Las justas de los caballeros voladores de París en 1907

Competicion

Issy-les-Molineaux, 1908

Extracto de El secreto de los pájaros

 A finales de 1907, el círculo de aeronautas de París, se reunía una vez al mes en los banquetes del Aéro-Club, donde se celebraban las hazañas aeronáuticas de los socios, y casi a diario en el campo de vuelos de Issy-les-Moulineaux para aplaudir y criticar las gestas de los más atrevidos. La práctica de la aeronáutica no impedía que los pilotos y sus colaboradores, así como los testigos, acudieran al campo de vuelos, vistiendo con exquisita delicadeza, al uso de la época. La mayor parte de ellos eran jóvenes pertenecientes a familias acomodadas, que habían hecho del automovilismo y la aerostación una actividad deportiva y social. Desde este punto de vista, los Voisin, agobiados por su precaria economía, eran la excepción más notoria dentro del grupo de interesados por la aeronáutica en Francia. El más extravagante de todos y una de las figuras emblemáticas del Aéro-Club era el brasileño Santos Dumont. Gabriel Voisin, cuyos furibundos ataques de mal genio eran de sobra conocidos por sus colaboradores, junto con Robert Esnault-Pelterie y Archdeacon formaban el flanco más conservador y francófono, muy reticentes a reconocer los méritos de los Wright. Blériot, León Delagrange y Farman, con la ayuda de los hermanos Voisin, los últimos en llegar, habían tomado el liderazgo en el desarrollo de la máquina de volar más pesada que el aire. A pesar de las soflamas de Archdeacon, la mayor parte de los socios del Aéro-Club de France únicamente practicaba la aerostación. Delagrange, Farman y Voisin crearían, en el mes de julio de 1907, l’Aviation Club de la France cuya máxima era «volo sicut volo» (vuela como quieras volar) con la intención de congregar exclusivamente a los interesados en el vuelo con máquinas más pesadas que el aire.

Cuando un piloto optaba a la consecución de alguno de los premios, un grupo de colegas asumía el papel de testigo y sus miembros acudían impecablemente atildados con sus largos gabanes, cuellos duros y bombines para certificar el resultado del evento. Las mediciones se efectuaban ceremoniosamente, con todo el rigor posible. A los pocos días, el piloto que había realizado la prueba, con mayor o menor éxito, formaba parte de algún comité y uno de los que habían figurado en el comité anterior tomaba los mandos de su aparato y las tornas cambiaban. En el fondo, era una competición con una fuerte componente social, que emulaba las gestas de una caballería medieval en la que las armaduras y lanzas se habían cambiado por máquinas enteladas capaces de volar. Por encima de todo, los parisinos de la clase acomodada se divertían con aquél espectáculo, en el que los héroes buscaban con mayor interés que el dinero, la fama y el reconocimiento social. La ceremonia de los vuelos se celebraba ante la mirada atónita de centenares y a veces millares de asistentes anónimos, de un pueblo que llegaba de todas partes, andando campo a través o en bicicleta, para observar las evoluciones de aquellas sorprendentes máquinas voladoras.

En aquél escenario y con un ritmo cada vez más acelerado, los aeronautas franceses avanzaban en el desarrollo de la máquina de volar más pesada que el aire, casi a tientas. Contaban con los motores más ligeros y potentes de la industria aeronáutica, fabricados por Léon Levavasseur, los Antoinette, lo cual les otorgaba una gran ventaja, pero desconocían la técnica del control lateral. La brecha tecnológica con los Wright se estrechaba, más de lo que el propio Wilbur quería imaginar, y en cualquier momento podían dar con la solución del control lateral.

 www.elsecretodelospajaros.com

 

 

 

 

de Francisco Escarti Publicado en Aviadores

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