El 29 de abril de 1926 aterrizaron en la isla Spitzberg del archipiélago Svalbard (Noruega) Richard Evelyn Byrd y su copiloto Floyd Bennett, a bordo de un Fokker F-VII. Los estadounidenses tenían intención de preparar desde aquel lugar una expedición aérea al Polo Norte. Nadie lo había sobrevolado con anterioridad. La casualidad hizo que el proyecto de los norteamericanos coincidiera con el del noruego Amundsen y el italiano Nobile que aquel día también estaban en Spitzberg avituallando un gigantesco dirigible de casco semirrígido, el Norge, para convertirse también en los primeros humanos que volaran sobre el Polo Norte.
Al veterano Amundsen se le heló la sangre cuando vio aparecer en la apartada isla noruega al oficial de la Armada estadounidense, Richard Byrd, famoso por sus múltiples aventuras. Para Byrd y Bennett, la presencia del gran dirigible no era ninguna novedad ya que habían podido seguir su viaje desde que partió de Roma.
Desde hacía más de un año Roald Amundsen llevaba en la cabeza la idea de aproximarse al Polo Norte en un avión. Lo había intentado en 1925 junto con Lincoln Ellsworth, el piloto Hjalmar Riiser-Larsen y tres tripulantes más. La expedición contó con dos Dornier Do J hidroaviones de construcción italiana, N-24 y N-25, y se vieron obligados a aterrizar en un punto de latitud 87º 44’ norte. Los aviones quedaron separados varias millas y el N-24 se dañó, aunque las tripulaciones consiguieron encontrarse. El mundo dio por perdidos a los seis expedicionarios mientras ellos emprendieron la dura tarea de apartar 600 toneladas de nieve para construir una pista que les permitiera despegar con el N-25. Riiser-Larsen consiguió levantar el hidroavión con sus cinco compañeros de expedición y Amundsen y sus exploradores reaparecieron milagrosamente cuando ya nadie los esperaba.
Si parecía que los aviones de ala fija tenían problemas para llegar hasta el Polo Norte, Amundsen pensó que quizá un dirigible podría ser el vehículo más adecuado para realiza aquella travesía. Se puso en contacto con el italiano Umberto Nobile y logró que el gobierno italiano les facilitara uno de sus dirigibles para volar hasta el Polo Norte. El aparato fue bautizado con el nombre de Norge (Noruega), y el ingeniero y aviador Umberto Nobile se puso al frente de la tripulación del dirigible de Amundsen con un equipo italiano.
Los italianos habían salido de Roma con el Norge el 14 de abril y Amundsen con Lincoln Ellsworth, Riiser Larsen y Oscar Wisting se incorporaron al grupo expedicionario en la isla de Spitzberg. En total la expedición contaba con 14 tripulantes además de Amundsen y Nobile. Entre todos acumulaban una gran experiencia. Desde que el 14 de diciembre de 1911 consiguiera ser el primer hombre en alcanzar el Polo Sur, Amundsen era quizá, el explorador más experimentado en incursiones a través de los hielos con que podía contar una expedición. Umberto Nobile había adquirido una merecida reputación como experto en el diseño, la fabricación y el pilotaje de dirigibles. Ingeniero, piloto, militar y hombre de negocios, el italiano era el gran defensor de los dirigibles de cuerpo semirrígido en su país, aunque no contaba con las simpatías del responsable de la aeronáutica italiana, Italo Balbo, ni del entorno político que rodeaba a Mussolini. El Norge, diseñado por Nobile, se había construido en las instalaciones del Estado italiano.
La llegada a Spitzberg del estadounidense Byrd fue un motivo de frustración tanto para Amundsen como para Nobile. Los dos sabían que los preparativos para la expedición de la aeronave de ala rígida se completarían en poco tiempo y que corrían el riesgo de ser los segundos y no los primeros en sobrevolar el Polo Norte.
Byrd, oficial de la Armada de Estados Unidos, era un gran aventurero. A los doce años se había escapado de casa para visitar a un amigo en las Filipinas y a su regreso escribió un libro contando las peripecias de su largo viaje alrededor del mundo. De joven ingresó en la Marina, donde fue condecorado por su valor, aunque debido a problemas físicos tuvo que aceptar destinos en puesto administrativos. Ingresó en la aviación naval y en 1919 era el responsable de las fuerzas de su país en Canadá. Había realizado algunos vuelos sobre Groenlandia y esa experiencia le animó a abordar la aventura del Polo Norte. Para su empresa contaba con el apoyo financiero de Edsel Ford y esa era la razón por la que su avión llevaba el nombre de la hija del fabricante de automóviles: Josehine Ford.
Los temores de Amundsen y Nobile se hicieron realidad. El 9 de mayo Byrd y Floyd Bennett despegaron con su Fokker VII y regresaron al cabo de menos de 16 horas a Spitzberg. Dijeron que habían sobrevolado el Polo Norte. La expedición que dirigía el noruego aún seguía preparando el dirigible en la isla de Sptizberg.
Amundsen y Nobile, con catorce tripulantes a bordo, partieron dos días más tarde. Su objetivo era el de llevar a cabo un vuelo más largo que el del Josefine Ford, al pretender cruzar el Ártico, desde Spitzberg hasta Alaska, un vuelo que nadie había realizado con anterioridad. Tardaron 29 horas y 50 minutos en recorrer los 3200 kilómetros que hacía falta para atravesar el Ártico. A lo largo de aquél viaje del Norge, Amundsen y Nobile tuvieron varias ocasiones para demostrar que se entendían bastante mal. Aunque Nobile había otorgado el mando de la expedición al noruego, el italiano sobrentendió que el dirigible quedaba bajo su exclusiva autoridad, una idea que nunca consiguió que Admunsen llegara a compartir. La expedición contó con momentos muy difíciles en los que la tripulación tuvo que echar por la borda, recambios, alimentos, sacos de dormir y ropajes.
Amundsen y Nobile mantuvieron cierta pugna por hacer valer para cada uno de ellos el mérito de la expedición. El problema lo acentuó Mussolini que mandó a Umberto Nobile de gira por Estados Unidos para dar una serie de conferencias en las que la gesta se presentaba como obra exclusiva de la Italia del dictador al mando de Nobile.
El ingeniero italiano llegó a la conclusión de que haría falta organizar otra expedición al Polo Norte, esta vez sin Amundsen, en la que él fuera el único responsable. El proyecto no contó con el apoyo de Italo Balbo, aunque lo terminaría aceptando a regañadientes y no se recató en expresar su deseo de que lo único bueno de aquella aventura era la posibilidad de perder de vista a Umberto para siempre. Los preparativos de la expedición se llevarían a cabo en Italia durante 1927 y el primer trimestre de 1928. El Gobierno aceptó prestar un dirigible para la expedición, el Italia, muy similar al Norge y un buque de seguimiento de la Armada, el Città di Milano y la ciudad de Milán sufragó los gastos. La nueva expedición ‒con la excepción del meteorólogo Finn Malgrem, sueco, y el geofísico Franz Behounek, polaco‒ estaría formada exclusivamente por italianos. El 30 de marzo de 1928 el papa recibió a la tripulación y le hizo entrega de un crucifijo para que lo lanzaran del dirigible justo cuando estuvieran sobre el Polo Norte.
El 24 de mayo de 1928 el Italia alcanzó el Polo Norte y en su viaje de vuelta, al día siguiente, se estrelló en el hielo. La cabina del dirigible, con diez tripulantes, se desprendió de la estructura que la sujetaba y se hizo pedazos mientras que las seis personas que componían el resto de la tripulación quedaron atrapadas en la superestructura que se separó de la góndola y unida al cuerpo del dirigible ganó altura y desapareció para siempre. De los diez tripulantes que cayeron al hielo, uno murió en el acto y tres sufrieron heridas de consideración; Nobile fue uno de los heridos, con roturas en una pierna, un brazo y una costilla, y un corte en la cabeza. Los supervivientes consiguieron recoger una radio, una tienda, varias cajas de alimentos y otros enseres que les permitieron organizar un improvisado campamento. El accidente ocurrió en un lugar que se encontraba a unos 300 kilómetros de Spitzberg. Durante una semana no conseguirían hacer funcionar la radio. El 2 de junio, un radioaficionado ruso, Nikolai Schmidt, captó las señales del Italia : varias palabras entre las que pudo distinguir ‛Nobile‘, ‘Italia’ y ‘Tierra de Francisco José’.
Las autoridades italianas, noruegas, suecas, finlandesas y muchas organizaciones e individuos particulares organizaron una gran operación de rescate por tierra y por mar. La Unión Soviética envió su gigantesco rompehielos: el Krasin. El 18 de junio Roald Amundsen se embarcó con otros voluntarios en un hidroavión francés Latham 47 y se dirigió a la zona para participar en el rescate. Todos ellos, Amundsen, el piloto noruego Leif Dietrichson, el francés René Guilbaud y tres franceses más, desaparecieron y nunca se hallaron sus cadáveres.
Pocos días después del accidente el meteorólogo sueco, Finn Malmgren, y los italianos Mariano y Zappi, que eran el segundo y tercer jefe de expedición , decidieron partir en búsqueda de auxilio. Después de varias semanas los italianos fueron rescatados por el rompehielos Krasin. Dijeron que el meteórologo Malmgren, deprimido (se sentía responsable del desastre por no haber asesorado a sus compañeros debidamente) y debilitado, les pidió que siguieran sin él. Hubo rumores de que Zappi y Mariano lo asesinaron y lo canibalizaron.
Al cabo de un mes, el teniente Einar Lundborg de la Fuerza Aérea sueca y su observador, el teniente Schyberg, con un Fokker, consiguieron aterrizar cerca del lugar donde se encontraban los supervivientes. Nobile tenía un plan para el rescate según el cual Cecioni (el herido más grave) debía ser evacuado en primer lugar, a continuación había otros dos y él figuraba el cuarto en la lista. Los dos últimos serían Viglieri (navegante) y Biagi (radio operador). Sin embargo, Lundborg no quiso embarcar a nadie que no fuera Nobile. El más grave de los heridos, Cecioni, era demasiado pesado y no creía que su avión pudiera despegar con tanta carga. Nobile fue transportado a la Isla Ryss donde estaba la base de operaciones de rescate de Suecia y Finlandia. Lundborg regresó a por otro superviviente, pero al aterrizar su aeronave sufrió daños irreparables y tuvo que quedarse con los otros cinco tripulantes del Italia.
Nobile fue trasladado al buque italiano Cittá di Milano en donde, según comentaría más tarde, todos sus esfuerzos por organizar el rescate fueron ignorados y el capitán Romagna lo mantuvo virtualmente arrestado. Los periódicos de Mussolini, en Italia, dieron la noticia de que el rescate de Nobile era un signo de cobardía. El rompehielos soviético Krasin logró rescatar a los supervivientes cuando llevaban ya 48 días sobre la plataforma de hielo, a la deriva. A pesar de que Nobile insistió en continuar con la búsqueda de los otros seis tripulantes desaparecidos, el gobierno italiano ordenó el regreso a Italia del Città di Milano.
A los supervivientes del Italia les esperaba en Roma, el 31 de julio, una inesperada explosión popular de entusiasmo que convocó a unas doscientas mil personas. Cuando Nobile se entrevistó con Mussolini el dictador se sintió molesto por la actitud del ingeniero explorador que le echó en cara los agravios, injustificados, que había recibido del estamento gubernamental. La investigación oficial y sus muchos enemigos políticos lo responsabilizaron del accidente y de haber abandonado a sus hombres. El general Nobile dimitió de la Fuerza Aérea en marzo de 1929. Durante el resto de su larga vida continuaría justificando sus actuaciones al mando del dirigible Italia.
De 1925 a 1928 el Polo Norte fue testigo de las aventuras de tres grandes exploradores, empeñados en ser los primeros en sobrevolar el punto de máxima latitud norte terrestre. Byrd consiguió la medalla del Congreso de su país, pero años más tarde su vuelo fue cuestionado y es posible que los dos estadounidenses nunca llegaran al Polo Norte en aquel vuelo que les reportó tanta fama. De ser así, Amundsen y Nobile habrían sido los primeros en sobrevolarlo. El noruego y el italiano se enemistarían para siempre a raíz de sus discrepancias durante la aventura que corrieron juntos. Ofuscado, Umberto Nobile trató de repetir la expedición y, aunque consiguió sobrevolar el Polo Norte, el viaje fue un fracaso en el que estuvo a punto de morir; en cualquier caso la aventura mermaría su reputación para siempre y le obligaría a dar muchísimas explicaciones. La peor parte de la historia corrió a cargo del noruego Amundsen que, en un trágico accidente aéreo, perdió la vida cuando trataba de ayudar a Umberto Nobile y su tripulación.