11000 millas a bordo del TWA 847

En 1985 las tropas israelitas combatían en el sur del Líbano y el recién creado Partido de Alá, Hezbolá, hizo público su primer manifiesto en el que anunciaba la creación de una república islámica en aquel país. Enseguida recibió el apoyo económico de empresarios libaneses y la comunidad islámica chiita en general. Hasan Izz Al-Din, Ali Atwa y Mohamed Ali Hamadei ingresaron en la organización para hacer la guerra islámica (yihad) contra Israel y su principal aliado: Estados Unidos. En el sur del Líbano el conflicto bélico se agravaba con la difícil coexistencia de dos comunidades árabes, los chiitas y los sunitas —casi todos refugiados palestinos— y organizaciones que defendían los intereses de distintos grupos como Hezbolá y Amal.

Entonces, los aeropuertos no contaban con grandes medidas de seguridad y el de Atenas no era la excepción. La Trans World Airlines (TWA) era una de las aerolíneas más emblemáticas y representativas del poder de Estados Unidos en el mundo. El vuelo TWA 847 despegaba de El Cairo y finalizaba en San Diego, después de hacer escala en Atenas, Roma, Boston y Los Angeles. Atenas fue el aeropuerto en el que los yihadistas decidieron embarcar para llevar a cabo sus planes. No les resultó muy complicado introducirse en la zona de tránsitos, para evitar controles, con las armas necesarias para el secuestro de la aeronave.

El 14 de junio de 1985, el vuelo de TWA 847 lo operaba un Boeing 727. El avión había despegado de El Cairo por la mañana y en Atenas cambió la tripulación que la componían el comandante John Testrake, el segundo piloto Phil Maresca, el mecánico Christian Zimmerman la sobrecargo Uli Derickson y las azafatas Judy Cox, Hacel Hesp, Elizabeth Howes y Helen Sheahan. Testrake, de 57 años, era un curtido piloto, profundamente religioso y pausado en sus modales, con más de 15 años de experiencia como comandante. Uli Derickson, había nacido en Checoslovaquia hacía 41 años, hablaba alemán, estaba casada con otro piloto de la TWA y tenía un hijo. Ninguno de los dos podía imaginarse que aquel día se enfrentarían a una de las situaciones más complicadas de su vida profesional y que a la sobrecargo su lengua materna le sería de extraordinaria utilidad.

En Atenas embarcaron 139 pasajeros entre los que figuraba el doctor Arthur Toga, profesor de neurología y su esposa, Deborah, enfermera, embarazada de siete meses; acababan de finalizar una gira turística por Europa de tres semanas y subieron en aquel avión porque su vuelo lo habían cancelado. Los Toga pretendían regresar a su casa de St. Louis. Acompañado de su secretaria Pamela y un joven estudiante, el famoso cantante griego Demis Roussos también formaba parte del pasaje; tan solo faltaban unos días para que cumpliera 39 años. Con ellos embarcaron en Atenas tres militares estadounidenses, el buceador Robert Stethem  de la Marina, su compañero Clint Suggs y un mayor de la Reserva del Ejército, Kurt Karlson, vestidos de paisano. A todos ellos, para completar la lista del pasaje, había que añadir, al menos dos parejas que regresaban a casa tras su luna de miel, un arquitecto, un agente de viajes, varios jubilados, comerciantes, hombres de negocios, muchos de ellos con sus esposas e hijos, jóvenes solteros, dos curas y dos libaneses dispuestos a secuestrar el avión sin ningún plan bien organizado: Hasan Izz Al-Din y Mohamed Ali Hamadei. Otro terrorista, Ali Atwa, se quedó en tierra, a pesar de sus grotescas protestas, porque había overbooking. La policía griega lo detuvo.

El 727 despegó de Atenas y poco después de que se apagara la luz que prohibía fumar Hasan y Mohamed, sentados en una de las últimas filas, se levantaron y con granadas en las manos emprendieron una rápida carrera por el pasillo hasta que se toparon con la sobrecargo, Uli Derickson. Derribaron a la mujer con una patada, uno de ellos la asió con fuerza, la levantó y el otro comenzó a golpear la puerta de la cabina de vuelo. Mientras uno se quedaba fuera, el otro, pistola en mano, entró en la cabina. Con gritos, malos modos, amenazas, aspavientos y un inglés desastroso, trató de explicar al comandante que aquello era un secuestro y que cambiara el rumbo y se dirigiese a Argel, pero el comandante consiguió hacerles entender que no llevaban suficiente combustible a bordo para efectuar ese vuelo y les sugirió que volaran a El Cairo para repostar. Sin embargo, los secuestradores rehusaron aceptar esa opción, al parecerles que era un destino en donde los estadounidenses tenían una gran influencia. Entonces le ordenaron que la aeronave se dirigiese a Beirut, aunque con la intención de repostar únicamente para volar a Argel. Cuando el asunto del destino quedó claro, los terroristas regresaron a la cabina de pasaje. Al comandante Testrake le pareció que aquella pareja de jóvenes violentos, armados, acababan de salir de una escuela de secuestradores.

No hizo falta que explicaran a los pasajeros que el avión lo habían secuestrado ni que pusieran las manos en alto, ya que la mayoría lo hicieron en cuanto los vieron reaparecer con una pistola en las manos y granadas, dando voces en su deficiente inglés que apenas se limitaba a unas pocas palabras: manos arriba, secuestro, no se muevan… Derickson se dio cuenta de que al menos, uno de los asaltantes hablaba alemán y logró establecer una conversación con ellos. Después obligaron a los pasajeros a que se pusieran las manos en la nuca y doblaran la cabeza hasta apoyarla en las rodillas. Aquella postura, que tanto tiempo tuvieron que adoptar durante el secuestro los pasajeros, la bautizarían familiarmente con el nombre de postura 847, en honor al número del vuelo.

Cuando la tripulación entró en contacto con el aeropuerto de Beirut, recibieron la mala noticia de que los libaneses no querían que aterrizase allí. John Testrake hizo gala de sus dotes de persuasión al convencer a los responsables de que su avión no tenía otra opción. La voz del comandante, cuando se dirigía a los controladores de la torre de Beirut, se retransmitió en todo el mundo y la señora Hammond de Richmond, su peluquera habitual en la ciudad donde residía el piloto, la oyó, identificó a Testrake y se puso en contacto con el periódico local que hizo público el nombre del comandante que gobernaba el avión de la TWA secuestrado.

En Beirut, no fueron bien recibidos y el comandante se dio cuenta de que aquella operación de secuestro estaba mal coordinada entre los grupos que la habían organizado. Los secuestradores pidieron la liberación de unos 700 libaneses chiitas, prisioneros en Israel.

Derickson, que se podía entender con los terroristas en alemán, trató de persuadirlos para que liberasen parte de los rehenes, aunque el principal motivo por el que a un grupo de niños y mujeres se les permitiera abandonar el avión en Beirut, fue el intercambio negociado de rehenes por combustible.

Poco después de aterrizar en Argel los terroristas empezaron a mostrarse muy irritables y decidieron regresar a Beirut. Su nerviosismo se acusó cuando temieron que el personal del aeropuerto demoraba sus actuaciones como si pretendiera frustrar que el avión despegase otra vez. Los terroristas le pidieron a Derickson que recogiese los pasaportes de los pasajeros y así descubrieron que a bordo se hallaban tres militares estadounidenses. Los llevaron a la parte delantera del avión y allí los golpearon con brutalidad.

Antes de despegar de Argel, los secuestradores dejaron libres a varias mujeres y personas mayores.

Cuando abandonaron Argel, rumbo a Beirut por segunda vez, Testrake se convenció de que los secuestradores no tenían un plan sólido, con conexiones en tierra, y dudaban con respecto al lugar donde debían dirigirse. Cerca ya de la capital libanesa los controladores mostraron una actitud muy negativa con respecto a la solicitud de Testrake para efectuar otro aterrizaje en aquel aeropuerto. El piloto advirtió a la torre de control que aterrizaría, de cualquier modo, tanto si ocupaban la pista como si la dejaban libre y advirtió a la sobrecargo de que preparase al pasaje para un aterrizaje duro de emergencia. Al final, las autoridades libanesas ordenaron que se encendieran las luces de la pista, se conectaran las radio-ayudas y se dejara libre de obstáculos la pista de aterrizaje principal.

El salvajismo de los dos terroristas se cebó en el buceador de la Marina, Robert Stethem a quien golpearon don dureza durante el viaje a Beirut y lo dejaron tendido en el suelo, en medio del pasillo en el compartimento de primera. También ubicaron en la parte delantera del avión a un grupo de pasajeros que, a juicio de los secuestradores y después de repasar los pasaportes, por sus apellidos creyeron que eran judíos. Para ellos reservaron un tratamiento especial.

En aquel ambiente desquiciado Derickson que podía entenderse en alemán con los libaneses intentó mediar para que no golpearan a los militares, con poco éxito.

Cuando estaban cerca de Beirut, los terroristas solicitaron ponerse en contacto con la organización chiita Amal, de Nabih Berri. Se enfurecieron cuando la respuesta fue que allí no había ningún miembro de aquel grupo. Nada más aterrizar echaron el cuerpo de Stethem sobre la pista, le dispararon un tiro en la cabeza y enviaron el mensaje a la torre de control de que algo así ocurriría cada cinco minutos si no contactaban con Amal. Las amenazas funcionaron y un grupo de guerrilleros de Amal, armados, subió a bordo en Beirut.

Otra vez los secuestradores ordenaron a Testrake que pusiera rumbo a Argel. Antes de despegar, unos 10 rehenes, aparentemente judíos, fueron obligados a desembarcar y los encerraron en un pequeño sótano, donde permanecerían durante una semana. En aquel vuelo Derickson pasó uno de los peores momentos del secuestro. El más cruel de los terroristas, Hasan, impresionado por el comportamiento de la mujer, le dijo que deseaba tomarla como esposa. En ese instante, la sobrecargo estuvo a punto de perder los nervios, al imaginar que cuando todo acabase le obligarían a quedarse con ellos.

Con la llegada de los guerrilleros de Amal la situación cambió de forma radical para las personas que aún seguían retenidas por los terroristas. Desapareció la extrema violencia de los primeros momentos y el trato que recibieron de sus captores fue mejor.

Nada más aterrizar en Argel, Testrake advirtió a los secuestradores de que el avión se había quedado sin combustible. Los argelinos se negaron a llenar los depósitos si no pagaban la correspondiente factura y el problema se resolvió cuando Uli Derickson ofreció su tarjeta de crédito para abonar la cuenta de queroseno.

Ali Atwa, el terrorista detenido en Atenas, fue puesto en libertad en Grecia a cambio de los rehenes griegos, y subió a bordo donde lo recibieron sus dos compañeros con grandes muestras de satisfacción. Una de sus primeras misiones en el avión fue la de robar a todos los pasajeros y a la tripulación el dinero, los relojes y los objetos de valor que llevaban.

En Argel continuarían las especulaciones acerca del aeropuerto en el que los terroristas pretendían quedarse para llevar a cabo las negociaciones. El comandante Testrake creyó oír el nombre de Teherán, una opción que le pareció realmente desastrosa y le sugirieron Aden, en el Mar Rojo, un aeropuerto del que no disponía de cartas de navegación.

Los hombres de Amal tomaron el control de la situación y su líder, Nabih Berri, asumió la portavocía de los secuestradores para negociar las condiciones del rescate. En Argel dejaron que abandonaran el avión todos los rehenes con la salvedad de 39 estadounidenses varones, de menos de 60 años y la tripulación técnica. Arthur Toga se separó de su esposa Deborah que voló a Estados Unidos para esperar que liberasen a su marido, en casa de sus padres.

Testrake recibió instrucciones para regresar otra vez a Beirut. Los vuelos terminarían allí. A los pasajeros rehenes les proporcionaron alojamiento fuera del avión, mientras que el comandante con el segundo piloto y el mecánico quedaron en la aeronave.

Uno de los primeros logros del negociador Nabih Berri, líder de Amal, fue conseguir la liberación de Demis Roussos, su secretaria Pamela y su joven acompañante. Cuando el cantante se entrevistó con la prensa dijo que lo habían tratado muy bien, le dieron una guitarra para que cantase algunas canciones y celebraron su cumpleaños con un pastel. Sus declaraciones fueron muy criticadas y el artista tuvo que disculparse. Pero, no todo fueron buenas palabras aquellos días en que se negociaba la liberación de los rehenes. Uno de los secuestrados comentó con el personal de la torre del aeropuerto de Beirut que si no progresaban las conversaciones llenarían el avión de explosivos y lo llevarían hasta Tel Aviv para hacerlo estallar encima de la ciudad. Voces israelís advirtieron que antes de que llegase a despegar le lanzarían un misil a la cola para dejarlo en tierra sin dañar a los pasajeros.

También, mientras los negociadores trataban de llegar a un acuerdo la prensa pudo entrevistar al comandante John Testrake que permanecía en la aeronave, junto con la tripulación. Por la ventanilla apareció el piloto, con buen aspecto, algo barbudo y acosado por uno de los terroristas, pistola en mano, dijo dirigiéndose a su familia que «Dios los había cuidado hasta entonces…». Zimmerman, el mecánico, era un pastor luterano y junto con Testrake efectuaban ceremonias religiosas a bordo mientras los árabes oraban en la cola de la aeronave orientada hacia la Meca. Al mecánico no le dieron la mala noticia de que su padre había fallecido pocos días antes, en St. Louis, cuando atendía una ceremonia religiosa para rezar por su hijo. Testrake insistió en que cualquier intento de rescatarlos por la fuerza resultaría inútil: «Creo que seríamos todos hombres muertos porque estamos rodeados continuamente por muchos, muchos guardias».

Nabih Berri se había comprometido con la prensa de que permitiría a los reporteros que entrevistaran a un grupo de rehenes. Uno de los cinco entrevistados fue el médico Arthur Toga que dijo que echaba de menos a su esposa Deborah y deseaba volver a casa. Los rehenes enviaron al presidente Reagan el mensaje de que no intentara rescatarlos utilizando a los militares y que liberasen a los 776 chiitas encarcelados en Israel «quienes sin ninguna duda tienen un fuerte deseo de volver a casa igual que nosotros».

La habilidad negociadora del líder de Amal logró que el asunto se resolviese sin que hubiese que lamentar más desgracias, contuvo la violencia de Hezbolá y algunos prisioneros chiitas en Israel fueron puestos en libertad. El 30 de junio todos los norteamericanos abandonaron Beirut en un convoy organizado por la Cruz Roja que los llevó a Damasco.

El secuestro duró 17 días, se saldó con un muerto y pudo haber tenido unas consecuencias desastrosas. La vida de los rehenes regresó a la normalidad y el foco de sus preocupaciones volvería a situarse en los pequeños asuntos de la vida cotidiana. Prueba de ello es que los Toga solicitaron a la aerolínea las millas de vuelo gratuitas que les correspondía por aquel accidentado viaje, incluyendo los vuelos a Argel y Beirut, de acuerdo con el programa de viajero frecuente de la compañía aérea. La TWA aceptó el requerimiento y les concedió 11 000 millas por los desplazamientos que finalizaron el 16 de junio. «Simplemente queremos los créditos. Por ahora, no vamos a ninguna parte»— comentó Deborah cuando los periodistas le preguntaron a dónde pensaban volar. Larry Hilliard, director corporativo de comunicaciones de TWA dijo que: «No vamos a solicitar a otros rehenes que pidan las millas de esto. Lo consideramos de mal gusto. Si algún otro rehén llama y lo pide, se lo daremos».

Pero no he podido averiguar si alguien más lo pidió.

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