La vergüenza de volar (el flygskam)

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Desde hace un par de años, en algunos sectores de la población europea y norteamericana, empieza a instalarse la sensación de que viajar en avión es algo reprochable, debido al cambio climático.

El flygskam es una palabra nacida en Estocolmo, que trata de expresar la sensación de culpabilidad de un individuo cuando utiliza los servicios de una línea aérea para moverse por el mundo. En un recorrido de 600 kilómetros, un pasajero aéreo contamina la atmósfera con 152 kilogramos de CO2, mientras que el usuario del ferrocarril, en un trayecto de esa longitud, puede reducir las emisiones hasta 3,6 kilogramos de dióxido de carbono (BEIS/Defra Conv Factors 2019). El flygskam, en Alemania se conoce como flugscham y en Holanda tiene el nombre de vliegschaamte. Las personas que optan por tomar medidas de carácter personal, para contener el calentamiento terrestre, tienen pocas decisiones a su alcance tan eficaces como la de reducir sus viajes en avión.

En Suecia, el movimiento Estamos en Tierra, pretende comprometer a cien mil ciudadanos de aquel país para que en el año 2020 no utilicen los aviones. Este movimiento parte de la hipótesis de que la gente viaja en avión durante las vacaciones porque los demás lo hacen. Si un número suficiente de personas abandona esta costumbre, la gente perderá interés en volar y eso puede suceder más de prisa de lo que pensamos. Para Estamos en Tierra, la humanidad se enfrenta a la mayor situación de emergencia de su historia y debemos actuar de un modo consecuente. En un grupo de Facebook, sueco, Tgsemester, con más de cien mil miembros, se proponen diversas alternativas de viajes en tren para pasar las vacaciones. La gente pregunta dónde puede ir en tren a disfrutar de una semana de asueto y darse unos agradables baños. El número de respuestas es sorprendente: desde pequeñas islas del mar Báltico hasta Croacia o Rimini, en Italia, pasando por el lago Wannsee, cerca de Berlín.

El interés por el ferrocarril, para evitar las penas del avión, no es exclusivamente sueco, en el Reino Unido, Seat61, ofrece información muy detallada sobre cómo se puede viajar en tren en el país y por Europa. En Alemania, Francia, Holanda y Finlandia, a mediados de 2019, se debatió la posibilidad de suprimir todos los vuelos domésticos para los que existieran conexiones de ferrocarril de alta velocidad. Los líderes de los dos principales partidos políticos del Parlamento Europeo, Manfred Weber (Partido Popular) y Frans Timmermans (Partido Socialista) se mostraron también partidarios de suprimir, limitar estas rutas, o introducir tasas para disuadir a los usuarios. El movimiento europeo llegó a España, en verano de 2019, y el ministro socialista Ábalos se planteó la cuestión que cuenta con el apoyo explícito de Izquierda Unida y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

En 2017, Peter Kalmus, un científico del Laboratorio de Propulsión de la NASA (JPL), creó No Fly Climate Sci, un grupo de personas que se compromete a volar lo menos posible. En la actualidad, la iniciativa cuenta con el apoyo de 583 miembros, muchos de ellos relevantes científicos, de numerosas universidades, estadounidenses, británicas, suecas y alemanas, y la Asociación Americana de Geógrafos. Uno de los miembros de este grupo, la Universidad de California, Los Angeles (UCLA), lanzó un programa en 2018 (Air Travel Mitigation Fund) por el que impone un cargo de 9 dólares en los vuelos domésticos y 25 dólares en los internacionales, con destino a un fondo dedicado a financiar proyectos de mejora de la eficiencia y utilización de energías renovables en el campus. Otro miembro, la universidad de Gothenburg, proporciona ayudas para que los estudiantes con becas Erasmus viajen en tren. En noviembre de 2019, uno de los participantes, la universidad de Sheffield, organizó un simposio para favorecer la reducción del uso del avión en el mundo académico. Los participantes en el programa de Kalmus, organizaciones y personas, son contrarios al uso del avión como medio de transporte, por motivos medioambientales, siempre que exista alguna alternativa, son partidarios de limitar este servicio y tratan de que su actitud la adopte la comunidad global de técnicos, científicos y grupos sociales comprometidas con el futuro del planeta.

Frente a estos incipientes movimientos la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), que agrupa a los transportistas responsables del 83% del tráfico aéreo mundial, insiste en que la aviación comercial ha sido una de las primeras industrias globales que se ha comprometido con un plan para reducir las emisiones. Este, plan que se formuló en el año 2008, se ha cumplido hasta la fecha, pero se enfrenta a un futuro lleno de incertidumbres (La aviación y el cambio climático). El propio director general de IATA, Alexandre de Juniac, durante la convención anual de la organización que se celebró el pasado mes de mayo en Seúl, cuando se refirió al flygskam dijo: «Si no lo contestamos, este sentimiento crecerá y se extenderá».

A las palabras del ejecutivo de IATA parece que les acaba de dar la razón Swedavia, la empresa que gestiona los aeropuertos suecos, cuando el 10 de enero de 2020 anunció una reducción del tráfico aéreo del 4% —en 2019, con respecto a 2018— en los diez aeropuertos de su país y de un 8% en el más grande: Arlanda (Estocolmo). No es un fenómeno nuevo. En los principales países europeos el tráfico doméstico, sobre todo en las rutas cortas, disminuirá durante los próximos años en beneficio del transporte por ferrocarril.

El futuro del transporte aéreo en las rutas cortas europeas no parece muy halagüeño. Air France ha decidido adelantarse a los acontecimientos y en diciembre de 2019, anunció que financiaría proyectos en Brasil, Perú, Kenia, India y Camboya para compensar la totalidad de la huella de carbono que generen sus vuelos domésticos, a partir del uno de enero de 2020. Con esta medida pretende redimir el flygskam de sus pasajeros nacionales y contener la pulsión reguladora de la administración. Otras aerolíneas permiten a los clientes que paguen un poco más y con ese dinero las transportistas financian proyectos de reducción de dióxido de carbono en la atmósfera.

En España, de acuerdo con un reciente estudio de Greenpeace, desde Madrid se operan 154 vuelos todos los días con Barcelona, Valencia, Logroño, Pamplona, Alicante, Málaga, Sevilla, Granada y Jerez, servicios que disponen de una alternativa ferroviaria competitiva; son rutas aéreas regulares de escasa viabilidad en el mundo que se nos avecina. Es posible que alguien piense que los futuros aviones eléctricos sustituirán, en esos mercados, a las actuales aeronaves con motores térmicos, pero eso no ocurrirá antes de que pasen muchos años o quizá nunca.

La cuestión de fondo es hasta qué punto el flygskam cambiará los hábitos y costumbres de la sociedad de finales del siglo XX y principios del XXI, caracterizada por el irrefrenable deseo de moverse con rapidez por todo el planeta. Mientras los expertos predicen que el tráfico aéreo mundial continuará aumentando de forma imparable durante los próximos años, quizá resulte más sensato frenar el crecimiento, hasta que la aviación no encuentre una solución consistente para evitar la contaminación atmosférica.

 

 

El viaje a la Luna

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2 comentarios el “La vergüenza de volar (el flygskam)

  1. Totalmente de acuerdo con tu vaticinio. Creo que es un riesgo potencial para las lineas aéreas que podría dispararse.

  2. Pingback: La aviación comercial y la nueva normalidad después del Covid | elsecretodelospajaros

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