DE LOS ÁNGELES AL CIELO
Capítulo 1
MÁLAGA, 28 DE OCTUBRE DE 2011
Cuando me senté en la butaca del avión estiré las piernas y abrí la carpeta en la que llevaba los documentos, que había recopilado durante los últimos meses, sobre la historia de Douglas Commercial One (DC-1).
Pensé que el viaje había valido la pena porque el asunto empezaba a dibujarse cada vez mejor en mi cabeza. Una cabeza algo aturdida por el vino blanco, fresco; quizá también con menos sangre de la que necesitaba por culpa de la digestión. Como mi sangre se ocupaba de los pescaditos del almuerzo en la Carihuela por las alturas habría disminuido el caudal, porque los ojos a veces se me cerraban, mientras la azafata hacía mudos ejercicios acompañados de la voz enlatada que hablaba de puertas de seguridad, chalecos salvavidas y máscaras de oxígeno.
Aquella mañana, después de fotografiar las andas, Luis me llevó a su museo en la terminal vieja del aeropuerto de Málaga. Me dijo que allí coleccionaba elementos relacionados con el transporte aéreo porque su museo no era de aviones, sino que, en realidad albergaba todo lo que tuviera que ver con este modo de transporte. Eso incluía tantísimos componentes que no sé si es posible juntarlos en alguna parte, pero al menos él lo ha intentado en Málaga. A la entrada hay un mostrador de facturación antiguo y una foto en la que se ve a una sonriente pasajera, con gorrito de casco y falda hasta los tobillos, encima de una balanza con un empleado enfrente que mira atento lo que marca la báscula. Es la imagen de una época en la que en ocasiones se pesaba a los pasajeros antes de embarcar. Pero, lo que me dejó completamente sorprendido en aquella exposición fue el descubrimiento, en la sala en la que se exhiben aparatos de ayuda a la navegación aérea, de una consola de radar de color crema con la botonadura negra y el tubo circular de fósforo anaranjado. La reconocí enseguida, era una OD-58/T fabricada en Nueva York por Airborne Instrumentation Laboratory (AIL), en el año 1971. Fue mi primer trabajo: cuidar del sistema de control de tráfico aéreo en Palma de Mallorca y también de aquella vieja conocida la OD-58/T. Un ingeniero estadounidense, Ron Fisher, me había enseñado cómo funcionaban los radares y aquella pantalla, en Long Island. De pronto, fue como si un chispazo en mi cerebro estableciera conexiones completamente olvidadas y me vinieron a la mente enseguida una serie de letras y números: PP6583T. Las pronuncié todas seguidas y le dije a Luis, señalando la OD-58/T: “Por favor, mira si ese es el código de la fuente de alimentación que está en la parte inferior de ese trasto”. Efectivamente, lo era. Se averiaba aquella maldita fuente con demasiada frecuencia y había que pedir repuestos tantas veces que su nombre quedó grabado en mis neuronas para siempre, sin que me hubiese dado cuenta de aquello hasta entonces.
La azafata terminó con su aburrida letanía y creo que me ofreció un periódico. Lo cogí para dejarlo debajo de la carpeta que llevaba encima de las rodillas.
Habían pasado algo así como cuarenta años desde que aquel ingeniero calvo y grandullón, que se llamaba Ron Fisher, nos diera clases a un pequeño grupo de ingenieros en la factoría de AIL en Nueva York. Tras aquel curso, regresé a España para completar el montaje del primer centro de tránsito aéreo avanzado, que se instalaba en el país. Le expliqué a Luis que mis OD-58/T de Palma de Mallorca se averiaban mucho, porque los controladores del turno de noche se echaban a dormir detrás de las consolas; como les molestaba el ruido del ventilador lo apagaban y la fuente de alimentación se calentaba y terminaba por dañarse. Le pedí que me hiciera una foto junto a la vieja pantalla, que estaba como nueva, con la salvedad de alguna quemadura negra en el fósforo, cerca del centro.
Abrí la carpeta con los documentos que traía y comencé a repasar los papeles cuando el avión ya corría por la pista de despegue y empezaba a levantar el morro. Mis ojos se fijaron en una bonita foto tomada desde la terraza de la terminal de un aeropuerto en la que se veía con nitidez la figura del avión Douglas Commercial One (DC-1). En un ala, con letras grandes, estaba escrito el nombre de la aerolínea (TWA) y en la otra la matrícula (NC223Y) que también aparecía en su generoso timón vertical de cola. En la foto, un pequeño grupo de pasajeros abandonaba el avión, auxiliado por la tripulación. Los señores bien trajeados; las señoras ataviadas con lujosos abrigos y grandes sombreros. Los motores del DC-1 de la fotografía estaban en marcha, debían rugir y, seguramente, harían el mismo ruido que el reactor en el que viajaba yo hacia Madrid y que ya volaba a varios centenares de metros de altura.
Pensé que sería más fácil que el avión me contara lo que había pasado en aquel mismo lugar hacía ya más de setenta años. Justo entonces otro piloto, que se llamaba Rudy Bay, al mando de aquel bonito DC-1 tuvo una avería nada más despegar en el aeropuerto que ahora mismo estábamos abandonando. Claro que pedirle a la foto de un DC-1 que me contara lo que pasó aquel día era una solemne estupidez, porque los aviones no hablan, o al menos eso pensaba yo.
Sin embargo, aquel avión era diferente, nunca hubo otro como él y su corta existencia marcó un hito en el transporte aéreo mundial. Hacía meses que me había interesado por aquel aparato, desde que leí en los libros que narraban la historia de la empresa que lo construyó, la Douglas, que con sus restos “los monjes de la catedral de Málaga habían construido unas andas y que sobre ellas sacaban en procesión a una Virgen todos los años”. Yo sabía que no había monjes en la catedral de Málaga y la historia me pareció más bien inverosímil, aunque no dejaba de ser interesante. Poco a poco fui desentrañando el misterio de los monjes, la catedral, la Virgen, Málaga y el DC-1. Después de aquel viaje, creo que todo se había aclarado.
Conforme fui averiguando la historia del avión el asunto religioso pasó a ocupar un segundo plano porque muy pocas aeronaves tenían el bagaje aeronáutico de aquel aparato. Estuvo rodeado de acontecimientos únicos en la historia de la aviación y de personalidades muy importantes. Además, vivió el final de la guerra civil española como avión de Estado en el bando republicano. Y, por si fuera poco, muchas de las empresas y algunas personas con las que DC-1 tuvo que relacionarse también habían ocupado un lugar relevante en mi vida profesional.
Sin duda, tenía un morro bonito el DC-1, chato y gracioso, que en la foto levantaba una naricilla que le daba aspecto de delfín. Supongo que me quedé adormilado cuando el DC-1 empezó a contarme cosas que ya sabía y otras que imaginaba. Había una raya debajo de la nariz o el morro, como una especie de boca que empezó a hablar. Su voz era metálica, impersonal.
Que relato!!!lindo en verdad….guau….me encanto..
Años mas tarde tuve ocasion de pilotar la version mas moderna el DC-·3
Me alegro, fue el gran avión que surgió del DC-1
Me alegro. Fue el gran avión a que dio origen este DC-1 y un tejano cabezota que convenció a Donald Douglas para que hiciera una versión más grande del DC-2. En el libro cuento la historia con detalle.
para los que amamos los aviones,que bien escrito¡¡¡tuve la suerte de estar sentado e intentar mover en vuelo un DC 3 de F Aerea en Viedma en un festival aereo;yo piloteaba un pequeño Cessna T-207 de Ejercito y me invitaron a volarlo;ese avion y el J3 0 PA 11 fueron mis grandes amores y honores!!!!! muy bueno el escritor felicitaciones
Gracias Patricio