El almirante vio lumbre desde el castillo de popa: «pero fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuera tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey e díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y vídola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vido nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después que el Almirante lo dijo, se vido una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos parecía ser indicio de tierra» (jueves 11 de octubre de 1492, Cristóbal Colón Viajes y Testamento). Al día siguiente, el almirante y su tripulación descubrieron las tierras de América.
Los analistas coinciden en que ‘la candelilla de cera que se alzaba y levantaba’ era una luz que no podía venir del islote de Guanahani adonde arribarían poco después los marineros españoles. Es posible que se tratara de una luz a bordo de la canoa de algún indio pescando, pero las condiciones meteorológicas eran muy malas y no parece probable que nadie se atreviese a salir a la mar esa noche. Algunos han tratado de asociar aquella visión nocturna del almirante con los extraños fenómenos que, de acuerdo con determinadas fuentes, ocurren en los mares del ‘Triángulo de las Bermudas’. Con sus tres vértices en Bermudas, Puerto Rico y Miami ─aunque no todas las versiones le asignan las mismas fronteras─ según una leyenda muy extendida, este triángulo ha sido el protagonista de misteriosas desapariciones de aviones y barcos y extraños avistamientos observados por sus visitantes. Y, de acuerdo con esta teoría, don Cristóbal sería el primer marino de Occidente en recibir el aviso del peligro que encerraban esos mares caribeños.
La desaparición de cinco aviones torpederos de bombardeo Avenger con sus 14 tripulantes y un aeroplano de rescate, Mariner, con 13 tripulantes a bordo, el 5 de diciembre de 1945, es el episodio central que alimenta la leyenda del Triángulo de las Bermudas. Los torpederos despegaron de la base aérea naval de Fort Lauderdale en Florida a las 2:10 p.m.; era el vuelo 19 y se trataba de una misión rutinaria de entrenamiento de unas tres horas de duración bajo las órdenes del teniente Charles Taylor. La misión consistía en efectuar un simulacro de bombardeo al sur de la isla Bimini, continuar navegando unas 67 millas hacia el este, después virar hacia el norte, seguir arrumbados 73 millas y regresar a la base. Las condiciones meteorológicas eran buenas, los aviones habían sido revisados antes de salir, llevaban todo el equipo de salvamento y los aparatos y sistemas funcionaban correctamente cuando despegaron, con los tanques de combustible llenos.
La primera parte de la misión la dirigió uno de los pilotos de Taylor, pero en el segundo tramo el teniente volvió a tomar el mando porque pensó que sus alumnos los llevaban en una dirección equivocada. Las brújulas de los aviones dejaron de funcionar y el tiempo empeoró. En un momento determinado, Taylor debió de pensar que estaban sobre los Cayos de Florida y se dirigió hacia el noreste cuando es probable que se encontrara sobre las Bahamas. Las últimas comunicaciones vía radio con el vuelo 19 únicamente servirían para confirmar la desorientación de los pilotos del escuadrón y las pésimas condiciones meteorológicas en las que navegaban. A las 7:30 p.m. despegó un avión Mariner de rescate, con una tripulación de 13 personas a bordo. Nada más abandonar la base el avión comunicó a la torre de control que todo iba bien, pero aquel sería el último contacto con la aeronave. Un petrolero que navegaba cerca de la costa de Florida dijo haber visto una gran bola de fuego en el aire por lo que lo más probable es que el avión de rescate estallara en pleno vuelo. Los Mariner habían tenido accidentes de este tipo, con los depósitos de combustible completamente llenos, debidos a incendios provocados por fugas en los tanques.
Centenares de barcos y aeronaves participarían en la búsqueda de los 6 aviones y 27 tripulantes, de los que no se consiguió localizar el menor rastro a pesar de que la operación cubrió unos 200°000 kilómetros cuadrados de océano, islas, el Golfo de México y zonas del interior de Florida.
La alteración que sufrieron los instrumentos del vuelo 19 y la completa desaparición de todas las aeronaves y sus tripulaciones, de las que no pudo hallarse ningún resto han contribuido a alimentar todo tipo de especulaciones sobre el Triángulo de las Bermudas. Base de naves alienígenas, lugar en el que se alteran los campos magnético y gravitatorio debido a la presencia de cuerpos extraños, o simplemente un sitio en donde ocurren fenómenos desconocidos, son algunos de los argumentos con los que se trata de explicar el desenlace de los Avenger de 1945 y otros muchos accidentes de los que se tiene noticia, al menos desde el año 1840. Otra singularidad de estas aguas, que también descubriría Colón durante su primer viaje, es una vasta extensión de 3,5 millones de kilómetros cuadrados en la que flotan algas formando praderas que causaron horror a los marinos los siglos XVII-XVIII: el mar de los Sargazos. Algo, sin embargo, que a don Cristóbal le produjo cierta alegría: «Aquí comenzaron a ver muchas manadas de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se había despegado de la tierra, por lo cual todos juzgaban que estaba cerca de alguna isla» (domingo 16 de septiembre de 1492, Cristóbal Colón Viajes y Testamento).
Por todo lo anterior no es de extrañar que el periodista E.V.W. Jones se refiriese a este lugar del planeta, en 1951, con el nombre de ‘Triángulo del Diablo̕. Sin embargo, la designación de ̕Triángulo de las Bermudas’ se la dio por primera vez otro escritor, Vincent Gladis, en un artículo que publicó en 1964. Pero estos mares caribeños no alcanzaron fama universal hasta que Charles Berlitz publicó su libro El Triángulo de las Bermudas, en 1974, en el que hace inventario de los extraños sucesos que han ocurrido en sus aguas y que muy pronto se convertiría en un «best seller».
Tres años después, en 1977, Larry Kusche demostró que algunas tragedias que se le atribuyen al lugar son falsas ─nunca sucedieron─ y otras han ocurrido fuera de su territorio. La realidad es que esos mares están muy concurridos, el tráfico marítimo y aéreo de todo tipo de buques y aeronaves es intenso, la meteorología a veces es muy mala y no parece que, dadas las circunstancias, sea un lugar en el que proporcionalmente ocurran más accidentes que en otros sitios. Al menos, las compañías de seguros no exigen una prima especial para transitarlos y ese detalle es muy significativo.
No es necesario recurrir a los alienígenas ni a conceptos físicos desconocidos para explicar sucesos que han ocurrido y no sabemos por qué. Es posible que jamás alcancemos a saber lo que pasó, pero lo que sí sabemos es qué pudo pasar (sin necesidad de que intervinieran los marcianos).
En relación con el episodio central del ‘Tríangulo̕, la desaparición de los aviones de la Marina estadounidense a finales de 1945, una pareja de sabuesos aeronáuticos piensan que han dado con la pista que puede llevar al esclarecimiento del misterioso asunto. John Myhre, un antiguo controlador del aeropuerto de Palm Beach, y Andy Marocco, un californiano dedicado a los negocios, creen haber encontrado el avión del teniente Taylor. Marocco halló, en un informe de 500 páginas de la Marina, que el portaviones USS Solomons desde la costa de Daytona Beach, detectó la señal de cuatro o seis aviones no identificados sobre Florida del Norte, a unas 20 millas al noroeste de Flagler Beach a las 7:00 p.m. del 5 de diciembre de 1945. Los aviones volaban a unos 4000 pies de altura, a 135 millas por hora y con un rumbo de aguja de 170 grados.
En 1989 se descubrieron los restos de un Avenger-3, el mismo modelo que volaba el teniente Charles Taylor, en el humeral de las Everglades. El hallazgo se hizo desde un helicóptero del sheriff del condado de Broward. En un principio se descartó que se tratara de un avión del vuelo 19 porque estaba muy lejos del lugar en donde se suponía que se encontraba el escuadrón la última vez que mantuvo contacto vía radio con las estaciones de tierra. Entonces, el propio Myhre descartó que el aparato perteneciera al vuelo 19. Sin embargo, al descubrir las trazas radar del portaviones, el rumbo, la velocidad y la altura del Avenger del teniente Taylor, los dos sabuesos calcularon el punto donde debió caer el avión y comprobaron que tuvo que ser en las Everglades, justo en el lugar donde se encontró el avión en 1989. A lo que añadirían que, tras una búsqueda intensiva en internet, encontraron una fotografía del lugar del accidente en la que se podía ver un tacón de goma que se correspondía con un zapato cuya talla coincidía con la que debía usar el teniente Taylor. Los dos investigadores concluyeron que el avión descubierto en 1989 era el suyo. El problema es que ahora no encuentran restos del accidente; han desaparecido, la gente que visita la zona se los ha ido llevando como recuerdos.
Es posible que Myhre y Marocco lleguen a validar su teoría, o quizá no, pero hay otras causas por las que pueden ocurrir desapariciones, aparentemente misteriosas, sin tener que recurrir a los extraterrestres. La más simple de todas ellas es la meteorología ya que, en la zona que nos ocupa, se producen tormentas muy violentas con fuertes ráfagas de viento y gran aparato eléctrico cuyos campos electromagnéticos, en ciertas condiciones, pueden afectar los sistemas de navegación a bordo.
Menos corrientes son las burbujas de hidratos de metano que se forman en el fondo del mar y al emerger a la superficie o a la atmósfera producen una disminución muy grande de la densidad del agua o del aire. En Australia se han efectuado experimentos con modelos de barco de los que se deduce que una de estas burbujas, suficientemente grande, puede mandar a pique a un barco de gran tamaño. Lo mismo ocurriría con cualquier aeronave, inmersa en una burbuja de metano. El avión caería, al perder sustentación, al mismo tiempo que en cabina los altímetros estarían señalando un ascenso de la aeronave debido a la menor densidad del metano. La falta de oxígeno podría hacer que los motores se apagasen. Sin embargo, los estudios sobre este tipo de fenómenos parecen indicar que en el Caribe, al menos durante los últimos 15°000 años, no se han producido.
Muy poco frecuentes, y solo afectan a los buques, son las super-olas, olas gigantes de unos 30 metros, como la que hizo volcar, en 1981, la mayor plataforma del mundo: la Ocean Ranger.; sus 84 tripulantes murieron a causa del accidente. Nadie sabe por qué, ni cómo se forman. Cada vez más, se cree que esas olas son responsables de la completa desaparición de grandes buques de los que se perdió para siempre el contacto sin ningún motivo aparente.
La realidad es tan fantástica que acostumbra a superar a la fantasía. No es preciso inventarse el mundo para un pedazo del mundo como es el Triángulo de las Bermudas; el que ya tenemos puede explicar todo lo que allí ha ocurrido y mucho más.
Misterios sin resolver del todo…pero emocionantes y atractivos.