El profesor Charles Wyville Thomson de la universidad de Edinburgo consiguió, a través de la Royal Society de Londres, que la Royal Navy británica cediera el buque Challenger para llevar a cabo una extraordinaria expedición científica. El buque zarpó de Portsmouth, en Inglaterra, el 21 de diciembre de 1872 y arribó a Spihead, Hampshire, el 24 de mayo de 1876, después de 1250 días de los que 713 los pasó en el mar. Navegó 68 890 millas náuticas, con un grupo de científicos, ayudantes, oficiales de marina y tripulación que encontró alrededor de 4700 especies de animales marinos, hasta entonces desconocidas. Una vez finalizado el viaje, los expertos tardaron diecinueve años en compilar sus informes, en 50 volúmenes, que recogían la profundidad, temperatura a distintos niveles, meteorología, características de los fondos y de la vida marina de 360 puntos oceánicos diferentes. Uno de ellos, conserva en la actualidad el nombre de abismo del Challenger y está en la fosa de las Marianas donde los expedicionarios constataron la existencia de profundidades que pasaban de los 8 000 metros. El espíritu del Challenger ha perdurado a través de los años y su nombre se reutilizó para designar a la lanzadera espacial que tenía que sustituir a la Columbia.
En 1969 el vicepresidente de Estados Unidos, Spiro Theodore Agnew, presidía el consejo nacional de la comisión de aeronáutica y del espacio estadounidense. Dicho consejo tuvo que recomendar, tras el viaje del hombre a la Luna, la misión que se les asignaría en el futuro a los astronautas de la NASA. Se le presentaron cuatro opciones: enviar un hombre a Marte, seguir con los vuelos tripulados a la Luna, desarrollar un programa espacial en la órbita terrestre o cerrar las costosas actividades tripuladas espaciales. El comité se inclinó por las operaciones tripuladas en la órbita terrestre y el presidente Nixon decidió que se llevara a cabo su recomendación. El nuevo programa espacial incluía el desarrollo de una lanzadera y el de una estación espacial. De la lanzadera espacial ya se habían hecho varios estudios y la idea básica consistía en impulsar una nave con alas mediante cohetes en una primera etapa del vuelo; en la segunda etapa, la nave utilizaría sus propios motores hasta situarse en órbita. El vehículo espacial tendría capacidad para regresar a la Tierra y aterrizar en un aeródromo, como cualquier aeroplano. El empleo de elementos reutilizables abarataría, según los cálculos iniciales, el coste de las operaciones. Esta alternativa parecía más económica que mantener la línea de producción del costoso y gigantesco cohete Saturn V, aunque se tuviera que efectuar un número mayor de viajes al espacio para transportar la misma carga útil.
La primera lanzadera espacial fue el Columbia; se contrató el año 1972 pero no efectuó su primer vuelo de pruebas hasta el 12 de abril de 1981. El diseño de la lanzadera incluía tres módulos: la nave orbital (Columbia), dos cohetes impulsores de combustible sólido y un tanque externo que contenía combustible (hidrógeno) y comburente (oxígeno), líquidos. El conjunto se lanzaba en posición vertical; durante la primera etapa era impulsado por los dos cohetes (recuperables) de combustible sólido y los tres motores cohete de la nave orbital, alimentados por el tanque externo; cuando se agotaba el combustible sólido, al cabo de unos dos minutos, los cohetes se desprendían del conjunto, sujetos por paracaídas, y la nave continuaba impulsada por sus motores. El tanque externo era desechable y se separaba de la nave poco antes de entrar en órbita. Los ajustes para corregir la órbita y el impulso para iniciar la reentrada, una vez finalizada la misión, se efectuaban con otros motores auxiliares con que contaba la nave orbital. En su viaje de vuelta a la Tierra la nave orbital planeaba hasta la base de la Fuerza Aérea, Edwards, en California, o el centro espacial Kennedy, donde aterrizaba. Cuando tomaba tierra en California, un Boeing 747 especial, la recogía para transportarla al centro espacial de Florida.
En un principio, de 1981 a 1985, se completaron cuatro lanzaderas: Columbia, Challenger, Discovery y Atlantis. Tas el accidente de Challenger, se fabricó una quinta nave, Endeavour, que voló por primera vez en mayo de 1992. Después de 30 años de servicio, en 135 misiones repartidas entre las 5 lanzaderas, el 21 de julio de 2011 Atlantis puso punto final al programa cuando aterrizó en el centro espacial Kennedy. Es muy cuestionable que los servicios prestados por estas naves fueran tan eficientes, como imaginaron quienes los concibieron. Se hicieron muchísimos menos viajes de los que inicialmente se pensó que podrían llevarse a cabo; debido a los múltiples fallos de las lanzadoras fue necesario devolverlas a los talleres para corregir defectos e introducir mejoras. Las labores de mantenimiento resultaron muy laboriosas y caras. La necesidad de llevar tripulación a bordo, a la larga, resultó una estrategia más costosa que la de utilizar sondas con cohetes desechables. A lo largo de la vida del proyecto la tecnología evolucionó tan rápidamente que el diseño original de 1972 quedó obsoleto demasiado pronto. La lista de inconvenientes asociados al programa es bastante larga, pero lo peor serían los dos accidentes.
Los siete tripulantes del Columbia perdieron la vida el 1 de febrero de 2003 cuando la nave reentraba en la atmósfera para regresar a la Tierra. Durante el ascenso se desprendieron restos del tanque exterior que dañaron algunas láminas de protección térmica de la nave orbital. Los desperfectos en la coraza permitieron que aire muy caliente penetrara en el interior de la estructura del ala que desestabilizó la nave hasta el punto de romperla en pedazos que se desgajaron lentamente.
El otro accidente lo protagonizó el Challenger y ocurrió el 28 de enero de 1986, 73 segundos después del despegue. El fallo de una junta tórica de uno de sus cohetes lo convirtió en una bola de fuego. La cabina sobrevivió al incendio, se vio sometida a aceleraciones del orden de 20 g y continuó una trayectoria balística hasta caer al mar a una velocidad de más de 300 kilómetros por hora. Es posible que cuatro, de los siete tripulantes, sobrevivieran hasta que la cabina impactase contra la superficie del océano; a partir de ese momento, todos habrían muerto.
La desafortunada lanzadera Challenger no sólo llevaba el nombre del buque oceánico que surcó casi todas las aguas del planeta hacía más de cien años. La NASA también había utilizado el mismo para bautizar el Módulo Lunar de la misión Apollo 17. Fue la última que llevó al hombre a la Luna y la primera cuya tripulación contaba con un astronauta científico: Harrison Hagan Schmitt, doctor en Geología por la universidad de Harvard. El norteamericano logró que de los 12 hombres que han pisado nuestro planeta, al menos uno de ellos no sea piloto de reactores de la Fuerza Aérea estadounidense. Han pasado ya muchos años desde la última vez, el 13 de diciembre de 1972, que un hombre se paseara por la Luna.
¿A dónde nos llevará el próximo Challenger?