El general que se cayó del avión: Agustín P. Justo

Primera-Comunión-Reunión-1937

Agustín Pedro Justo, primer mandatario argentino, presidiendo un chocolate de primera comunión (1937)

 

El telegrama que llegó al despacho del presidente de la República, en Buenos Aires, decía escuetamente. «Ministro de Guerra perdido en el aire. Alegría». Al señor presidente, Marcelo Torcuato de Alvear, tuvieron que aclararle sus acólitos que el extravío del ministro no provocaba gozo a nadie, sino que el firmante de la misiva era el capitán Victoriano Dionisio Martínez De Alegría, jefe de la escuadrilla de aviones Breguet XIX, a la que se le había despistado el paradero de su jefe: el general Agustín Pedro Justo.

Durante aquellos días, el ministro de Guerra, efectuaba una ronda de inspecciones a varias instalaciones militares. El 12 de abril de 1927 la escuadrilla había despegado de Córdoba, rumbo a La Rioja, con sus cinco (o cuatro) aviones y el ministro sentado en el asiento de atrás del avión de Alegría. Sin embargo, cuando aterrizaron en el destino, Alegría pudo comprobar cómo el asiento que ocupaba su jefe estaba vacío. El general se había perdido en el aire y lo que tenía que haber sido su cinturón de seguridad estaba desabrochado.

Muy pronto se inició una desesperada búsqueda que resultó muy provechosa porque los primeros aviones avistaron al corpulento ministro extendiendo su paracaídas sobre la tierra de la llanura, sin duda, para hacerse ver. Justo les indicó a los pilotos que siguieran volando y que no intentaran aterrizar en aquel lugar.

A las once de la mañana, ya hacía calor, y el ministro tenía sed por lo que decidió refugiarse en la sombra de un algarrobo en vez de agotarse en una inútil caminata. El general estaba algo dolorido, pero se encontraba bien. Durante el vuelo, en uno de los muchos baches que tuvieron que soportar, salió despedido de la cabina. No se había abrochado el cinturón de seguridad deliberadamente porque temió que, en caso necesario, podría confundir ese arnés con el del paracaídas. La cuestión es que el ministro se vio, casi sin darse cuenta, descendiendo en un paracaídas y dando vueltas de un lado a otro hasta que con los brazos tiró de los cabos y consiguió detener el giro. En unos diez minutos más llegó a tierra y al poco tiempo vio pasar a los aviones que lo buscaban.

Al atardecer empezó a caminar en la dirección por donde estimaba que debía pasar la vía del tren. De La Rioja había partido un numeroso grupo de gente con exploradores lugareños y personas con voz potente, voceros, cuya única misión era la de llamar a gritos al general. Entre las estaciones de Patagonia y Punta de los Llanos, que era el tramo en el que se había divisado al ministro, el tren hacía recorridos de ida y vuelta haciendo sonar el silbato. Cuando anocheció se encendieron hogueras a lo largo de la vía y se hicieron corros donde se calentaban los exploradores.

El general advirtió el trasiego y se aproximó a la línea del ferrocarril. Como empezó a sentir frío, trató de protegerse en un lugar próximo a la vía, hasta que vio llegar el tren, con su estruendo, a paso de hombre y subió en uno de los vagones. Allí se encontró con un grupo de sus buscadores que mataba el aburrimiento jugando a las cartas.

Aquel día durmió, lo que le quedaba de noche, en La Rioja adonde lo llevó el tren y la gente lo recibió satisfecha por el rápido desenlace del episodio. Al día siguiente un avión militar lo trasladó a Buenos Aires. Su esposa y el presidente Marcelo de Alvear acudirían a recibirlo.

Esta es una versión de lo que ocurrió pero según otras el capitán Alegría se dio cuenta enseguida de la caída de su pasajero y vio cómo el ministro descendía en paracaídas, unos 40 kilómetros antes de llegar a La Rioja (algo mucho más verosímil). El general perdió el sentido nada más salir de la cabina, el paracaídas se abrió automáticamente y en el momento en que despertó descendía suavemente a tierra. Cayó en un terreno boscoso y encontró unos campesinos que lo llevaron a un rancho donde pudo descansar y luego siguió caminando por las vías del tren hasta que, de madrugada, lo halló el convoy organizado para buscarlo.

Sea como fuera, lo cierto es que el general estuvo perdido algunas horas, hizo que cundiera el pánico en los estamentos oficiales y reapareció triunfante, como un héroe, en Buenos Aires.

Agustín Pedro Justo asumió la presidencia del gobierno argentino el 20 de febrero de 1932. Gran aficionado al fútbol, poco antes de abandonarla, en febrero de 1938, concedió un crédito de un millón y medio de pesos y las autorizaciones urbanísticas necesarias para que Boca construyera su nuevo estadio: La Bombonera.

El general, retirado, murió en 1943 a los 66 años de edad.

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