El primer avión en el que realmente sus diseñadores tuvieron en cuenta el confort de los pasajeros como uno de los objetivos de diseño fue el Douglas Commercial One (DC-1) que encargó la TWA a la empresa Douglas en 1932. Arthur Raymond, el ayudante del vicepresidente de ingeniería del fabricante de aviones, se empeñó en hacer de aquella aeronave una máquina capaz de ofrecer a los pasajeros un nivel de comodidad hasta entonces desconocido. Raymond tuvo que trasladarse a las oficinas de la TWA, en Nueva York, para discutir las especificaciones del aeroplano que la aerolínea encargó a Douglas. El viaje de ida, desde Los Ángeles a Nueva York lo había hecho en tren, pero el regreso, lo hizo en avión y como pasajero sufrió una traumática experiencia que jamás olvidaría. En su viaje aéreo de costa a costa tuvo que soportar ruidos, vibraciones, malos olores, frío, estrecheces y salpicaduras. Raymond puso un cartel en la oficina de diseño para que sus ingenieros pensaran en la comodidad de los pasajeros en todo momento. Con la irrupción en el mundo aeronáutico del DC-1, el confort a bordo de las aeronaves comerciales empezó a tener la consideración que se merece.
Las fotografías de los primeros vuelos de la historia de la aviación comercial datan de los años 1920 y nos muestran señoras elegantes y encorbatados caballeros con trajes de magnífico corte, sombrero y pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. Eso sí, todos con abrigo. También se recrean en mostrarnos las excelencias de un servicio a bordo del que hoy no queda el menor vestigio. Incluso en algunos de aquellos vuelos se proyectaban películas. La empresa británica, Imperial Airways, fue la primera en ofrecer cine a bordo. En abril de 1925 los pasajeros de la aerolínea podían ver la película The Lost World, el último gran éxito de Hollywood en el que los dinosaurios se peleaban con los hombres blancos igual que en Parque Jurásico, en los vuelos de Londres a París. Con una diferencia, y es que aquellos dinosaurios y los expedicionarios se expresaban con subtítulos porque la película era muda. De tener voz, los pasajeros no hubieran oído nada porque el ruido en la cabina era ensordecedor. Además de soportar tantos decibelios los sufridos pasajeros tampoco se atrevían a quitarse el abrigo durante el viaje para protegerse del frío. Las cabinas eran estrechas, los sillones incómodos y nada ergonómicos. Como la cabina de pasaje no estaba presurizada los aviones volaban por lo general por debajo de las nubes con lo que se veían zarandeados por las turbulencias. Las ventanas cerraban mal y el aroma de los gases de escape de los motores se colaba por las aberturas. Los váteres eran pequeños y llegar hasta ellos por los angostos pasillos obligaba a los pasajeros a realizar ejercicios de equilibrismo. Y los billetes aéreos eran muy caros. El único aliciente de los pasajeros de los años 20 era el de compartir durante unas horas, con otros pasajeros igual de ricos y elegantes, un mal rato para contarlo a las amistades en algún restaurante lujoso al día siguiente.
A pesar de las apariencias, nuestras líneas aéreas de bajo coste del siglo XXI ofrecen un servicio de lujo a sus clientes en comparación con las experiencias de los primeros y valientes pasajeros de la primera época de la aviación comercial.
Si a la falta de confort añadimos lo relativo a la seguridad, cualquier comparación de la experiencia de volar en las primeras líneas comerciales con hacerlo ahora es abrumadoramente favorable al magnífico servicio de los transportistas aéreos de bajo coste. En el año 1929 en Estados Unidos se produjeron 51 accidentes en los que murieron 61 personas. Si la seguridad se hubiera mantenido en ese nivel, teniendo en cuenta el volumen de pasajeros transportados, a lo largo del año 2012 habrían ocurrido 7000 accidentes con 8000 víctimas mortales. En realidad hubo 29 accidentes, en los que no hubo que lamentar ninguna fatalidad.
El progreso de la aviación, desde el punto de vista de los pasajeros, ha sido de tal magnitud que solo cabe añorar un futuro en el que los servicios mejoren con la misma celeridad que ha ocurrido en el pasado.