar la posición de primer mando a bordo de una aeronave comercial.

A mitad camino entre la progresista American y la conservadora Japan, en 1998, Bettina Kadner, se convirtió en la primera comandante de la compañía aérea española, Iberia. En enero de este año 2014, Marta Pérez Aranda, realizó el primer vuelo intercontinental en el que un comandante femenino de Iberia dirigía la tripulación de la aeronave, con 22 años de retraso con respecto a lo que ocurrió en Estados Unidos. Con su vuelo de Madrid a Sao Paulo, a bordo de un A-340, Marta se incorporaba a la flota de largo recorrido de la compañía. Cinco meses después Marta marcaba otro hito histórico en la aerolínea española: una comandante, dos pilotos, una sobrecargo y diez azafatas, volaban a Sao Paulo con una tripulación compuesta exclusivamente por mujeres. Pero, si tenemos en cuenta que Iberia vuela a Suramérica desde el año 1946, en que empezó a operar la ruta a Buenos Aires con sus DC-4, han tenido que pasar 68 años para que una mujer asumiera el mando en un vuelo intercontinental. Son muchos años.

Una de las últimas incorporaciones al grupo de mujeres comandantes es la de Yasmeen Fraidoon, la primera que lo ha hecho en la aerolínea de bandera, Gulf Air, del reino de Bahrein; ocurrió el mes de marzo del presente año.

Las mujeres no están peor dotadas que los hombres para ejercer el mando a bordo de una aeronave comercial. Yvone Pope tiene razón. Hace ya muchos años, la famosa aviadora estadounidense, Jackie Cochran, financió el proyecto del doctor Lovelace que pretendía demostrar que las mujeres podían llevar a cabo misiones espaciales, igual que los hombres. Era una respuesta a la selección por parte de la NASA de sus primeros astronautas, todos varones. Lovelace consiguió demostrar, con un grupo de voluntarias, que las pruebas que pasaron los astronautas masculinos también las podían superar las mujeres. Aquellos resultados dieron pie a que los responsables del proyecto de Lovelace cursaran una protesta formal al Senado, por discriminación; una decisión que haría saltar las alarmas institucionales porque si la enmienda presentada prosperaba el programa Mercury se vendría abajo. Era un proyecto impulsado por el Gobierno para remontar la ventaja que la Unión Soviética llevaba a Estados Unidos en la carrera espacial. Fue la propia mecenas que financió los trabajos de Lovelace, Jackie Cochran, quien le retiró su apoyo, preocupada por la posible interferencia de aquella iniciativa con los planes del presidente Einsenhower. Hubo quién pensó que Jackie lo hizo para preservar su condición de “primera aviadora del país” que estaba destinada a perder con la aparición de una astronauta.

No es por falta de capacidad. Un factor que explica la escasa presencia de pilotos en las aerolíneas comerciales estriba en que las Fuerzas Aéreas de casi todos los países, hasta hace poco tiempo, no han aceptado a mujeres en sus unidades de vuelo. Las Fuerzas Aéreas han sido la principal fuente de suministro de pilotos de las aerolíneas comerciales durante muchos años.
También es posible que a muchas mujeres no les atraiga la idea de pilotar un avión. No hay duda de que son capaces de volar con la misma destreza que un hombre, deberían tener las mismas oportunidades para hacerlo, y plena libertad para elegir su profesión. Pero, lo más importante es que podemos tener la certeza de que si, en un vuelo, nuestro avión está en manos de una comandante, alguien excepcional va a ocuparse de nuestra seguridad.

de Francisco Escarti Publicado en Aviadoras