Dijo que más allá de Plutón existía otro planeta que cada 3600 años pasaba cerca de la Tierra. También explicó que la última vez que se acercó fue en la época en que la civilización sumeria ocupaba Babilonia y que nuestros antepasados dejaron grabado el recuerdo en un sello cilíndrico, que se conserva en un museo de Berlín. El planeta se llama Nibiru y está habitado por una avanzada civilización: los anunnaki. Zecharia Sitchin (1920-2010) es el autor de los libros que cuentan la historia de Nibiru y los anunnaki. Según muchos expertos, las interpretaciones que hace de los grabados sumerios son muy discutibles o completamente falsas.
Hay que reconocer que ni siquiera en la página web oficial de Sitchin se ha interpretado que el noveno planeta de la Tierra —que los científicos del Instituto de Tecnología de California (Caltech) creen haber descubierto a finales de enero de 2016— es Nibiru. Sin embargo, son muchos los que cuando Konstantin Batygin y su colega, Mike Brown, anunciaron sus firmes sospechas de la existencia de un noveno planeta en el Sistema Solar, se acordaron de Sitchin y se plantearon que podría tratarse de Nibiru. Sin embargo, los seguidores de Sitchin lo desmienten porque el periodo de rotación alrededor del Sol de Nibiru es de 3600 años, en vez de más de 10 000 que son los que atribuyen los científicos estadounidenses al nuevo planeta. Para la facción ortodoxa de los que creen en las interpretaciones que hizo Zecharia Sitchin de los grabados sumerios, Nibiru y los anunnaki no tardarán mucho en regresar, pero no tienen nada que ver con el objeto celeste al que se refieren los científicos californianos.
Este posible noveno planeta vendría a ocupar el vacío que dejó Plutón, descatalogado como tal por la Unión Internacional Astronómica (IAU), en 2006, al no cumplir una de las tres condiciones que debe satisfacer un cuerpo celeste para ser considerado como planeta del Sistema Solar: orbitar alrededor del Sol, poseer suficiente masa para mantener una forma esférica y moverse en una órbita despejada. Plutón no satisface la tercera condición. El que fue planeta de la Tierra, descubierto por Clyde William Tombaugh en 1930, pasó a engrosar la lista de los cuerpos celestes denominados planetas enanos. Y de un día para otro, dejamos de contar con nueve planetas en nuestro Sistema Solar para quedarnos con los ocho tradicionales dioses romanos: Mercurio (comercio), Venus (amor), Tierra (tierra), Marte (guerra), Júpiter (justiciero), Saturno (agricultura), Urano (cielo) y Neptuno (mar).
De los cinco primeros planetas, con excepción de la Tierra, tenemos conciencia de que existen desde épocas muy remotas. Los antiguos se dieron cuenta de que eran estrellas errantes en la bóveda celeste porque no giraban, como todas, manteniendo su posición relativa con respecto a las demás. El movimiento de las estrellas errantes sirvió para que los hombres descubrieran que aquellos cuerpos orbitaban alrededor del Sol, al igual que la Tierra. Fue Nicolás Copérnico (1473-1543), quién incluyó a la Tierra en la lista de los planetas y le quitó al Sol su condición de estrella errante.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que un aficionado a la Astronomía, músico de profesión, nacido en Alemania, pero residente en Bath (Reino Unido), descubriera Urano. Para encontrarlo, Friedrich Wilhelm Herschel, empleó un telescopio que había construido en el sótano de su casa durante sus ratos libres. Tras el descubrimiento, en 1781, del séptimo planeta del Sistema Solar, Urano, los científicos buscan a los nuevos por el efecto que su masa induce en los visibles.
Neptuno fue descubierto gracias a los cálculos de un matemático francés: Urbain Le Verrier. El director del observatorio astronómico de París, Alexis Bouvard, publicó unas tablas con las posiciones del planeta Urano que resultaron erróneas. Bouvard intuyó que las desviaciones se debían al efecto gravitatorio sobre Urano de otro planeta, hasta entonces desconocido. Le Verrier hizo los cálculos y envió sus resultados, con la posición exacta del supuesto planeta, al director del observatorio de Berlín, Johann Galle. El 23 de septiembre de 1846, Galle y Heinrich d’Arrest descubrieron a Neptuno en el lugar indicado por Le Verrier.
La historia del hallazgo de Neptuno impresionó a Percival Lowell, un adinerado estadounidense entusiasta de la Astronomía y obsesionado con los supuestos canales marcianos. Powell financió la construcción de un gran observatorio y especuló con la idea de la existencia de otro planeta que perturbaba la órbita de Neptuno. Murió sin encontrarlo. Años más tarde, en su observatorio de Flagstaff, el joven astrónomo Tombaugh descubrió lo que se suponía que era el planeta que buscó Lowell: Plutón. Sin embargo, con el tiempo se comprobaría que todo fue obra de la casualidad porque la masa de aquel objeto celeste era mucho más pequeña de lo que se supuso en un principio y no podía afectar la órbita de Urano.
Ahora, parece ser que un grupo de científicos del Caltech vuelven a deducir la existencia de un planeta por el efecto que su masa produce en el movimiento de otros cuerpos celestes. Konstantin Batygin y Mike Brown estudiaron las órbitas alrededor del sol de dos cuerpos, denominados Biden y Sedna, que junto con otros cuatro objetos siguen un conjunto de trayectorias cuya explicación sugiere la existencia de un planeta con una masa que podría ser diez veces la de la Tierra. Todos estos cuerpos se adentran en el espacio lejano y frío del Cinturón de Kuiper. En su posición más cercana al sol el planeta estaría a una distancia de 200 o 300 unidades astronómicas y en la más alejada, de 600 a 1200 (Una unidad astronómica es igual a la distancia entre la Tierra y el Sol: alrededor de 150 millones de kilómetros). El tiempo que el presunto planeta tardaría en dar una vuelta completa al sol podría oscilar entre 10 000 y 20 000 años.
Va a ser muy difícil observar directamente un cuerpo tan alejado de nosotros, aún con una masa diez veces superior a la de la Tierra, y sin saber el lugar exacto en el que se encuentra. A Konstantin Batygin le gustaría merecer el honor de verlo por primera vez, pero no le importa que otro astrónomo se le anticipe. Fue uno de los científicos que trabajó activamente en la Unión Astronómica Internacional para que a Plutón se le diera de baja en la lista de los planetas y dice que «a todos los que les ha desilusionado que Plutón haya dejado de ser un planeta, les encantaría saber que es posible encontrar otro planeta verdadero. Ahora podemos descubrirlo y hacer que el Sistema Solar tenga otra vez nueve planetas».
¿Estará arrepentido Batygin de haber contribuido a que Plutón se le considere un planeta enano?