Durante la primera guerra mundial algunos soldados que prestaban servicio en globos de observación llevaban un paracaídas que utilizaban si su globo era destruido por el enemigo; sin embargo, los pilotos de aviones militares no disponían de paracaídas a bordo. Se suponía que el piloto debía maniobrar con la aeronave para evitar su pérdida. Tampoco era fácil, en aquella época, dotar a los pilotos con este dispositivo y que funcionara de forma efectiva. Fue ya a finales de la primera guerra mundial, en 1918, cuando un piloto alemán utilizó un paracaídas para saltar de su aeronave, por primera vez, con lo que con toda seguridad evitó así perder la vida. La introducción del paracaídas como un elemento más de la dotación en los aviones militares se produciría poco después.
Al finalizar la Gran Guerra, el comandante E.L. Hoffman del Servicio Aéreo del Ejército de Estados Unidos organizó un grupo de expertos para diseñar un paracaídas que pudiera emplearse a bordo de los aviones militares, como equipo de salvamento. Uno de los miembros de su equipo fue Leslie Leroy Irvin. Desde que cumplió catorce años, Leslie Leroy Irvin, oriundo de Los Ángeles, se dedicaba a saltar de globos en paracaídas y a realizar todo tipo de proezas para los estudios de cine californianos. En 1919 hizo los ensayos del paracaídas de Hoffman, concebido por el Ejército estadounidense: un artilugio empaquetado y con un dispositivo de apertura manual. En la caída el audaz acróbata se rompió un tobillo, pero la prueba se consideró un éxito y dos meses después Leslie creó la Irvin Air Chute Company, en Buffalo, que sería la primera empresa de fabricación de paracaídas del mundo y una de las más importantes. Desde entonces, los aviones militares llevan paracaídas a bordo.
Se suele atribuir la invención del paracaídas a Leonardo da Vinci que en 1483 dibujó un artefacto piramidal al que acompañó con una nota que decía: “Si a un hombre se le proporciona tela de lino engomada con una longitud de 12 yardas en cada lado y otras 12 de altura, puede saltar desde cualquier altura sin sufrir ningún daño.” No se sabe si Leonardo probó su artefacto, aunque sí lo hizo un milanés, en 1514, y parece ser que no funcionó porque el desafortunado perdió la vida. Según, Adrian Nicholas, un intrépido paracaidista británico que falleció en el año 2005 en un accidente, refiriéndose al paracaídas de Leonardo dijo: “fue necesaria una de las mentes más grandes que jamás existió para inventarlo, pero tuvieron que pasar 500 años para que apareciese un hombre con un cerebro tan pequeño como para volarlo.” Adrian Nicholas se refería a él mismo porque el británico construyó una réplica del paracaídas de Leonardo, utilizando exclusivamente materiales disponibles en la época del florentino y en julio del año 2000, en la República de Sudáfrica, se lanzó desde un globo con su paracaídas. El artefacto descendió unos 2000 metros en unos cinco minutos antes de que Adrian se liberase para efectuar el último tramo del descenso con un paracaídas convencional. “Todos los expertos estaban de acuerdo en que no iba a funcionar- volcará, o se romperá, o dará vueltas hasta marearte- pero Leonardo tenía razón. Nadie se había tomado la molestia de construirlo antes.” Nicholas demostró que el paracaídas de Leonardo funcionaba.
El primer paracaídas práctico no se construyó para lanzarse desde una aeronave o de un globo, sino para escapar de los incendios. El físico francés Louis-Sébastien Lenormand fue quien acuñó el nombre de “paracaídas” y se lanzó desde la torre del observatorio de Montpellier el 26 de diciembre de 1783, en presencia de una multitud, con un artefacto de unos cuatro metros dotado de una estructura rígida de madera. Poco después André-Jacques Garnerin, el 22 de octubre de 1797, realizó el primer descenso en paracaídas, desde un globo a unos 500 metros de altura, en el parque Monceaux de París. A partir de entonces el paracaídas formaría parte de los múltiples espectáculos aéreos, con saltos desde globos durante todo el siglo XIX. Después de la primera guerra mundial el paracaídas empezó a emplearse como elemento de seguridad a bordo de los globos y aeronaves militares y para el lanzamiento de tropas desde el aire. Después de la segunda guerra mundial se extendería el uso de este artefacto en el ámbito civil y deportivo.
Al saltar al vacío cualquier cuerpo se acelera debido a la fuerza de la gravedad y su velocidad, al principio aumenta conforme pasa el tiempo, pero debido a la resistencia del aire puede llegar un momento en el que la fuerza de gravedad se iguale a la fuerza de resistencia del aire; a partir de ese instante, el cuerpo desciende con velocidad constante. La fuerza de resistencia del aire es proporcional al cuadrado de la velocidad por lo que hasta que este parámetro no alcanza un cierto valor, es muy pequeña. En la práctica y durante una caída libre en la atmósfera una persona alcanza una velocidad límite que es del orden de unos 150 o 200 kilómetros por hora. La velocidad que es posible alcanzar cuando una persona se lanza al vacío no es excesivamente elevada. Para conseguir velocidades superiores es necesario saltar desde una altura en la que la densidad del aire sea menor.
El 14 de octubre de 2012, el deportista austríaco de alto riesgo, Felix Baumgartner, consiguió descender a una velocidad de más de mil kilómetros por hora en una caída libre. Para ello, el deportista ascendió con un globo estratosférico a 39068 metros y desde allí se lanzó al vacío con su traje presurizado que le permitiría soportar el frío y la baja presión. La ascensión en el globo duró unas dos horas y media, aproximadamente. En el momento de saltar al vacío, Felix batió el récord que ostentaba el capitán estadounidense Joe Kittinger que en 1960 se lanzó desde 31300 metros, cuando ya había cumplido los 83 años; el austríaco tenía 43 años. A los 40 segundos de su lanzamiento, Felix superó otro record al romper la barrera del sonido, que a esa altura era de 1110 kilómetros por hora. A los 4 minutos y 17 segundos, Baumgartner abrió un paracaídas dando por concluida su caída libre. En total, el descenso duró unos 15 minutos.
Felix Baumgartner no eligió la fecha de su vuelo de forma aleatoria. Cuando se lanzó de su globo habían transcurrido exactamente 65 años desde que, el 14 de octubre de 1947, el estadounidense Chuck Yeager superara por primera vez la barrera del sonido con el avión experimental X-1. Yeager y Baumgartner fueron los primeros en volar más rápidos que el sonido siguiendo dos trayectorias muy distintas, el primero a bordo de una aeronave de la NACA propulsada por cohetes y el segundo impulsado por la fuerza de la gravedad.
Pingback: Bibliografía – Casteblog Storytelling