Un niño holandés consiguió evitar un gran desastre cuando tapó el pequeño orificio por donde escapaba el agua de un gran dique. El muchacho vio la filtración en su camino hacia la escuela y le puso remedio sellando la grieta con su dedo. Al poco rato acudieron otras personas, con herramientas, y arreglaron lo que pudo haberse convertido en una tragedia. Es una historia que no ocurrió jamás, pero en Estados Unidos forma parte de las muchas leyendas que tratan de explicar cómo con poco esfuerzo hasta una persona débil, con un pequeño sacrificio, puede evitar una gran catástrofe. El niño que tapó la grieta perdió sus clases aquél día, un daño irrelevante en comparación con el servicio que prestó a la comunidad. Como la historia se la inventó en el siglo XIX una escritora norteamericana, los holandeses han tenido noticia de su propia leyenda gracias a los turistas estadounidenses.
El presidente norteamericano Harry Truman se inspiró en la teoría que justifica causar daños para evitar otros mayores y autorizó el uso de la fuerza que el proyecto Manhatann había logrado poner al servicio de su país. En verano de 1945 dos millones de japoneses luchaban encarnizadamente en la defensa de sus millares de islas y los aviones estadounidenses lanzaban bombas incendiarias sobre las ciudades del imperio del Sol Naciente. Una invasión en Japón, similar a la que los aliados hicieron en Dunkerke, podría causar alrededor de un millón de muertos. El presidente Truman llegó a la conclusión de que la bomba atómica acabaría para siempre con aquella interminable guerra y autorizó que sus aviones la lanzaran sobre Japón.
Hace siete días, el lunes 28 de julio de 2014, murió en Georgia el último superviviente de la tripulación del avión B-29, Enola Gay, que lanzó la bomba atómica sobre Hirosima. Se llamaba Theodore Van Kirk y su origen flamenco le valió el sobrenombre de “Dutch” (holandés). A lo largo de toda su vida Van Kirk justificaría la acción bélica como algo necesario para que el conflicto se acabara. En unas declaraciones a la organización Witness to War Foundation dijo: “Está muy mal que hubiera tantas víctimas, pero si usted me dice cómo luchar en una guerra sin matar a la gente yo voy a ser el hombre más feliz del mundo”. Quizá influenciado por la fábula del niño holandés, Van Kirk, siempre pensó que la misión que llevó a cabo el 6 de agosto de 1945, como oficial de navegación, a bordo de la super-fortaleza volante que lanzó la bomba Little Boy sobre Hirosima, sirvió para evitar desastres mayores.
Pasado mañana habrán transcurrido ya 69 años de aquel aciago día en que poco después de las 07:00 de la mañana los radares de alerta temprana japoneses detectaron la presencia de aviones enemigos con rumbo al sur del país. Las emisoras públicas radiaron la correspondiente alerta. Sobre las 08:00 el operador de radar de Hirosima pudo observar cómo se aproximaba un grupo de aviones enemigos, muy pocos. A las 08:15 Little Boy, una bomba de uranio-235 que pesaba 4400 kilogramos estalló a 580 metros de altura sobre la ciudad nipona. Era la primera vez que una bomba atómica se utilizaba como arma de guerra contra una población civil: Hirosima tenía unos 250 000 habitantes. Su poder de destrucción, 16 kilotones de TNT, causó la muerte instantánea a 80 000 personas; otras 60 000 más morirían después debido a las heridas y otras consecuencias de las radiaciones. El efecto que causaría la bomba, a muchos de los supervivientes, sería desastroso: quemaduras, traumas sicológicos y malformaciones genéticas.
La orden del presidente Truman inauguró una nueva forma, inventada por el hombre, de destruir la vida; al repertorio de los horrores descubiertos por las últimas contiendas, la artillería pesada de largo alcance, la guerra química y los bombardeos masivos sobre poblaciones civiles, hubo que añadir el incipiente arsenal atómico.
Pero, el niño holandés no voló la presa y ahogó a la gente del pueblo para evitar que se inundara todo el país, se limitó a poner un dedo en la grieta y esperar a que la gente le ayudara. Es difícil de comprender la lógica del señor Truman y eso nos hace pensar sobre la necesidad de que todos los países se deshagan de esos artefactos para que a nadie se le ocurra, otra vez, utilizarlos para evitar males mayores.