De Los Ángeles al cielo, reflexiones del escritor

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Cuando empecé a escribir De Los Ángeles al cielo, sabía que tenía que contar algunas historias, pero otras surgirían, como si me las pidiera el libro. El final lo tenía claro, porque el avión no era otra cosa más que el hilo de coser que sujetaba la narración y el desenlace lo conocía.

El avión, construido en Los Ángeles, voló por primera vez el 1 de julio de 1933. Su fabricante, Donald Douglas, fue un hombre muy singular y tenía que ocuparme de su historia, al igual que de la de Jack Frye, que entonces era vicepresidente de la TWA y encargó su diseño y fabricación a la empresa de California. Las maniobras de William Boeing y su grupo de sociedades aeronáuticas para hacerse con el control del mercado de transporte aéreo en Estados Unidos, también formaban parte de la historia del avión, al igual que las decisiones de la Administración del presidente Roosevelt en lo relacionado con el transporte de correo. Que DC-1 voló para batir récords mundiales, a la vez que hacía publicidad para la TWA, era algo que no podía obviar en mi relato.
A partir de un momento, la TWA no supo qué hacer con su DC-1 apareció Howard Hughes en escena y lo compró para dar la vuelta al mundo. Howard fue un hombre tan excepcional que no quise perder la oportunidad de seguir sus aventuras durante el corto tiempo que poseyó el DC-1 hasta que se lo vendió a un aristócrata británico.

Con el avión cerca de Londres, en el aeródromo de Croydon, tenía la excusa perfecta para dedicar varias líneas a las aventuras de algunos pilotos, que trabajaban entonces en aquel aeropuerto, y fueron protagonistas de episodios tan rocambolescos como el de transportar al general Franco de Canarias a Marruecos, una historia con material suficiente como para escribir un libro. Por casualidad, una lectora de este “blog” me había enviado un e-mail para decirme que un familiar suyo, aviador, acompañó al general Franco en aquel viaje. Después de consultar los archivos de prensa de la época, pude constatar que el joven oficial fue objeto de honores y reconocimientos militares durante su estancia en África.

A finales de 1938 el aristócrata británico vendió el DC-1 a una empresa francesa, que a su vez se lo revendió al Gobierno de la República Española.

El periplo del DC-1, de 1933 a 1938, estuvo influenciado por personajes tan interesantes como Douglas, Hughes y Fokker. Todo eso ya lo sabía cuando empecé a escribir De Los Ángeles al cielo, y ocuparme de ellos fue un gran estímulo para hacerlo. Me gusta contar las historias de forma que el lector saque sus propias conclusiones. Sin embargo, hay personajes cuyas vidas han conseguido causarme una impresión muy especial; a veces no sé si favorable o desfavorable. Donald Douglas y Howard Hughes, son dos de esos individuos, igual que Anthony Fokker. Quizá el personaje más difícil de entender es Hughes, un individuo oscuro, rodeado de escándalos de todo tipo, en quién es difícil atisbar alguna de las que consideramos como virtudes humanas tradicionales. Sin embargo, entre sus legados figura el Howard Hughes Medical Institute, que durante muchos años ha sido uno de los grandes impulsores del desarrollo científico mundial en el campo de la biomedicina. Quien se embarque en la divina tarea de juzgar a este complicado individuo tendrá que considerar también los beneficios que esa institución ha aportado a la Humanidad.

Como la historia del DC-1 estuvo ligada a España desde finales de 1938 hasta que se estrelló y dejó de volar, en 1940, y después muchos años más, en forma de una curiosa leyenda, pensé que no podía olvidarme de retratar el mundo ligado a la España aérea en la guerra civil. En ningún momento he pretendido que mi libro De Los Ángeles al cielo sea otra cosa diferente a la de un relato basado en hechos reales, que nada tiene que ver con un estudio histórico. He procurado asegurarme de que todos los datos que constan en el libro son verídicos, y si no es así la culpa es mía y de nadie más y pido disculpas por adelantado.

La estancia en España del DC-1 fue la que más quebraderos de cabeza me planteó a la hora de escribir el libro. De los vuelos y las misiones concretas que llevó a cabo DC-1, durante el tiempo que sirvió al Gobierno de la República en España, no tenía más que una idea vaga y general y tampoco me interesaba mucho investigar con detalle qué líneas voló, qué días y con qué pilotos. Eso se lo dejo a los historiadores. De lo que sí tenía la absoluta seguridad es que el DC-1 hizo las veces de lo que hoy llamamos “avión de Estado” y transportaría a políticos y oficiales de alta graduación. Eso me llevó a concluir que el DC-1 tuvo que estar muy cerca de personajes como Ignacio Hidalgo de Cisneros, Juan Negrín y Andrés García Lacalle. Así es como decidí que, en la última parte del libro De Los Ángeles al cielo, debería resumir la historia de la lucha aérea en la guerra civil española, vista desde el bando que le tocó vivir al DC-1, y con la perspectiva de unos personajes muy concretos. Era la única forma de ambientar al avión en su nuevo mundo y, aunque el contraste con todo lo anterior fuera inevitable, los lazos que los unían eran evidentes.

Si antes he dicho que Douglas, Hughes y Fokker fueron hombres que siempre me causaron una gran impresión, no puedo decir menos de otros tres españoles de aquella época: Hidalgo de Cisneros, García Lacalle y Negrín. Sobre todo, al primero, porque fue el responsable de la Fuerza Aérea Republicana, lo he utilizado para vertebrar de una forma bastante resumida la lucha aérea, durante la guerra civil española. El militar fue leal a su jefe Negrín, presidente del Gobierno de la República, hasta que los dos tuvieron que abandonar su patria, rumbo al exilio, a principios de 1939. Casi todas mis fuentes relacionadas con Hidalgo de Cisneros están en su autobiografía: Cambio de rumbo, un libro de lectura fácil y agradable.

El avión sí pudo regresar a España, tras un corto exilio en Toulouse, y lo hizo para convertirse en leyenda, después de romperse. Que una imagen de gran valor artístico, como la de la malagueña Virgen de la Esperanza, haya salido en procesión aupada en los restos de duraluminio de un avión de aquella época durante tantos años, puede servir para que hasta los menos amantes de la tecnología se replanteen su forma de pensar. Esa parte de la historia, anecdótica, sería para mí como la gracia que a uno le invita a adentrarse en los entresijos de una serie de acontecimientos mucho más complicados.

En este libro, De Los Ángeles al cielo, he tratado de hacer que el avión, DC-1, se convirtiera en el nexo de unión entre personajes muy distintos, obligados a compartir –sin saberlo− las fuerzas que gobernaron sus destinos. Como decía al principio, el avión tenía que hacer de costura para sujetar la tela hecha de personajes y acontecimientos, porque la aviación no deja de ser otra forma de expresar los deseos y las ambiciones de las personas; personas, que vivimos más cerca unas de otras de lo que creemos.

 

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De Los Ángeles al cielo

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