Cuenta don César Gómez Lucía que en la junta general de accionistas de 1953 de Iberia se dijo que la empresa pasaría de la niñez a la mocedad, en el ejercicio económico siguiente. Era el año en el que se incorporaría a su flota un nuevo modelo de avión: el Super Constellation. Resulta un tanto curioso que el director general de la línea aérea en su libro, Diagonal Histórica del Tráfico Aéreo Español, después de hacer el comentario relativo a la mocedad de la empresa y a la adquisición de tres Lockheed Super Constellation, disculpe a la empresa por adquirir este aparato en vez del Douglas DC-7. Iberia contaba con un claro historial de volar los aviones que fabricaba Donald Douglas en California: DC-2, DC-3 y DC-4.
La cuestión fue que la aerolínea tenía cierta urgencia por inaugurar su enlace aéreo con Nueva York. Hasta entonces todas sus rutas americanas se dirigían hacia el centro y el sur, pero con la firma de los Pactos de Madrid, el 23 de septiembre de 1953, mediante los que España autorizaba a Estados Unidos a instalar bases militares de aquel país en su territorio a cambio de ayuda económica y militar, la política internacional española inició una nueva etapa. La línea aérea tuvo que comprometer con urgencia la adquisición de aeronaves cuyas prestaciones se adecuaran al servicio que exigían las nuevas rutas y el DC-7 de Douglas sufría retrasos que Iberia no podía asumir. Para volar a Nueva York también, a toda prisa, Iberia se vio obligada a renegociar el tratado bilateral con Estados Unidos, porque en aquel momento dos aerolíneas estadounidenses cubrían las rutas de Nueva York a Madrid (TWA) y Barcelona (Pan Am), mientras que Iberia únicamente tenía derechos de vuelo a Miami y San Juan, aunque no los ejercía.
El Super Constellation L-1049G era un avión cuyo diseño original databa del año 1939. Fue Howard Hughes quién lo encargó a la Lockheed para su línea aérea: la TWA. En aquellos años la industria estaba obsesionada con desbancar la hegemonía del DC-3, y los expertos pensaban que solamente podría hacerse con un avión de cuatro motores. Durante la II Guerra Mundial se produjeron 220 unidades militares del Super Constellation (C-69) y al finalizar el conflicto lo empezaron a incorporar a sus flota la TWA y la Pan Am. El avión era muy popular y se conocía con el sobrenombre de Connie. Sin embargo, en 1954, las aerolíneas sabían que a los Connie se les acercaba el turno de reemplazo por los nuevos aviones con motores a reacción. Aunque fue también justo en 1954 cuando el primer reactor comercial, el De Havilland DH.106, Comet, sufrió dos accidentes que se añadieron a su negro historial y, temporalmente, dejaría de volar. Los tres primeros Super Constellation de Iberia se bautizaron con los nombres de las carabelas de Cristobal Colón: Santa María, Pinta y Niña. La idea no fue de don César, ni de ninguno de sus subordinados, sino de los hermanos Gross, propietarios de la Lockheed, fabricante del avión. También se les ocurrió a los estadounidenses que la ceremonia del bautizo del primero de estos aparatos la presidiera una bonita estrella cinematográfica de Hollywood. Sin embargo, la línea aérea española optó por pedirle al cardenal de Nueva York, Francis Spellman, que lo hiciese con agua bendita. El prelado gozaba fama de anticomunista y simpatizante del régimen de Franco y no hacía mucho tiempo que había estado en España con ocasión de un Congreso Eucarístico en Barcelona.
Y así fue cómo el 20 de junio de 1954 Spellman se subió a una escalera situada en un hangar del aeropuerto de Nueva York, con el acetre y el hisopo, para rociar con agua bendita el morro del primer Super Constellation de Iberia, que ya llevaba pintado su nombre en el flanco: Santa María. El cardenal se inventó las palabras con que acompañó la bendición y que pronunciaría en latín.
Era la primera vez que el cardenal bendecía una aeronave y tuvo que improvisar el ritual que, en silencio y muy respetuosamente, seguían los hermanos Gross, el embajador español, Lequerica, con su esposa, un grupo de directivos de Iberia y representantes de los medios. Ni los empresarios, ni los técnicos, ni los políticos, ni los periodistas, que acudieron al acto, se enteraron bien del significado de las muchas palabras latinas con que el cardenal acompañó sus rociadas. Cuando acabó, Spellman sacó un papel del bolsillo y leyó la traducción al inglés:
«Oremos,
Oh Dios, que creaste todas las cosas y destinaste al servicio del hombre todos los elementos del mundo, bendice, te rogamos, este avión. Que sirva para extender tu alabanza y tu gloria y para solucionar sin peligro los problemas humanos. Y fomente en las almas de todos los que en él navegan el pensamiento y el deseo del cielo. Por Cristo Nuestro Señor, amén.
Oh Dios, que consagraste todo lo de la tierra por el misterio de la Encarnación, derrama, te pedimos, tu bendición sobre este avión, que lleva el nombre de María. Que bajo la protección de la Virgen Bendita todos los que vuelen en él lleguen felizmente a su destino y vuelvan sanos a su hogar. Por el mismo Cristo Nuestro Señor, amén.»
La gente le aplaudió.
El Santa María llegó a Madrid el 24 de junio y el 3 de agosto —el mismo día que zarpó Colón de Palos— regresó a Nueva York, llevando a bordo a un grupo de 53 invitados en lo que fue el vuelo de inauguración oficial, con escala en Azores y Bermudas. A partir del 8 de agosto empezaron los vuelos comerciales de Iberia, entre Madrid y Nueva York (IB-951); las tarifas por trayecto ascendían a 436 dólares para la primera clase y 334 dólares en turista.
Es posible que a la línea aérea le llegara la mocedad —tal y como habían anticipado sus accionistas y directivos— en 1954. Con la incorporación a su flota de los Super Constellation reorganizó sus rutas y abrió el mercado del Atlántico Norte. A estos elegantes y confortables aviones se les conocía como ‘los mejores trimotores que cruzaban el Atlántico’, porque a pesar de ser cuatrimotores, raro era el viaje que consumaban con todos ellos funcionando. Sin embargo, eran los primeros aviones de Iberia cuya cabina, con capacidad para 19 pasajeros en primera clase y 55 en clase turista, estaba presurizada. La cola de los Super Constellation, con 3 planos verticales, les confería un aspecto inconfundible.
La bendición de Spellman no conseguiría hacer del Santa María un avión afortunado. El 5 de mayo de 1965 en el aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife Norte), el Santa María se aproximó a la pista 30 cuando el controlador le indicó que la visibilidad estaba bajo mínimos. El piloto frustró la maniobra para realizar otra aproximación. En aquel segundo intento se estrelló en un campo antes de alcanzar la pista. En total 30 personas, de las 49 que viajaban a bordo, perdieron la vida.