Rosetta, cada vez más cerca de su objetivo

Imagen: ESA

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67P/Churyumov-Gerasimenko espera pacientemente que Philae se pose en la superficie de su cuerpo. Eso ocurrirá el 11 de noviembre de este año, si todo funciona de acuerdo con lo previsto. El robot viaja por el espacio a bordo de Rosetta desde que, hace 10 años, despegó de Kourou, en la Guayana francesa. Todavía está a unos 20 000 kilómetros de su objetivo, pero eso no es nada comparado con los 6000 millones de kilómetros que ya ha recorrido desde que abandonó la Tierra.

El pasado 20 de enero, la NASA comunicó que Rosetta les había saludado. Dijo “Hola Tierra”, cuando despertó de su larga hibernación, de unos dos años y medio, en la que la mayor parte de sus sistemas se habían desconectado, para ahorrar energía, mientras viajaba por los confines de nuestro Sistema Solar. Ahora ya está muy cerca de 67P, un cometa de unos 4 kilómetros de diámetro. El robot que transporta Rosetta, Philae, tiene asignada la misión de aterrizar en la superficie del cometa para estudiar su composición y las transformaciones que se produzcan cuando se aproxime al Sol.

Los cometas, como 67P/ Churyumov-Gerasimenko, son los cuerpos celestes más antiguos de nuestro Sistema Solar y conservan una gran cantidad de material volátil. Los cometas se formaron a una gran distancia del Sol, hace unos 4600 millones de años, y las bajas temperaturas han preservado su composición inicial. Son similares a lo iceberg oceánicos de los mares fríos. Sus colas se forman cuando se aproximan al Sol y algunos de sus materiales se evaporan. Los millones de cometas de nuestro Sistema Solar han contribuido a configurar el estado actual de los planetas y sus satélites. Se conservan cráteres en la Luna y Mercurio que se deben a los impactos de estos cuerpos celestes. En la Tierra pudieron ser los responsables del desarrollo de la vida y de la existencia de las grandes masas de agua que forman sus mares y océanos.

El largo viaje de Rosetta para interceptar su objetivo, el cometa 67P, solo pudo hacerlo siguiendo una trayectoria según la cual ha tenido que orbitar casi cuatro veces alrededor del Sol y auxiliarse de maniobras con apoyo de las fuerzas gravitatorias de otros planetas. La imagen de este artículo representa a Rosetta, en su vuelo a unos 250 kilómetros sobre la superficie de Marte, el pasado 25 de febrero de 2007. Desde Darmstadt, en Alemania, se planifican y controlan, todas las trayectorias de Rosetta.

El 4 de junio, la cámara Osiris, desde la nave espacial Rosetta, tomó una imagen de 67/P. Estaba a 430 000 kilómetros de su objetivo. El cometa parece estar menos activo que el pasado mes de abril, cuando mostraba una extensa cola; su intensidad lumínica ha disminuido. Conforme se acerque al Sol, los cambios de aspecto son impredecibles.

Los técnicos trabajan en el diseño y ejecución de las maniobras finales para asegurarse de que Philae pueda aterrizar sobre el cometa sin problemas. En total quedan 6 maniobras de aproximación y las últimas se efectuarán el 6 de agosto, cuando Rosetta se encuentre a 100 kilómetros del cometa.

El telescopio espacial Hubble

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Credit: Nasa

A principios de 1609 Galileo estaba pasando una mala racha. Aquel año, en el que cumpliría 45 años, su salud empezaba a deteriorarse y había sufrido ataques de asma, dolores en las hernias y artritis. Le agobiaban los problemas económicos. A pesar de que, como profesor en la universidad de Padua, contaba con un magnífico salario de 500 coronas anuales, los gastos lo asfixiaban. Tenía a su cargo a su amante, tres hijos y una madre; sus hermanas necesitaban una dote que tan solo él podía darles y en Florencia sus parientes, arruinados, no disponían de otros medios económicos que no fueran su ayuda. Para ganar un dinero extra haría horóscopos, pero Galileo buscaba otra cosa, algo importante capaz de captar el interés de los poderosos, y muy en particular el de la familia Médici de Florencia.

Durante la primavera de aquel año de 1609 en Europa se extendió la noticia del invento del telescopio. Se empezaron a vender en las ópticas de París, el Vaticano −que estaba al tanto de cuanto ocurría en el mundo− compró uno y Galileo se percató de que el gran invento que andaba buscando se acababa de inventar. Sin embargo, el profesor de Padua, no se arredraría y decidió construir su propio telescopio y se las ingenió para presentarlo en Venecia ante las autoridades y la élite científica y artística de la ciudad, como si fuera el último y más genial de sus descubrimientos, en el que llevaba trabajando durante años. Los que subieron a la torre de San Marcos, que fue el lugar donde Galileo instaló su telescopio, pudieron observar entusiasmados los pueblos colindantes de Treviso y Padua, tan cerca, que parecía que estaban al alcance de la mano. El atrevido profesor le ofreció al dogo de Florencia su aparato y el Senado de la ciudad votó una resolución por la que se le doblaría el salario como profesor a Galileo y su cátedra le pertenecería de por vida.

Sin embargo, Galileo no pudo otorgarle a la ciudad de Venecia una patente que nunca poseyó y el dogo, Priuli, siempre le guardaría cierto rencor al científico por ese motivo. Galileo perfeccionó el telescopio y en poco tiempo construyó instrumentos muy bien adaptados para la realización de observaciones astronómicas. Le mostró a Cosme II de Médici, de Florencia, la Luna a través de su telescopio y descubrió cuatro lunas que orbitaban en torno a Júpiter a las que denominaría “astros mediceos”, todo ello para ganarse la voluntad del Gran Duque, lo que finalmente conseguiría.

Con Galileo nació el telescopio astronómico y gracias a las observaciones con este instrumento el científico descubrió nuevos cuerpos celestes y determinó con mayor precisión el movimiento de los planetas, lo que confirmaría que la Tierra giraba en torno al Sol. Una realidad que a Galileo le acarrearía problemas con la Iglesia durante los últimos años de su vida.

A lo largo de poco más de 300 años, los astrónomos utilizaron telescopios cada vez más potentes para observar y catalogar los cuerpos celestes. Hasta el comienzo del pasado siglo, creían que todos estos cuerpos se hallaban en el interior de una galaxia única. Sin embargo, en 1904 se construyó lo que entonces fue el telescopio más potente de la historia de la Astronomía, en el observatorio Wilson, al norte de Los Ángeles, en Estados Unidos. En 1924, un famoso astrónomo estadounidense, Edwin Hubble, descubrió en el observatorio Wilson que en el interior de la Nebulosa Andrómeda había estrellas. Hasta entonces, se pensaba que todas las nebulosas estaban en el interior de la galaxia, pero el hallazgo de Hubble demostró que más allá de nuestra galaxia, había otras galaxias que contenían multitud de estrellas, igual que la nuestra. Además, las galaxias se alejaban unas de otras a una velocidad que crecía en función de la distancia que nos separaba de ellas. Su descubrimiento engrandecería el tamaño del Universo conocido y cambiaría radicalmente el concepto de un mundo encerrado, en una simple galaxia, a otro en el que millones de galaxias se expanden ocupando un volumen, cada vez mayor, que entonces aún no se podía cuantificar.

Aunque con posterioridad se han construido telescopios más potentes que el del observatorio Wilson, uno de los problemas que plantea la observación astronómica desde la Tierra es que los rayos luminosos tienen que atravesar la atmósfera, que es una capa que contiene gases y polvo y que distorsiona y atenúa las radiaciones procedentes del espacio exterior. Las ondas de alta frecuencia como los rayos ultravioleta, gamma y rayos X, son absorbidas parcial o totalmente, por la atmósfera, antes de llegar a la Tierra; estas radiaciones, procedentes de remotas galaxias, contienen información tan útil para su estudio como la que aparece en el espectro visible, o aún más.

Colocar un gran telescopio fuera de la atmósfera terrestre, orbitando en torno a la Tierra, fue un sueño que los astrónomos verían cumplido el 24 de abril de 1990. Ese día, un gigantesco telescopio, bautizado con el nombre del gran astrónomo estadounidense, Hubble, viajó al espacio en la lanzadera espacial Discovery, con cinco astronautas a bordo, cuya misión principal, de cinco días de duración, fue la de desplegar el primer gran telescopio espacial.

El aparato pesa cerca de 11 toneladas, tiene una longitud de 13,2 metros y un diámetro máximo de 4,2. Es del tipo reflector (en vez de lentes, utiliza espejos para enfocar las imágenes), con un espejo primario de 2,4 metros de diámetro. El conjunto dispone de paneles solares para alimentar los equipos electrónicos y lleva cuatro motores para modificar su orientación. Completa una órbita cada 97 minutos a 559 kilómetros de altura.

El éxito inicial del telescopio Hubble duró muy poco. Pronto se convirtió en un fracaso de grandes dimensiones y en motivo de ensañamiento para la prensa cuando sus patrocinadores, la agencia estadounidense NASA y la europea ESA, tuvieron que admitir que el espejo primario se había tallado con gran precisión, pero con una forma distinta a la que se requería. Es decir, el fabricante, Perkin Elmer, lo había construido mal con una exactitud sin precedentes. La aberración que introducía en las imágenes hacía que el telescopio no sirviera para proporcionar datos de cuerpos con muy poca luminosidad; en esas condiciones, la utilidad del instrumento era muy cuestionable. Los medios criticaron sin piedad a los responsables del proyecto, al que empezaba a considerarse ya como un auténtico fracaso, como siempre, a costa del contribuyente.

El telescopio se había diseñado para que los astronautas pudieran efectuar misiones de reparación y mantenimiento, pero rectificar el espejo en el espacio era una tarea imposible y traerlo a la Tierra para repararlo y volver a ponerlo en órbita, una operación demasiado costosa. Después de tres años de discusiones, los técnicos concibieron un paquete de soluciones dignas de una mente tan prodigiosa como la del mismísimo Galileo. En vez de corregir el espejo principal, introducirían alteraciones en elementos ópticos, más pequeños, para compensar los errores en su construcción. Aquello se pudo hacer gracias a que el espejo se había fabricado mal, pero con otra forma, distinta a la deseable, que se conocía con gran exactitud, de modo que las aberraciones a introducir en los nuevos componentes podían también determinarse con la misma exactitud. Una magnífica lección: lo más importante es saber muy bien lo que uno hace.

En 1993 una nueva misión espacial, con una tripulación de astronautas entrenados para llevar a cabo las modificaciones, reparó el telescopio y, a principio de 1994, la NASA declaró que la operación había sido un éxito. Desde entonces, las contribuciones del telescopio espacial Hubble al desarrollo de la ciencia y a la mejora del conocimiento del Universo han sido muy importantes.

Galileo se dio cuenta de que el telescopio era un instrumento con futuro, gracias a él consiguió superar sus problemas económicos y abrir un nuevo mundo para los astrónomos que le siguieron; Hubble lo utilizó para descubrir que nuestra galaxia era una más en un mar de galaxias; la NASA y la ESA lo llevaron al espacio. Tres pasos de gigante en nuestra carrera contra la ignorancia.

Rosetta ha vuelto a llamar a casa

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Rosetta y Philae- imagen NASA ESA

La nave espacial Rosetta abandonó la Tierra en 2004 y se puso en una órbita solar que la llevó al espacio profundo. Todos sus sistemas se alimentan mediante paneles de energía solar y en junio de 2011 se hibernaron y así han permanecido durante el tiempo que Rosetta se mantuvo muy alejada del Sol, cerca de dos años y medio.

El 20 de enero de 2014, ya de vuelta de su largo periplo, el despertador interno de la nave ha funcionado de manera automática, los sistemas han vuelto a encenderse y Rosetta se ha comunicado con la estación de la NASA en Goldstone. Los astrónomos han informado del evento con la noticia de que Rosetta envió un mensaje que decía: “Hola Tierra».

La misión de Rosetta consiste en acercarse a un cometa que se llama 67P/Churyumov-Gerasimenko, de unos 4 kilómetros de diámetro, y liberar un pequeño módulo, “Philae”, para que aterrice en la superficie del cometa. Philae perforará el subsuelo de 67P y enviará información de lo que encuentre en la superficie y el interior del pequeño astro. La nave espacial aún se encuentra a unos 9 millones de kilómetros de su objetivo.

Si todo funciona bien a finales de mayo de este año, y a unos 2 millones de kilómetros de 67P, Rosetta nos podrá enviar algunas imágenes del cometa y empezarán los preparativos para la aproximación y el descenso de Philae. Durante meses investigará la atmósfera del cometa y su interacción con el viento solar y determinará el punto idóneo de su superficie donde Philae deberá aterrizar.

El aterrizaje de Philae en la superficie de 67P está previsto para el 11 de noviembre de 2014. Se anclará al cometa con arpones, porque su gravedad es muy débil, y cuando se asiente transmitirá imágenes de alta resolución, así como datos de la composición del subsuelo y de la superficie del astro. Pero no todo habrá terminado ahí, porque Rosetta escoltará a 67P y observará qué ocurre en su superficie conforme se aproxima al Sol. El 13 de agosto de 2015 se encontrará a una distancia del Sol de unos 185 millones de kilómetros, su punto más cercano a la gran estrella, en un lugar que está entre las órbitas de la Tierra y Marte. Rosetta seguirá al cometa hasta finales del próximo año 2015 y nos informará de los cambios que ocurran conforme el astro se aleje y su temperatura disminuya.

Hasta la fecha, la información que tenemos de los cometas se limita a imágenes puntuales obtenidas en algún lugar concreto de su órbita solar. Ahora, con Rosetta, se pretende entender los cambios de la composición del astro durante el proceso de calentamiento y enfriamiento en sus viajes alrededor del Sol.

La nave espacial tiene el mismo nombre que la famosa piedra que encontró un soldado de Napoleón, en 1799, cuando el emperador francés paseaba sus ejércitos por Egipto. La piedra llevaba inscrito parte del edicto del faraón Ptolomeo V, en tres idiomas: griego antiguo, egipcio demótico y jeroglífico. Años después, en 1822, Jean-François Champollion descifró los jeroglíficos egipcios al compararlos con las otras escrituras.

La agencia Espacial Europea (ESA) o la norteamericana (NASA) quizá hayan exagerado al bautizar a su robot con un nombre tan pretencioso y con toda seguridad lo han hecho al presumir de la habilidad con que han captado el “Hola Tierra” de la nave recién despertada. Un radio astrónomo aficionado, el francés Bertrand Pinel, con un plato de 3,5 metros, desde su casa en Casltenaudary- a 65 kilómetros de Toulouse- también apuntó al lugar del espacio donde se encontraba Rosetta el 21 de enero. A las 10:00 logró detectar el mismo mensaje que la estación de la NASA en Goldstone. Era una señal en la banda X. Al día siguiente, el observatorio de Tartu en Estonia también informó que había detectado las emisiones de Rosetta, con su pequeña antena de 3 metros de diámetro.

Es una buena noticia saber que Rosetta vuelve a llamar y que hay gente que comprueba la veracidad de las historias que nos cuenta la NASA y la ESA.

La invención de los cohetes

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En 1806 Claude Fortuné Ruggeri envió una oveja con un cohete a 200 metros de altura. El animal descendió en paracaídas a tierra sin sufrir ningún percance. Antes había elevado ratones y otros animales pequeños. Claude era hijo de Petronio, uno de los cinco hermanos de la familia Fortuné Ruggieri que abandonaron Italia para instalarse en París, en 1730. Muy pronto se convirtieron en los pirotécnicos de moda de la alta sociedad europea. Es posible que a Claude le corresponda el honor de ser el primer artificiero que lanzó un ser vivo utilizando un cohete, pero realmente se haría más famoso por sus conocimientos de química que le permitirían mezclar pólvoras con sales metálicas para colorear las luces de sus fuegos artificiales. Mezclando pólvoras con estroncio las hacía rojas, verdes con bario y azules con cobre. Además era capaz de dibujar figuras y de lanzar sus castillos desde globos de aire caliente.

Los cohetes han servido tradicionalmente para pintar las noches oscuras de fiestas con bonitos colores y  aunque también tuvieron aplicaciones militares siempre fue mayor el ruido que el daño, al menos hasta mediados del pasado siglo. Los primeros cohetes se lanzaron en China, ya que allí se inventó la pólvora y esta sustancia la trajeron los árabes a Europa. Una de las primeras referencias escritas que se tiene en este continente del explosivo chino figura en las crónicas de un rey español, Alfonso XI de Castilla: …tiraban [los árabes] muchas pellas de hierro que las lanzaban con truenos, de los que los cristianos sentían un gran espanto…

Podríamos decir que la historia de los cohetes, como propulsores de una carga útil que normalmente se le suele llamar en el argot aeronáutico “carga de pago”, tiene algo más de mil años. Sin embargo, durante las primeras nueve centurias sirvieron para divertir a la gente y asustar en las guerras. La parte más importante del desarrollo de los cohetes se produjo en un espacio de tiempo que escasamente duró sesenta años, durante el siglo pasado.

Creo que hay cinco grandes protagonistas que, desde el año  1903 hasta la década de 1960, hicieron posible que los cohetes pasaran de levantar una oveja un par de centenas de metros a llevar una tripulación de astronautas hasta la Luna. Fue en aquella década cuando el Saturno V, un impresionante cohete con tres etapas, 110 metros de altura y 10 de diámetro, capaz de transportar más de 45 toneladas de carga a una órbita lunar, inició los vuelos tripulados a nuestro satélite. Ha habido otros cohetes que han completado con éxito más misiones, como los Atlas estadounidenses o los R-7 rusos, pero hasta la fecha ninguno ha superado las prestaciones de los Saturno V.

En la actualidad la NASA trabaja en el desarrollo del Space Launch System que será el cohete que lleve a cabo las misiones previstas hasta el 2032, incluyendo  la caza y la puesta en órbita lunar de algún asteroide próximo, una expedición con astronautas al asteroide en la órbita lunar y un viaje a Marte, tripulado.

Son muchas las personas que han trabajado en el desarrollo de la tecnología de los cohetes, pero por varias razones, cinco de ellas marcaron hitos muy importantes en esa historia. El ruso Tsiolkovsky formuló los principios básicos teóricos de la ciencia de los cohetes. Los resultados de sus investigaciones los publicó en 1903 y en 1911 y todos los que le siguieron tratarían de llevar a la práctica sus ideas, aunque es posible que no todos llegaran a conocer la obra del ruso y tuvieron que reinventarla. El primer cohete cuya concepción respondía a los conceptos de Tsiolkovsky lo lanzó un estadounidense, Goddard, en una granja el año 1926. Fue Goddard quien demostró de manera fehaciente que las ideas de Tsiolkovsky eran viables. Un húngaro, austríaco, alemán o rumano, dependiendo del momento de su vida ya que a lo largo de la misma su ciudad natal cambió de nacionalidad varias veces, por culpa de las guerras y la política, que se llamaba Oberth, también fue el primero en repetir en Alemania, algo similar a lo que hizo Goddard en Estados Unidos. Oberth probó un cohete de combustible líquido, estático, en un laboratorio berlinés, en 1929. Quizá, si no hubiera tenido un ayudante, su experimento se hubiera quedado en otro experimento más, pero von Braun asistió a Oberth durante las pruebas del motor cohete y aquella colaboración marcaría para siempre al joven aristócrata. Von Braun fue el director técnico de los desarrollos de los cohetes alemanes que culminaron con el emblemático V-2, en 1943. Después de la segunda guerra mundial la mayor parte de la tecnología alemana relacionada con los cohetes fue a parar a Estados Unidos y el resto a la Unión Soviética. Von Braun asumió el liderazgo norteamericano. En la Unión Soviética otro ingeniero siguió los pasos de su maestro Tsiolkovsky  y se aprovechó de la experiencia alemana, se llamaba Korolev. El equipo de Korolev tomó el liderazgo mundial en el desarrollo de cohetes  cuando en 1957 puso en órbita el Sputnik 1. Kennedy, ayudado por la inteligencia estadounidense, emplazó a su país para que recuperase un liderazgo que nunca había tenido y von Braun tuvo un papel principal en el desarrollo del proyecto al dirigir el diseño y la construcción del cohete Saturno V que en 1969 llevó al hombre a la Luna.

Goddard jamás consiguió el apoyo financiero que tuvo von Braun, porque le tocó vivir épocas en las que los cohetes no interesaban a los políticos de su país. Tsiolkovsky fue ignorado durante muchos años, en un país empobrecido y convulso. A Oberth ni siquiera le dejaron publicar su tesis doctoral en Alemania, por considerarla “inoportuna”. Von Braun disfrutó del apoyo incondicional de la maquinaria de guerra de Hitler. Korolev estuvo a punto de pasar a mejor vida en una de las famosas purgas de Stalin y fue rescatado como otros muchos técnicos y científicos para contrarrestar a los muchachos de von Braun, durante la segunda guerra mundial. La rabieta de Stalin cuando se enteró de que los estadounidenses se habían llevado casi todo el material y los expertos de los V-2 de Alemania, al terminar la guerra, llenó de rublos el presupuesto de Korolev que en pocos años sorprendió a una sociedad estadounidense poco interesada por la actividad espacial, primero con un satélite y después con un astronauta en el espacio. Las circunstancias hicieron que, la carrera espacial, algo que poco antes parecía inútil se convirtiera en la razón de ser de un país. Aquella locura norteamericana sacó a von Braun del aburrimiento para construir un impensable cohete de 110 metros de altura. Tsiolkovsky, Goddard, Oberth, von Braun y Korolev, hombres de gran talla, fueron las marionetas de una extraña y voluble forma de hacer política que estuvo a punto de destruir el mundo. Fueron años de guerras calientes y de la guerra fría.

Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky  nació el 17 de septiembre de 1857 en Izhevskoye, una pequeña ciudad del vasto y atrasado imperio ruso. De niño padeció escarlatina que afectó su audición lo que motivaría que no quisieran admitirlo en la escuela pública. Tsiolkovsky fue un autodidacta que se refugió en su mundo aislado y solitario para dedicarse al estudio de la física y las
matemáticas. De adolescente comenzó a soñar con los viajes espaciales.

Tsiolkovsky acudió durante tres años a una biblioteca en Moscú en donde trabajaba Nikolai Fyodorov, padre del cosmismo ruso: un movimiento filosófico que consideraba al hombre destinado a ejercer un control absoluto sobre la naturaleza hasta el punto de conseguir liberarse de la muerte. Según la filosofía cosmista en el hombre coexiste lo divino y lo material en perfecta armonía; la raza humana está llamada a manipular los fenómenos meteorológicos, la rotación de la Tierra y colonizar el Universo, para lo que tiene que adquirir un conocimiento profundo de las leyes que gobiernan el mundo en que vivimos. A lo largo de toda su vida el pensamiento de Tsiolkovsky estuvo imbuido de las ideas de Fyodorov. Sus trabajos astronáuticos serían una parte menor de una obra que escribió en más de 400 libros de los que solamente 90 tuvieron que ver con los viajes espaciales.

A pesar de su falta de formación académica Tsiolkovsky aprobó los exámenes de profesor. Su primer empleo fue dar clases en una escuela de Borovsk, cerca de Moscú. El profesor se casó con Varvara Sokolovaya, tuvo una familia y vivió aislado dedicado a la docencia y la investigación.

En 1892 lo trasladaron como profesor a la ciudad de Kaluga. En 1897 instaló en su pequeño apartamento el primer túnel de viento que se utilizó en Rusia para determinar las fuerzas de sustentación y resistencia de objetos con distintas formas. Ideó un dirigible metálico y también hizo bocetos de una máquina de volar más pesada que el aire, pero no obtuvo ningún apoyo para desarrollar estos proyectos y los abandonó.

En 1903 publicó su libro La exploración del espacio cósmico mediante dispositivos a reacción, junto con otros artículos, en los que se compendiaba el resultado de sus trabajos de investigación astronáutica y sobre cohetes. No logró una gran acogida porque Tsiolkovsky se había adelantado a su época. Sin embargo, su publicación de 1911, Investigación sobre cohetes en el espacio exterior, tuvo mayor impacto en los medios científicos internacionales.

El autodidacta ruso calculó que la velocidad mínima para mantener un objeto en una órbita terrestre era de 8000 metros por segundo (28 800 kilómetros por hora) y también determinó la velocidad de escape desde cualquier planeta, es decir, la velocidad a la que hay que impulsar un objeto para que lo abandone. Tsiolkovsky formuló todos los conceptos que con posterioridad llevarían a la práctica los ingenieros y científicos que le siguieron hasta construir los cohetes que transportaron al hombre a la Luna. En primer lugar, estableció la fórmula que permite calcular la velocidad de un cohete en cualquier momento, a partir del impulso específico del combustible y las masas inicial y final. Propuso la idea de cohetes con varias etapas, el uso de combustibles líquidos (oxígeno e hidrógeno) y otros muchos detalles que se implantarían con posterioridad.

Cuando estalló la revolución soviética en su país, Tsiolkovsky apoyó a los bolcheviques y en 1918 fue nombrado miembro de la Academia Socialista. Se retiró en 1920 del trabajo que tenía como profesor de matemáticas en la escuela de Kaluga. En 1928 publicó La voluntad del Universo. La inteligencia desconocida, obra en la que aseveraría que los humanos colonizaremos nuestra galaxia. Para el científico ruso la Tierra era la cuna de la Humanidad, pero la Humanidad no podía estar siempre en la cuna. Durante los últimos años de su vida se interesó por la doctrina eugénica, desarrollada por Galton, que defendía la intervención y el ordenamiento social en la producción de la descendencia humana. La simpatía que mostró por estas ideas no acrecentaría su popularidad. Tsiolkovsky  murió en Kaluga de cáncer de estómago el 19 de septiembre de 1935.

Es posible que el norteamericano Robert Hutchins Goddard, nacido el 5 de octubre de 1882 en Worcerster, Massachusetts, no llegara nunca a conocer bien la obra del ruso Tsiolkovsky. Cuenta Goddard que el 19 de octubre de 1899 estaba arriba de un cerezo podando las ramas viejas y empezó a soñar que sería bello observar el despegue de una nave rumbo a Marte, desde aquél  hermoso prado que se extendía debajo de sus pies. Cuando bajó del árbol se sintió un muchacho distinto porque la existencia al fin parecía tener una finalidad. Desde entonces, el 19 de octubre se convirtió en el  día del aniversario y lo consideraba como un festivo de carácter personal. Tsiolkovsky y Goddard compartieron una visión del mundo romántica y un temperamento introvertido y receloso.

Durante la adolescencia fue un estudiante aplicado, de frágil salud, ávido lector y muy curioso. Se graduó en física por el Worcester Polytechnic Institute en 1908 y completó su formación académica con un doctorado en la Clark University de Worcester en 1911. En 1912 obtuvo una beca de investigación en el laboratorio de física Palmer de la universidad de Princeton, aunque allí estuvo poco tiempo porque cayó enfermo y tuvo que regresar a Worcester al año siguiente. Los médicos creyeron que Goddard no superaría la tuberculosis, pero la pasión del joven físico por la ciencia y sus ganas de vivir lograron vencer la batalla  que tuvo contra las bacterias y, a finales de ese mismo año, Robert empezó a redactar sus primeras patentes. A lo largo de toda su vida llegó a registrar 214 patentes, pero las dos primeras, que describen un cohete con múltiples etapas y el sistema de propulsión con gasolina y óxido de nitrógeno líquido, marcarían un hito muy importante en el desarrollo de la tecnología de los cohetes. Cuando se recuperó de la enfermedad, Robert empezó a trabajar en la universidad Clark, en Worcester, como instructor e investigador.

En 1915 Goddard organizó un gran revuelo en la universidad al lanzar su primer cohete de pólvora. El joven inventor tuvo que aclarar que su experimento era inocuo, aunque fuera ruidoso y que nadie tenía que temer por su integridad, pero no convenció a los directores y a partir de entonces efectuó las pruebas en una cámara, dentro del laboratorio. Robert constató que la eficiencia del cohete de pólvora era de un 2%. Es decir, que solamente ese porcentaje de la energía liberada en la combustión se convertía en energía mecánica capaz de impulsar el cohete. Entonces se le ocurrió utilizar la tobera inventada por el sueco Gustav Laval, en 1888, para canalizar el flujo y comprobó que era posible incrementar mucho la velocidad de salida de los gases.  La tobera, primero se estrechaba y luego se ensanchaba, algo poco intuitivo porque para aumentar la velocidad de un fluido que circula por un conducto parece que hay que reducir la sección del conducto; esto es cierto siempre y cuando la velocidad del fluido sea inferior a la del sonido. Así pues, en la tobera de Laval el fluido aumentaba la velocidad en el estrechamiento hasta alcanzar la del sonido y luego se ensanchaba para que en el tramo supersónico el fluido continuara aumentando su velocidad. De esta forma, el cohete de Goddard conseguiría un rendimiento del 63%, lo cual suponía un paso de gigante en el desarrollo de la tecnología de los cohetes.

Aquellos resultados, según Goddard, demostraban la posibilidad de impulsar con cohetes una nave capaz de escapar de la atracción terrestre y viajar al espacio exterior. Pero, en 1915, cuando todavía no se había encontrado utilidad práctica a la recién inventada máquina de volar, hablar de cohetes espaciales era un atrevimiento que bordeaba la enajenación. Robert Goddard había llegado mucho más allá: en 1916 y 1917 realizó sus primeros experimentos con motores de iones.  Sus pequeños motores de cristal generaban un chorro de aire ionizado. Casi cien años después la NASA ha apostado por esta tecnología para propulsar en el futuro las naves que realicen misiones muy alejadas de la Tierra.

Robert Goddard utilizaba parte de su salario para financiar los costes de las investigaciones, pero a partir de 1916 los gastos empezaron a quedar fuera de sus posibilidades. Solicitó al Smithsonian apoyo económico y para describir sus trabajos envió una monografía con el título de  Un método para alcanzar altitudes extremas. El Smithsonian aceptó proporcionarle una ayuda de 5000 dólares en total, durante cinco años. La universidad Clark añadiría otros 3500 dólares a esa cantidad y la politécnica de Worcester le prestó unas instalaciones seguras donde hacer las pruebas.

En 1920 el Smithsonian publicó la monografía de Robert Goddard que había recibido dos años antes. El documento explicaba cómo mediante el uso de una tobera de Laval se lograba conseguir la mayor cantidad posible de empuje al aumentar la velocidad del flujo supersónico a partir de la garganta del dispositivo. La mayor parte del documento tiene que ver con cuestiones relacionadas con los combustibles, la velocidad de los gases en las toberas, la masa del cohete y su carga de pago, así como la utilización de los cohetes en aplicaciones de exploración de la atmósfera. Sin embargo, en una sección, Goddard explicaba que era posible alcanzar la Luna con un cohete cuyo peso en el momento del lanzamiento fuera de 3,21 toneladas. El cohete llegaría a nuestro satélite con una carga de pago de unos 5 kilogramos. Para verificar, desde la Tierra, la llegada  a la Luna del cohete, se podía hacer que explotara una carga en la superficie lunar que pudiera observarse con un telescopio desde nuestro planeta. En general, la reacción de la prensa fue muy negativa. La idea de que un cohete pudiera llegar hasta la Luna les pareció a muchos periodistas absurda y ridícula. Goddard recibió críticas también desde algunos estamentos científicos, todo lo cual contribuiría a que el físico se aislara y protegiese sus trabajos con un velo de opacidad y secretismo.

El 16 de marzo de 1926 su equipo lanzó el primer cohete que utilizó combustible líquido: una mezcla de gasolina y oxígeno líquido. El cohete no podía ser más simple, pero contaba con todos los elementos básicos necesarios para demostrar la viabilidad de sus teorías. La tobera estaba en la parte superior, de la que colgaban los depósitos con el oxidante y el combustible protegidos por un cono para evitar que el chorro de gases de la tobera incidiera directamente sobre los depósitos. Había dos conductos que desde los depósitos salían hasta la cámara de combustión, arriba, y pasaban por los lados del cohete, separados por dos brazos. Así, con el centro de gravedad por debajo del de empuje, Goddard conseguiría que el cohete mantuviera la estabilidad durante el vuelo. Era un artefacto muy poco atractivo. El lanzamiento se produjo en la granja de la tía Effie, en Auburn, y el cohete ascendió unos 12 metros recorriendo una trayectoria de 60 metros en 2,5 segundos. La prueba fue satisfactoria en el sentido de que se pudo demostrar que las ideas del científico funcionaban, pero un fracaso desde cualquier otro punto de vista. Durante unos 20 segundos por la tobera se expulsaron gases sin que el cohete ascendiera un solo milímetro; el ascenso se inició cuando se hubo quemado suficiente combustible para que el peso se redujera de forma considerable. Parte de la tobera se fundió y la película de la cámara de Esther Goddard, que grababa el gran evento, se agotó antes de que el cohete despegara.

Goddard se dio cuenta de que necesitaba mecanismos automáticos para controlar el vuelo de sus cohetes. Las aletas sólo no eran suficiente y colocó vanos móviles en las salidas de gases, todo ello controlado mediante sistemas con giróscopos.

El famoso piloto Lindbergh, que había volado en solitario de Nueva York a París se interesó por el trabajo de Goddard y actuó de intermediario para que la familia Guggenheim apoyara financieramente al inventor. A partir de 1930 estableció su base de operaciones en Roswell, Nuevo México, para seguir con sus experimentos con un pequeño equipo, aislado y en secreto. A lo largo de más de 10 años, de 1930 a 1941, Goddard lanzó en Roswell 31 cohetes; el que alcanzó mayor altura ascendió hasta unos 2500 metros, en 1937.

Mientras Robert Goddard progresaba muy lentamente en Roswell sin que la Administración de su país le prestara demasiada atención,  en Alemania el gobierno nazi daría un gran impulso al desarrollo de esta tecnología.

El primer científico que realmente se interesó por la ciencia de los cohetes en centro Europa fue  Hermann Julius Oberth nacido en Nagyszeben, en el reino de Hungría que formaba parte del imperio Austro- Húngaro de Francisco José, el 25 de junio de 1894. La lectura de las novelas de Julio Verne,  Desde la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, impactaron al joven Hermann hasta el punto de construir un pequeño cohete cuando tenía 14 años.

Oberth estudió medicina, pero no se olvidó de los cohetes y siguió experimentando por su cuenta. Al joven le interesaba más la física que la medicina y cuando terminó la guerra, en 1919, se trasladó a Alemania para estudiar Física, primero en Munich y después en Göttingen.

Cuando escribió su tesis doctoral En cohetes al espacio planetario, en 1922, sus profesores consideraron que el tema no era adecuado y Oberth se negó a cambiarlo, de forma que no pudo doctorarse. Sin embargo, la universidad rumana de Cluj aceptó su tesis y le otorgó el grado de doctor. El joven físico subsistió, hasta 1938, dando clases en un colegio, en Rumanía.

Pero, durante el tiempo en que Oberth vivió en Rumanía no perdió el interés por los cohetes ni sus contactos con los centros y personas interesados por aquella ciencia. En junio de 1929 ganó el premio de la Sociedad Astronómica Francesa con su libro Caminos del vuelo espacial que escribió a partir de su tesis doctoral. Durante los años 1928 y 1929 trabajó en Berlín, parte de su tiempo, como consultor del equipo cinematográfico que estaba rodando la película Mujer en la Luna. Una de sus tareas fue la de construir y lanzar un cohete, como evento publicitario de la película. Pero quizá, la actividad más destacable durante aquella época fueron los experimentos que llevó a cabo en los laboratorios del Instituto de Tecnología Química en Berlín. Allí probó estáticamente un motor cohete de combustible líquido, construido por Klaus Riedel, con la ayuda de un joven de 17 años que se llamaba Wernher Braun.

Su asistente, Wernher von Braun,  había nacido en Wirsitz, en 1912 en el seno de una familia aristocrática. De pequeño quería ser compositor, aprendió a tocar el piano y el chelo, pero después de leer las obras de ciencia ficción que había escrito Hermman Oberth, sobre viajes espaciales, se aficionó a la astronomía y el espacio. Para von Braun, trabajar con Oberth en el Instituto de Tecnología Química, experimentando con un motor cohete, era más de lo que podía imaginar. Entonces, Wernher estudiaba en el Instituto Tecnológico de Berlín para graduarse como ingeniero aeronáutico.

Después de la diplomatura, von Braun continuaría estudiando Física  en la universidad Federico-Guillermo. Hermann Oberth había sido un pionero en el mundo de los cohetes, en unos momentos en que se trataba de una ciencia “poco adecuada”, pero el mundo había cambiado. Cuando el partido nazi tomó el poder en Alemania, impulsar la tecnología de los cohetes pasó a formar parte de las prioridades del Gobierno. Wernher von Braun leyó su tesis doctoral el 27 de julio de 1934. La tesis de von Braun trataba sobre el uso de combustibles líquidos en cohetes y la mayor parte de su contenido no se haría público por considerarse material clasificado. Nada más leer su tesis, el capitán Walter Dornberger puso a su disposición una ayuda para que trabajara en su laboratorio de Kummersdorf y a finales de 1934 el equipo de von Braun ya había lanzado dos cohetes que alcanzaron 2200 y 3500 metros de altura, respectivamente. El brillante doctor llegó al mundillo de los cohetes, justo a tiempo. Goddard aún no había conseguido unos resultados tan buenos en Roswell, pero la diferencia de medios con que contaba su equipo y el del joven alemán era abismal.

En 1936 el gobierno alemán creó un centro de investigación de cohetes en Peenemünde, en la isla de Usedom en el mar Báltico. Dornberger sería el responsable máximo del centro y Wernher von Braun fue nombrado director técnico.

Aprovechando la ola de interés sobre los cohetes que impulsó el gobierno nazi, Austria no quiso quedarse atrás y Hermann Oberth abandonó Rumanía en 1938 para trabajar en el Instituto Técnico de Viena. De allí se trasladó a Dresden, en Alemania, y en 1941 von Braun se lo llevó a Peenemünde.

El cohete que mayor popularidad otorgaría a Peenemünde fue el A-4. Durante la tercera prueba, el 3 de octubre de 1943, el A-4 alcanzó 80 kilómetros de altura y se estrelló a 193 kilómetros del lugar de lanzamiento, siguiendo la trayectoria prevista. En 1943, en plena guerra,  se inició la producción en serie del A-4, con el nombre que le puso el ministro nazi Goebbels: Vergeltungswaffe 2  (Arma de la venganza 2). El V-2 llevaba un depósito con una mezcla de etanol y agua como combustible y oxígeno líquido como oxidante. El motor del cohete funcionaba durante 65 segundos, el resto de la trayectoria seguía un curso balístico y portaba una cabeza explosiva de 1 tonelada. Si el V-2 se lanzaba verticalmente, podía alcanzar una altura de 206 kilómetros. La fabricación de las V-2 se haría en Mittelwerk, mientras que las investigaciones seguirían en Peenemünde con von Braun a la cabeza del equipo técnico.

En Estados Unidos, Goddard no contaba con los medios de von Braun y sus desarrollos tuvieron un alcance mucho más limitado. El teniente Fischer de la Marina estadounidense visitó a Goddard en Roswell en 1941 y quedó impresionado con el trabajo del científico. Recomendó a sus superiores que se aplicara aquella tecnología para desarrollar un motor de empuje variable que permitiera despegar aeronaves pesadas en una pista tan corta como la cubierta de un portaviones. En un tiempo récord el equipo de Goddard puso a disposición de la Marina una unidad que cumplía con los requisitos que les habían sido impuestos.

Con la guerra como epicentro de cuanto acontecía en el mundo, en 1942, Robert Goddard trasladó su modesto centro de operaciones a Annapolis, donde estaba el cuartel general de la Marina. En 1945 le enviaron un V-2 capturado a los alemanes y Goddard dijo que le “habían robado su trabajo” porque tenía el mismo diseño que alguno de sus cohetes. Los servicios de inteligencia alemanes habían seguido de cerca el trabajo de Robert. Él mismo confesó que algunos informes suyos habían desaparecido y que alguien había abierto su correspondencia. Si bien es cierto que el espionaje alemán anduvo cerca de las instalaciones de Goddard en Roswell también parece que la información que suministró fue bastante confusa. Lo cierto es que el equipo de Wernher von Braun en Peenemünde, mucho más numeroso, bien equipado y con un presupuesto generoso, progresó mucho más deprisa que Goddard y sus colaboradores. El ejército estadounidense no consideró que los trabajos de Robert Goddard tenían una gran importancia estratégica y los medios lo trataron con cierto desprecio, ni siquiera en las universidades, con excepción de la Clark, hubo estudiosos interesados en desarrollar la tecnología de los cohetes. El propio Goddard no encontró ningún estudiante del Massachusetts Institute of Technology que quisiera incorporarse a su equipo.

La salud de Goddard siempre fue bastante mala. En 1945 le diagnosticaron un cáncer de garganta y murió ese mismo año, en el mes de agosto.

Poco antes de que falleciera el ilustre físico estadounidense, en marzo de 1945, un técnico de laboratorio polaco, que trabajaba en la universidad de Bonn, encontró en un baño trozos de papel que parecían contener los nombres de una misteriosa lista. El técnico hizo llegar al servicio de inteligencia británico su hallazgo que se lo pasó a los estadounidenses. Los papeles contenían la lista Osenberg.  Era la relación de científicos y técnicos alemanes, elaborada por las autoridades nazis en 1943, que debían permanecer en los centros de investigación para trabajar en el desarrollo de nuevas armas. El comandante Staver, responsable de la Sección de Sistemas de Propulsión del departamento de Investigación e Inteligencia del ejército de Estados Unidos utilizó la lista de Osenberg para identificar los científicos alemanes que debían ser detenidos e interrogados. Wernher von Braun encabezaba aquella relación.

En la primavera de 1945 las tropas rusas estaban a unos 150 kilómetros de Peenemünde. Braun recibió órdenes contradictorias de sus superiores, mientras el general Kammler de las SS quería reubicar al equipo de técnicos en el centro de Alemania, otros generales le ordenaron que se incorporaran a la lucha para defender su país. Von Braun falsificó documentos para unos 500 colaboradores suyos y se movieron a una zona que estaba cerca de Mittelwerk. Kammler había dado orden de que los fusilaran a todos antes de dejarlos caer en manos del enemigo, pero von Braun se las ingenió para dispersar a su gente. En mayo, los técnicos alemanes fueron apresados por el ejército estadounidense. A von Braun lo llevaron al castillo de Kransberg, donde el mando británico y estadounidense interrogaba a los líderes científicos, sociales y económicos alemanes. Allí mismo lo incorporaron a la nómina de los afiliados a la operación Paperclip. Esta operación, apadrinada por el presidente Truman,  tenía como objetivo reclutar a los científicos más sobresalientes de la Alemania nazi para que trabajaran en Estados Unidos. Los servicios de inteligencia facilitaban la documentación y los permisos de residencia y trabajo necesarios, al tiempo que eliminaban de los registros existentes cualquier traza que pudiera relacionar de forma indecorosa a los científicos con el nazismo.

Hermann Oberth corrió una suerte distinta. Ya no era tan importante como von Braun y permaneció en Nuremberg, Alemania, hasta 1948 cuando recibió autorización para trasladarse con su familia a Suiza. De allí fue a Italia, en 1950, para colaborar con la Marina en el desarrollo de misiles anti aéreos de combustible sólido. Oberth regresó a Alemania y después viajó a Estados Unidos. Trabajó con von Braun en Huntsville y en la industria privada. Se retiró en 1962, cuando cumplió 68 años. Fue una voz independiente, dedicado a escribir artículos y libros sobre el espacio y siempre defendió la teoría de que no estábamos solos en el Universo.

Wernher von Braun y muchos de sus colaboradores fueron trasladados a Estados Unidos, al amparo de la operación Paperclip. De 1945 a 1950 trabajaron en la instalación del Ejército en Fort Bliss, al norte de El Paso. Fueron años difíciles para ellos, en un lugar inhóspito de un país extranjero, estrechamente vigilados, sin poder circular libremente. En 1950 los movieron a Huntsville, Alabama, cuando empezó la guerra de Corea. Los programas militares ocuparían a von Braun hasta el año 1957.

Von Braun seguía soñando con el espacio y en 1952 publicó una serie de artículos en la revista Collier´s Weekly titulada Man Will Conquer Space Soon (El hombre conquistará el espacio pronto) en los que desarrollaría sus ideas de cómo debía ser una estación espacial: una estructura toroidal de76 metros de diámetro que giraba de  forma que producía una aceleración similar a la de la gravedad. La estación serviría como plataforma desde la que se apoyarían las expediciones lunares. Después escribió una novela, que no se publicaría hasta el año 2006, y participó en programas de televisión con Walt Disney para popularizar los viajes espaciales. En 1959 publicó un cuadernillo con episodios de sus escritos anteriores sobre sus ideas acerca de las expediciones a la Luna.

Para que von Braun pudiera realizar el sueño de su vida fue necesario que Sergei  Korolev y sus colegas de la Unión Soviética irrumpieran con energía y liderazgo en el panorama espacial.

Stalin se enfureció en 1945 al constatar que los estadounidenses se habían apropiado de casi todo el material de los V-2 y que la mayoría de los técnicos y científicos alemanes  relacionados con su desarrollo estaban ya en la zona controlada por los norteamericanos. El dictador soviético ordenó que varios equipos de expertos se trasladaran a Alemania para inspeccionar las instalaciones, apropiarse de los cohetes que encontraran y deportaran a los expertos que fuera posible con el objetivo de adquirir la tecnología de los V-2.  Uno de los técnicos de Stalin que, en agosto de 1945, estuvo en Alemania fue el ingeniero Sergei  Korolev, aún bajo la vigilancia de la inteligencia soviética.

Korolev había sido condenado a 10 años de prisión, en 1938, por los tribunales que ejercieron las purgas de Stalin que conseguirían encarcelar a la élite aeronáutica del país. Se le acusaba de haber dilapidado dinero público con experimentos de cohetería inútiles. En 1940 los tecnócratas comunistas rescataron de las prisiones a los técnicos más relevantes, necesarios para nutrir la industria bélica del país, y los asignaron a oficinas de trabajo aunque siguieran bajo vigilancia. Korolev fue trasladado a un departamento que dirigía Tupolev, en Moscú. El propio Tupolev, también estaba bajo sospecha. En 1944 Korolev recibió el encargo de elaborar un diseño preliminar de un cohete capaz de competir con las V-2 alemanas. Disponía de tres días y 60 ingenieros para entregar el trabajo. La respuesta fue un cohete propulsado con alcohol y oxígeno líquido, con dos etapas y un sistema automático de guiado que dio origen a los D1 y D2 cuyo alcance sería de 75 kilómetros.

Von Braun y su equipo de Peenemünde habían conseguido un cohete cuyo alcance era de unos 300 kilómetros y a los soviéticos les parecería algo extraordinario. Durante su estancia en Alemania Korolev interrogó a los técnicos y científicos aeroespaciales que pudo y participó, como observador, en la operación británica Backfire, en la que se lanzó un V-2 de demostración, el 15 de octubre de 1945 desde Altenwaide.  Korolev también seleccionó a los 234 empleados alemanes de la factoría en donde se fabricaban los V-2, en Mittelwerke, que fueron deportados a Gordodomlya en el lago Seleger la noche del 22 al 23 de octubre de 1946.

Sergei Korolev seguía bajo la vigilante mirada del servicio de inteligencia soviético, pero eso no impidió que se le nombrara responsable del centro de investigación cuya misión era la de copiar y poner en producción los V-2, en la Unión Soviética, con la ayuda de los deportados. Otro ingeniero, que desempeñaría un papel clave en el desarrollo de la actividad aeroespacial soviética, Glushko, recibió el encargo de fabricar los motores de los cohetes de Korolev. Glushko también había sido rescatado de los campos de concentración. Los directivos, vigilados, se habían convertido en los vigilantes de centenares de alemanes deportados.  Eran los tiempos de Stalin, en un país en el que sus infraestructuras industriales distaban mucho de las de Alemania durante la guerra. La versión rusa del V-2, mejorado, sería el R-2 y en la medida en la que los soviéticos adquirían las capacidades necesarias para el desarrollo de sus cohetes, los técnicos alemanes fueron relegados a un segundo plano. Entre 1951 y 1953 se repatriaron a todos los deportados a quienes se les mantendría al margen de los nuevos proyectos.

Stalin apostó con fuerza por el desarrollo de la tecnología de los cohetes y en 1946 firmó un decreto para impulsar las actividades en este campo. Korolev demostraría poseer unas cualidades excepcionales para organizar el trabajo y motivar a sus colaboradores;  además, contaba con medios generosos para cumplir con sus objetivos. Con la ayuda inicial de los técnicos alemanes y bajo el liderazgo de Korolev  los soviéticos consiguieron, en un tiempo récord, perfeccionar la tecnología hasta el punto de poner en órbita el Sputnik 1 que sería el primer satélite, el 4 de octubre de 1957. El cohete  R-7 que se utilizó para propulsar al Sputnik 1 también serviría para impulsar la carga de los primeros misiles balísticos de largo alcance soviéticos.

Al éxito del Sputnik 1 de 1957 se añadió el de Yuri Gagarin, el primer astronauta que visitó el espacio, el 12 de abril de 1961, lo que confirmaría la clara ventaja soviética en el desarrollo de motores cohetes. La posibilidad de que los rusos dispusieran de misiles balísticos con cabezas nucleares capaces de alcanzar el corazón de Estados Unidos hizo que Kennedy asumiera el compromiso, en su campaña electoral, de eliminar la ventaja tecnológica rusa en la carrera espacial y de misiles balísticos. Lo cierto es que aquella supuesta ventaja, todavía  no suponía ninguna amenaza. Los misiles balísticos soviéticos de entonces eran muy complicados de operar y desplegar y su sistema de guiado mediante radiocontrol resultaba demasiado rudimentario. Los pocos misiles que se habían desplegado en las bases de Tyuratam y Plesetsk apenas podían alcanzar el norte de Estados Unidos. Los aviones espía U-2 de la inteligencia estadounidense disponían de una información muy precisa sobre la debilidad de aquella amenaza, pero que la opinión pública pensara lo contrario favorecía los intereses de la defensa nacional ya que facilitaría el incremento del gasto militar. A la inteligencia no le interesaba que los ciudadanos cambiaran de opinión y a los políticos tampoco. Kennedy nombró a McNamara  secretario de Defensa y como el nuevo servidor público procedía de la industria automovilística, estaba acostumbrado a pensar a gran escala. Decidió que el país tenía que construir 1000 misiles balísticos intercontinentales. Es posible que fuera una respuesta que no guardara una gran proporción con las ocho plataformas soviéticas, pero era un número redondo y fácil de memorizar. Para abaratar el producto se concibió un nuevo cohete de combustible sólido, el Minuteman.

Korolev recibió el encargo de responder aquella nueva amenaza con el diseño de otro misil de largo alcance propulsado con combustible sólido. Su equipo de ingenieros propuso una solución, el RT-2, pero este misil no llegó a funcionar bien.

El sistema soviético facilitaba la proliferación de camarillas, intrigas, insidias y conspiraciones. En el mundo de los cohetes había tres lumbreras que competían de forma descarada:  Korolev, Glushko y Chelomei.  Korolev y Glushko habían sido huéspedes de las mazmorras de Stalin, durante las purgas anteriores a la segunda guerra mundial, pero después serían rehabilitados. Korolev había ido a prisión, delatado por Glushko, y entre los dos la animadversión era manifiesta. Chelomei trabajó en el desarrollo de misiles que se lanzaban desde aviones bombarderos, pero poco antes de la muerte de Stalin cayó en desgracia porque los sistemas de control de sus cohetes no funcionaban correctamente y tuvo que regresar a la Universidad para dar clases. A su pérdida de protagonismo contribuyó de forma decisiva el hijo del jefe de seguridad de Stalin, contratado por el responsable de diseño de la compañía MIG, que consiguió llevar a su empresa el trabajo del desarrollo de los misiles de Chelomei. Al morir Stalin, Malenkov  ayudó a Chelomei a regresar a la industria para desarrollar uno de sus proyectos: los misiles de crucero que equiparían los submarinos. El ingeniero aprendió la lección y cuando Krushchev ascendió al poder contrató a su hijo Sergei. El vástago de Krushchev le sería de gran ayuda en su batalla contra Korolev para quitarle el encargo del desarrollo del misil de combustible sólido. Krushchev encargó a Chelomei que desarrollase un misil pequeño, propulsado con combustible líquido, el UR-100, del que llegarían a fabricarse miles de unidades.

Por entonces, Korolev mantuvo otro frente abierto con Glushko que quería sustituir el oxígeno líquido por otro oxidante que pudiera almacenarse para evitar el complejo proceso de carga y generación del gas, antes de cada lanzamiento. Los militares apoyaron a Glushko y Chelomei porque, según ellos, Korolev había gastado cantidades astronómicas de dinero en el desarrollo de los programas de misiles balísticos intercontinentales R5, R-7 y R-9. Poco a poco, el ingeniero soviético se centraría en los proyectos espaciales. En agosto de 1964 logró que le aprobaran el proyecto de un vuelo tripulado a la Luna. Sin embargo, para el gobierno soviético la prioridad no era el espacio sino los misiles de su ejército. Korolev tuvo que luchar contra una burocracia que año tras año mermaba sus presupuestos mientras que la Administración Kennedy había puesto en marcha su ambicioso programa espacial con el apoyo de sus máximos dirigentes.

En 1966 Korolev murió en la mesa de operaciones de un hospital de Moscú mientras le intervenían un cáncer de colon. El cirujano no era la persona más adecuada para realizar esta operación, aunque ostentara el cargo de ministro de Sanidad. La prematura muerte de Korolev, a los 59 años, daría al traste con el programa espacial soviético. Dos semanas después de la muerte de Korolev el Luna 9 de la agencia espacial rusa aterrizó suavemente en la superficie de nuestro satélite. Fue el último acto de una obra en la que los soviéticos habían llevado la iniciativa.

En 1960 la NASA abrió el centro espacial Marshall en Huntsville y von Braun fue nombrado director del mismo, cargo que ocuparía hasta 1970. Durante aquellos años trabajó en el desarrollo del Saturno V que transportaría a los astronautas estadounidenses a la Luna. Fue el cohete de mayor tamaño y empuje que jamás se construyó, capaz de transportar 45 toneladas de carga de pago a la órbita de inyección lunar. Hasta la fecha no se ha construido ningún cohete que pueda transportar tripulaciones más allá de la órbita terrestre.  Disponía de tres etapas, todas llevaban oxígeno líquido como oxidante y el combustible de la primera era queroseno refinado (RP-1), mientras que las otras dos utilizaban hidrógeno líquido.

El competidor soviético del Saturno V fue el N1-L3 que se empezó a construir a finales de 1965, pero la muerte de Sergei Korolev, al año siguiente, contribuiría de manera decisiva al fracaso del proyecto. Después de cuatro intentos fallidos, uno de los cuales causó la mayor explosión no nuclear provocada por el hombre, el programa se canceló definitivamente en 1976.

Wernher von Braun dirigió los trabajos del centro Marshall, donde se concibió el mayor cohete de la historia de la astronáutica que prestó servicio en trece misiones espaciales y llevó al hombre a la Luna. Von Braun soñaba con seguir con la aventura espacial y en la década de 1980 creía que sus cohetes transportarían astronautas a Marte. Después del éxito de los Apollo y de la retirada de los soviéticos de la carrera espacial, el interés de la NASA por ir más allá de la Luna, o incluso regresar a nuestro satélite, decayó hasta el punto de que el ingeniero alemán, asentado ya cómodamente en Estados Unidos, abandonaría la agencia.

En 1972, von Braun se retiró de la NASA y durante cinco años trabajaría en la industria privada. Murió de cáncer de páncreas en 1977.

Desde qué Goddard lanzó su primer cohete de combustible líquido, un burdo demostrador, hasta el alunizaje de los astronautas estadounidenses transcurrieron  43 años, un intervalo de tiempo insignificante en comparación con el avance que experimentó la tecnología ¿cómo pudo ocurrir un desarrollo de tal magnitud con tanta celeridad? Los hombres clave hicieron el trabajo, pero la política marcó los presupuestos y la geografía de los acontecimientos.

La historia completa en el libro El viaje a la Luna

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La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Primera parte)

La conquista del espacio: Korolev contra von Braun (Segunda parte)

Apollo XIII

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Terminator

La tripulación del Apollo XIII despegó del Centro Espacial Kennedy el 11 de abril de 1970 a las 19:13 UTC.  Sus tripulantes tenían la misión de posarse con el módulo lunar en la región Fra Mauro de nuestro satélite.  Dos de ellos estaban llamados a ser el quinto y el sexto hombre en pisar la Luna. El vuelo se complicó y la expedición se convirtió en una odisea que hizo honor a la tradicional mala suerte que  se le atribuye al número trece.

De acuerdo con las rotaciones que seguía habitualmente la NASA, la tripulación que le correspondía hacer el viaje con el Apollo XIII estaba compuesta por L. Gordon Cooper como comandante, Donn F. Eisele como piloto del Módulo de Mando y Edgar Mitchell, piloto del Módulo Lunar. Pero el director que asignaba las tripulaciones, Deke Slayton, decidió sustituir a Cooper y Eisele. El veterano astronauta Gordon Cooper solía hacer declaraciones incómodas para la Agencia y se mostraba bastante díscolo a la hora de seguir los entrenamientos; además, creía en la existencia de naves extraterrestres que decía haber visto volando en Alemania. Donn F. Eisele tenía problemas matrimoniales. A la NASA le gustaba que sus astronautas fueran personas equilibradas y que formaran parte de familias perfectas para exhibirlos al mundo como ejemplos de virtud patria.  Para Slayton y sus jefes, ni Cooper ni  Eisele encajaban bien en el modelo de héroe que la agencia espacial trataba de promocionar.

Después de algunos cambios, la tripulación nominal para el Apolo XIII quedó formada por James A. Lovell, como comandante, Kenneth Mattingly,  piloto del Módulo de Mando y Fred H. Haise como piloto del Módulo Lunar. Pero, aún hubo cambios de última hora, porque 72 horas antes del lanzamiento un hijo de astronauta Charlie Duke contagió a su padre las paperas.  Kenneth Mattingly  y Charlie Duke eran los dos únicos astronautas del programa Apollo 13 que no eran inmunes a esa enfermedad y los responsables del vuelo decidieron dejar a Mattingly en tierra por si Charlie lo había contagiado y la enfermedad se manifestaba a bordo, cuando se encontrara solo en el Módulo de Mando. Jack Swigert, de la tripulación de reserva, tomó el puesto de Mattingly.

El Apollo XIII despegó, se situó en su órbita de aparcamiento  alrededor de la Tierra y los cohetes Saturno de la tercera etapa lo impulsaron hacia la Luna. Un viaje de casi tres días. Habían transcurrido poco menos de 56 horas de vuelo cuando,  a las 03:08 UTC horas del 14 de abril, Jack Swigert envió un mensaje al Centro de Control con una frase que pasaría a la historia: “Houston, tenemos un problema.”  En realidad la frase es de la película Apollo 13 protagonizada por Tom Hanks y dirigida por Ron Howard, que se estrenó en 1995. Swigert no dijo eso, aunque sí pronunció una frase muy parecida: “Houston, hemos tenido un problema”. Hacía nueve minutos que los astronautas habían finalizado el programa de televisión, de 49 minutos de duración, que se retrasmitió en directo a todo el mundo para demostrar cómo se vivía a bordo. La nave se encontraba a 320 000 kilómetros de la Tierra. En el momento en que Swigert activó un interruptor para agitar por quinta vez  los tanques de oxígeno, una maniobra solicitada desde tierra, el tanque número 2 explotó y el número 1 quedó dañado y empezó a perder oxígeno. Los tanques se agitaban para evitar que la formación de capas estratificadas falsearan las lecturas de los sensores que medían la cantidad de combustible almacenado, en cada momento. En un principio la tripulación creyó que un meteorito había alcanzado al Módulo Lunar. Jim Lovell le dijo a Jack Swigert que cerrara la escotilla de acceso al Módulo Lunar para evitar una posible descompresión de los dos módulos, pero el mecanismo de cierre no funcionó. Aquél fallo salvaría la vida de la tripulación. Un tanque de oxígeno se perdió con la explosión y el otro, el número 1, se vació por completo en unos 130 minutos, las pilas de combustible dejaron de funcionar y la energía disponible en el Módulo de Mando se quedó reducida a una cantidad mínima: la que había almacenada en las baterías.

Cuando se produjo la explosión, la nave estaba configurada con cuatro módulos: el de Servicio, el de Mando (Odyssey) y otros dos para aterrizar y regresar de la Luna (Aquarius). El Módulo de Servicio llevaba los tanques de hidrógeno y oxígeno, las pilas de combustible y el propulsor principal con su tobera de escape, además de otros sistemas y equipo de comunicaciones. Justo delante del Módulo de Servicio estaba el Módulo de Mando, de forma tronco cónica, en donde se encontraban los astronautas.  Desde el Módulo de Mando se podía acceder al Módulo Lunar que tenía dos compartimentos, el que conectaba con el Módulo de Mando para el ascenso, desde la Luna,  y el que llevaba el motor para el alunizaje.

En el Centro de Control creyeron, en un principio, que un meteorito había colisionado con Apolo XIII. Sin embargo, con posterioridad se supo que la explosión del tanque la originó un cortocircuito en los cables de alimentación del motor de “agitación”, cuyo aislante se había dañado debido a un sobrecalentamiento durante los ensayos anteriores al vuelo.

En el Centro de Control tuvieron que rehacer el plan de vuelo. El director de la operación, Gene Kranz, abortó la misión. El procedimiento ordinario de emergencia para regresar a la Tierra, desde aquél lugar, consistía en desprenderse del Módulo Lunar y volver directamente, para lo cual había que activar el sistema de propulsión principal del Módulo de Servicio. Sin embargo, los astronautas necesitaban el único oxígeno disponible que estaba en el Módulo Lunar, alimentado por baterías. No podían desprenderse del Módulo Lunar que se había convertido en su bote salvavidas. Además, tampoco estaban muy seguros del estado de la estructura del Módulo de Servicio que, si se había dañado con la explosión, podía romperse al encender el propulsor principal. Gene Kranz decidió que una vuelta directa era poco recomendable ya que los astronautas no podían desprenderse del  “salvavidas”,  que era el Módulo Lunar, por lo que la nave tendría que orbitar alrededor de la Luna antes de regresar a la Tierra. Al aprovechar la gravedad lunar, el impulso requerido para el retorno sería menor. Desde Houston se ordenó que dos astronautas pasaran al Módulo Lunar, dejando a uno en el Módulo de Mando, para pilotar la nave, que utilizaría las estrellas para guiarse y recibiría el oxígeno necesario del Módulo Lunar.

En ambos módulos se desconectaron todos los sistemas que no eran imprescindibles ya que la escasez de energía a bordo se había convertido en el principal problema de la misión. Se suspendieron las emisiones en directo y se limitó el uso de los sistemas de comunicaciones. A pesar de todo, el mundo entero estaba pendiente de lo que sucedía a bordo y un desastre podía tener unas consecuencias muy negativas para la NASA.

Era preciso corregir la trayectoria de la nave para sacarla de la órbita lunar y redirigirla a la Tierra de forma que la primera instrucción que recibieron los astronautas fue la de activar los cohetes del Módulo Lunar durante 30,7 segundos. Con esta acción la nueva trayectoria pasaría por detrás de la Luna y traería a los astronautas de vuelta a casa.

El Módulo Lunar estaba diseñado para llevar a dos astronautas, en vez de a tres, y durante dos días, no cuatro como eran los que duraría el regreso a la Tierra. El oxígeno no sería un problema porque este módulo llevaba suficiente ya que tenía que rellenar la cápsula un par de veces, después de las excursiones previstas para los astronautas por la superficie del satélite. Sin embargo, cuando transcurrieron 36 horas desde el accidente las luces de advertencia de contaminación de dióxido de carbono (CO2) se encendieron.

En un edificio próximo al Centro de Control y durante el vuelo de los astronautas se mantenía abierta una sala en la que un grupo de ingenieros y expertos estaba a disposición del responsable de las operaciones para suministrar asesoramiento en caso necesario. Don Arabian, el jefe del grupo de asistencia técnica, era una persona capaz de evaluar cualquier anomalía con rapidez y ,a pesar de su tono de voz elevado y desafiante, su crudeza al tratar los asuntos más delicados y su manera de ir directo al núcleo de cualquier problema, era un personaje carismático que contaba con el apoyo incondicional de jefes y subordinados. Cuando se encendieron las alarmas de contaminación, Arabian llamó a Jerry Woodfill, uno de los ingenieros que había trabajado en el diseño de los sistemas de alerta y comprobaron que las señales funcionaban bien, teniendo en cuenta el CO2 que tenía que haber a bordo, según sus estimaciones. No se trataba de una falsa alarma, el CO2 había alcanzado un nivel excesivo. La situación era crítica porque continuaría aumentando hasta alcanzar valores que los astronautas no podrían soportar.

El dióxido de carbono (CO2) se eliminaba mediante filtros de hidróxido de litio que purificaban el aire. En el  Módulo Lunar había dos filtros, de sección circular, alojados en dos barriletes;  un barrilete estaba conectado al sistema de control medioambiental y el otro servía de contenedor para el segundo filtro. Cuando se consumía el primer filtro los astronautas los intercambiaban y el usado se quedaba en el barrilete que hacía de contenedor. El sistema de alerta se había montado para avisar a los astronautas de que cambiaran los filtros. Woodfill le explicó a Arabian que lo que tenían que hacer los astronautas era cambiar el filtro, pero que con el que llevaban de más en el Módulo Lunar no sería suficiente para completar la misión. En el Módulo de Mando había muchos filtros, pero todos eran de sección cuadrada. Jerry Woodfill miró a Arabian y le dijo: “Sin un milagro capaz de hacer que una pieza cuadrada entre en un agujero circular, la tripulación no sobrevivirá.”

Don Arabian no se arredró y le dijo a Ed Smylie, el jefe de sistemas de a bordo,  que disponía de 24 horas para que su gente buscara una solución al problema. El equipo se encerró en un cuarto con las únicas herramientas y materiales con que contaban los astronautas: bolsas de plástico para guardar unas rocas lunares que no iban a recoger, cartones de las tapas de los cuadernos de a bordo, mangueras de los trajes espaciales y cinta adhesiva. La solución que idearon consistió en acoplar un extremo de una manguera de traje espacial a una válvula de salida de aire, que normalmente se utilizaba para impulsar aire a través del traje. El otro extremo de la manguera, en vez de enchufarlo al traje espacial, se conectaría al filtro. El aire, impulsado por el ventilador, pasaría a través del filtro cuadrado que absorbería el CO2. El barrilete no se tendría que utilizar y, aunque se agotara su filtro, el nuevo dispositivo mantendría el ambiente respirable. El problema de esta solución era acoplar la pequeña  abertura circular de la manguera a la cuadrada del filtro de mayor tamaño. El equipo de Smylie utilizó plástico, cartón para darle rigidez al adaptador y cinta adhesiva para evitar fugas de aire.

Después de construir un modelo y probar en el simulador que funcionaba correctamente transmitieron a los astronautas las instrucciones, durante más de una hora, para que hicieran una réplica a bordo. Los tripulantes montaron dos artefactos con filtros cuadrados y según escribiría en su libro Lost Moon, el jefe de la expedición Jim Lovell: “El artilugio no era muy hermoso pero funcionó.”

Los propulsores del Módulo Lunar habían funcionado bien durante la corrección inicial que se hizo de la trayectoria, para colocarla en una órbita de vuelta a la Tierra pasando por detrás de la Luna. El Centro de Control observó que aunque el Apollo XIII navegaba siguiendo una órbita que lo traía a la Tierra, la duración del viaje se aproximaba demasiado al máximo que permitían las existencias de abordo por lo que decidieron que convendría darle otro impulso a la nave para acortar el tiempo del viaje. Dos horas después de que el Apollo XIII pasara por el punto más próximo a la Luna, la nave volvió a encender los mismos propulsores para adelantar 10 horas el retorno y aterrizar en el océano Pacífico en vez del Índico.  Sin embargo, al cabo de un cierto tiempo, el Centro de Control detectó que el Apollo XIII se estaba saliendo de su trayectoria y que de seguir así no entraría en la atmósfera terrestre sino que se la dejaría a un lado y se perdería en el espacio. Daba la impresión de que alguna extraña fuerza movía la nave, sin que nadie supiera cuál era su origen. Después se descubriría que el vapor frío que emitían las toberas del motor del Módulo Lunar era el causante de aquél viento que parecía arrastrarlo. Hacía falta darle a la nave otro impulso para corregir la trayectoria. El problema era que activar los sistemas eléctricos para poner en marcha los giróscopos, el equipo de navegación y los ordenadores, consumiría una energía adicional de la que andaban muy escasos.

El comandante Lovell había experimentado en el Apollo 8 la posibilidad de orientarse utilizando la línea divisoria entre la luz y la sombra en la Tierra, el terminator, que podía ver desde su posición en el espacio.  El jefe de la expedición decidió prescindir de los sistemas de control automáticos para efectuar la corrección de la trayectoria. Así ahorraría una energía que iba a necesitar durante la reentrada.  Utilizando esta referencia, Lovell fue capaz de controlar la guiñada de la aeronave, mientras Haise controlaba el cabeceo y Swigert el tiempo de ignición del motor que le había transmitido el Centro de Control. De esta forma, completamente manual, y con terminator ( la traza divisoria entre la luz y la sombra en la superficie de la Tierra) como referente, los astronautas controlaron la actitud del Apollo XIII mientras los motores del Módulo Lunar aportaban la energía necesaria para corregir la trayectoria.

Otro problema importante que había que resolver era arrancar de nuevo el Módulo de Mando después de haber desconectado la mayor parte de sus circuitos. Los astronautas tenían que ocupar este módulo para aterrizar. El astronauta que se había quedado en tierra, Mattingly, un controlador de vuelo, John Aaron, y un equipo de ingenieros, trabajaron para desarrollar un procedimiento nuevo que permitiera arrancar el Módulo de Mando con la energía disponible. Además, debido a los recortes de energía la temperatura en el interior del módulo había descendido a  4 grados centígrados  y el agua empezó a condensarse  lo cual podía originar algún corto circuito a bordo. Afortunadamente, esto no llegó a ocurrir.

Cuando los astronautas se aproximaron a la Tierra, cuatro horas antes del amerizaje,  se refugiaron en el Módulo de Mando y liberaron, primero, al Módulo de Servicio. Atónitos, vieron como desfilaba ante sus ojos un cascarón averiado al que le falta por completo el panel  del sector 4 y la antena estaba dañada. Después, la tripulación expulsó el Módulo Lunar (Aquarius) y se preparó para cruzar la atmósfera terrestre. El blindaje térmico del Módulo de Mando no había sufrido daños importantes y protegió a los astronautas de las altas temperaturas durante la reentrada. El buque de la Marina estadounidense Iwo Jima los recogió en el Pacífico Sur. El 17 de abril llegaron de nuevo a la Tierra, estaban bien, aunque Haise padecía una importante infección urinaria.

Hasta el vuelo del Apollo XVII, que tuvo lugar del  7 al 19 de diciembre de 1972, aún habría cinco misiones más en las que no se produjo ningún  incidente tan grave como los del Apollo XIII. En total, los vuelos de los Apollo XI al XVII permitirían que doce hombres se pasearan por la Luna, entre julio de 1969 y diciembre de 1972. De todas ellas, la expedición del Apollo XIII fue la única que fracasó.  Jerry Woodfill estudió con detalle las causas del fallo y también los doce motivos por los que la misión pudo salvarse.

Los doce motivos que Jerry Woodfill apunta están muy bien justificados, pero la gente supersticiosa piensa que quizá todo se hubiera arreglado cambiándole el nombre a la misión. Santos Dumont, el primer hombre que voló en público con una máquina más pesada que el aire en París en agosto de 1906,  lo hizo con un aparato que se llamaba Santos Dumont XIV bis; era el segundo artefacto número catorce, pero tuvo la precaución de saltarse el trece en la serie de sus máquinas de volar.

Los supersticiosos también comprenden que la NASA no puede permitirse el lujo de ser supersticiosa.

 

 

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La barrera de la luz

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Supernova Kepler- Chandra

El Voyager I se lanzó el 5 de septiembre de 1977 y durante estos últimos 36 años ha viajado hasta los confines de nuestro Sistema Solar. En 1979 se encontró con Júpiter desde donde envió a la Tierra fotos del planeta y su satélite, Europa. En noviembre de 1980 estuvo cerca de Saturno y también nos mandó fotos de su luna gigantesca, Titán. El 2 de agosto de este año la NASA anunció que el Voyager I era el primer objeto humano que, desde hacía un año, había abandonado el Sistema Solar. Sin embargo, es posible que la nave se encuentre en una zona desconocida de la heliosfera, sin viento solar. En la actualidad está a 125 unidades astronómicas (1 ua=149,59 millones de kilómetros) del Sol y viaja en dirección a la constelación Ofiuco en la que se halla la estrella de Barnard, a unos 6 años luz del Sol, que es la segunda estrella más próxima a nuestro planeta, después de Alpha de Centauri. En esa zona también se encuentran los restos de la supernova Kepler, que observó el famoso astrónomo el año 1604 y que en aquella época era más brillante que cualquier otra estrella.

El Voyager I viaja a 17 kilómetros por segundo ( 61 200 kilómetros hora) por lo que tardaría alrededor de 100 000 años en llegar a Barnard, aunque en realidad serían menos años porque Barnard también se mueve hacia nosotros. Pero, dentro de doce años los sistemas eléctricos del Voyager dejarán de funcionar y nos será imposible saber nada más de él. A bordo, al igual que en el resto de los Voyager, viaja un disco chapado en oro en el que se ha grabado información científica, sonido de animales salvajes, música de Mozart y otros autores y cantantes, un discurso del secretario de las Naciones Unidas, otro del presidente de Estados Unidos y varios mensajes más, por si lo encuentra alguna civilización.

Con la velocidad a la que viajan nuestras naves espaciales, para llegar a las estrellas más próximas es necesario invertir un tiempo no inferior a 60 000 años. Eso hace imposible la exploración del espacio más allá de nuestro Sistema Solar; incluso los viajes dentro de la heliosfera consumen mucho tiempo. Un viaje a Marte puede llevarnos de 6 a 10 meses y al Voyager I le ha costado unos 35 años llegar a los confines del Sistema Solar. La exploración práctica del Universo será muy difícil a no ser que dispongamos de naves espaciales capaces de viajar a una velocidad superior a la de la luz.

Igual que el hombre venció la barrera del sonido, en 1947, algunos científicos piensan que a finales de este siglo, o antes, es posible que encontremos la forma de viajar más deprisa que la luz. El primer problema con que topamos es que según las teorías de Einstein, no es posible desplazarse a una velocidad superior a la de la luz. En principio, para movernos hace falta energía, en la medida en que aumentamos nuestra velocidad la energía necesaria es mayor y para llegar a movernos a la velocidad de la luz necesitaríamos una cantidad infinita de energía. Sin embargo, desde hace algunos años, hay científicos que apuntan a que habría forma de hacerlo, sin contradecir la teoría de la Relatividad.

En 1994, el físico mexicano Miguel Alcubierre Moya publicó en la revista Classical and Quantum Gravity la descripción teórica del motor Alcubierre que es capaz de viajar más deprisa que la luz sin violar la teoría de la Relatividad. Su modelo consiste en encerrar en una burbuja un espacio plano que se desplaza en un espacio curvo. La burbuja se mueve gracias a una contracción del espacio-tiempo que tiene delante y una expansión del espacio-tiempo que tiene detrás. Para fabricar una burbuja de este tipo haría falta un anillo que la rodease en el que habría que inyectar una gran cantidad de energía negativa. El motor Alcubierre sería como una especie de alfombra rodante, como la de las terminales de los aeropuertos, que por delante se curva y viaja hacia atrás se vuelve a curvar y sale a nuestras espaldas. La alfombra sería nuestra burbuja y sobre ella podríamos viajar más rápidos que la luz, igual que sobre ella podemos viajar más de prisa de la velocidad máxima a la que caminamos por la tierra firme.

De otra parte, tampoco se sabe a ciencia cierta si la energía negativa existe o no, de forma que el motor Alcubierre no deja de ser un concepto ideado para hacer posible un viaje a velocidad superior a la luz sin contradecir la física de Einstein. Este tipo de motor, sería un motor de curvatura del espacio o un propulsor de curvatura, que se caracteriza por inducir el movimiento mediante la alteración del tiempo-espacio que envuelve a la nave. La idea parece estar inspirada en los sistemas de propulsión que utilizaban las naves de la película La guerra de las galaxias.

Pero lo más sorprendente es que la NASA tiene un pequeño grupo de científicos trabajando en el desarrollo práctico de este concepto. “Sonny” White es el responsable del departamento de sistemas de propulsión avanzados de la NASA en el Johnson Space Center y dejó sin aliento al mundo especializado en propulsión aeroespacial al anunciar, en 2011, que estaba trabajando en un motor del tipo Alcubierre. El pasado año volvió a desbaratar la imaginación de los más soñadores cuando dijo que la cantidad de energía necesaria para poner en marcha un motor de Alcubierre podía ser muy inferior a la que inicialmente se pensó. Este año, durante el mes de agosto, en declaraciones a la prensa, White ha moderado su optimismo: “El equipo de investigación de la NASA sabe los pasos que hay que dar para construir un demostrador conceptual, que nos permita evaluar si el motor de Alcubierre es viable en la práctica.” White va a experimentar con un prototipo microscópico que nada tendría que ver con un sistema real. Según White “aún falta una década o más antes de que se pueda construir un motor del tamaño de un coche, e incluso eso únicamente sería posible si encontramos esa materia exótica, que probablemente no encontraremos.”

Y lo que resulta aún más sorpresivo es que a la NASA le ha salido un competidor que se llama Marshall Barnes que en febrero de este año hizo pública su intención de competir con la agencia estatal en el desarrollo del motor Alcubierre. Marshall dice ser el primero en haber descubierto las relaciones entre las fuerzas gravitatorias y electromagnéticas y ha desarrollado demostradores, desde 2002, con los que trata de verificar sus teorías. Enfrentado a Sonny White de la NASA y a Stephen Hawking, el famoso autor de A brief history of time, ha recorrido Estados Unidos de costa a costa para hacer declaraciones y presentar sus proyectos de futuro.

Pero, con independencia de la competencia que pueda tener la NASA, la cual no está exenta de oportunismo publicitario, las máquinas de volar a una velocidad superior a la de la luz plantean problemas que no tienen solución dentro del marco en el que se encuadra el conocimiento que tenemos en la actualidad de cómo funciona el Universo. Los científicos tratan de buscar singularidades en la teoría de la Relatividad para justificar velocidades superiores a las de la luz. Si a esto añadimos la descomunal cantidad de energía necesaria para construir las hipotéticas máquinas que se proponen, la cuestión plantea dificultades- hoy por hoy- insuperables.

Los motores de Alcubierre no son la única fórmula que se ha sugerido para viajar a velocidades superiores a las de la luz. Hay más, pero todas ellas requieren soluciones muy singulares a las ecuaciones de la física relativista. Es como si hubiera que hacerle alguna trampa al señor Einstein y utilizar recursos muy teóricos como la energía negativa y la materia exótica.

Llama la atención que, a la vista de todas estas consideraciones, Sonny White gaste dinero de la NASA en investigar sobre este asunto. Cabe la posibilidad de que disponga de una información que no ha hecho pública.

Todos sabemos que cuando detenemos una máquina hay que disipar la energía asociada al movimiento, lo que normalmente se consigue evacuando calor a través de los frenos del aparato. Análogamente, si se pudiera construir una burbuja de Alcubierre, cuando la nave llegase al término de su viaje, al frenar, podría evacuar una cantidad de energía desmesurada. De tal magnitud, que la onda expansiva sería capaz de aniquilar el mundo ubicado en el destino de los astronautas viajeros. Un final absurdo para una máquina imposible.

La barrera de la luz parece más infranqueable que la del sonido.

Astronautas a Marte

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Imagen: NASA- Atmósfera de Marte

Hace aproximadamente un año- el 6 de agosto de 2012 a las 05:17 UTC-  el Curiosity, un robot móvil del tamaño de un coche, aterrizaba en la superficie del planeta rojo. Después de recorrer unos 563 millones de kilómetros, el vehículo de la NASA, se posaba en un lugar conocido como el cráter de Gale, a unos 2,4 kilómetros del objetivo previsto.

Da la impresión de que Marte está otra vez de moda. Hace poco, en unas jornadas sobre Marte, el responsable de la agencia espacial estadounidense, Charles Bolden, dijo: “Un vuelo tripulado a Marte es ahora el destino final de la Humanidad en nuestro Sistema Solar y la prioridad de la NASA«.

El planeta rojo es visible desde la Tierra y los egipcios ya estudiaron su movimiento, pero quien realmente lo puso de moda fue un astrónomo italiano, Giovanni Schiaparelli, en 1877. Con su telescopio de 22 centímetros, en Milán, observó la superficie marciana y dibujó los primeros mapas en los que aparecían unas líneas, “canales”, a las que bautizó con nombres de ríos terrestres. El astrónomo norteamericano Percival Lowel construyó un observatorio en Flagstaff, Arizona, en 1894 y durante quince años observó los “canales marcianos”. Los resultados de sus estudios los publicó en  tres libros que desbarataron la imaginación del público. Se extendió la idea de que el planeta rojo estaba habitado por una civilización inteligente capaz de construir obras hidráulicas de un tamaño gigantesco.

El 30 de octubre de 1938, Orson Welles, anunció en un programa de ficción por la radio que “a las ocho menos veinte de esta mañana, el profesor Farrell del observatorio Mount Jennings, en Chicago, ha comunicado la observación de varias explosiones de gas incandescente a intervalos regulares en el planeta Marte”. Poco después anunciaba que los marcianos habían llegado a la Tierra, en Grovers Mills, y avanzaban hacia Nueva York con malas intenciones. Cundió el pánico. La idea de que Marte podía albergar vida inteligente había calado en la población y Orson Welles supo explotar el subconsciente de sus oyentes. El locutor estuvo a punto de organizar un auténtico caos.

Sin embargo, los canales marcianos no existen en la realidad, son un efecto óptico.

Después de una serie de misiones que fracasaron durante los años 60, el 27 de noviembre de 1971 el Mars 2 de la Unión Soviética se estrelló contra la superficie de Marte. Era el primer objeto humano que visitaba el planeta rojo. Desde los años 60 se han producido 50 intentos  para llegar hasta Marte y desentrañar sus misterios, pero solamente 21 de estas misiones han funcionado completamente bien, por lo que la probabilidad de que una expedición marciana fracase es relativamente alta. Se han ensayado tres tipos de misión, con éxito: mandar una sonda que describa una trayectoria que en alguno de sus tramos se aproxime a Marte, poner en la órbita marciana un satélite, y aterrizar con un robot fijo o móvil (rover).

Con todas estas misiones hemos aprendido mucho sobre el planeta rojo, aunque todavía tenemos un conocimiento bastante limitado de nuestro vecino. Su color se debe al polvo de óxido de hierro que cubre una gran parte de la superficie del planeta. Describe una órbita cuya excentricidad es mayor que la de la Tierra y está más alejada del Sol. El año marciano dura 686,9 días terrestres, pero da una vuelta completa sobre sí mismo en un tiempo muy parecido al que tarda nuestro planeta: 24,6 horas. El eje de rotación de Marte está inclinado 25 grados (en vez de los 23,5 grados de inclinación que tiene la Tierra), lo cual da origen a estaciones como las nuestras; sin embargo, debido a la mayor excentricidad de su órbita en el hemisferio sur el clima es más extremo que en el norte. Marte es más pequeño  que nuestro planeta, su masa es un 10% la de la Tierra y la gravedad es 0,38 veces la que soportamos en nuestro hábitat terrestre. Es un planeta con montañas muy altas, como el Olimpus Mons (25 kilómetros) y valles profundos como el Calles Marineris (7 kilómetros). Tiene dos lunas pequeñas: Fobos y Deimos. Posee dos casquetes polares en los que hay grandes masas de hielo. El hemisferio norte es llano, con mares de lava solidificada y el sur montañoso con muchos cráteres. Es muy posible que hace cuatro mil millones de años un asteroide, cuyas dimensiones pudieron alcanzar hasta dos tercios las de la Luna, impactara en el hemisferio norte marciano y crease esa inmensa planicie.

Durante la mayor parte de su órbita el planeta rojo circula por lo que se denomina como “zona habitable” del Sistema Solar, pero lo que lo inhabilita para que en él se desarrolle la vida es que su atmósfera está formada por una fina capa gaseosa, poco densa, con un  95% de dióxido de carbono, 3% de nitrógeno, 1,6% de argón, trazas de oxígeno y vapor de agua y mucho polvo en suspensión. El planeta rojo no tiene un campo magnético que actúe como escudo frente a las radiaciones solares. El viento solar barre su atmósfera que se pierde en la estela que deja Marte a lo largo de su órbita y la radiación ultravioleta en la superficie es muy elevada. La presión media en la atmósfera marciana es 0,6% la de la Tierra. En esas condiciones es imposible encontrar agua líquida, salvo durante breves periodos de tiempo y en las partes más profundas del planeta. Se ha encontrado metano en su atmósfera, aunque en muy pequeñas cantidades, que se genera en dos puntos concretos del planeta. La existencia de metano sugiere la posibilidad de actividad microbiológica en el subsuelo, aunque también cabe que se produzca mediante otro tipo de reacciones químicas. Hasta la fecha, no se ha detectado ninguna forma de vida en Marte.

Por todo lo que sabemos de Marte, se trata de un lugar inhóspito para los seres humanos, frío, rocoso y polvoriento, sin atmósfera respirable, sometido a una intensa radiación ultravioleta y desde la Tierra nuestras naves tardan en llegar unos siete meses. De existir alguna forma de vida, tiene que ser muy simple. Pero es cierto que, de todos los planetas del Sistema Solar, quizá sea el menos inhabitable para el hombre.

Entonces ¿por qué queremos ir a Marte?, o ¿por qué quiere el Administrador de la NASA poner en marcha un programa para que en la década de 2030 sus muchachos vayan a Marte? No lo sé y aunque he buscado motivos racionales que justifiquen ese empeño no estoy seguro de haberlos encontrado. Según Buzz Aldrin, el astronauta que junto a Neil Amstrong pisó la superficie de la Luna en 1969 y que a sus 83 años continua apoyando activamente los programas espaciales estadounidenses, en relación con la expedición a Marte ha escrito recientemente: “Hay que interesar al mundo otra vez en la exploración espacial y tener el espíritu pionero para ir más allá de nuestros límites y capacidades actuales”. Aldrin también piensa que: “Siempre he sentido que Marte debería ser el siguiente destino después de nuestros alunizajes. Lo he dicho muchas veces durante mucho tiempo. Hoy el sueño de alcanzar el planeta rojo parece que está cerca de convertirse en una realidad”. Son argumentos válidos, pero no los encuentro muy convincentes, igual que este otro que Aldrin también expone en su escrito: “Para mí, al igual que para otros espectadores, esas imágenes de color enviadas por el Curiosity mostraban paisajes que me sugerían lugares del suroeste de Estados Unidos. Espero que esa familiaridad en otro mundo  suscitará la curiosidad de la juventud y la idea de explorar más allá de la Tierra, en nuestra luna y en Marte”. Que algunos jóvenes sientan deseos irresistibles de ir a Marte no sé si justifica el dispendio. Aldrin añade otras consideraciones: “Porque nos sentimos bien y creemos en el futuro de nuestro país y aventurándonos en el espacio mejoramos la vida de todos aquí en la Tierra. Los avances científicos y las innovaciones que surgen de este tipo de investigaciones crean productos y tecnología que utilizamos en nuestra vida diaria y mejoran la existencia de la gente en todo el mundo.” Es verdad que los proyectos espaciales generan puestos de trabajo y tecnología, aunque eso ocurre con independencia de si llevan astronautas a bordo o no.

Mucha gente piensa que la exploración espacial no ha alcanzado un grado de madurez que aconseje el envío a Marte de seres humanos y que las exploraciones deberían seguir haciéndose con robots. Transportar hombres a Marte resultaría muy caro y con un escaso retorno, desde el punto de vista tecnológico y científico, de la inversión que habría que hacer. Pero, lo más probable es que la NASA entienda que sin un proyecto capaz de movilizar a su país, al igual que hizo Kennedy cuando decidió enviar un hombre a la Luna, su futuro peligra. Quizá la razón principal de Charles Bolden para abogar por el envío de astronautas al planeta rojo en la década de 2030 sea la de convertir a su organización en el centro neurálgico de un gran proyecto de Estado que garantice la supervivencia de la agencia espacial. Enviar hombres a Marte tiene un componente emocional y publicitario muy sugestivo, es un símbolo de poder y prestigio para la nación que abandere el esfuerzo, también es una de las pocas iniciativas capaces de aglutinar y despertar sentimientos de solidaridad entre todos los seres humanos. Resulta muy difícil cuantificar el valor de esos componentes tan intangibles como reales.

En cualquier caso, la carrera espacial a Marte ha empezado ya. En la actualidad hay dos robots móviles (rover) exploran el planeta rojo, el Opportunity y el Curiosity, y tres satélites robotizados giran en torno a su eje de rotación: el 2001 Mars Odyssey, el Mars Express (de la agencia europea) y el Mars Reconnaissance Orbiter. Estos cinco robots suministran información sobre la superficie marciana, la actividad volcánica, el subsuelo, la radiación, la atmósfera del planeta, sus ciclos climatológicos, las  formas de agua y las posibilidades de vida actuales o en un pasado remoto. Son actividades preparatorias a las que seguirán otras durante los próximos años y que parece que culminarán con el viaje al planeta rojo de astronautas que volverán a captar el interés de miles de millones de personas, aquí en la Tierra, dentro de unos 20 años.

Sin embargo, hay una pequeña cuestión que no podemos dejar pasar por alto. Será un viaje de ida, sin retorno. No es previsible que en 2030 la tecnología nos permita enviar gente a Marte con un billete de vuelta. Esto no es ningún problema para muchísimos voluntarios. La astronauta rusa Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó al espacio, ha manifestado hace poco que le gustaría ir a Marte, aun sabiendo que jamás regresaría de aquél planeta. Pero, como ella hay más de 70 000 personas en el mundo, dispuestas a afrontar un viaje de ida sin retorno. Y es que, desde hace un par de años, el proyecto de enviar seres humanos a Marte no es un asunto exclusivo de la NASA, lo cual sí es una novedad en el panorama del desarrollo espacial.

El holandés Bas Lansdorp se graduó en ingeniería mecánica por la universidad de Twente en 2003, creó Ampyx Power, una empresa que ha desarrollado un sistema muy original para producir energía, mediante un planeador que evoluciona en el aire sujeto con un cabo a tierra cuya tensión mueve un generador eléctrico. En 2008 Lansdorp vendió parte de sus acciones de Ampyx Power y en marzo de 2011 creó, junto con Arno Wielder un físico de la agencia espacial europea, una fundación sin ánimo de lucro: Mars One. En mayo de 2012 Mars One anunció sus planes de mandar a Marte un equipo de cuatro astronautas el año 2023. Allí se ubicarán, en una estación sobre la superficie marciana, y cada dos años llegarán nuevas expediciones para crear la primera colonia humana fuera de nuestro planeta. No está previsto que estos pioneros regresen a la Tierra.

El proceso de selección para los primeros astronautas se abrió en abril de 2013 y en poco más de dos semanas Mars One recibió unas 78 000 solicitudes de 120 países. Según Bas Lansdorp “es el trabajo más deseado de la historia”. La compañía seguirá admitiendo solicitudes hasta el 31 de agosto de este año. A partir de entonces se seleccionarán de 50 a 100 candidatos en cada una de las 300 regiones del mundo identificadas por Mars One. Después de cuatro rondas, el número de seleccionados se reducirá a una cifra entre 28 y 40. En 2015, los finalistas se incorporarán a la fundación Mars One para empezar el entrenamiento cuya duración será de unos siete años. La organización tiene previsto montar en la Tierra, en un lugar similar a la superficie marciana, un simulador, una réplica exacta de la estación que desplegará en el planeta rojo, para entrenar a los astronautas.

Antes del envío de la primera expedición de astronautas, Mars One, pondrá en la órbita marciana un satélite de comunicaciones, enviará un robot móvil para determinar la ubicación idónea de la base espacial y situará sobre la superficie del planeta los módulos de la estación junto con provisiones, repuestos y robots móviles.

Mars One estima que el coste de la misión será del orden de unos 6000 millones de dólares. Además del apoyo financiero de empresas patrocinadoras, donaciones particulares, venta de camisetas, tazones, pegatinas y otros objetos, cuenta con ingresos masivos de publicidad en los medios. La iniciativa puede crear una gran audiencia y se televisarán los eventos más importantes. Ya se están distribuyendo videos con entrevistas de aspirantes a formar parte de la primera misión y el proyecto puede dar origen al reality show más morboso y espectacular de la historia de la televisión. Todo dependerá del modo en que Mars One gestione la comunicación.

Mars One esgrime tres razones para ir a Marte, la primera es que con esa hazaña cumplimos un sueño asombroso, la segunda es que nos permitirá averiguar cosas que siempre quisimos saber relacionadas con la historia de la Tierra, la posible evolución de la vida en aquél planeta y otros asuntos, y la tercera razón es que enviar gente a Marte es “el siguiente paso de gigante para la Humanidad”. Son tres motivos, pero tampoco parecen muy racionales.

Da la impresión de que los argumentos que se aducen para llevar hombres a Marte tienen, en cualquier caso, una fuerte componente emocional y pienso que eso los hace extraordinariamente sólidos. Ahora que la Unión Soviética no azuza al Gobierno de Estados Unidos, a la NASA le ha salido un extraño competidor, extraño porque Charles Bolden puede encontrar en Mars One el mejor aliado para llevar a cabo su proyecto.

Con casi toda seguridad vamos a tener una colonia de héroes, encerrados en Marte, dentro de unos cuantos años. Esta vez van a ser los marcianos quienes tendrán que preocuparse de los terrestres.

Marte está otra vez de moda