Parece que los grandes fabricantes de aviones estiman que hasta algún momento entre los años 2023 y 2025 la industria no retomará un volumen de producción de aeronaves similar al del año 2019. Suponen que el tráfico aéreo de corto y medio recorrido se recuperará a principios de 2021 y el de largo recorrido, más tarde, a mitad del próximo año. De momento han reducido la actividad de fabricación, al menos en un 60%, lo que implica un importante ajuste de la plantilla. Pero no tienen ninguna seguridad de que las cosas vayan a ocurrir de ese modo y admiten que las perspectivas se caracterizan por el elevado nivel de incertidumbre sobre el comportamiento futuro del tráfico aéreo.
En general, la industria de transporte aéreo ha adoptado una estrategia más o menos acorde con las previsiones de los grandes fabricantes.
Las aerolíneas pueden reducir el personal, negociar aplazamientos de pagos relacionados con sus flotas y ajustar parte de sus gastos fijos, pero es prácticamente imposible que con una disminución de las operaciones del orden del 60% puedan equilibrar sus cuentas de resultados. El tiempo necesario para alcanzar un volumen de actividad capaz de cubrir todos los costes de las líneas aéreas, en función de los ajustes que hagan, es una incertidumbre que cuestiona cualquier plan, por lo que el panorama resulta desolador. El problema de liquidez, a corto plazo, se convertirá en una cuestión de solvencia a medio plazo. Las subvenciones a fondo perdido, por parte de los gobiernos, es muy difícil que basten para evitar la quiebra de las aerolíneas, por lo que sin aportaciones de capital público el futuro de los grandes transportistas aéreos parece poco viable.
Los países que consideran imprescindible contar con una red de conexiones aéreas servida por una aerolínea de su propia bandera, han puesto en marcha actuaciones que garanticen la supervivencia de las en que el siglo pasado fueron sus compañías emblemáticas.
Nadie sabe qué ocurrirá, pero sea lo que sea, las naciones que ostentan el liderazgo social y económico del planeta, han decidido mantener bajo su control un sistema de transporte aéreo doméstico y global que sirva a sus intereses, las otras no.
En estas circunstancias, gastar ingentes sumas de dinero público para mantener unas infraestructuras productivas de fabricación de aviones, transporte aéreo y turísticas, con la dimensión que tienen en la actualidad, en espera de una incierta recuperación, es muy cuestionable. Parece más sensato, reducirlas a la parte esencial y buscar incentivos para que los excedentes se reubiquen en otros sectores de la economía.
Los recursos que invertimos en el transporte aéreo de millones de seres humanos a precios irrisorios y el turismo de muy bajo coste, gracias a salarios infames, ni mejoran la calidad de nuestras vidas ni nos ayudarán a reducir la contaminación medioambiental; quizá haya llegado el momento de darles una utilización mejor. Como la factura la vamos a pagar todos, convendrá que el servicio que nos aporte este gasto atienda a las necesidades de la sociedad.
El panorama es negrísimo. Que tristeza. Y sobre todo creo que altamente imprevisible todavía.
La recolocación de excedentes de plantilla en otros sectores… difícil lo veo, toda la estructura económica mundial se ha visto afectada. Se preveen reducciones de salarios como medida menos traumática, la contracción económica está más que asegurada. Malos tiempos en definitiva.
Saludos
Peores de lo que muchos creen…