El 15 de mayo de 1930 un Boeing 80 A de la compañía Boeing Air Transport despegó de Oakland , San Francisco, para dirigirse a Chicago con 14 pasajeros a bordo. A lo largo del vuelo, de 20 horas de duración, el avión tendría que hacer 13 paradas. En la cabina de vuelo iba el comandante Elrey Borge Jeppesen; el hombre que crearía, años después, una empresa de cartografía aeronáutica que adquiriría un gran renombre internacional. Pero, lo más singular de aquél vuelo, visto con perspectiva, no es que el futuro empresario pilotara el avión, sino que en la cabina de pasajeros viajaba, inaugurando un nuevo servicio a bordo, Ellen Church, la primera azafata de la historia de la aviación.
Ellen había trabajado como enfermera en el hospital de San Francisco, pero sentía una gran atracción por los aviones, aprendió a volar y después de conseguir su licencia de piloto civil se presentó en las oficinas de la Boeing Air Transport para que la contrataran. Steve Stimpson, el director de la oficina de la línea aérea en San Francisco, como sabía que no la iban a contratar como piloto, propuso a sus jefes que la empresa embarcara a enfermeras en los vuelos de larga duración, para que ayudaran a los pasajeros a quitarse el miedo a volar. La idea prosperó y en 1930, la British Air Transport contrató a Hellen como responsable del equipo de futuras azafatas de vuelo de la compañía.
Hasta entonces, las primeras personas en prestar servicios a los pasajeros en vuelo habían sido los hijos de los magnates y financieros que poseían las líneas aéreas. Era una diversión más que un trabajo. Cuando no se disponía de este apoyo, a finales de los años 1920, en algunas rutas comerciales el segundo piloto se encargaba de atender a los pasajeros a bordo.
Entonces, el transporte por vía aérea era una aventura llena de incomodidades. Las cabinas no estaban presurizadas y los aviones volaban por debajo del techo de nubes, donde la meteorología es más adversa. Además, las cabinas también estaban mal aisladas por lo que los pasajeros quedaban expuestos al ruido, las vibraciones, el frío y los olores de los escapes de los motores. Los asientos eran incómodos, los servicios minúsculos y los pasillos angostos. Los viajeros no podían librarse del estrés que les producía la incertidumbre de si el tiempo permitiría que el avión despegara y en el supuesto de hacerlo de si el viaje terminaría en el destino previsto o en un aeropuerto alternativo, por no decir un descampado.
Steve Stimpson pensó que las enfermeras transmitirían seguridad a los pasajeros y que a éstos les daría vergüenza sentir miedo si los atendían mujeres que se pasaban la vida en las cabinas de los aviones, sin mostrar ningún temor. El joven ejecutivo convenció a los dirigentes de la Boeing Air Transport de que si llevaban a la práctica aquella idea, el tráfico aéreo de pasajeros aumentaría.
La nueva jefa de servicio a bordo de la Boeing Air Transport, Hellen Church, contrató a siete azafatas. Los requisitos que tenían que cumplir eran exigentes: mujer con titulación de enfermera, soltera, menor de 25 años, con un peso inferior a 52 kilos y una altura que no excediera 1.64 metros.
En vuelo servían algún refrigerio no muy complicado porque escaseaba el espacio y los aviones se movían demasiado. Boeing Air Transport tuvo que renunciar a su espléndida vajilla después de perder todos los juegos de porcelana que había adquirido y pronto se impusieron los vasos de plástico y los termos. Las azafatas también procuraban que los fumadores no arrojaran colillas por las ventanillas y que no confundiesen la puerta del lavabo con la de salida del avión. Si algún pasajero se ponía demasiado nervioso trataban de infundirle calma, a los que se mareaban les ofrecían una pastilla con un vaso de agua y si la cosa se ponía peor, una bolsa. Las azafatas también eran responsables de comprobar que los asientos estaban bien atornillados al suelo del avión, de dar cuerda a los relojes y ajustar los altímetros de a bordo. Incluso, en algunas ocasiones, tenían que ayudar a cargar el equipaje y empujar el avión para meterlo en los hangares. Era un trabajo duro, pero muy bien pagado: 125 dólares al mes.
Ellen Church no pudo disfrutar de su nuevo empleo más de 18 meses porque un accidente de automóvil le causó lesiones que le impedirían seguir volando. Retomó su oficio de enfermera, en la segunda guerra mundial sirvió en la Fuerza Aérea, fue condecorada con la Medalla Aérea, se casó con un banquero y durante las últimas etapas de su vida trabajó como administradora del hospital Union de Terre Haute, en Indiana. Murió en un accidente, montando a caballo, a los 57 años.
Todas las líneas aéreas siguieron los pasos de la Boeing Air Transport y miles de azafatas se incorporaron a las cabinas de los aviones. Ellen Church, les abrió el camino.