Diez años después, Rosetta acude puntual a la cita

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67P/Churyumov-Gerasimenko

El director general de la Agencia Europea del Espacio (ESA), Jacques Dordain anunció el 6 de agosto de 2014 que “después de 10 años, cinco meses y cuatro días hacia nuestro destino, girando alrededor del sol cinco veces y 6400 millones de kilómetros, nos encanta anunciar que finalmente estamos aquí”.

Se refería a la nave espacial Rosetta que abandonó la Tierra en marzo de 2004 con la misión de alcanzar el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko: un pequeño cuerpo celeste de unos 4 kilómetros de diámetro que describe una trayectoria elíptica alrededor del sol cuyo punto más próximo a la estrella se encuentra entre Marte y la Tierra y el más alejado detrás de Júpiter. El cometa tarda 6,5 años terrestres en completar su órbita.

En enero de 2014 Rosetta se reactivó después de haber estado hibernado durante 957 días. Desde entonces, la nave espacial se ha ido aproximando a su objetivo y a partir de mayo inició una serie de 10 maniobras para ajustar su velocidad a la de 67P/Churyumov-Gerasimenko. Cualquier pequeño fallo en estas operaciones hubiera hecho fracasar la misión, pero el 6 de agosto los técnicos realizaron el último ajuste y lograron ubicar la nave espacial a unos 100 kilómetros del cometa. En el lugar de encuentro, la nave se hallaba a unos 405 millones de kilómetros de la Tierra.

Desde el mes de abril los instrumentos a bordo de Rosetta han enviado información sobre su objetivo gracias a la cual sabemos que la temperatura de su superficie es de unos -70 grados Celsius, que es oscura y contiene polvo, en vez de hielo, que el cometa consta de dos cuerpos unidos por una especie de cuello, lo que le confiere un cierto aspecto de pato, y que su cola, de gas y polvo, a lo largo de las últimas semanas ha intensificado el brillo para apagarse poco después; el cometa parece liberar unos 300 mililitros de vapor de agua del núcleo, cada segundo. Pero, la misión de Rosetta no es alcanzar a 67P, va mucho más allá. Lleva a bordo un robot, Philae, diseñado para aterrizar sobre la superficie del cometa y desde allí estudiar con detalle los cambios en su composición conforme la temperatura aumenta al aproximarse al Sol.

Ahora Rosetta pasará varias semanas describiendo extrañas órbitas triangulares alrededor del cometa, mientras sus instrumentos analizan la composición de la superficie y la masa del cuerpo celeste, y ayudan a los científicos a identificar algunos lugares adecuados para que Philae aterrice. No es una tarea sencilla ya que el cometa, además de moverse alrededor del Sol, también gira sobre sí mismo. En principio, el aterrizaje de Philae está previsto para el 11 de noviembre próximo, aunque la fecha es provisional y hasta mediados de octubre no se fijará. La velocidad de impacto de Philae sobre la superficie del cometa, en el aterrizaje, tiene que ser del orden de 1 metro por segundo (3,6 kilómetros por hora) y un rebote podría ser muy peligroso. Una vez iniciada la maniobra, desde la Tierra, no existe ningún mecanismo de control y del aterrizaje únicamente se puede anticipar que se producirá en algún lugar dentro de un área de un kilómetro cuadrado, aproximadamente. Después del aterrizaje de Philae en el cometa, la nave espacial continuará acompañándolos hasta el punto de la órbita de 67P más cercano al Sol, en agosto de 2015, y su misión se dará por concluida a finales de ese año.

Hace unos cinco mil millones de años una nube de gas y polvo empezó a condensarse para convertirse en nuestro Sistema Solar. El Sol, se encendió y las partículas que había en el disco que lo rodeaba se aglomeraron para formar los planetas. La mayor parte de los conglomerados de polvo y materia en el espacio interplanetario desaparecieron al colisionar con los planetas, pero miles de millones de pequeños cuerpos sobrevivirían aquellas colisiones para formar los asteroides y cometas. El análisis de la composición de estos cuerpos quizá permita a los científicos determinar el origen del agua de nuestros océanos, o aclarar cuestiones relacionadas con el inicio de la vida en la Tierra. Rosetta y su robot, Philae, podrían ayudarnos a entender mejor el origen de nuestra existencia.

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