Breve historia de la Tierra

RedGiant

Gigante roja

Parece increíble que hoy sepamos con bastante certeza que, cuando nació, el tamaño del Universo era del orden de una pelota de golf. Allí ya se guardaba absolutamente todo cuanto hoy existe. Aquella pelota empezó a expandirse, hace 13.800 millones de años, justo en el momento del Big Bang, y así ha seguido desde entonces. Dicen que en el interior de la pelota de golf inicial la materia no tenía una distribución uniforme y que gracias a esas irregularidades se pudieron formar, después, las galaxias, las estrellas y los planetas. En los lugares en los que las irregularidades hicieron que hubiera más masa, se formarían nubes de polvo que al condensarse atraídas por las fuerzas gravitatorias, originarían los distintos cuerpos celestes.

Durante un tiempo se pensó que la expansión empezaría a disminuir en algún momento porque las fuerzas gravitatorias vencerían a las expansivas y el Universo volvería a reducirse. Es decir, que después de la expansión se iniciaría una contracción que llevaría al Universo otra vez a su estado inicial de pelota de golf. Incluso se especulaba con que, entonces, podría ocurrir otra nueva explosión como el Big Bang y todo volvería a empezar.

Sin embargo no es así. La puesta en servicio del telescopio Hubble, en 1998 demostró que cuanto más lejos se encuentran los objetos celestes a mayor velocidad se alejan de nosotros, con lo que parece que la velocidad de expansión, conforme transcurre el tiempo, aumenta. Y este hecho suscitó una cuestión importante, porque la expansión con una velocidad creciente requiere una cantidad de energía que no existe en la masa que podemos observar en el Universo. Los científicos se tuvieron que inventar el concepto de energía oscura, como fuente desconocida capaz de proveer el fondo energético necesario para justificar sus observaciones. Y el resultado es que al final hemos terminado con un concepto de Universo en el que más del 95% de su composición está hecho de materia y energía que nos son completamente desconocidas.

Así pues, en una parte de ese Universo en expansión y en un punto en el que había cierta concentración de masa en nuestra pelota inicial de golf, hace unos 4 600 millones de años, se formaron nuestra galaxia y el Sistema Solar. Hace 3 600 millones de años aparecieron en la Tierra las primeras células y han hecho falta casi todos esos años para que nosotros, los homo sapiens sapiens nos hayamos adueñado de este planeta, desde hace algo así como 60 000 años que llevamos en su superficie.

Los científicos calculan que dentro de unos 1000 millones de años la biosfera terrestre desaparecerá, debido a que el calentamiento del Sol hará imposible que en la superficie de la Tierra el agua se pueda mantener en estado líquido (si es que el hombre no lo consigue antes con su falta de cuidado con el medio ambiente). Quizá, aún tendrán que pasar unos 3 000 o 4 000 millones de años más para que el núcleo del Sol se caliente tanto como para inducir una reacción nuclear de fusión en su corteza exterior y la estrella comience a expandirse. Su radio se dilatará hasta sobrepasar la órbita actual de la Tierra y nuestro planeta será engullido literalmente por la estrella que se habrá convertido en una “gigante roja”. Esto ocurrirá dentro de unos 7 500 millones de años. El Sol aún vivirá más tiempo, se enfriará, su radio disminuirá y entrará en la categoría de las “enanas blancas”, para luego disfrutar de una larga ancianidad como “enana negra”.

Si el Sol fuera más grande, el pronóstico sería distinto, podría explotar como una supernova, pero no parece que eso vaya a ocurrir.

De todas formas, este sería el escenario futuro para un Sol y una Tierra cuya existencia no se vea alterada por otros posibles acontecimientos. Cabe la posibilidad de que un meteorito grande choque contra la Tierra y produzca cambios que hagan que nuestro planeta no se parezca en nada al que hubiera antes del impacto del objeto celeste. Eso podía haber ocurrido hace unos 65 millones de años, cuando desaparecieron la mayor parte de los dinosaurios y grandes voladores como los pterosaurios. También podría ocurrir que nuestro sistema solar se viera afectado por una supernova de nuestra propia galaxia, una estrella de gran masa que al colapsar explotase y que su onda expansiva nos barriera literalmente del mapa galáctico. Y no hay que descartar la posibilidad de que nuestra galaxia choque con otra de las muchas que pueblan el Universo, en cuyo caso las consecuencias son difíciles de prever.

La cuestión es que, si todo sale bien, estamos condenados a que nuestro Sol se nos trague cuando inicie su fase expansiva después de un fuerte calentamiento que convertirá a este planeta azul en un magma incandescente. Es decir, si no ocurren otros episodios igualmente probables, los años de nuestro planeta están contados y quizá ya haya transcurrido algo así como el 80% de su tiempo útil para albergar la vida. Las cifras son de una magnitud tal que pueden causarnos asombro o indiferencia, depende el punto de vista desde el que las analicemos, pero constatan la única certeza que nos rodea y es que nada de lo que existe es inmutable.

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