Un vuelo de 64 días: Bob Timm y John Cook

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Judy y Warren Bayley, creían en el poder de la publicidad. De no haber sido así, jamás los hubiera convencido Bob Timm de que un vuelo de larga duración podía ser el anuncio perfecto del hotel-casino Hacienda que poseían en Las Vegas.

En 1958, Timm trabajaba como mecánico en las tragaperras del hotel de los Bayley: la Hacienda, en Las Vegas. Había sido piloto de bombardeo durante la II Guerra Mundial y le gustaba volar. El plan de publicidad que proponía a sus patrones consistía en pintar en el lateral de un avión el nombre del hotel y volar días y días seguidos, tantos como pudiera. Sin embargo Warren Bayley pensaba que Las Vegas tenía una pésima reputación en la sociedad estadounidense: un lugar de mafiosos, jugadores, pecadores, mujeres ligeras de ropa y vicio. Los periódicos no consentirían que una avioneta con el nombre de un hotel-casino en su costado irrumpiese en las primeras páginas que leían personas que acudían todos los domingos a la iglesia. Se le ocurrió que un modo de paliar el problema consistiría en hacer que el vuelo del hotel-casino sirviera para recaudar dinero a favor de la fundación Damon Runyon que dedicaba sus fondos a investigar sobre el cáncer. Y también contrató a Preston Foster, un afamado comentarista de radio para que hablara en los medios sobre el vuelo. Apalabrar aquellos servicios no fue difícil, lo realmente complicado consistió en poner a punto un avión y a sus pilotos para empezar con la publicidad.

Timm compró un Cessna 172 con 1500 horas de vuelo y tardó un año en ponerlo a punto para realizar la campaña publicitaria. El avión lo equipó con un sistema de navegación, autopiloto, un depósito adicional de combustible de 95 galones, filtros de aceite y gasolina dobles para poder cambiarlos sin interrumpir el flujo de lubricante y combustible, una puerta abatible en el lado del copiloto, un pequeño lavabo de acero inoxidable, una especie de camastro de espuma y un molinete eléctrico para izar una plataforma. Timm también hizo que cambiaran el motor de la avioneta, que tenía 450 horas de vuelo, por otro nuevo. Sin embargo, los tres primeros vuelos de prueba, no fueron bien. Estropearon el motor y tuvieron que reinstalar el que venía con la Cessna cuando la adquirieron. Además, Timm no logró compenetrarse con su copiloto.

Con otro aviador, John Wayne Cook, el 4 de diciembre de 1958, a las 15:52 horas, Bob Timm despegó del aeródromo McCarran de Las Vegas. Un Ford Thunderbird, descapotable, los siguió para atestiguar que no efectuaban ningún aterrizaje y desde aquel momento, dos veces al día se aproximaban a una camioneta, prestada por una empresa de Las Vegas, y se mantenían en vuelo a pocos metros sobre la misma, para que les suministraran combustible impulsado por una bomba, o lubricante, agua, repuestos y alimentos, según sus necesidades, que subían a bordo mediante una plataforma suspendida por un cable que enrollaba un molinete eléctrico. Los alimentos los preparaban en el hotel Hacienda y los que convenía servir calientes los troceaban para meterlos en termos. El día de Navidad lo celebraron a bordo de la avioneta con un magnífico pavo. Como sobrevolaban el desierto no les costaba mucho deshacerse del orín y los excrementos sin molestar a nadie. Un día sí y otro no, se daban una especie de baño con jabón.

El 9 de enero, cuando llevaban 36 días a bordo, los dos se durmieron durante una hora y el avión mantuvo el vuelo gracias al piloto automático. En condiciones normales, Bob y John se turnaban en el puesto de pilotaje cada cuatro horas. Se entretenían haciendo ejercicio, leyendo historietas o con juegos tan simples como tratar de adivinar cuántos coches verían pasar en la próxima hora. Por radio se comunicaban con el centro de operaciones y con sus familiares y amigos.

Durante el vuelo se les averió el generador de corriente, el tacómetro, el autopiloto, el calentador de la cabina, las luces de aterrizaje y de carreteo, la bomba eléctrica y el molinete. Sin embargo, fueron capaces de reparar la mayor parte de las averías o buscar el modo de arreglarse sin los aparatos estropeados.

En total, el vuelo duró 64 días, 22 horas y 19 minutos. Podrían haber seguido más tiempo en el aire, pero se dieron cuenta de que el cansancio empezaba a hacer que cometiesen errores, ya habían superado ampliamente el record de permanencia de 50 días y el motor mostraba síntomas de pérdida de potencia muy acusados, debido a la acumulación de carbonilla en las cámaras de combustión.

A los Bayley los negocios no les fueron mal. Crearon una aerolínea que ofrecía paquetes turísticos, con estancia en Hacienda, para llevar gente de Los Angeles al aeropuerto de McCarran; la flota de la línea aérea llegó a operar 30 aeroplanos. Warren murió en 1965 y Judy siguió con el negocio hasta que falleció, siete años después.

Algo tan extraordinario e inútil, como volar más de 64 días seguidos, tan sólo puede ocurrir en Las Vegas.

 

 

 

de Francisco Escarti Publicado en Aviadores

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