Argentavis, el ave más grande del mundo

img_5276

Los doctores argentinos, Rosendo Pascual y Eduardo Tonni, descubrieron huesos fosilizados de lo que parecía ser un ave de gran tamaño. Fue en 1979, y el lugar donde los hallaron se encontraba en las Salinas Grandes de Hidalgo, en La Pampa (Argentina). Llevaron la cabeza y los huesos de las alas y las patas de aquel animal al Museo de la Plata.

Durante el verano de 1979, el paleontólogo Kenneth Campbell y otros científicos recorrieron las selvas del Amazonas peruano en busca de fósiles de vertebrados. La expedición la financió el National Geographic. Recogieron más fósiles de los que habían previsto y decidieron llevarlos a Buenos Aires para compararlos con otros en el Museo de la Plata. Allí se encontraron con el descubrimiento de los dos paleontólogos argentinos. Campbell les pidió que se lo prestaran para comparar los huesos fosilizados con los restos de otras aves, también extintas, que se conservaban en Los Angeles: los teratórnidos (o teratornítidos), de la familia Teratornithidae, unos pájaros cuyos restos se encontraron en el sur de California y que habían desparecido al final de la última glaciación, en la Edad de Hielo.

En griego, teratos, quiere decir ‘asombroso’ y orni ‘pájaro’. En el sur de California, La Brea, los científicos habían encontrado lo que hasta entonces eran los pájaros más grandes que jamás volaron sobre la Tierra: aves terrestres como el Teratornis incredibilis, o marinas, como el Osteodontornis orri, cuyas alas, de punta a punta (envergadura) medían alrededor de 5 metros. Unos pájaros asombrosos. En California, a lo largo de 1980, Kenneth Campbell y sus colegas llegaron a la conclusión de que el pájaro argentino pertenecía a la familia de los Teratornithidae y lo bautizaron con el nombre de Argentavis magnificens. Una especie emparentada de algún modo con los buitres del Nuevo Mundo y las cigüeñas.

El Argentavis magnificens fue un ave realmente asombrosa que vivió en Argentina en el Mioceno Superior, hace unos seis millones de años. La envergadura de sus alas alcanzaba los 7 metros, pesaba alrededor de 70 kilogramos, medía de alto unos 2,5 metros y 3,5 metros del pico a la cola. Las plumas primarias de sus alas se extendían 1,5 metros a lo largo y 18 centímetros a lo ancho. Podía pensarse que un pájaro tan grande no pdoría volar. Sin embargo, Campbell y sus colegas llegaron a la conclusión de que sí lo hacía. Los huesos de las alas tienen el tamaño adecuado y marcas de inserciones de plumas secundarias; para los paleontólogos no tenía ningún sentido que un animal con plumas y huesos aptos para el vuelo no lo practicase.

Durante mucho tiempo se pensó que los teratórnidos eran carroñeros, como los cóndores, debido al parecido de la estructura de sus huesos con los de estas aves. Posteriormente se llegó a la conclusión de que la interpretación no era correcta. El pico largo, ganchudo, y el mecanismo de apertura de la mandíbula que le permitía abrirla mucho, se asemejaban a los de los animales que engullen las presas enteras. Las garras de los teratórnidos no eran tan fuertes como las de las águilas, y el pico y los maxilares muy débiles para matar grandes presas y trocearlas. Lo más probable es que cazaran con el pico y se tragaran a sus presas enteras. Serían pues depredadores activos, con plumas en el cuello y la cabeza. Los carroñeros, como los buitres y los cóndores, los tienen desnudos, porque hunden la cabeza en el cuerpo de sus víctimas y las plumas se llenarían de sangre seca y carne podrida que les produciría infecciones. Es posible que Argentavis magnificens fuera un depredador como las águilas, con el cuello y la cabeza emplumada, y así se modelizó cuando se construyó la primera maqueta a escala natural del pájaro. Pero tampoco se puede descartar que parte de su alimentación consistiera en animales muertos o mamíferos discapacitados, crías y huevos.

En cualquier caso, el vuelo de esta ave gigantesca no pudo ser demasiado acrobático. A partir de este dato, hay expertos como Vizcaíno, Palquist y Fariña, que han defendido la tesis de que Argentavis fue un pájaro carroñero. Estiman que una rapaz de su masa necesitaría volar unos 2160 kilómetros lineales cada jornada, para capturar el alimento diario (Existe una fórmula empírica que relaciona la masa de una rapaz con los metros cuadrados de terreno que explora cada día en busca de alimento); lo que es imposible de completar en 12 horas de vuelo, con una velocidad de crucero de 20-50 kilómetros por hora. Por el contrario, las aves carroñeras escrudiñan, cada día, una superficie que es dos y tres veces menor que las rapaces, porque se guían por el movimiento de otras aves y además vuelan a mayor altura. La presencia, en el Mioceno Superior, de un gran carnívoro terrestre con dientes en forma de sable capaz de abatir ungulados grandes para devorar sus vísceras y abandonar el resto, es un elemento que refuerza la teoría de que Argentavis magnificens vivió en un mundo que favorecería el desarrollo de los carroñeros.

En el año 2007, Sankar Chatterjee, Jack Templin y Kenneth y E. Campbell junior, publicaron los resultados de las simulaciones hechas, con ordenador, para reproducir las características del vuelo de los grandes pájaros argentinos del Mioceno. Llegaron a la conclusión de que no podrían volar batiendo las alas de forma continuada. La masa muscular supone alrededor del 17% del peso del cuerpo de las aves grandes y el 91% se ubica en los pectorales. Con esos datos, el Argentavis manificens dispondría de unos 170 vatios de potencia para volar. En realidad necesitaba unos 600 vatios, por lo que el vuelo de aleteo le estaría vedado.

Todos coinciden en que este inmenso pájaro únicamente sería capaz de planear. Si dividimos el peso del animal por la superficie de sus alas obtenemos lo que se conoce como carga alar, que para el Argentavis es del orden de 8,6 kilogramos por metro cuadrado, no mucho más de la que posee, en la actualidad, el cóndor de California (7,2 kg/m2). A mayor carga alar mayor es la velocidad de planeo. Los científicos calcularon que el menor ángulo de planeo que podría alcanzar el ave sería de unos 3 grados a una velocidad de 67 kilómetros por hora. La velocidad de descenso sería del orden de 1 metro por segundo (3,6 km/h). En esas condiciones está claro que podría despegar cuesta abajo, corriendo por una ladera, con un poco de viento en contra, o lanzándose desde una percha. No sería un ejercicio sencillo, pero factible. El aterrizaje resultaría algo más complicado, sobre todo más peligroso. Con un ángulo de 3 grados el impacto contra el suelo a más de 60 kilómetros por hora sería una experiencia desastrosa. Argentavis aprendería a tomar tierra volando hacia barlovento y ofrecer toda la superficie de sus alas al viento, para frenarse en el último tramo de la maniobra y reducir la velocidad a unos 18 kilómetros por hora. Con un poco de práctica conseguiría posarse sobre el terreno suavemente, como las cigüeñas y las gaviotas, aunque el aprendizaje le acarrease más de un revolcón.

Si un pájaro planea con una velocidad vertical de descenso de 1 metro por segundo y se encuentra con una corriente de aire ascendente cuya velocidad es superior a 1 metro por segundo, el ave empezará a subir con el aire con una velocidad ascensional igual a la diferencia entre la velocidad con que sube la corriente menos su velocidad de descenso. La corriente ascendente puede deberse al calentamiento de una zona en tierra que provoca la subida de aire caliente o a que el viento se encuentra con la ladera de una montaña que lo desvía hacia arriba. En ambos casos, si la corriente ascendente supera la velocidad de descenso del ave planeadora, al encontrarse con ella, el pájaro inicia un ascenso. Son las térmicas o las corrientes de ladera de montaña las que permiten a las aves planeadoras terrestres ganar altura. En el caso de las térmicas el chorro de aire caliente circula a través de una especie de tubo cilíndrico, desde el suelo, hacia una zona elevada en donde la corriente se enfría, se condensa, y aparece una nube: un cúmulo que sirve para indicar la presencia del meteoro. El Argentavis magnificens era capaz de planear con velocidades de descenso del orden de 1 metro por segundo, lo que le permitiría ascender en la mayoría de las térmicas y con muchos vientos en las laderas andinas. Para mantenerse en el interior de las térmicas el ave debe girar en torno al eje del cilindro que enmarca el chorro ascendente. El radio de giro de un volador depende también de su carga alar, que en el caso de este gran pájaro no es excesivamente elevada, y se estima en unos 30 metros. El Argentavis podría remontar térmicas cuyo diámetro fuera del orden de unos 100 metros.

Del análisis del entorno y la meteorología que caracterizó la zona de La Pampa argentina en el Mioceno Superior se deduce que el medio debió ser más caluroso y seco que en la actualidad, pero que un volador del tamaño y características que se atribuyen al Argentavis pudo sobrevivir, aunque no sepamos por qué desapareció.

Rapaz o carroñero, hoy podemos decir que fue el mayor pájaro que ha volado en este mundo y uno de los animales más grandes que lo han hecho, casi tanto como los gigantescos pterosaurios.

Libros del autor (Para más información hacer click en el enlace)
Libros_Francisco_Escartí

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s